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La mujer, entre tanto, de su boca de fresa Retorciéndose como una sierpe entre brasas Y amasando sus senos sobre el duro corsé, Decía estas palabras impregnadas de almizcle: «Son húmedos mis labios y la ciencia conozco De perder en el fondo de un lecho la conciencia, Seco todas las lágrimas en mis senos triunfales. Y hago reír a los viejos con infantiles risas. Para quien me contempla desvelada y desnuda Reemplazo al sol, la luna, al cielo y las estrellas. Yo soy, mi caro sabio, tan docta en los deleites, Cuando sofoco a un hombre en mis brazos temidos O cuando a los mordiscos abandono mi busto, Tímida y libertina y frágil y robusta, Que en esos cobertores que de emoción se rinden, Impotentes los ángeles se perdieran por mí.»
Cuando hubo succionado de mis huesos la médula y muy lánguidamente me volvía hacia ella A fin de devolverle un beso, sólo vi Rebosante de pus, un odre pegajoso. Yo cerré los dos ojos con helado terror y cuando quise abrirlos a aquella claridad, A mi lado, en lugar del fuerte maniquí Que parecía haber hecho provisión de mi sangre, En confusión chocaban pedazos de esqueleto De los cuales se alzaban chirridos de veleta O de cartel, al cabo de un vástago de hierro, Que balancea el viento en las noches de invierno.
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Poeta
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En cenicientas tierras, sin verdor, calcinadas, Como yo me quejase a la Naturaleza, Y el puñal de mi mente, caminando al azar, Fuese afilando lento sobre mi corazón, Una gran nube oscura, de un temporal surgida, Que albergaba una tropa de viciosos demonios, Semejantes a enanos furiosos y crueles. Se volvieron entonces fríamente a mirarme, Y, como viandantes que se asombran de un loco, Los escuché entre sí reír y cuchichear Intercambiando señas y guiños expresivos:
-«Contemplemos a gusto a esta caricatura, A esta sombra de Hamlet que su postura imita, Los cabellos al viento, la indecisa mirada. ¿No es en verdad penoso ver a tal vividor, A este pillo, a este vago, a este histrión perezoso, Que, porque representa con arte su papel, Pretende interesar, cantando sus pesares, Al águila y al grillo, al arroyo y las flores, E inclusive a nosotros, autores de esas rúbricas, A voces nos recita sus públicas tiradas?»
Hubiera yo podido (alto como los montes Es mi orgullo y domina a diablos y nublados) Apartar simplemente mi soberana testa, Si no hubiera atisbado entre la sucia tropa, ¡Y este crimen no hizo tambalearse al sol! A la reina de mi alma de mirada sin par, Que con ellos reía de mi sombría aflicción, Haciéndoles, de paso, una obscena caricia.
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Poeta
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Es una mujer bella y de espléndido porte, Que en el vino arrastrar deja su cabellera. Las garras del amor, los venenos del antro, Resbalan sin calar en su piel de granito. Se chancea de la muerte y del Libertinaje: Los monstruos, cuya mano desgarradora y áspera, Ha respetado siempre, en sus juegos fatales, La ruda majestad de ese cuerpo arrogante. Camina como diosa, posa como sultana; Una fe mahometana deposita en el goce y con abiertos brazos que los senos resaltan, Con la mirada invita a la raza mortal. Cree o, mejor aún, sabe, esta infecunda virgen, Necesaria, no obstante, en la marcha del mundo, Que la hermosura física es un sublime don Que de toda ignominia sabe obtener clemencia. Tanto como el Infierno, el Purgatorio ignora, Y cuando llegue la hora de internarse en la Noche, Contemplará de frente el rostro de la Muerte, Como un recién nacido -sin odio ni pesar.
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Poeta
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Libertinaje y Muerte, son dos buenas muchachas, Pródigas de sus besos y ricas en salud Cuyo virginal flanco, que los harapos cubren, Bajo la eterna siembra jamás fructificó.
Al poeta siniestro, tara de las familias, Valido del infierno, cortesano sin paga, Entre sus recovecos, muestran tumba y burdel, Un lecho que jamás la inquietud frecuentó
Y la caja y la alcoba, en fecundas blasfemias, Por turno nos ofrecen, como buenas hermanas, Placeres espantosos y dulzuras horrendas.
Licencia inmunda ¿cuándo por fin me enterrarás? ¿Cuándo llegarás, Muerte, su émula fascinante, A injertar tus cipreses en sus mirtos infectos?
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Poeta
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Como bestias inmóviles tumbadas en la arena, Vuelven sus ojos hacia el marino horizonte, Y sus pies que se buscan y sus manos unidas, Tienen desmayos dulces y temblores amargos.
