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Generoso en la copa, ruin en todo; ronca la voz, inyecta la mirada, párpados gruesos, faz abotagada y siempre crudo cuando no beodo. Perdida la razón, goza a su modo, y nunca estar en su razón le agrada; que el vino es todo, la razón es nada, y sólo vive al empinar el codo. Cuando al inflamarle empieza el aguardiente, lenguaraz, atrevido y vivaracho, es intrépido, franco y excelente amigo; pero juzgo sin empacho que no es franco, ni amigo, ni valiente; porque el borracho, en fin, sólo es . . . borracho.
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Poeta
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I
¿Quién eres, di, sombra errante, que me sigues pertinaz, y doquiera que la faz vuelvo, te miro delante? ¿Eres la memoria estuante de lejano devaneo, o al engendrarte el deseo con mi propio ser batallas? ¿Por qué sin saber do te hallas en todas partes te veo?
II
¿Eres éter desprendido de la región impalpable, por mandato inexplicable en fantasma convertido? ¿O de mi llanto vertido el vaporoso ardimiento finge una forma en el viento, forma que amo y acobarda? ¿Eres el ángel de la guarda?, ¿eres mi remordimiento?
III Cuando las noches sus mares de sombra, en la tierra vierte y en mi lecho caigo inerte, nutrido de mil pesares; dejando tal vez tus lares fantásticos, apareces, y si el afán toma creces, me levanto como loco, por ver si tu sombra toco y al punto te desvaneces.
IV
Mi extraviada fantasía con distintas formas pueblas eres luz en las tinieblas, y sombra en la luz del día. Inspiras a mi ardentía amor que extraña el espanto; ¿Por qué desde el camposanto me recuerdas, por mi mal, una historia criminal que santificó mi llanto?
V
Te adoro, sombra imposible, como el arcángel enteo, y aunque nada, nada creo, hoy me asombra lo increíble sombra del alma adorada. ¿Por qué no eres ¡ay! tangible, sombra de la infortunada que mi labio en sueños nombra? ¿por qué no me vuelvo sombra para fundirme en tu nada?
VI
Sombra de la amada mía, que brilla lánguidamente, como brilla una palente estrella, en la noche umbría. ¿Por qué en mi audaz fantasía vives, memoria de ayer? ¡Oh!, ¡quién pudiera creer que entre la bruma del sueño amara con loco empeño a un ser que no puede ser!
VII
Te veo unas veces estela; otras, estatua marmórea; otras, visión incorpórea; otras cual luna a quien cela denso vapor que la vela, y otras como esos quemantes rayos del sol, que anhelantes al entrar por el balcón, fingen faja de crespón llena de átomos brillantes.
VIII
Te adora intuitivamente, y vuela, si estoy dormido, mi espíritu desprendido tras tu forma transparente. Ojalá nunca lamente por tu presencia exaltada llegue a verte evaporada; porque quiero al fenecer dar a tu nada mi ser, o ser con tu nada, nada.
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Poeta
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1
Bajo la sombra de sauz añoso frente a un albergue rústico y apartado, se hallan, un joven de naciente gozo, y un viejo descreído, mutilado. Los surcos de la frente marchitada las escépticas frases qué congelan, la irónica sonrisa y la mirada del viejo su pasado nos revelan. El apuesto garzón, el casi niño, con marcada humildad escucha atento al anciano, que lleno de cariño le dice así con paternal acento:
II
Conque, Andrés, ¿vas a partir? ¿Se torna el rapaz en hombre? ¡Bien!... Escucha y no te asombre, Andrés, lo que vas a oír. En el revuelto océano en que fui náufrago un día, quiero que lleves por guía la débil voz del anciano. No cual clérigo profundo evangelizarte anhelo: la virtud es flor del cielo que se marchita en el mundo. No de ilusiones que halagan te hablaré, ni de moral; quiero; Andrés, que no hagas mal ni dejes que te lo hagan. Franklin dijo en parte alguna, hablando del mundo, que: "Lo que salva no es la fe sino el no tener ninguna." No creas consejos ni apólogos, busca siempre la verdad: la fe, chico, es necedad que llaman virtud los teólogos. Yo no te aconsejo el vicio, el que mal hace, mal halla; quiero que vistas con malla tu corazón tan novicio. Y ya que tus tiernos años están flacos de experiencia, escucha, Andrés, con paciencia la voz de los desengaños. También locas ilusiones mi juventud conmovieron, y las que ilusiones fueron son ya negras decepciones. Por eso en estulta calma niego todo con cinismo, porque el torpe escepticismo viento es que congela el alma.
