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Estamos na era da velocidade... Não se contempla mais nada. A vida é só um vulto nessa estrada: vem vindo... Passou!
Amores velozes: Mmal começam, acabam. Não existe mais começo, meio e fim...
Tudo é criado com a intenção de não durar. O presente, rapidamente, vira passado. Logo, tudo é superado.
Estamos na era das paixões. Este fogo que arde, queima, consome tudo até extinguir-se, rapidamente.
A.J. Cardiais 14.11.1997
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Poeta
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«¡Voto a Dios que me espanta esta grandeza y que diera un doblón por describilla! Porque ¿a quién no sorprende y maravilla esta máquina insigne, esta riqueza?
»Por Jesucristo vivo, cada pieza vale más de un millón, y que es mancilla que esto no dure un siglo, ¡oh gran Sevilla!, Roma triunfante en ánimo y nobleza.
»Apostaré que el ánima del muerto, por gozar este sitio, hoy ha dejado la gloria donde vive eternamente».
Esto oyó un valentón y dijo: «Es cierto cuanto dice voacé, seor soldado, y el que dijere lo contrario miente».
Y luego, in continente, caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese y no hubo nada.
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Poeta
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¿Quién dejará, del verde prado umbroso, las frescas yerbas y las frescas fuentes? ¿Quién, de seguir con pasos diligentes la suelta liebre o jabalí cerdoso?
¿Quién, con el son amigo y sonoroso, no detendrá las aves inocentes? ¿Quién, en las horas de la siesta, ardientes, no buscará en las selvas el reposo,
por seguir los incendios, los temores, los celos, iras, rabias, muertes, penas del falso amor que tanto aflige al mundo?
Del campo son y han sido mis amores, rosas son y jazmines mis cadenas, libre nací, y en libertad me fundo.
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Poeta
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Rompí, corté, abollé, y dije e hice más que en el orbe caballero andante; fui diestro, fui valiente y arrogante, mil agravios vengué, cien mil deshice.
Hazañas di a la fama que eternice; fui comedido y regalado amante; fue enano para mí todo gigante, y al duelo en cualquier punto satisfice.
Tuve a mis pies postrada la Fortuna y trajo del copete mi cordura a la calva ocasión al estricote.
Mas, aunque sobre el cuerno de la luna siempre se vio encumbrada mi ventura, tus proezas envidio, ¡oh, gran Quijote!
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Poeta
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Cuando Preciosa el panderete toca y hiere el dulce son los aires vanos, perlas son que derrama con las manos; flores son que despide de la boca.
Suspensa el alma, y la cordura loca, queda a los dulces actos sobrehumanos, que, de limpios, de honestos y de sanos, su fama al cielo levantado toca.
Colgadas del menor de sus cabellos mil almas lleva, y a sus plantas tiene Amor rendidas una y otra flecha.
Ciega y alumbra con sus soles bellos, su imperio Amor por ellos le mantiene, y aún más grandezas de su ser sospecha.
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Poeta
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¡Bien haya quien hizo cadenitas, cadenas; bien haya quien hizo cadenas de amor!
¡Bien haya el acero de que se formaron, y los que inventaron amor verdadero! ¡Bien haya el dinero de metal mejor! ¡Bien haya quien hizo cadenas de amor!
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Poeta
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«¡Voto a Dios que me espanta esta grandeza y que diera un doblón por describilla! Porque ¿a quién no sorprende y maravilla esta máquina insigne, esta riqueza?
»Por Jesucristo vivo, cada pieza vale más de un millón, y que es mancilla que esto no dure un siglo, ¡oh gran Sevilla!, Roma triunfante en ánimo y nobleza.
»Apostaré que el ánima del muerto, por gozar este sitio, hoy ha dejado la gloria donde vive eternamente».
Esto oyó un valentón y dijo: «Es cierto cuanto dice voacé, seor soldado, y el que dijere lo contrario miente».
Y luego, in continente, caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese y no hubo nada.
