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Los cuervos negros sufren hambre de carne rosa; En engañosa luna mi escultura reflejo, Ellos rompen sus picos, martillando el espejo, Y al alejarme irónica, intocada y gloriosa, Los cuervos negros vuelan hartos de carne rosa.
Amor de burla y frío Mármol que el tedio barnizó de fuego O lirio que el rubor vistió de rosa, Siempre lo dé, Dios mío...
O rosario fecundo, Collar vivo que encierra La garganta del mundo.
Cadena de la tierra Constelación caída.
O rosario imantado de serpientes, Glisa hasta el fin entre mis dedos sabios, Que en tu sonrisa de cincuenta dientes Con un gran beso se prendió mi vida: Una rosa de labios.
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Poeta
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Lejos como en la muerte Siento arder una vida vuelta siempre hacia mí, Fuego lento hecho de ojos insomnes, más que fuerte Si de su allá insondable dora todo mi aquí. Sobre tierras y mares su horizonte es mi ceño, Como un cisne sonámbulo duerme sobre mi sueño Y es su paso velado de distancia y reproche El seguimiento dulce de los perros sin dueño Que han roído ya el hambre, la tristeza y la noche Y arrastran su cadena de misterio y ensueño.
Amor de luz, un río Que es el camino de cristal del Bien. ¡Tú me lo des, Dios mío!
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Poeta
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Los lechos negros logran la más fuerte Rosa de amor; arraigan en la muerte. Grandes lechos tendidos de tristeza, Tallados a puñal y doselados De insomnio; las abiertas Cortinas dicen cabelleras muertas; Buenas como cabezas Hermanas son las hondas almohadas: Plintos del Sueño y del Misterio gradas.
Si así en un lecho como flor de muerte, Damos llorando, como un fruto fuerte Maduro de pasión, en carnes y almas, Serán especies desoladas, bellas, Que besen el perfil de las estrellas Pisando los cabellos de las palmas!
-Gloria al amor sombrío, Como la Muerte pudre y ennoblece ¡Tú me lo des, Dios mío!
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Poeta
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Yo, la estatua de mármol con cabeza de fuego, Apagando mis sienes en frío y blanco ruego... Engarzad en un gesto de palmera o de astro Vuestro cuerpo, esa hipnótica alhaja de alabastro Tallada a besos puros y bruñida en la edad; Sereno, tal habiendo la luna por coraza; Blanco, más que si fuerais la espuma de la Raza, Y desde el tabernáculo de vuestra castidad, Nevad a mí los lises hondos de vuestra alma; Mi sombra besará vuestro manto de calma, Que creciendo, creciendo me envolverá con Vos; Luego será mi carne en la vuestra perdida... Luego será mi alma en la vuestra diluida... Luego será la gloria... y seremos un dios!
-Amor de blanco y frío, Amor de estatuas, lirios, astros, dioses... ¡Tú me los des, Dios mío!
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Poeta
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(Al Excelso escritor uruguayo Manuel Medina Betancort)
Entre el raso y los encajes de la alcoba parisina La enfermiza japonesa, la nostálgica ambarina, Se revuelve en las espumas de su lecho de marfil; El incendio de la fiebre ha pintado en sus mejillas -Sus mejillas japonesas como rosas amarillas- Sangraciones de claveles, centelleos de rubí.
Vibra en llamas del delirio la muñeca principesca, Se estremecen los marfiles de su faz miniaturesca, Su pupila enloquecida lanza chorros de fulgor; Burbujeantes las palabras efervescen locamente Con hervores de champaña de su boca balbuciente, De su boca de topacio, moribunda, sin frescor.
Sueña ahora de su infancia: blancas, leves las visiones Van pasando juguetonas en alígeras legiones, Con sus vestes de albas gasas, con sus nimbos de claror; Nievan lirios, perlas, rosas, rosas blancas como espumas, Avecillas eucarísticas, suaves copas de albas plumas, Son las aves del recuerdo, van diciendo su canción.
Cruza ahora misteriosa, inefable, aristocrática Una pálida figura de expresión honda, enigmática, Perezosos movimientos, fatigoso, lento andar; En sus ojos tristes, suaves, hay miradas que sollozan, Hay reproches hondos, dulces, que acarician, que destrozan, Con la blanda inconsistencia del enojo maternal.