* Tú vas a la corte. Allí activo en tu bien rebúllete. Consérvate, aséate, instrúyete, y vive, Andrés, para ti. Obra mucho y cierra el labio, que llega a su fin más pronto, con su actividad el tonto que con su pereza el sabio. Es la corte cosa brava, todos mal de todos piensan. los enemigos comienzan donde la nariz. acaba. Tú allí con muy buenos modos sé expansivo, sé jovial: de todos piensa muy mal; pero habla muy bien de todos. Que mascarada es completa la corte que veo con asco, y sufre allí más de un chasco quien no toma su careta. Allí es el afeite aseo, sinceridad el cinismo; la locura excentricismo; la adulación galanteo; Se le llama bueno al bobo, se llama al miedo prudencia, porque es difícil papel se llama la charla ciencia, se llama fianza al robo. Allí en duda has de poner la castidad del beato, la mansedumbre del gato, la virtud de la mujer. Allí todo es falsedad. "Vanidad de vanidades." allí abundan nulidades rellenas de vanidad. Todos quieren que su nombre a los hombres envanezca, y no hay hombre que merezca llamarse siquiera hombre. Que de aquella sociedad, llena de lodo y materia, es muy grande su miseria y mayor su vanidad. El hombre, tenlo presente, en ese mundo hostigoso, hace un viaje muy penoso y no medra si no miente. Ese tránsito empalaga: que no molestan en el viaje, los ricos con su carruaje, los mendigos con su plaga. Y magüer razón te sobre, en la sociedad, buen chico, evita el odio del rico y la intimidad del pobre. Mas si das a la indigencia, nunca la humilles cruel; no hagas de amarga hiel el papel de Providencia. Saber dar es gran virtud, y dar sin tacto, locura: lo que se da sin finura, se acepta sin gratitud. Hay favores tan sin gracia, que dejan huella sensible en el alma, y más horrible hacen ellos la desgracia. Muchos hay que dan lo suyo por cálculo o vanidad, pero, hijo, esa caridad, es la virtud del orgullo. Nunca des con mirada doble; porque el hombre desgraciado es un objeto sagrado para quien tiene alma noble. La desgracia lenifica sin esperar gratitud; porque, Andrés, la ingratitud a la caridad deifica.
*
Tus apuros, si los tienes, cuenta al que cuente reales; es decir, cuenta tus males sólo al que los torne en bienes. Nunca vistas con descuido; porque en la corte deshonra más que una mancha en la honra un mancha en el vestido. Tu lujo siempre modera, no al lujo te entregues, no, mira que el lujo empezó por unas hojas de higuera. Cuida y no te faltará: da poco y no se te olvide que quien da a todo el que pide pide al fin a quien no da. Ten siempre el bolsillo a tasa, para que siempre algo sobre; porque, Andrés, el hombre pobre, de pobre hombre nunca pasa. Del placer haz poco uso, si ilusión quieres tener, que abusando del placer, no hay placer en el abuso.