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Poeta
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Ya que quieres, cruel, que se publique, de lengua en lengua y de una en otra gente, del áspero rigor tuyo la fuerza, haré que el mismo infierno comunique al triste pecho mío un son doliente, con que el uso común de mi voz tuerza. Y al par de mi deseo, que se esfuerza a decir mi dolor y tus hazañas, de la espantable voz irá el acento, y en él mezcladas, por mayor tormento, pedazos de las míseras entrañas. Escucha, pues, y presta atento oído, no al concertado son, sino al rüido que de lo hondo de mi amargo pecho, llevado de un forzoso desvarío, por gusto mío sale y tu despecho. El rugir del león, del lobo fiero el temeroso aullido, el silbo horrendo de escamosa serpiente, el espantable baladro de algún monstruo, el agorero graznar de la corneja, y el estruendo del viento contrastado en mar instable; del ya vencido toro el implacable bramido, y de la viuda tortolilla el sentible arrullar; el triste canto del envidiado búho, con el llanto de toda la infernal negra cuadrilla, salgan con la doliente ánima fuera, mezclados en un son, de tal manera que se confundan los sentidos todos, pues la pena cruel que en mí se halla para contarla pide nuevos modos. De tanta confusión no las arenas del padre Tajo oirán los tristes ecos, ni del famoso Betis las olivas: que allí se esparcirán mis duras penas en altos riscos y en profundos huecos, con muerta lengua y con palabras vivas; o ya en oscuros valles, o en esquivas playas, desnudas de contrato humano, o adonde el sol jamás mostró su lumbre, o entre la venenosa muchedumbre de fieras que alimenta el libio llano; que, puesto que en los páramos desiertos los ecos roncos de mi mal, inciertos, suenen con tu rigor tan sin segundo, por privilegio de mis cortos hados, serán llevados por el ancho mundo. Mata un desdén, atierra la paciencia, o verdadera o falsa, una sospecha; matan los celos con rigor más fuerte; desconcierta la vida larga ausencia; contra un temor de olvido no aprovecha firme esperanza de dichosa suerte. En todo hay cierta, inevitable muerte; mas yo, ¡milagro nunca visto!, vivo celoso, ausente, desdeñado y cierto de las sospechas que me tienen muerto; y en el olvido en quien mi fuego avivo, y, entre tantos tormentos, nunca alcanza mi vista a ver en sombra a la esperanza, ni yo, desesperado, la procuro; antes, por extremarme en mi querella, estar sin ella eternamente juro. ¿Puédese, por ventura, en un instante esperar y temer, o es bien hacerlo, siendo las causas del temor más ciertas? ¿Tengo, si el duro celo está delante, de cerrar estos ojos, si he de vello por mil heridas en el alma abiertas? ¿Quién no abrirá de par en par las puertas a la desconfianza, cuando mira descubierto el desdén, y las sospechas, ¡oh amarga conversión!, verdades hechas, y la limpia verdad vuelta en mentira? ¡Oh, en el reino de amor fieros tiranos celos, ponedme un hierro en estas manos! Dame, desdén, una torcida soga. Mas, ¡ay de mí!, que, con cruel victoria, vuestra memoria el sufrimiento ahoga. Yo muero, en fin; y, porque nunca espere buen suceso en la muerte ni en la vida, pertinaz estaré en mi fantasía. Diré que va acertado el que bien quiere, y que es más libre el alma más rendida a la de amor antigua tiranía. Diré que la enemiga siempre mía hermosa el alma como el cuerpo tiene, y que su olvido de mi culpa nace, y que, en fe de los males que nos hace, amor su imperio en justa paz mantiene. Y, con esta opinión y un duro lazo, acelerando el miserable plazo a que me han conducido sus desdenes, ofreceré a los vientos cuerpo y alma, sin lauro o palma de futuros bienes. Tú, que con tantas sinrazones muestras la razón que me fuerza a que la haga a la cansada vida que aborrezco, pues ya ves que te da notorias muestras esta del corazón profunda llaga, de cómo, alegre, a tu rigor me