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Para poder decirte lo que ansío busco lo más sutil, lo más celeste, lo que apenas se acerque al alba pura de iniciar su existencia, sin haber sido herido ni por una mirada ni tampoco por nadie imaginado.
El aroma del sueño, la estela sin color que va quedando cuando la nube avanza, la oración que se eleva de la espuma al nacer y morir, la queja que pronuncia la corola cuando vuela el rocío o el íntimo gorjeo del agua que abandona su venero: no pueden ayudarme porque ya están violados sus secretos y opacan la avidez del solo intento de querer pensar lo que anhelo decirte.
No hay palabra, ni canto de paloma, ni roce, ni suspiro, ni silencio, que puedan expresar la frase virgen con que yo quiero hablarte. Es idioma que traigo sumergido en estado naciente, inmaculado, que lucha atravesando mis tinieblas como la luz de estrellas ignoradas que viene, desde siglos, descendiendo para tocar la tierra... Así es la profunda voz sedienta que llevo atesorada como raíz de antigua resonancia en mi marino caracol de entraña, y que vive conmigo, desde siempre, brotando del amor inapagado del amor primitivo de otros seres que amaron antes, con el mismo amor, y prosiguen en mí fundidos en espera enamorando aún lo inalcanzable.
Para poder decirte lo que anhelo me falta lo inasible, lo perfecto, y al no poder tenerlo: con sombras duras, con dolor desnudo, con el creciente caos de mi delirio y el humo intacto del callar que oprimo, escarbo el pozo donde entierro a solas la forma del intento, el inmóvil temblor de quererte expresar los inexpresable.
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Poeta
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(A Xavier Villaurrutia)
Si hubieras sido tú, lo que en las sombras, anoche, bajó por la escalera del silencio y se posó a mi lado, para iniciar el cauce de acentos en vacío que, me imagino, será el lenguaje de los muertos.
Si hubieras sido tú, de verdad, la nube sola que detuvo su viaje debajo de mis párpados y se adentró en mi sangre, amoldándose a mi dolor reciente de una manera leve, brisa, aroma, casi contacto angelical soñado...
Si hubieras sido tú, lo que apartando la quietud oscura se apareció, tal como si fuera tu dibujo espiritual, que ansiaba convencerme de que sigues, sin cuerpo, viviendo en la otra vida.
Si hubieras sido tú la voz callada que se infiltró en la voz de mi conciencia, buscando incorporarte en la palabra que tu muerte expresaba con mis labios.
Si hubieras sido tu, lo que al dormirse descendió como bruma, poco a poco, y me fue encarcelando en una vaga túnica de vuelo fallecido...
Si hubieras sido tú la llama llama que inquemante creó, sin despertarme ni conmover el lago del azoro: tu inmaterial presencia, igual que en el espejo emerge la imagen, sin herirle el límpido frescor de su epidermis.
Si hubieras sido tú...
Ya despierto, después de la vigilia, o del sueño o del ensueño, me pregunto a mí mismo: ¿Quién más pudo venir a visitarme?
Recuerdo que, contigo solamente, platicaba del amoroso asedio con que la muerte sigue a nuestra vida.
Y hablábamos los dos adivinando, haciendo conjeturas, ajustando preguntas, inevitando respuestas, para quedar al fin sumidos en derrota, muriendo en vida por pensar la muerte.
Ahora tú ya sabes descifrar el misterio porque estás en su seno, pero yo...
En esta incertidumbre secretamente pienso que si no fuiste tú, lo que en las sombras, anoche, bajó por la escalera del silencio y se posó a mi lado, entonces quizá fue una visita de mi propia muerte.
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Poeta
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Al ver los ceros los pies de mi memoria trepan por ellos.
1989
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Poeta
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-¿Qué es morir? -Morir es Alzar el vuelo Sin alas Sin ojos Y sin cuerpo.
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Poeta
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(Para el poeta Carlos Pellicer)
Pinté el tallo, luego el cáliz, después la corola pétalo por pétalo, y, al terminar mi rosa, la induje a soñar su aroma.
¡Hice la rosa perfecta! Tan perfecta, que al día siguiente cuando fui a mirarla, ya estaba muerta.
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Poeta
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Pera que espera en la rama la mano que la desate; fruta que juega al sabor entre los labios del aire.
Pera que mece su forma en el columpio del tallo; fruta que prende su olor en el cabello del árbol.