* Por si acaso en sueño cálido buscas de Marte la gloria, voy e contarte la historia a que debo estar inválido. Allá en mis años mejores se encendió lid fratricida, porque a mi patria querida plugo cambiar de opresores. Del patriotismo la llama ardió en mi pecho de tierra. Marché, Andrés, en cruda guerra, reñí, como perro en brama. El éxito no fue malo: vencimos a los traidores, y volví pisando flores con una pierna de palo. Cubierto de gloria, chico, dejome el gobierno cruel; ¿había de comer laurel como si fuera borrico? Otros con férvido arrojo la victoria celebraron. Oro y destino pescaron, y Yo quedé pobre y cojo. Así es la guerra maldita: a muchos les da oropeles, y carruajes y corceles, y a otros las piernas les quita. Vengué yo ajenos agravios y al fin ¿qué saqué?... ¡Desprecios! La guerra la hacen los necios en provecho de los sabios. No seas de los que combaten, pero odia a los que se rindan; pues sacan más los que brindan, que los tontos que se baten. A la guerra, Andrés, no vayas, y sin luchar vencerás; porque un brindis vale más que el humo de cien batallas. Está la patria hecha trizas con tanta gente malévola, y del brazo de Scévola no quedan ya ni cenizas Es un loco temerario el que anda entre los cañones: es mejor en los salones esgrimir el incensario. Si por figurar te apuras, lisonjea a los beneméritos, y fía más que de los méritos de tus buenas coyunturas. No te oirán si no te encorvas: ya que ellos tienen, Andrés, las orejas en los pies, ten el talento en las corvas. Para que a ciegas no andes, te aconsejo, por mi nombre, dejes tu grandeza de hombre, con todos los hombres grandes. La dignidad no conviene, ni la honradez, hijo de Eva; quien no adula no se eleva; el que no es vivo no tiene.
*
Si no estás en gran bonanza, no busques, hijo, mujer, el pobre ha de mantener solamente la esperanza. El amor es gran locura, y el bendito matrimonio, lazo que tiende el demonio y convierte en soga el cura. El consorcio, en conclusión, para un pobre es grave mal; y su tálamo nupcial túmulo es de su ilusión. Nunca el marido descansa y sus sacrificios crecen: pero ellos no se agradecen,. porque con ellos no alcanza. Tú pondrás del ara encima tu independencia sin juicio, y ese inmenso sacrificio ninguna mujer lo estima. Es feliz quien por fortuna mujer buena tiene, Andrés: pero más dichoso es el que no tiene ninguna. Amor es mentida flama, la gratitud no parece: sólo, Andrés, una madre ama y sólo un perro agradece. *
Mas si tú afectos deseas, te lo digo con dolor, cree hasta en el mismo amor, pero en la amistad no creas. Con experiencia lo digo, Andrés, consérvalo impreso: un libro, un perro y un peso forman un completo amigo. los que el mundo desconocen dicen, sobrino, que es fama, que en la cárcel y en la cama los amigos se conocen. En cualquier situación seria tendrás número importuno de amigos, mas no habrá uno cuando estés en la miseria. La amistad es falso cobre, la amistad, óyelo, chico, forma la ilusión del rico y el desengaño del pobre. La amistad, en conclusión, la amistad, tenlo presente, es, sobrino, un accidente del oro o la posición. Quien fuere en la vida cero no tendrá un amigo, Andrés; si el dinero amigo es, sé amigo tú del dinero. Mejor que un peso, ten dos, no hagas mal por egoísmo, y duda hasta de ti mismo vete, y... ¡Bendígate Dios!
III
Un instante después, por el camino triste a un jinete galopar se veía, y un viejo de mostacho blanquecino con la vista al jinete perseguía. Cuando ni el polvo que el corcel alzara pudo el viejo mirar, sintió que ardiente gota de llanto resbaló en su cara, y suspirando doblegó la frente. "Y ¿qué será de ti? -exclamó el anciano Tu incierto porvenir ¿porqué me altera?. corre a luchar con ese mundo insano; vete a sufrir la suerte que te espera. La lucha con el mundo no te asombre, hombre no es el que luchar no sabe; porque nació para luchar el hombre como nació para volar el ave. Jamás el hombre del destino oscuro el negro velo levantar espere; envuelto entre la sombra está el futuro. el hombre es lo que la suerte quiere."
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Poeta
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Nadaba entre la nada. Sin empeño A la vida, que es nada, de improviso Vine a soñar que soy; porque Dios quiso Entre la nada levantar un sueño.
Dios, que es el Todo y de la nada es dueño, Me hace un mundo soñar, porque es preciso; El siendo Dios, de nada un paraíso Formó, nadando en eternal ensueño.