Extinguióse ya la fiebre, la enfermita no delira, Centellea en sus pupilas el sol rojo de la ira Y sus brazos se retuercen como sierpes de marfil; Brota un nombre de sus labios entre espuma y maldiciones, Su nacáreo cuerpecito se revuelca en convulsiones, Tremular de lirio enfermo, sacudidas de jazmín.
Es que vibra en su cerebro con malditas resonancias El recuerdo del lord rubio de imperiales arrogancias, El altivo millonario de los ojos de zafir, El que en redes misteriosas de promesas quebradizas, Apresó el pájaro blanco de su almita asustadiza Arrancándola a sus padres, sus ensueños, su país.
Y en la cárcel principesca de la alcoba parisina La olvidada japonesa, la nostálgica ambarina Desfallece sofocada por agónico estertor, ¡Oh, mimosa susceptible, por un soplo deslucida! Devolviérale la gracia, devolviérale la vida Una gota de cariño, un efluvio de su sol!
En sus ojos, hondos cauces, hay un algo extraño, helado, Reflectores de la muerte, ésta en ellos se ha mirado Y es su imagen la que flota en su fondo de carey, Pero... súbito se animan, arde en ellos la alegría, Alegría de muriente con vislumbres de sombría, La enfermita vibra toda su figura de poupée;
Sus deditos finos, pálidos, como niños macilentos, Han tomado, y ahora oprimen con nerviosos movimientos Un marchito crisantemo; blanco hermano del Japón! Él también sufre nostalgias, hondas, diáfanas, impías Abejillas de oro y ópalo que se clavan lentas, frías, En el glóbulo de aromas de su raro corazón.
La enfermita las comprende, las nostalgias amarillas Del pequeño moribundo, y le acerca a sus mejillas Y a sus labios en arranques de cariño fraternal, Es su hermano, sí, es su hermano ese copo de albo lino, Como ella agonizante, como ella nacarino, Como ella desmayando en lujosa soledad.
Duerme, duerme la enfermita entre cirios de oro escuálidos Hay un muerto crisantemo en sus dedos finos, pálidos, Su cajita funeraria es estuche de blancor.
En lo alto: al regio alcázar del Eterno, del Clemente, Entre angélicos festejos, leve, diáfana, sonriente, Llega el alma de una niña, trae el alma de una flor!
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Poeta
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Blandos preludios, Nievan orquídeas opalinas, pálidas; Lánguidos lirios soñolientos riman
Estrofas perfumadas. Hay roces blancos, leves, Hay notas leves, blancas...
Viene... es ella, es mi musa, La suave niña de los ojos de ámbar; Es mi musa enfermiza: la ojerosa, La más honda y precoz, la musa extraña!
Es pálida, muy pálida, en sus ojos Bate el Enigma sus pesadas alas; En las cadencias de su blanda marcha Los misterios desmayan... Es la musa enfermiza, la ojerosa, La más honda y precoz, la musa extraña!
Viene... no trae lira La suave niña de los ojos de ámbar... Ella canta sin lira, Mi dulce musa extraña! Sus lánguidos arpegios, Sus vibraciones de pasión, arranca, Con angustias que crispan, ¡A las fibras sensibles de su alma!
¡Ven, canta, canta! ¡Oh, mi musa enfermiza! ¡Oh, mi musa precoz, mi musa extraña!
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Poeta
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Hay un tétrico fantasma que en el cáliz de mi vida Va vertiendo amargas gotas de una esencia maldecida Que me enerva y envenena, que consume mi razón; Y si un grito suplicante, si una tímida protesta Brotan hondos, desgarrantes de mi alma dolorida, El maléfico fantasma impasible me contesta Con sarcástica sonrisa que me hiela el corazón.
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Poeta
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Vino: dos alas sombrías Vibraron sobre mi frente, Sentí una mano inclemente Oprimir las sienes mías.
Sentí dos abejas frías Clavarse en mi boca ardiente; Sentí el mirar persistente De dos órbitas vacías.
Llegó esa mirada ansiosa A mi corazón deshecho, Huyó de mí presurosa Para no volver, la calma, Y allá en el fondo del pecho Sentí morirse mi alma!
