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Mudable como el tiempo es tu mejilla, o arde como una tarde del estío o hiela, o poco menos, si hace frío; pero ardiente o helada es maravilla.
Deja que acerque mi cansada arcilla al pétalo de amor que llamo mío, mientras corre mi brazo como un río por tu cuello, delgada torrecilla.
Calor o frío, llamarada o nieve, no me importa un instante su mudanza, que a ocultos nervios nada más se debe.
Tu corazón es nido de templanza y grave su latido al par que leve. Y si no, que lo diga mi esperanza.
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Poeta
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Dulce amor de pasillos, dulce amor de rincones, cuando ya es una bruma el aliento deshecho. Sentir sobre mi pecho la amplitud de tu pecho y como dos deditos pequeños tus pezones.
Y bajar la escalera trémulo de deseo aprovechando el último peldaño para verte. Hasta que el frío dé cuenta de mi deseo. (El frío no podrá y no sé si la muerte...)
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Poeta
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Tu nombre es terso, claro, deslumbrante, como la hoja desnuda de una espada. En el aire se aguza como el aire y en el agua se estría como el agua.
Para ser suspirado entre palmeras, al fondo del harén, a una sultana, entre un rebaño pálido de eunucos y el brillo corvo de las cimitarras.
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Poeta
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Debe el beso venir desde la hondura de una cabeza baja y atraída en la penumbra gris desvanecida mientras un viento vuele de frescura.
Boca entreabierta, elástica, madura, que en el atardecer se haga una herida. Toda ella roja de profunda vida con un signo mortal: la dentadura.
Verlo avanzar después muy lentamente como un ascua encendida o roja estrella y detenerlo, ay, súbitamente.
Contemplarlo en deliquio y miel de abella, huir la boca por rozar la frente y a ella volver para morir en ella.
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Poeta
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Como sobre una tapia se adormece una rosa yo quisiera tu grave cabecita en mi hombro, espontánea, caída, comprensiva, mimosa, sin un soplo de miedo, ni una brizna de asombro.
Y contemplarte luego a la luz de una estrella interminablemente de la frente a la boca, como contempla el agua, inclinada sobre ella, la frente taciturna y eterna de una roca.
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Poeta
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En el aro ligero de la luna canta para mí solo un ruiseñor.
A cada golpe de oro de su pico brota en el aire una constelación.
Canta el pájaro pardo dulcemente y se eriza de plumas y palor.
Cuando se pone el pecho más delgado, dice mucho más clara su canción.
Morir, acaso, es continuar un sueño de luna en luna y de sol en sol.
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Poeta
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Es menester que vengas, mi vida, con tu ausencia, se ha deshecho, y torno a ser el hombre abandonado que antaño fui, mujer, y tengo miedo.
¡Qué sabia dirección la de tus manos! ¡Qué alta luz la de tus ojos negros! Trabajar a tu lado, ¡qué alegría!; descansar a tu lado, ¡qué sosiego!
Desde que tú no estás no sé cómo andan las horas de comer y las del sueño, siempre de mal humor y fatigado, ni abro los libros ya, ni escribo versos.
Algunas estrofillas se me ocurren e indiferente, al aire las entrego. Nadie cambia mi pluma si está vieja ni pone tinta fresca en el tintero, un polvillo sutil cubre los muebles y el agua se ha podrido en los floreros.
No tienen para mí ningún encanto a no ser los marchitos del recuerdo, los amables rincones de la casa, y ni salgo al jardín, ni voy al huerto. Y eso que una violenta Primavera ha encendido las rosas en los cercos y ha puesto tantas hojas en los árboles que encontrarías el jardín pequeño.
Hay lilas de suavísimos matices y pensamientos de hondo terciopelo, pero yo paso al lado de las flores caída la cabeza sobre el pecho, que hasta las flores me parecen ásperas acostumbrado a acariciar tu cuerpo.
Me consumo de amor inútilmente en el antiguo, torneado lecho, en vano estiro mis delgados brazos, tan sólo estrujo sombras en mis dedos...
Es menester que vengas; mi vida, con tu ausencia, se ha deshecho. Ya sabes que sin ti no valgo nada, que soy como una viña por el suelo, ¡álzame dulcemente con tus manos y brillarán al sol racimos nuevos.
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Poeta
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Cuando regreso a casa no me lavo las manos si es que he estado contigo un instante no más, el aroma retengo que tú dejas en ellas como una joya vaga o una flor ideal.
Por aquí huelo a rosas y por allá a jazmines, alientos de tus ropas, auras de tu beldad, aproximo una silla y me siento a la mesa y sabe a ti y a trigo el bocado de pan.
Y todo el mundo ignora por qué huelo mis manos o las miro a menudo con tanta suavidad, o las alzo a la luna bajo las arboledas como si fueran dignas de hundirse en tu cristal.
Y así hasta media noche cuando vuelvo rendido pegado a las fachadas y me voy a acostar, entonces tengo envidia del agua que las lava y que, con tu perfume, da un suspiro y se va.
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Poeta
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Anoche había barras de luz en tu persiana y alcé hacia ti los ojos en actitud de ruego, como diciendo: Abre, señora castellana... Y me perdí en la calle, triste y oblicuo, luego.
En esa luz naufragan tus ojos lentamente, verdes como la flor más allá de la mar: tus manos, dedo a dedo, sueño a sueño tu frente. Ya es una misma cosa el rezar y el soñar.
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Poeta
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Ved en sombras el cuarto, y en el lecho desnudos, sonrosados, rozagantes, el nudo vivo de los dos amantes boca con boca y pecho contra pecho.
Se hace más apretado el nudo estrecho, bailotean los dedos delirantes, suspéndese el aliento unos instantes... y he aquí el nudo sexual deshecho.
Un desorden de sábanas y almohadas, dos pálidas cabezas despeinadas, una suelta palabra indiferente,
un poco de hambre, un poco de tristeza, un infantil deseo de pureza y un vago olor cualquiera en el ambiente.
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Poeta
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