¿Qué importa que en la nada confundida vuelva a nadar, al fin, esta soñada vil existencia que la nada olvida, nada fatal de la que fue sacada?… ¿Qué tiene esta ilusión que llaman vida? -Nada en su origen. - ¿ Y en su extremo? - ¡Nada!
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Poeta
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Mujer preciosa para el bien nacida, Mujer preciosa por mi mal hallada, Perla del solio del Señor caída Y en albañal inmundo sepultada; Cándida rosa en el Edén crecida Y por manos infames deshojada; Cisne de cuello alabastrino y blando En indecente bacanal cantando.
II
Objeto vil de mi pasión sublime, Ramera infame a quien el alma adora. ¿Por qué el Dios ha colocado, dime, el candor en tu faz engañadora? ¿Por qué el reflejo de su gloria imprime en tu dulce mirar? ¿Por qué atesora hechizos mil en tu redondo seno, si hay en tu corazón lodo y veneno?
III
Copa de bendición de llanto llena, Do el crimen su ponzoña ha derramado; Ángel que el cielo abandonó sin pena, Y en brazos del demonio ha entregado; Mujer más pura que la luz serena, Más negra que la sombra del pecado, Oye y perdona si al cantarte lloro; Porque, ángel o demonio, yo te adoro.
IV
Por la senda del mundo yo vagaba Indiferente en medio de los seres; De la virtud y el vicio me burlaba; Me reí del amor de las mujeres, Que amar a una mujer nunca pensaba; Y hastiado de pesares y placeres Siempre vivió con el amor en guerra Mi ya gastado corazón de tierra.
V
Pero te vi… te vi… ¡Maldita hora En que te vi, mujer! Dejaste herida A mi alma que te adora, como adora El alma que de llanto está nutrida. Horrible sufrimiento me devora, Que hiciste la desgracia de mi vida. Mas dolor tan inmenso, tan profundo, No lo cambio, mujer, por todo el mundo.
VI
¿Eres demonio que arrojó el infierno para abrirme una herida mal cerrada? ¿Eres un ángel que mandó el Eterno a velar mi existencia infortunada? ¿Este amor tan ardiente, tan interno, me enaltece, mujer, o me degrada? No lo sé… no lo sé… yo pierdo el juicio. ¿Eres el vicio tú? … ¡Adoro el vicio!.
VII
¡Ámame tú también! Seré tu esclavo, tu pobre perro que doquier te siga. Seré feliz si con mi sangre lavo Tu huella, aunque al seguirte me persiga Ridículo y deshonra; al cabo, al cabo, Nada me importa lo que el mundo diga. Nada me importa tu manchada historia Si a través de tus ojos veo la gloria.
VIII
Yo mendigo, mujer, y tú ramera, Descalzos por el mundo marcharemos. Que el mundo nos desprecie cuando quiera, En nuestro amor un mundo encontraremos. Y si horrible miseria nos espera, Ni de un rey por el otro la daremos; Que cubiertos de andrajos asquerosos, Dos corazones latirán dichosos.
IX
Un calvario maldito hallé en la vida En el que mis creencias expiraron, Y al abrirme los hombres una herida, De odio profundo el alma me llenaron. Por eso el alma de rencor henchida Odia lo que ellos aman, lo que amaron, Y a ti sola, mujer, a ti yo entrego Todo ese amor que a los mortales niego.
X
Porque nací, mujer, para adorarte Y la vida sin ti me es fastidiosa, Que mi único placer es contemplarte, Aunque tú halles mi pasión odiosa, Yo, nunca, nunca, dejaré de amarte. Ojalá que tuviera alguna cosa Más que la vida y el honor más cara, Y por ti sin violencia la inmolara.
XI
Sólo tengo una madre. ¡Me ama tanto! Sus pechos mi niñez alimentaron, Y mi sed apagó su tierno llanto, Y sus vigilias hombre me formaron. A ese ángel para mí tan santo, Última fe de creencias que pasaron, A ese ángel de bondad, ¡quién lo creyera!, Olvido por tu amor… ¡loca ramera!