Pera que seno parece en su verde adolescencia; fruta de tierno color que con mis ansias se besa.
Humana entraña de azúcar, efeba fruta de jade: ¡cómo quisiera beberme el aroma de tu carne!
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Poeta
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Tierra hambrienta, maternal atracción; sepultura vacía en asedio amoroso; sólido mar de espera en el que presiento y siento el reposo para mis pies cansados; yo capto el lento ascenso de tus leves caricias arropando mis ansias y escucho en mi conciencia tus palabras de aroma cortejando mi cuerpo.
Tierra y vientre, acecho infatigable que se posa en mi piel como sedienta brisa de un agresivo amor que me persigue... yo sé que tu energía circula por mis venas y que somos, los dos incompletas fracciones que buscan refundirse.
Soy tuyo, madre tierra: me invade el parentesco inevitable y hondo de tu ritmo en mi sangre, porque pese a mi miedo, a mi apego a la vida, hay algo en mis adentros que espera y desespera por regresar a ti...
Mi vegetal instinto, mis árboles de fiebre sin raíces ni sitio, están pidiendo ansiosos su parcela segura, su isla inamovible donde dormir a solas su letargo yacente. Tierra voraz, oscuro hogar bendito donde el dolor se apaga, yo quiero reposar bajo tus sábanas de secretas ternuras germinales y así, cual la semilla que se oculta en tus húmedas tinieblas resurge transformada:
Ya en la longeva beatitud de un árbol o en los brotes de flores temporales que las lluvias despiertan en los campos: renacer de tu entraña y subir los peldaños que en la escala de vidas mi evolución alcance; porque vengo de ti, soy lodo en trance que a fuerza de nacer y de morir, ha de llegar a definir su esencia para ser en el cosmos vida eterna.
Tierra insaciable, intimidad perfecta, cuando caiga en tu seno incinera mi carne, y después, con amor alienta mis cenizas, porque quiero proseguir cultivando mi poesía, al volver a vivir con nuevo cuerpo.
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Poeta
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Ese llanto tan mío, tan de todos y ajeno, expansión comprimida de atávicas nostalgias que no alcanzan la lluvia que las hunda en la tierra para seguir por ella, en humedades hondas, persiguiendo el declive que las retorne a su raíz marina.
Ese llanto de todos acendrado en el mío, ese llanto tan mío en que fluye el de todos -agua y sal trasvasadas en angustia ambulante-, que circula enclaustrado como altura caída que anhela levantarse, y al no poder hacerlo, se retuerce en el centro de su lumbre vacía para seguir luchando contra el blindaje sordo que no puede llorarlo.
Llanto ciego que brota de la oculta resaca de una sangre viajera en su cárcel de agobio. El calor dilatado de musculares zonas que sube hasta la orilla de la flor sin corola del insomnio sediento.
Ese llanto sin llanto, percepción absoluta del íntimo goteo que al nacer se derrama nuevamente hacia dentro, porque le dieron vida lacrimales sin parto, o porque lo producen las vertientes secretas de siglos de memoria que quisieran rodarse por el salto mortal de nuestras lágrimas.
Ese llanto inllorado, ese llanto en deseo de volcarse en el llanto; esas olas de miedo, de ansiedad, de tormento que se agolpan y piden el nacer repentino de su líquida fuga.
Ese llanto sin llanto empotrado en la frente, que se muere sin agua y se bebe a sí mismo para seguir formando el manantial sin cauce que detrás de la carne presiona con su asfixia, y transforma la vida en un volcán sin cráter o alud que sin espacio se rebulle en su sitio.
Ese llanto sin llanto, ese impulso encerrado de un brotar que no puede encontrar desahogo y que vive en nosotros, comprimido, creciente, porque es llanto de hombre que no cabe en el hombre y que tiene, por fuerza, que vivir sumergido hasta el instante trágico en que la muerte hiera, y se llore fundido al corporal derrumbe.
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Poeta
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Soy prisionero de la entraña negra de estos muros sin rostro en donde escucho los pasos sin sonido de las horas. Pienso, respiro, palpo. Sueño en sueños que quisiera soñar. Cierro los ojos para mirar mejor. Abro la mano y oprimo mi otra mano. -"No estoy muerto". Sobre mi piel la soledad resbala y me dice al oído: -"No estás solo".
Mi lecho es un regazo que atesora mis friolentos recuerdos que recuerdan y los cubre con roces tropicales.