ofrezco, si, por dicha, conoces que merezco que el cielo claro de tus bellos ojos en mi muerte se turbe, no lo hagas; que no quiero que en nada satisfagas, al darte de mi alma los despojos. Antes, con risa en la ocasión funesta, descubre que el fin mío fue tu fiesta; mas gran simpleza es avisarte de esto, pues sé que está tu gloria conocida en que mi vida llegue al fin tan presto. Venga, que es tiempo ya, del hondo abismo Tántalo con su sed; Sísifo venga con el peso terrible de su canto; Ticio traya su buitre, y asimismo con su rueda Egïón no se detenga, ni las hermanas que trabajan tanto; y todos juntos su mortal quebranto trasladen en mi pecho, y en voz baja -si ya a un desesperado son debidas- canten obsequias tristes, doloridas, al cuerpo a quien se niegue aun la mortaja. Y el portero infernal de los tres rostros, con otras mil quimeras y mil monstruos, lleven el doloroso contrapunto; que otra pompa mejor no me parece que la merece un amador difunto. Canción desesperada, no te quejes cuando mi triste compañía dejes; antes, pues que la causa do naciste con mi desdicha aumenta su ventura, aun en la sepultura no estés triste.
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Poeta
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-Yo sé, Olalla, que me adoras, puesto que no me lo has dicho ni aun con los ojos siquiera, mudas lenguas de amoríos. Porque sé que eres sabida, en que me quieres me afirmo; que nunca fue desdichado amor que fue conocido. Bien es verdad que tal vez, Olalla, me has dado indicio que tienes de bronce el alma y el blanco pecho de risco. Mas allá entre tus reproches y honestísimos desvíos, tal vez la esperanza muestra la orilla de su vestido. Abalánzase al señuelo mi fe, que nunca ha podido, ni menguar por no llamado, ni crecer por escogido. Si el amor es cortesía, de la que tienes colijo que el fin de mis esperanzas ha de ser cual imagino. Y si son servicios parte de hacer un pecho benigno, algunos de los que he hecho fortalecen mi partido. Porque si has mirado en ello, más de una vez habrás visto que me he vestido en los lunes lo que me honraba el domingo. Como el amor y la gala andan un mismo camino, en todo tiempo a tus ojos quise mostrarme pulido. Dejo el bailar por tu causa, ni las músicas te pinto que has escuchado a deshoras y al canto del gallo primo. No cuento las alabanzas que de tu belleza he dicho; que, aunque verdaderas, hacen ser yo de algunas malquisto. Teresa del Berrocal, yo alabándote, me dijo: ''Tal piensa que adora a un ángel, y viene a adorar a un simio; merced a los muchos dijes y a los cabellos postizos, y a hipócritas hermosuras, que engañan al Amor mismo''. Desmentíla y enojóse; volvió por ella su primo: desafióme, y ya sabes lo que yo hice y él hizo. No te quiero yo a montón, ni te pretendo y te sirvo por lo de barraganía; que más bueno es mi designio. Coyundas tiene la Iglesia que son lazadas de sirgo; pon tú el cuello en la gamella; verás como pongo el mío. Donde no, desde aquí juro, por el santo más bendito, de no salir destas sierras sino para capuchino.
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Poeta
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Yo voy soñando caminos de la tarde. ¡Las colinas doradas, los verdes pinos, las polvorientas encinas!...
¿Adónde el camino irá? Yo voy cantando, viajero, a lo largo del sendero... -La tarde cayendo está-.
En el corazón tenía la espina de una pasión; logré arrancármela un día; ya no siento el corazón.
Y todo el campo un momento se queda, mudo y sombrío, meditando. Suena el viento en los álamos del río.
La tarde más se oscurece; y el camino se serpea y débilmente blanquea, se enturbia y desaparece.
Mi cantar vuelve a plañir: Aguda espina dorada, quién te volviera a sentir en el corazón clavada.
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Poeta
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