XII
Sé que tu amor no me dará placer, Se que burlas mis grandes sacrificios. Eres tú la más vil de las mujeres; Conozco tu maldad, tus artificios. Pero te amo, mujer, te amo como eres; Amo tu perversión, amo tus vicios. Y aunque maldigo el fuego en que me inflamo, Mientras más vil te encuentro, más te amo.
XIII
Quiero besar tu planta a cada instante, Morir contigo de placer beodo; Porque es tuya mi mente delirante, Y tuyo es mi corazón de lodo. Yo que soy en amores inconstante, Hoy me siento por ti capaz de todo. Por ti será mi corazón do imperas, Virtuoso, criminal, lo que tú quieras.
XIV
Yo me siento con fuerza muy sobrada, Y hasta un niño me vence sin empeño. ¿Soy águila que duerme encadenada, o vil gusano que titán me sueño? Yo no sé si soy mucho, o si soy nada; Si soy átomo grande o dios pequeño; Pero gusano o dios, débil o fuerte, Sólo sé que soy tuyo hasta la muerte.
XV
No me importa lo que eres, lo que has sido, Porque en vez de razón para juzgarte, Yo sólo tengo de ternura henchido Gigante corazón para adorarte. Seré tu redención, seré tu olvido, Y de ese fango vil vendré a sacarte. Que si los vicios en tu ser se imprimen Mi pasión es más grande que tu crimen.
XVI
Es tu amor nada más lo que ambiciono, Con tu imagen soñando me desvelo; De tu voz con el eco me emociono, Y por darte la dicha que yo anhelo Si fuera rey, te regalara un trono; Si fuera Dios, te regalara un cielo. Y si Dios de ese Dios tan grande fuera, Me arrojara a tus plantas ¡vil ramera!
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Poeta
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Siempre desgraciado fui; Desde mi pequeña cuna, A la incansable fortuna de juguete le serví; La noche en que yo nací Tronaba la tempestad, Y alaridos de ansiedad La gente aturdida alzaba; Porque el cólera sembraba El terror y la orfandad.
II
¡La niñez ¡ – edad que vela el ángel de las sonrisas, y entre flores, juego y brisas sin sentir el tiempo vuela- Esa edad amarga estela Dejó sobre mar de llanto; Porqué sufrí tanto, tanto, En aquella edad de armiño, Que en mis recuerdos de niño Comienza mi desencanto.
III
Vino después otra edad, Y pasiones irritantes Se alzaron, como bramantes Olas, en la tempestad. Mas desbordé en la maldad, Cual se desborda un torrente, Y entre crápula indecente, Y en indecentes amores, Sequé del alma las flores, Cubrí de sombra la frente.
IV
En mi tormento prolijo, Al cielo a veces acudo; Pero ¡ay! El cielo está mudo Para el hombre a quien maldijo. En vano, en vano me aflijo Por la esperanza extinguida, Y aunque mi ya envejecida Frente, de pesar se abrasa, No vuelve la edad que pasa, Ni vuelve la fe perdida.
V
Tiene luto el corazón Como de noche el desierto, Y, como toque de muerto, Tristes mis cantares son. Es fúnebre panteón La fatigada memoria, Donde en ánfora mortuoria Vino el tiempo a recoger Las imágenes que ayer Fueron el sol de mi gloria.
VI
Nutre incisivo sarcasmo Mi sonrisa de amargura, Y es el pecho sepultura Donde yace el entusiasmo. Presa de horrible marasmo Desfallece el alma impía; Y en fatal melancolía, Y en estúpido quietismo, Parece que en mi ser mismo Hay un germen de agonía.
VII
Inclino con desaliento, Entre brumas de tristeza, La encanecida cabeza Que rasa el remordimiento. Y hostigado hasta el tormento, De la mundana balumba, Grito, con voz que retumba Cual rayo que lumbre vierte: ¡Ábreme tus brazos, muerte! ¡Trágate mi cuerpo, tumba!
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Poeta
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Si de la aurora diamantina se dibujan los célicos albores los pájaros del viento moradores al éter mandan su canción divina.