Pienso, respiro, palpo. Casi duermo sin poderme dormir. Me quedo quieto en mi nido de sábanas y suelto mi muscular engrane. (Siento alivio al desatarme de mi propio cuerpo.)
A mi lado soy yo sin ser yo mismo. Una mortaja de negrura absorbe mi yacente silueta pensativa y nos nace un idilio de silencios.
No alcanzo a comprender cómo es posible que yo sea un extraño que contemple la muerte en vida que en mi sangre corre.
No hay ley de gravedad en la vigilia. Mi brazo se levanta sin esfuerzo y flota sobre el agua de la noche. Yo no sé si me mueven o me muevo o si soy un espejo atormentado que asesinó la imagen de su imagen.
No me quiero dormir. Estoy viviendo ese desdoblamiento tan preciso de solidez caída y suave fuga en que soy lo que escapa y lo que queda.
Los párpados se rinden. Ya no miro. Soy un pez que en la nada está nadando. Se derrama la sombra y me comprime.
En mi molde naufrago y me acomodo como el agua en el vaso. Apenas oigo. Mi pensamiento dice en pensamiento: "Muerte mía, despiértame mañana".
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Poeta
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Desde que despojada de tu cuerpo te escondiste en el aire, yo siento mi existencia más honda en el misterio, como si mis manos, alargadas por las tuyas inmensas en el cielo, en levantado avance ya tocaron la astronomía sin fin...
Estoy como en los ríos que a pesar de correr sumisos a su cauce, por su mortal marino abocamiento también están ligados a las aguas del mar donde se acendran.
Por la ventana que al morir dejaste abierta en la penumbra, he podido mirar mi aventajada muerte persiguiendo tus huellas espaciales, y tengo la certeza de que me estoy rodando indeteniblemente en el hambre del vaso universal, igual que el humo libre que la atmósfera atrae y no puede, aunque quiera, regresarse a su lumbre.
Estoy seguro de que cada día mi sangre que te busca, se evapora ganando altura transformada en nubes, y parte de mí ya vuela en el espacio, emparentada.
Desde tu muerte, siento que te guardo como un lucero íntimo que medita en la noche de mi entraña, disuelto como el azúcar en el orbe líquido y que, muchas veces, te denuncias asomando tu espiritual dulzor en mi saliva amarga.
Desde que tu voz, por el silencio amortaja, dejó de hablar para encender palomas sobre el árbol del viento, en que cantan con insepultos ecos la profunda madurez del idioma flotante de tu ausencia, yo palpo -al escuchar- el molde vivo que en el aire horada tu falta de materia, que es ternura siempre en acecho que acaricia y roba.
Yo creo que tu cósmico deleite es atraerme a tu pasión de vuelo, a tu girar errante, porque ya tu misión es recoger esta fracción de ti que aún perdura en el fluvial ramaje de mis venas.
No puedo definir dónde te encuentras, pero sí te adivino circundante en un arribo de alentada fuga, que exacerba mis ansias en un filial apego al resplandor sin luz de tus imanes.
¡Qué plenitud vacía te dibuja en el fondo de mis ojos que no te ven, pero que sí me permiten que hasta la fuente de mis sueños bajes y quedes a su impulso vinculado! ¡Cuánto tiempo de estar solo y contigo habitándome a solas, como la llama al fósforo en el letargo, o a la uva, el espíritu del vino!
Yo soy una ambulante sepultura en que reposa tu fugitiva permanencia que me va madurando, lentamente, hasta que mi energía entumecida se adiestre en vuelo que recobre estrella.
Inmerso en mi conciencia desarrollas un pensante silencio que se atreve a conversar sin mí. Yo lo descubro reviviendo recuerdos en mi oído: es como el nacimiento de sollozos que se produce cuando el agua cae sobre la carne viva de las brasas.
Al derribarse tu estatura en polvo formaste la marea del vislumbre mortal que me obsesiona, y no hay sitio, temor, espera o duda en donde tú, como trasfondo en alba, no finques la silueta de tu amparo.
En mi vigilia, a oscuras, como los ciegos sigo con el tacto los relieves que escribes en el papel nocturno, y los capto agitados en asedio amoroso: amor de un muerto que jamás olvida la sangre que ha dejado trasvasada.
Yo quisiera que la imagen que de ti conservo se azogara la espalda, para mirar, siquiera unos instantes, cómo el deslinde al incolor procrea tu claridad auténtica de ángel.
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Poeta
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