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Ella estaba desnuda, y, sabiendo mis gustos, Sólo había conservado las sonoras alhajas Cuyas preseas le otorgan el aire vencedor Que las esclavas moras tienen en días fastos.
Cuando en el aire lanza su sonido burlón Ese mundo radiante de pedrería y metal Me sumerge en el éxtasis; yo amo con frenesí Las Cosas en que se une el sonido a la luz.
Ella estaba tendida y se dejaba amar, Sonriendo de dicha desde el alto diván A mi pasión profunda y lenta como el mar Que ascendía hasta ella como hacia su cantil.
Fijos en mí sus ojos, como en tigre amansado, Con aire soñador ensayaba posturas Y el candor añadido a la lubricidad Nueva gracia agregaba a sus metamorfosis;
Y sus brazos y piernas, sus muslos y sus flancos Pulidos como el óleo, como el cisne ondulantes, Pasaban por mis ojos lúcidos y serenos; Y su vientre y sus senos, racimos de mi viña,
Avanzaban tan cálidos como Ángeles del mal Para turbar la paz en que mi alma estaba Y para separarla del peñón de cristal Donde se había instalado solitaria y tranquila.
Y creí ver unidos en un nuevo diseño -Tanto hacía su talle resaltar a la pelvis- Las caderas de Antíope al busto de un efebo, ¡Soberbio era el afeite sobre su oscura tez!
-Y habiéndose la lámpara resignado a morir Como tan sólo el fuego iluminaba el cuarto, Cada vez que exhalaba un destello flamígero Inundaba de sangre su piel color del ámbar.
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Poeta
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Contempla ese tesoro de gracias florentinas; En la forma ondulante del musculoso cuerpo, Son hermanas divinas la Elegancia y la Fuerza. Esta mujer, fragmento en verdad milagroso, Noblemente robusta, divinamente esbelta, Nació para reinar en lechos suntuosos Y entretener los ocios de un príncipe o de un papa.
-Observa esa sonrisa voluptuosa y fina Donde la Fatuidad sus éxtasis pasea, Esos taimados ojos lánguidos y burlones, El velo que realza esa faz delicada Cuyos rasgos nos dicen con aire triunfador: «¡El Deleite me nombra y el Amor me corona!» A un ser que está dotado de tanta majestad, ¡Qué encanto estimulante le da la gentileza! Acerquémonos trémulos de su belleza en torno.
¡Oh blasfemia del arte! ¡Oh sorpresa brutal! La divina mujer, que prometía la dicha ¡Concluye en las alturas en un monstruo bicéfalo
¡Mas no! Máscara es sólo, mentido decorado, Ese rostro que luce un mohín exquisito, Y, contémplalo cerca: atrozmente crispados, La auténtica cabeza, el rostro más real, Se ocultan al amparo de la cara que miente.
¡Oh mi pobre belleza! El río esplendoroso De tu llanto se abisma en mi hondo corazón. Me embriaga tu mentira y se abreva mi alma En la ola que en tus ojos el Dolor precipita.
-Mas, ¿por qué llora? En esa belleza inigualable Que tendría a sus pies todo el género humano, ¿Qué misterioso mal roe su flanco de atleta?
-¡Insensata, solloza sólo porque ha vivido! ¡Y porque vive! Pero lo que lamenta más, Lo que hasta las rodillas la hace estremecer Es que mañana, ¡ay!, continuará viviendo, ¡Mañana, al otro día, siempre! ¡Igual que nosotros!
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Poeta
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Para alzar un peso tan grande ¡Tu coraje haría falta, Sísifo! Aun empeñándose en la obra El Arte es largo y breve el Tiempo.
Lejos de célebres túmulos En un camposanto aislado Mi corazón, tambor velado, Va redoblando marchas fúnebres.
-Mucha gema duerme oculta En las tinieblas y el olvido, Ajena a picos ya sondas.
-Mucha flor con pesar exhala Como un secreto su grato aroma En las profundas soledades.
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Poeta
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Mi juventud no fue sino un gran temporal Atravesado, a rachas, por soles cegadores; Hicieron tal destrozo los vientos y aguaceros Que apenas, en mi huerto, queda un fruto en sazón.
He alcanzado el otoño total del pensamiento, y es necesario ahora usar pala y rastrillo Para poner a flote las anegadas tierras Donde se abrieron huecos, inmensos como tumbas.
¿Quién sabe si los nuevos brotes en los que sueño, Hallarán en mi suelo, yermo como una playa, El místico alimento que les daría vigor?
-¡Oh dolor! ¡Oh dolor! Devora vida el Tiempo, Y el oscuro enemigo que nos roe el corazón, Crece y se fortifica con nuestra propia sangre.
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Poeta
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Tú que amas los palacios, oh musa de mi vida, ¿Tendrás, cuando el Bóreas², sea el dueño de Enero, Mientras cae la nieve en tediosas veladas, Para caldear tus pies violáceos, un tizón?
¿Reanimarás acaso tus espaldas marmóreas En los nocturnos rayos que filtran los postigos? ¿Socorrerás tu bolsa y tu garganta exangües Con el oro que esplende en la bóveda azul?
Debes, para ganar tu pan de cada noche, Agitar como niño de coro el incensario Y salmodiar Te Deums en los que apenas crees, Reiterando tus gracias, como hambriento payaso Y tu risa velada por lágrimas secretas, Para ver cómo estalla la vulgar carcajada.
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Poeta
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Mi Pobre musa, !ay! ¿qué tienes este día? Pueblan tus vacuos ojos las visiones nocturnas Y alternándose veo reflejarse en tu tez La locura y el pánico, fríos y taciturnos.