Y si el sol orgulloso se reclina sobre un lecho radiante de colores, llenas de amor las carminadas flores entreabren su corola purpurina.
Todos tienen un ser que los comprenda, yo al vicio y la virtud indiferente aislado cruzo la maldita senda,
cual se arrastra en las rocas la serpiente; mas tengo un alma de vivir cansada que ni al cielo ni al mundo pide nada.
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Poeta
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Arcanidad terrible de la vida, destino lleno de rigor sin nombre, infancia entre las sombras escondida, aprieta sin piedad, que das en Hombre.
No esperes con tu golpe furibundo avasallar mi soberano aliento: es grande mi tormento como el mundo; pero el alma es mayor que mi tormento.
Y siempre aquí, con arrogante calma de tus rencores la sin par fiereza afronto audaz, que la grandeza de alma, aunque pequeño soy, es mi grandeza.
Nunca al poder ni al oro me arrodillo, y aunque me agobie padecer tirano me muero de hambre; pero no me humillo... seré cadáver, pero no gusano.
Bien, alma ¡bien! porque jamás te humillas... eres inmensa en tu sufrir constante... ¡No mendigues la gloria de rodillas, conquistala de pie, mártir gigante!
.................
Nací juguete de la vil fortuna y me acompañan en fatal camino la negra sombra que bañó mi cuna, la negra mano que marcó mi sino.
A la luz de brillantes ilusiones de la horrible verdad vi los arcanos, y fue mi alma festín de las pasiones como el cuerpo es festín de los gusanos;
lloré por la esperanza asesinada, pero tanto creció mi desventura, que traduje en sonora carcajada la suprema expresión de la amargura.
Al fin, cansado de mortal quebranto adopté el estoicismo por divisa: tanto lloré, que se agotó mi llanto, tanto reí que se acabó mi risa.
Sin fe, sin juventud, la despreciada vida infeliz indiferente rueda... con mi última ilusión evaporada ¿qué me queda en el mundo? ... ¿qué me queda?
Ya no tengo sonrisa ni gemido; ni amo, ni aborrezco, ni ambiciono, que en indolencia criminal sumido hasta mi propio espíritu abandono.
Hora tras hora solitario pierdo envuelto en bruma de oriental pereza; es mi goce sufrir con el recuerdo, entregado al placer de la tristeza.
Pláceme abrir heridas mal cerradas, contemplando a la espalda de los años, ilusiones de fuego, sepultadas en la nieve de horribles desengaños.
II
También un tiempo ¡ay de mí! tras de fantasmas risueños desatinado corrí; porque la razón perdí entre marañas de sueños.
Lindo germen de ilusión, de mi espíritu gastado engendró loca pasión... soñó con la redención mi frente de condenado.
En mi desencanto amé creyendo que no creía, y más desencanto hallé... ¡imbécil! ¿por qué soñé, cuando soñar no debía?
Amé a una mujer, como ama quien amar no cree... su llanto alzó en mi ser una llama, como alza fosfórea flama la lluvia en el camposanto.
Pero ¡ay! de aquellas historias sólo guarda el corazón recuerdos de muertas glorias, memorias, sólo memorias son.
Porque mis sueños huyeron, y mis amores volaron, mis esperanzas murieron, y los placeres que fueron luto en el alma dejaron.
Hoy en negra decepción los desprecios y el cariño, mis esperanzas murieron, para mí los mismo son... en lugar de corazón llevo el cadáver de un niño.
III
De luz imposible mi cráneo era foco de luz imposible mis sueños vestí; pero ¡ay! que mis sueños febriles de loco en mares de sombra perdiéronse al fin.
El alma, la vida apenas soporta, la paz de las tumbas, del alma es la paz; yo soy un pasado que a nadie le importa; yo soy en la tierra cadáver social.
¡Guay del que vegeta con sueños despierto! dormirse soñando es muerto vivir... yo vivo y no sueño, cadáver despierto, del ser y la nada parodia infeliz.
Al cielo pregunto con ansia indecible: ¿los mártires suben de Dios al dosel? el cielo se calla, y un eco terrible me dice: ¡No sueñes... Mentira es la fe!
