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No sé quién soy en esta llama cruenta de angustia, de dolor, de goce y llanto, en que nace el misterio de un encanto que destruye mi vida y la alimenta.
No sé quien soy en esta red que inventa peces de espuma en vértigos de espanto y un venero de siglos que levanto para saciar la sed que me atormenta.
En un mundo de sombra y amargura me interrogo con voz desconocida que parece una voz ajena y dura.
Y queda mi razón desvanecida porque todo el dolor de mi locura me duele fuera de mi propia vida.
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Poeta
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Estoy solo en el grito inesperado que lanzo en mi sabor de oscuridades para llenar de voz mis soledades y revivir mi ser deshabitado.
Mi cuerpo se atormenta, desolado, en una larga sombra de crueldades y el pensamiento rueda en tempestades de presencia de infierno exasperado.
Corre miedo de muerte por mis venas y mi sangre dolida se adelgaza en una pena que temblores llora.
Si muerto estoy entre las muertes llenas de la inquietud de muerte que me abraza ¿con qué muerte podrá salvarme ahora?
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Poeta
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¡Longevidad maldita! ¿por qué si soy ceniza mi cerebro está en brama y mi lujuria cunde hasta las marchitas zonas de mi carne aniquilada?
¡Longevidad maldita! llamarada helada, tantálico averno de concupiscencia rezagada.
Toda belleza humana aún me despierta la esperanza de gozarla y vivo y me desvivo eyaculando, sólo orgasmos de lágrimas.
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Poeta
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Entre tus piernas y las mías hay un axioma que no admite teorías.
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Poeta
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Para soportar estos años aciagos, amargos, de apretado silencio en soledad sin muros, he tenido que aprender a platicar a solas, a sufrir sin queja, a llorar sin llanto y a crearme, en las quemantes noches de los insomnios vagabundos, la dócil compañía de mi almohada, haciéndola que duerma entre mis muslos.
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Poeta
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¿Por qué no soy yo tu cuerpo sobre mi cuerpo desnudo para abrazarme a mi tronco y sentir que soy yo mismo ascendiendo por mis muslos?
¿Por qué no soy yo tus ojos para mirarme los míos y decirme con miradas lo que al mirarte te digo?
¿Por qué no soy yo tu boca para besarme en el fuego que se despierta en mis labios, y al besarme desde ti sentir la verdad del beso?
¿Por qué no soy yo tus manos para jugar con las mías haciendo idilio de tactos y sentir que me acaricio con tus yemas encendidas?
¿Por qué no soy yo tu vida para sentir lo que siento desde tu propia existencia y sufrir en tu cerebro el dolor del pensamiento?
Quisiera ser vaso y vino, las raíces y las ramas, la ribera y la corriente, la campana y el sonido, el combustible y la llama.
Sigue durmiendo sin verme que yo, despierto, a tu lado, vuelo al vuelo de tu sueño, y estoy tan cerca de ti que respiro por tu cuerpo.
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Poeta
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Levántame la vida, deja lamer tu piel navegar tu marca en estos cuantos días que todavía me restan.
Permíteme, también, que como tú yo piense que la muerte no existe y el tiempo no camina.
Mi ocaso se apenumbra y casi veo agolparse las sombras que deberán borrarme para siempre.
Déjame estar en ti, contigo, para que me defiendas de las leyes de la gravedad, de la grave edad, que sin descanso tratan de restituirme al seno de la tierra.
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Poeta
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¿Por qué temer a la muerte, sí es ella la que diariamente desciende por las noches, a dormirnos y a dormir con nosotros?
Todas las noches, a la misma hora, una paloma de penumbra blanca llega volando a tranformarse en sueño para dormirnos en sereno idilio. ¿Qué secretos tan hondos afloramos en ese no decir que dice todo, mientras la sombra con su tacto vivo aprieta el nudo que los dos hacemos?
Yo me pregunto, cuando ya despierto miro mi lecho: ¿Vino algún lucero?, hay huellas luminosas en las sábanas y olor a firmamento entre paredes. Se adivina una fúnebre codicia... ¿Quién es y por qué viene a estar conmigo? Yo no sé qué será lo que buscamos con las nocturnas citas incorpóreas.
Explicarme pretendo su presencia, su roce casto, inmaterial, vacio como de fuego fatuo que inquemante en lo oscuro me alumbra compañía. Por lo que intuyo en soledad, yo creo que algo me deja y a la vez se lleva con su ternura alcanforada y fría: intercambio de apego enamorado.
En cuanto empieza a madurar la noche busco en regazo de mi lecho cómplice, cierro los ojos para ver más claro y espero hundido en mi zozobra ciega.
Todas las noches, a la misma hora, excito mi esperanza y me desnudo para aguardar que llegue lo invisible: el ave errante del letargo cósmico que borra el mundo y nos volvemos sueño.
Cuando ya no la espere, o que no venga, me hallarán en mi cama solo y solo, con los ojos abiertos, sin mirada; quieto en la quietud enmudecidad del cadáver que ya no busca nada, o que al fin encontró lo que esperaba.
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Poeta
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Una gallina con sus doce pollitos pica y camina.
De Ciclos terrenales, 1989
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Poeta
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(a J.G.M.)
Amor, desnudo amor que haces regreso en otro cuerpo de distinto aroma, pero siempre el amor, amor eterno, adolescente amor, inmadurable. Reconozco en la luz de tus locuras los mismos astros, la ternura misma, el ave tierna de imbesados labios, y vuelvo a comenzar lo inacabado... Otro nombre y el alba de otra risa; otras manos de tacto diferente, otro bosque de frutos imprevistos; pero dentro de mí —fiera indomable—; el mismo amor que florecí hace siglos, el mismo amor, enamorado siempre.
Mi ramaje de invierno se estremece al sufrir tu presencia inesperada, y sin saber por qué, se primavera el cauce muerto de mi muerta sangre. Soy de nuevo el de ayer, ascua creciente en esta llaga —esperanzado polvo—, que se aviva de nuevo con tu clima y florece en tu tallo, su ternura.
Amor, desnudo amor que yo creía muerto en la fiebre de mi vida trunca, el mismo amor con que aprendí a morirme en cada espera de insoladas ansias: el amor de mi amor nunca extinguido, el siempre adolescente amor ¡tan mío! que vuelve a renacer en mis ocasos.
El amor de mi amor, naciendo siempre, que se anida en el grito de tu sangre para vivir su última caída.
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Poeta
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