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Qué hermoso el sol parece cuando fresco se eleva, Dando los buenos días como en una explosión -Feliz aquel que puede, por el amor transido, Saludar al poniente, más glorioso que un sueño.
¡Lo recuerdo!... Yo he visto todo, flor, surco, fuente, Caer bajo su mirada como un corazón vivo... -Pronto, pronto, ya es tarde, vamos al horizonte Para atrapar al menos algún oblicuo rayo.
Pero persigo en vano al Dios que se retira; La irresistible Noche establece su imperio, Negro, húmedo, funesto, roto de escalofríos;
Un olor a sepulcro en las tinieblas boga, Y mi pie temeroso roza, junto al pantano, Sapos inesperados y babosas heladas.
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Poeta
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De la Diosa empuñasteis la espesa cabellera, Con vigor tal, que todos os hubieran tomado, Al ver ese aire altivo y ese hermoso abandono Por un joven rufián que golpease a su amante.
La mirada incendiada por un fuego precoz, Vuestro orgullo de artífice sin pudor exhibisteis, En esas construcciones, cuya audacia correcta, Anticipa los frutos de vuestra madurez.
Poeta, nuestra sangre por cada poro escapa. ¿Tal vez por un azar, la veste del Centauro, Que cada vena en fúnebre arroyo transformó,
Fue tres veces teñida en las sutiles lavas, De aquellos monstruosos reptiles vengativos, Que Hércules en su cuna un día estrangulara?
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Poeta
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En su celda, el poeta, harapiento y enfermo, Teniendo un manuscrito bajo su pie convulso, Contempla con mirada inundada de pánico La escalera de vértigo donde su alma se abisma.
Las risas enervantes que pueblan la prisión, Arrastran su razón a lo absurdo y lo extraño; La Duda lo rodea y el ridículo Miedo, Odioso y multiforme, circula en torno de él.
Este genio encerrado en un antro malsano, Esas muecas y gritos, espectros cuyo enjambre Amotinado gira detrás de sus oídos,
El soñador a quien el horror despertara, Tal es tu emblema, Alma de tenebrosos sueños, Que ahoga la Realidad entre sus cuatro muros.
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Poeta
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El banco inextricable y duro, El arduo pasadizo, el voraz maëlstrom, Menos arena arrastran y menos broza impura
Que nuestros corazones, donde se mira el cielo; Son como promontorios en el aire sereno, Donde el faro destella, centinela benéfico, Pero abajo minados por corrosivas lapas;
Podríamos compararlos todavía al albergue, Del hambriento esperanza, donde golpean de noche, Jurando, heridos, rotos, solicitando asilo, Prelados y estudiantes, rameras y soldados.
Nunca regresaran a las sucias alcobas; Guerra, ciencia y amor, nada nos necesita. El atrio estaba helado, infectos vino y lecho; ¡Hay que servir de hinojos a visitantes tales!
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Poeta
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Tranquilo como un sabio, manso como un maldito, dije: Te amo, oh mi beldad, oh encantadora mía... Cuántas veces... Tus orgías sin sed, tus amores sin alma, Tu gusto de infinito Que en todo, hasta en el mal, se proclama,
Tus bombas, tus puñales, tus victorias, tus fiestas, Tus barrios melancólicos, Tus suntuosos hoteles, Tus jardines colmados de intrigas y suspiros, Tus templos vomitando musicales plegarias, Tus pueriles rabietas, tus juegos de vieja loca, Tus desalientos;
Tus fuegos de artificio, erupciones de gozo, Que hacen reír al cielo, tenebroso y callado.
Tu venerable vicio, que en la seda se ostenta, Y tu virtud risible, de mirada infeliz Y dulce, extasiándose en el lujo que muestra...
Tus principios salvados, tus vulnerables leyes, Tus altos monumentos donde la bruma pende, Tus torres de metal que el sol hace brillar, Tus reinas de teatro de encantadoras voces, Tus toques de rebato, tu cañón que ensordece, Tus empedrados mágicos que alzan las fortalezas,
Tus parvos oradores de barrocas maneras, Predicando el amor, y tus alcantarillas, pletóricas de sangre, En el Infierno hundiéndose como los Orinocos. Tus bufones, tus ángeles, nuevos en su oropel. Ángeles revestidos de oro, jacinto y púrpura, Sed testigos, vosotros, que cumplí mi deber Como un perfecto químico, como un alma devota.
Porque de cada cosa la quintaesencia extraje, Tú me diste tu barro y en oro lo troqué.
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Poeta
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Lector apacible y bucólico, Ingenuo y sobrio hombre de bien, Tira este libro saturniano, Melancólico y orgiástico.
Si no cursaste tu retórica Con Satán, el decano astuto, ¡Tíralo! nada entenderás O me juzgarás histérico.
Mas si de hechizos a salvo, Tu mirar tienta el abismo, Léeme y sabrás amarme;
Alma curiosa que padeces Y en pos vas de tu paraíso, ¡Compadéceme!... ¡O te maldigo!
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Poeta
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Conoces, tal mi caso, ese dolor sabroso, Y de ti haces que digan: «¡Qué ser tan singular!» -Iba a morir. Y había en mi alma amorosa, Deseo mezclado a horror, un raro sufrimiento;
Angustia y esperanza, sin humor encontrado. Mientras más se vaciaba la arena ineluctable, Más deliciosa y áspera resultó mi tortura; Se desgajaba mi alma del mundo familiar.
Y era como ese niño, ávido de espectáculos, Que odia el telón igual que se odia una barrera. Hasta que, al fin, la fría verdad se desveló:
Sin sentirlo, había muerto, y la terrible aurora Me circundaba. -¡Cómo! ¿No es más que esto, al fin? El telón se había alzado y yo aguardaba aún.
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Poeta
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Bajo una pálida luz Corre, danza y se retuerce La Vida, impura y gritona. Tan pronto como a los cielos
La gozosa noche asciende Y todo, hasta el hambre calma, Ocultando la vergüenza Se dice el Poeta: «¡Al fin!
Mis vértebras, como mi alma, Codician dulce reposo; De fúnebres sueños lleno
La espalda reclinaré Y rodaré entre tus velos, ¡Oh refrescante tiniebla!»
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Poeta
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¿Cuánto mis cascabeles tendré que sacudir Y besarte la frente, triste caricatura? Para dar en el blanco, de mística virtud, Mi carcaj, ¿cuántas flechas habrá de malgastar?
En fintas sutilísimas nuestra alma gastaremos, Y más de un bastidor hemos de destruir, Antes de contemplar la acabada Criatura Cuyo infernal deseo nos colma de sollozos.
Hay algunos que nunca conocieron a su ídolo, Escultores malditos que el oprobio marcó, Que se golpean con saña en el pecho y la frente,
Sin más que una esperanza, !Capitolio sombrío! Que la Muerte, cerniéndose como sol renovado, Logrará, al fin, que estallen las flores de su mente.
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Poeta
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Poseeremos lechos colmados de aromas Y, como sepulcros, divanes hondísimos E insólitas flores sobre las consolas Que estallaron, nuestras, en cielos más cálidos.
Avivando al límite postreros ardores Serán dos antorchas ambos corazones Que, indistintas luces, se reflejarán En nuestras dos almas, un día gemelas.
Y, en fin, una tarde rosa y azul místico, Intercambiaremos un solo relámpago Igual a un sollozo grávido de adioses.
Y más tarde, un Ángel, entreabriendo puertas Vendrá a reanimar, fiel y jubiloso, Los turbios espejos y las muertas llamas.
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Poeta
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