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Poeta
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Célicas legiones de hadas vaporosas En vaivén gracioso van y van pasando; Son las ilusiones tenues, sonrosadas, Son los sueños níveos, impalpables, diáfanos. Llegan a mi oído y al pasar se inclinan. Himnos de esperanza quedo susurrando;
Son las ilusiones, Los ensueños blancos, Que entre frescas rosas y espumosos lirios En bajel dorado, Suaves nos deslizan A través del mundo, ¡piélago encrespado! Arrojando flores Sobre los escollos que encuentran al paso!
Son las ilusiones Los ensueños blancos, Son los compañeros, Los amigos dulces de los pocos años.
Son las ilusiones Los ensueños blancos.
Los celestes bandos de hadas vaporosas En vaivén gracioso van y van pasando, Himnos de esperanza Quedo susurrando, Son las ilusiones, Los ensueños blancos.
Pero, ¡cosa extraña! Mis risueñas hadas Las pupilas ígneas abren con espanto. Aterrados huyen Los alegres bandos... Siento frío... tiemblo... Junto a mí se yergue Un fantasma raro, De pupilas negras, insondables, duras, De ambarino cutis y terrosos labios. Cúbrelo un espeso, Renegrido manto. Todo en él es frío, ¡hasta de sus ojos El fulgor extraño! Fuego incomprensible, que cegando hiela; Fuego inexplicable, que deslumbra enfriando; Viene a mí, se inclina; sus pupilas negras Sobre mí ha fijado, Mi aterido cuerpo Tiembla y se contrae en terrible espasmo. El fantasma oprime mi marmórea frente Con su dedo helado; Y fijando ahora su mirada dura En mis níveos sueños que ya están lejanos, Con desprecio y odio Agitado mueve los terrosos labios. Luego a mí se vuelve Y hacia sí me trae en estrecho abrazo; A mi oído acerca su nerviosa boca, Con acento intenso, convincente, trágico, -¡¡Mienten!! -dice- ¡¡Mienten!! -Luego me abandona Y se va, dejando En mi frente, impresa, La invisible huella de su dedo helado!
¡Pobres ilusiones! ¡Pobres sueños blancos!
Ha pasado el tiempo Sobre mí; los años Con profundas huellas Marcaron su paso, Y jamás han vuelto Ni las ilusiones, ni los sueños blancos. ¡Pobres ilusiones! ¡Pobres sueños blancos! Es que aquel fantasma demacrado y frío Era el Desengaño; Y al tocar mi frente dejó en ella impresa la indeleble huella de su dedo helado!
¡Pobres ilusiones! ¡Pobres sueños blancos!
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Poeta
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Cuando sonriente, la aurora Sus áureos cabellos suelta Y en el pálido horizonte Su faz sonrosada muestra, Y las albas avecillas De sus manos marfileñas, Van rasgando de la noche El amplio manto de niebla, Un níveo, frágil insecto De sus ensueños despierta, Y agitando dulcemente Sus alas leves, etéreas, Sediento en busca de flores Su vuelo ondulante eleva. Flores que recién se abran Y en sus copas soñolientas, Le brinden savia, perfumes ¡Y una llovizna de perlas!
Tenue, vaporoso insecto Cuyas alas nacareñas, Del lirio tienen la albura Y la suave transparencia, Tal vez de su vara al toque El hada Delicadeza, Formólo de una sonrisa Un silfo, un sueño, una perla. ¡Y la luz diole por sangre Una gota de su esencia!
Existe un lúgubre insecto De alas pesadas y negras, Que espera ansioso el momento De silencio y de tinieblas En que en brazos de la noche Duerme enlutada la tierra, Y entonces alza su vuelo De lentitudes funéreas, ¡Vuelo pesante, fatídico, De vibraciones siniestras!
¡Tétrico, ominoso insecto! ¡Animalaña funesta! Al vivo fulgor del día Permanece inmóvil, yerta, La helada sombra nocturna Da vida a sus alas muertas. Es que tal vez de la noche Le brinda la copa inmensa, De la esencia del misterio El vivificante néctar, Esencia que por lo oscura Parece su propia esencia!
¡Raro, sublime contraste! ¡Atrayente diferencia! Aquél, una estrella alada, Éste, un jirón de tiniebla; Aquél, graciosa alegría, Éste, fúnebre tristeza; Aquél tiene la celeste, La luminosa belleza, Del astro claro, radiante, De una sonrisa arcangélica, Éste tiene la sombría Severa magnificencia, La atracción trágica, extraña, Irresistible, funesta, Del abismo devorante! De la sima negra, tétrica!
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Poeta
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