Las unas, corazones que aman las confidencias En el fondo del bosque donde el arroyo canta, Deletrean el amor de su pubertad tímida Y marcan en el tronco a los árboles tiernos;
Las otras, como hermanas, andan graves y lentas, A través de las peñas llenas de apariciones, Donde vio san Antonio surgir como la lava Aquellas tentaciones con los senos desnudos;
Y las hay, que a la luz de goteantes resinas, En el hueco ya mudo de los antros paganos, Te llaman en auxilio de su aulladora fiebre. ¡Oh Baco, que adormeces todas las inquietudes!
Y otras, cuyas gargantas lucen escapularios, Que, un látigo ocultando bajo sus largas ropas, Mezclan en las umbrías y solitarias noches, La espuma del placer al llanto del suplicio.
Oh vírgenes, oh monstruos, oh demonios, oh mártires, De toda realidad desdeñosos espíritus, Ansiosas de infinito, devotas, satiresas, Ya crispadas de gritos, ya deshechas en llanto.
Vosotras, a quien mi alma persiguió en tal infierno, ¡Hermanas mías!, os amo y os tengo compasión, Por vuestras penas sordas, vuestra insaciable sed y las urnas de amor que vuestro pecho encierra.
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Poeta
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No dejes morir tus llamas; Caldea mi sordo corazón, ¡Voluptuosidad, cruel tormento! Diva! supplicem exaudî!
Diosa en el aire difundida, Llama de nuestro subterráneo, Escucha a un alma consumida Que alza hacia ti su férreo canto,
¡Voluptuosidad, sé mi reina! Toma máscara de sirena Hecha de carne y de brocado,
O viérteme tus hondos sueños En el licor informe y místico, ¡Voluptuosidad, fantasma elástico!
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Poeta
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A mi lado sin tregua el Demonio se agita; En torno de mi flota como un aire impalpable; Lo trago y noto cómo abrasa mis pulmones De un deseo llenándolos culpable e infinito.
Toma, a veces, pues sabe de mi amor por el Arte, De la más seductora mujer las apariencias, y acudiendo a especiosos pretextos de adulón Mis labios acostumbra a filtros depravados.
Lejos de la mirada de Dios así me lleva, Jadeante y deshecho por la fatiga, al centro De las hondas y solas planicies del Hastío,
Y arroja ante mis ojos, de confusión repletos, Vestiduras manchadas y entreabiertas heridas, ¡Y el sangriento aparato que en la Destrucción vive!
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Poeta
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¡Hoy el espacio es fabuloso! Sin freno, espuelas o brida, Partamos a lomos del vino ¡A un cielo divino y mágico!
Cual dos torturados ángeles Por calentura implacable, En el cristal matutino Sigamos el espejismo.
Meciéndonos sobre el ala De la inteligente tromba En un delirio común,
Hermana, que nadas próxima, Huiremos sin descanso Al paraíso de mis sueños.
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Poeta
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La singular mirada de una mujer galante Que llega hasta nosotros como la blanca luz Que enviara la luna al lago tembloroso Cuando quiere bañar su indolente belleza;
Los últimos escudos que tiene un jugador; Un beso lujurioso de la flaca Adelina; Los ecos de una música cálida y enervante Como el grito lejano del humano sufrir,
No vale todo ello, oh botella profunda, El penetrante bálsamo que tu fecundo vientre Ofrece al corazón del poeta abrumado;
Tú le dispensas vida, juventud y esperanza -Y orgullo, esa defensa frente a toda miseria Que nos vuelve triunfales y a dioses semejantes.
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Poeta
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Cantó una noche el alma del vino en las botellas: «¡Hombre, elevo hacia ti, caro desesperado, Desde mi vítrea cárcel y mis lacres bermejos, Un cántico fraterno y colmado de luz!»
Sé cómo es necesario, en la ardiente colina, Penar y sudar bajo un sol abrasador, Para engendrar mi vida y para darme el alma; Mas no seré contigo ingrato o criminal.
Disfruto de un placer inmenso cuando caigo En la boca del hombre al que agota el trabajo, y su cálido pecho es dulce sepultura Que me complace más que mis frescas bodegas.
¿Escuchas resonar los cantos del domingo y gorjear la esperanza de mi jadeante seno? De codos en la mesa y con desnudos brazos Cantarás mis loores y feliz te hallarás;
Encenderé los ojos de tu mujer dichosa; Devolveré a tu hijo su fuerza y sus colores, Siendo para ese frágil atleta de la vida, El aceite que pule del luchador los músculos.
Y he de caer en ti, vegetal ambrosía, Raro grano que arroja el sembrador eterno, Porque de nuestro amor nazca la poesía Que hacia Dios se alzará como una rara flor!»
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Poeta
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