¿El súcubo verdoso y el rosado diablillo El miedo te han vertido, y el amor, de sus urnas? ¿Con su puño te hundieron las foscas pesadillas En el fondo de algún fabuloso Minturno?
Quisiera que, exhalando un saludable olor, Tu seno de ideas fuertes se viese frecuentado Y tu cristiana sangre fluyese en olas rítmicas,
Como los sones múltiples de las sílabas viejas Donde, reinan Por turno Febo, padre del canto, Y el gran Pan, cuyo imperio se extiende por las mieses.
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Poeta
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Me gusta recordar esas desnudas épocas En que placía a Febo las estatuas dorar , En tanto hombre y mujer, en su esplendor más alto, Sin angustia gozaban y sin mentira alguna, Y, el amoroso cielo envolviendo sus cuerpos, La salud de su noble máquina ejercitaban.
Mostrábase Cibeles fértil y generosa, No hallando que sus hijos fuesen gravosa carga; Antes bien, loba henchida de ternezas comunes, Nutría al universo con sus oscuras ubres. Elegante y robusto, el hombre se preciaba Entre bellezas múltiples que por rey le acataban. Frutos aún no ultrajados y carentes de grietas, ¡Cuya bruñida pulpa incitaba al mordisco! Hoy el Poeta, cuando pretende imaginar Tal nativa grandeza y acude a los lugares En que hombres y mujeres sin velos aparecen, Siente envuelto su espíritu en tenebroso frío, Ante ese negro cuadro que rebosa de espanto. ¡Oh monstruosidades llorando sus vestidos! ¡Oh ridículos torsos que son propios de máscaras! Pobres cuerpos torcidos, fláccidos o ventrudos, Que el Señor de lo útil, sereno e implacable, Envolvió desde niños en pañales de bronce. Y vosotras, mujeres, pálidas como cirios, En quienes la lujuria se ceba, y esas vírgenes Arrastrando la herencia de los maternos vicios ¡Y todos los horrores de la fecundidad!
Tenemos, ello es cierto, naciones corrompidas, A los antiguos pueblos de ignorado esplendor: Los rostros devorados por las llagas cordiales Y algo que llamaríamos desmayadas bellezas; Más esas invenciones de las musas tardías, Jamás impedirán a las razas decrépitas Rendir a las más jóvenes un profundo homenaje, -A la juventud santa de simple y dulce frente, De mirar claro y limpio como agua saltarina, Y que marcha, inconsciente, por doquier esparciendo, como el azul del cielo, las flores y los pájaros, Sus perfumes, sus cánticos y sus suaves calores.
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Poeta
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Se encontraba mi cuna junto a la biblioteca, Babel sombría, donde novela, ciencia, fábula, Todo, ya polvo griego, ya ceniza latina Se confundía. Yo era alto como un infolio. Y dos voces me hablaban. Una, insidiosa y firme: «La Tierra es un pastel colmado de dulzura; Yo puedo (¡y tu placer jamás tendrá ya término!) Forjarte un apetito de una grandeza igual.» Y la otra: «¡Ven! ¡Oh ven! a viajar por los sueños, lejos de lo posible y de lo conocido.» Y ésta cantaba como el viento en las arenas, Fantasma no se sabe de que parte surgido Que acaricia el oído a la vez que lo espanta. Yo te respondí: «¡Sí! ¡Dulce voz!» Desde entonces Data lo que se puede denominar mi llaga Y mi fatalidad. Detrás de los paneles De la existencia inmensa, en el más negro abismo, Veo, distintamente, los más extraños mundos Y, víctima extasiada de mi clarividencia, Arrastro en pos serpientes que mis talones muerden.
Y tras ese momento, igual que los profetas, Con inmensa ternura amo el mar y el desierto; Y sonrío en los duelos y en las fiestas sollozo Y encuentro un gusto grato al más ácido vino; Y los hechos, a veces, se me antojan patrañas Y por mirar al cielo caigo en pozos profundos. Más la voz me consuela, diciendo: «Son más bellos los sueños de los locos que los del hombre sabio».
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Poeta
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Por encima de estanques, por encima de valles, De montañas y bosques, de mares y de nubes, Más allá de los soles, más allá de los éteres, Más allá del confín de estrelladas esferas,
Te desplazas, mi espíritu, con toda agilidad Y como un nadador que se extasía en las olas, Alegremente surcas la inmensidad profunda Con voluptuosidad indecible y viril.
Escápate muy lejos de estos mórbidos miasmas, Sube a purificarte al aire superior Y apura, como un noble y divino licor, La luz clara que inunda los límpidos espacios.
Detrás de los hastíos y los hondos pesares Que abruman con su peso la neblinosa vida, ¡Feliz aquel que puede con brioso aleteo Lanzarse hacia los campos luminosos y calmos!
Aquel cuyas ideas, cual si fueran alondras, Levantan hacia el cielo matutino su vuelo -¡Que planea sobre todo, y sabe sin esfuerzo, La lengua de las flores y de las cosas mudas!
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Poeta
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Por distraerse, a veces, suelen los marineros Dar caza a los albatros, grandes aves del mar, Que siguen, indolentes compañeros de viaje, Al navío surcando los amargos abismos.
Apenas los arrojan sobre las tablas húmedas, Estos reyes celestes, torpes y avergonzados, Dejan penosamente arrastrando las alas, Sus grandes alas blancas semejantes a remos.
Este alado viajero, ¡qué inútil y qué débil! Él, otrora tan bello, ¡qué feo y qué grotesco! ¡Éste quema su pico, sádico, con la pipa, Aquél, mima cojeando al planeador inválido!
El Poeta es igual a este señor del nublo, Que habita la tormenta y ríe del ballestero. Exiliado en la tierra, sufriendo el griterío, Sus alas de gigante le impiden caminar.
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Poeta
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