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Aunque tuvieras, poeta, un castillo en una cumbre, un salón lleno de lumbre y un gran sillón de vaqueta; al llegar la noche quieta, sobre mi hastío de pié, me diría: bueno, ¿y qué? y componiéndome el talle me largaría a la calle, a la calle y al café.
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Poeta
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Setenta balcones hay en esta casa, setenta balcones y ninguna flor. ¿A sus habitantes, Señor, qué les pasa? ¿Odian el perfume, odian el color?
La piedra desnuda de tristeza agobia, ¡Dan una tristeza los negros balcones! ¿No hay en esta casa una niña novia? ¿No hay algún poeta bobo de ilusiones?
¿Ninguno desea ver tras los cristales una diminuta copia de jardín? ¿En la piedra blanca trepar los rosales, en los hierros negros abrirse un jazmín?
Si no aman las plantas no amarán el ave, no sabrán de música, de rimas, de amor. Nunca se oirá un beso, jamás se oirá una clave...
¡Setenta balcones y ninguna flor!
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Poeta
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Ved en sombras el cuarto, y en el lecho desnudos, sonrosados, rozagantes, el nudo vivo de los dos amantes boca con boca y pecho contra pecho.
Se hace más apretado el nudo estrecho, bailotean los dedos delirantes, suspéndese el aliento unos instantes... y he aquí el nudo sexual deshecho.
Un desorden de sábanas y almohadas, dos pálidas cabezas despeinadas, una suelta palabra indiferente,
un poco de hambre, un poco de tristeza, un infantil deseo de pureza y un vago olor cualquiera en el ambiente.
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Poeta
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—«La torre, madre, más alta es la torre de aquel pueblo, la torre de aquella iglesia hunde su cruz en el cielo.
»Dime, madre, ¿hay otra torre más alta en el mundo entero?» —«Esa torre sólo es alta, hijo mío, en tu recuerdo».
Tu brazo de siete años alcanzaba sin esfuerzo una piedra a sus campanas —«¿Te acuerdas, hijo?» —«Me acuerdo».
Pero la torre más alta del mundo, es la de aquel pueblo.
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Poeta
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Tal vez haya soñado con un beso instantáneo, dos estrellas fundidas augustamente en una. Un temblor en el cuerpo y un mareo en el cráneo y un ponerse la sangre del color de la luna.
No, jamás me has besado ni siquiera la frente, sólo has puesto los labios o los atraje yo. Continuaré soñando, Alondra, eternamente. Ni tú tienes derecho a decirme que no.
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Poeta
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Ya ves que no te suelto, que me ato a tu recuerdo rubio y vaporoso, fugitivo en la calle y silencioso, yo, que era poderío y arrebato.
Me estiro lo que puedo; dudo y trato de asir tu traje, por ser tuyo, hermoso; ceñido siempre y a la vez pomposo, tentación por aquí y allí recato.
Mírame en un café de esta plazuela en que el tránsito al sol crepita y arde y en la que todo, hasta un tranvía, vuela.
Pienso en ti, en tus ojos, en tu tarde... Y me quisiera henchir como una vela y me refugio en mi interior, cobarde.
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Poeta
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Esta que viene aquí toda vestida de un traje blanco y un negro sombrero tiene la obligación de mi sendero y las rosas y espinas de mi vida.
Porque una noche el ánima afligida, mustia de soledad, dijo: Te quiero. Hace ya mucho tiempo que te espero con una mano lánguida extendida.
Era una rara orquesta de violines, era un pasar de extraños bailarines, era un degüello de camelias rosas
bajo tus finas manos temblorosas. ¡Era que el corazón se me moría de tanto, amada, como te quería!
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Poeta
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V Poco a poco se hace la luz en tu vestido, la noche de tu traje se disuelve en la aurora. La primavera próxima te regala su flora, su ligereza el aire y el agua su latido.
LXX Profunda, ardiente, plástica, flexible, casi palpable como miel sonora, más que sobre tus ojos o tus labios, sobre tu voz, te reconstruyo toda...
VI La ciudad, que ya empieza, alondra blanca, a amarte te dibuja la cara, y más te la ilumina, con pinceles mimosos, con delicado arte como nunca lo haría la acuarela más fina.
Y te pinta de azul y de verde y de rosa según sea el aviso que surge a nuestro paso. Te desmaterializa, te torna mariposa, como ninguna aurora, como ningún ocaso.
XII Sólo con apoyar el codo en una mesa, acordarme de ti y mirar al vacío y ver brillar en él tu cabellera espesa que a veces es un lago y a veces es un río,
me lleno de palabras, me lleno de ternura, primaveral manzano en mitad del invierno. Pero hay que soñar poco y escribir con mesura que se trata de ti, es decir de lo eterno.
LV Adoro tu manera menudita y brumosa, hecha de pizcas grises y dorados reflejos, de oscurecer el sol y de velar la rosa, de mirar a los pies, y mirar a lo lejos.
Me gusta verte quieta, fundida en el paisaje, maraña de ladrillo, de sauces y de río, inmóvil en la hoja lóbrega de tu traje.... fundida en el paisaje pero al costado mío.
LXXXII El cuello se te llena, amor, de corazones si rozo tus mejillas. Como un agua palpita. Traduce dulcemente todas tus sensaciones con una precisión admirable, infinita.
Detrás está la noche y los ramos copiosos y mi brazo, y en él, tu cabeza perdida. Los ojos apacibles se tornan dolorosos y no sé si te vas o vuelves a la vida.
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Poeta
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Nunca podrás ver nada claramente: todo es zarzal, espinas y maraña. En vano gastarás toda tu maña contra el dorado pájaro latente.
Errado el tiro, vuelves bruscamente el arma hacia otro lado, mas te engaña la jugada de sol que el árbol baña. Te vuelves loco y lloras tristemente.
Todo del tonel sale de la vida tosco, deforme y dando tropezones. Dejas pasar los años y su herida,
y cuando quieras darte explicaciones ni te sirvió la espuela ni la brida: un pétalo fue más que tus razones.
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Poeta
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Me borré el doctor hace mucho tiempo.
Borré la inicial de mi nombre feo.
No quiero ser nada ni malo ni bueno.
Un pájaro pardo perdido en el viento.
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Poeta
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