Quien deja la vida de luto y hastío se vuelve a la nada que de ella salió, tras esas estrellas no hay más que vacío; me dice: ¡No sueñes... Mentira es la fe!
El hombre, ese imbécil gusano pequeño, de orgullo inflamado, se juzga inmortal; pero es la existencia la sombra del sueño del sueño que forja la nada quizá.
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Señor, de la duda me asfixia el abismo, te ruego que mandes a mi alma infeliz la fe sacrosanta o el negro ateísmo... negar es creer... dudar es sufrir.
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Poeta
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I
Arrastro una vida de luto y dolor; a todos les choco, me choco hasta yo; y todos los hombres me excluyen, en medio de todos maldita excepción. Encina tronchada del viento al furor, mi copa gigante la tierra besó. Murió la esperanza, murió el corazón, que grande, hervoroso, un tiempo asiló excelsas virtudes y vil corrupción. virtudes y vicios luchando perdió, y amorfo, sangriento, cadáver es hoy que duerme en la tumba, sin fe, sin amor.
II
Mis horas cubiertas de negro crespón pesadas, iguales, rodar miro yo. Esferas de sombra que bajan, y son como almas que bajan malditas de Dios, el arco, de horrores eterna mansión. Si aúlla doliente el alto reloj, yo te oigo, lo mismo que el grito de horror que arroja quien sufre tormento feroz: como eco lejano de agudo esquilón que dobla, pidiendo piedad al Señor, para un bandolero que en la horca expiró; como ese gemido, ese ¡ay! de dolor que da al reventarse del harpa el cordón. ¡Qué lentas transcurren las horas ¡oh Dios! del hombre que hollando punzante cambrón camina en la tierra, sin fe, sin amor!
III
Mi historia es historia de mártir histrión; sainetes y dramas conozco, que yo he sido en el mundo genérico actor. Con frailes menores tranquila pasó mi edad inocente, y el padre rector latín y consejos conmigo perdió; que frailes y claustro dejé sin temor, y en mil aventuras perdí el corazón. Soldado en las filas de Marte feroz, vestido de loco serví de sayón. Chinaco más tarde, sin ley y sin Dios, escenas horribles miré sin horror; y pueblos he visto que el hacha incendió, envueltos en llamas de rojo color. Crujir, como cruje rugiente crisol, y en negros escombros de altar, mi bridón su huella sangrienta soberbio dejó. Por eso de todo cansado ya estoy; conozco los goces, conozco el dolor, los salmos del coro, la voz del cañón, la faz de los campos, del mar el furor, la horrible mazmorra. el rico salón; conozco lo bueno, lo malo y peor; yo sé de banquetes, y de hambre sé yo; me son familiares la Regla y Colón; desprecios y aplausos el alma probó, el alma que vive sin fe, sin amor.
IV
Más triste que tumba, más pobre que Job, yo sufro en la tierra fatal expiación. La edad inflexible mi frente arrugó; mi cuerpo inclinado remeda una hoz, mi barba y cabellos de nieve ya son; mi espíritu ardiente, su fuego perdió; mis piernas se doblan, balbuce mi voz. ¡Adiós, ilusiones divinas de amor, adiós, esperanzas, placeres, adiós!... ¡Oh, muerte! yo pido que des por favor un lecho de polvo, allá en un rincón, al pobre viandante que al fin se cansó, y llama a tu puerta sin fe, sin amor.
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Poeta
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Espíritu de fuego sagrado y rutilante, tu voz la voz domina de ronca tempestad, y soles mil coronan tu frente de gigante, y brilla en tu mirada exscelsa majestad.
Señor, tú eras antes que todo lo creado, antes que fuera el tiempo, Señor ya eras tú, el ser de gloria lleno tú solo te lo has dado, tú solo te formaste de tu espléndida luz.
Señor, eras más grande que todo lo que existe; la cima de los astros es sima para ti; Señor, tú de la nada al orbe suspendiste, y pléyades brillantes colgaste en el zafir.
Es tu dosel de estrellas, de luz es tu palacio, irradia luz de gloria tu espíritu inmortal; eres quien desplegaste el viento en el espacio, eres quien extendiste las aguas en el mar.
Tú eres, Dios divino, el Dios omnipotente; los cielos y los mundos brotaron a tu voz; un límite le puso tu voz al mar ingente, y al hombre, dios pequeño, tu soplo le animó.
Retiemblan, si te irritas, los ejes de los cielos; el rayo se estremece, el sol cubre tu faz; humillan las montañas su frente hasta los suelos; las fieras dan rugidos, solloza el huracán.
A tu voz imperiosa los astros se oscurecen, se rasga de los cielos el diáfano zafir; los mundos se desquician, los mares desaparecen, el ser vuelve a la nada, si lo mandas asi.
Tú eres luz sublime del cielo y de la tierra, eres principio eterno de sempiterna luz; eres la vida sola de cuando el orbe encierra; ante ti todo es nada, porque eres todo tú.
Los pueblos y los reyes desfilan presurosos, y tiempos sobre tiempos se hacinan a tu pie; y en nada convertidos se pierden, silenciosos, en ese mar de sombra, calado del no ser.
Eres tú sólo eterno, omniscio; impenetrable, son nube pasajera los siglos ante ti; ninguno te conoce, que tú eres impalpable, pero doquiera se oye tu nombre bendecir.
Señor, eres el Éter que Zenón adoraba, el "TODO" que Pitágoras sumiso veneró, el Ser indestructible que Platón deificaba, la Universal justicia que soñó Cicerón.
Tú eres el Jehová del pueblo de Judea, y del remoto chino tú eres de Xantí; eres el sol brillante que a Cartago recrea, eres del persa el fuego, en él adora a ti.
Eres el Dios que adoran los astros y las nubes, un himno te levantan los vientos y la mar: la flor te da su aroma, su canto los querubes, las aves te consagran su trino matinal.
Tú diste a la oropéndola su traje de colores, capullo a los gusanos, a las abejas miel, a las arañas tela y púrpura a las flores, cubil a los leones y las aguas al pez.
Del arca de Noé la brújula tú fuiste, y tu brazo detuvo el brazo de Abraham; libraste a Lot del fuego que en Sodoma encendiste, de la ballena libre salió por ti Jonás.
A Moisés de las aguas del Nilo tú salvaste, y le hiciste de un pueblo manumisor feliz; tu Código en las tablas por dárselo grabaste: tus rayos coronaron de luz el Sinaí.
Eres quien dio la ciencia infusa a los profetas que el velo del futuro lograron levantar; por ti ellos inspirados, sublimes y poetas, al orbe predijeron grandiosa una verdad.
Hiciste al Nazareno el Sabio entre los sabios, por ti brilló en su frente de redención la luz; y aunque con vil brebaje humedeció sus labios el héroe del martirio, el ángel de la Cruz,
oró por sus verdugos con santidad extrema, y en hórrido tormento morir supo cual Dios; por eso ante la Cruz, de oprobio un tiempo, humilde y de rodillas la humanidad cayó
A ti Dios de los hombres; cuya eternal historia escrita con tu sangre en el cadalso fue: sublime ajusticiado. monarca de la gloria, que fuiste de los hombres la víctima también;
a ti, raudal de soles que inmensos reverberan doquier multiplicando sus rayos mil y mil; a ti, la eterna dicha que los hombres esperan, a ti del alma eterna, eterno porvenir;
a ti, Señor, te ruego con ánima gastada, que de mi tumba oscura la puerta se abra ya; arrastro una existencia, maldita, desgraciada, mis horas son más negras que el alma de Satán
Pobre mártir, oscuro, coplero estrafalario, un cáliz de amargura también apuro yo; y, como Cristo el justo, también hallé un Calvario, y sufro aquí tormentos que nunca El conoció.
Es un presente horrible la vida que me diste, la vida tan amarga que yo no te pedí: Señor, ya no soporto la vida mustia y triste; devuélveme a la nada... o llévame hacia ti.
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Poeta
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