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Llévame por donde quieras, viento de la luz de junio -remolino de lo eterno. ¿Adónde? Si ya he ido, si ya vuelvo. Si ya nada quiero, nada; ni lo que tengo, ni aquello que estuve, soñando ayer.
Ahora por no querer y no saber lo que quiero lo quiero todo... ¡Qué júbilo! ¡Qué beato ahogarse en tu oleaje! Soy como un niño que estrena la pura emoción del Quiero.
¡Ay, la espuma, lo lejano y aquellas voces, naranjas -tacto, color y fragancia- que se mecen en las frondas como sorpresas redondas!
Llévame adonde tú quieras -tú me ciñes, tú me vences- que ahora me rindo dócil, a tu voluntad viajera, luz de jugar y de huir...
Llévame, llévame, llévame a secuestrarme en lo eterno -ansia, oleaje, grupa, crin- viento de la luz de junio.
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Poeta
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Ya solo soy la sombra de tu ausencia, una oscura mitad que se acostumbra; dulce granada abierta en la penumbra, madura a tu rigor. Sorda existencia.
Desmayado vivir, ciega obediencia que la memoria de tu voz alumbra. Pupila fiel; ojo que no vislumbra su cielo. ¡Ángel caído a tu sentencia!
Desterrado de asombros y colores beso mi cicatriz y la humedezco en salobres cristales lloradores.
Me aclimato al olvido que padezco. Ya los agudos garfios heridores la inútil apagada carne ofrezco.
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Poeta
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¡Que me cierren los ojos con uvas! (Diáfana, honda plenitud de curvas.)
Que me envuelva un incendio de manzanas y un claro rumor de dátil y azúcar!
Que me envuelvan -presagio de pulpa- en ciruelas de tacto perfumado...
Inundadme en pleamar de pétalos y trinos.
Que me ciñan -¡ceñidme!- de eclípticas azules.
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Poeta
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¡Qué rico sabor de jícara gritar: "Jícara."!
¡Jícara blanca, jícara negra!
Jícara con agua fresca de pozo, con agua fresca de cielo profundo, umbrío y redondo. Jícara con leche espesa de trébol fragante -ubre- con cuatro pétalos tibios. Pero... no, no, no, no quiero jícara blanca ni negra.
Sino su nombre tan sólo, -sabor de aire y de río.
Jícara. Y otra vez: " ¡Jícara! "
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Poeta
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Si pregunta por mí, traza en el suelo una cruz de silencio y de ceniza sobre el impuro nombre que padezco. Si pregunta por mí, di que me he muerto y que me pudro bajo las hormigas. Dile que soy la rama de un naranjo, la sencilla veleta de una torre.
No le digas que lloro todavía acariciando el hueco de su ausencia donde su ciega estatua quedó impresa siempre al acecho de que el cuerpo vuelva. La carne es un laurel que canta y sufre y yo en vano esperé bajo su sombra. Ya es tarde. Soy un mudo pececillo.
Si pregunta por mí dale estos ojos, estas grises palabras, estos dedos; y la gota de sangre en el pañuelo. Dile que me he perdido, que me he vuelto una oscura perdiz, un falso anillo a una orilla de juncos olvidados: dile que voy del azafrán al lirio.
Dile que quise perpetuar sus labios, habitar el palacio de su frente. Navegar una noche en sus cabellos. Aprender el color de sus pupilas y apagarse en su pecho suavemente, nocturnamente hundido, aletargado en un rumor de venas y sordina.
Ahora no puedo ver aunque suplique el cuerpo que vestí de mi cariño. Me he vuelto una rosada caracola, me quedé fijo, roto, desprendido. Y si dudáis de mí creed al viento, mirad al norte, preguntad al cielo. Y os dirán si aún espero o si anochezco.
¡Ah! Si pregunta dile lo que sabes. De mí hablarán un día los olivos cuando yo sea el ojo de la luna, impar sobre la frente de la noche, adivinando conchas de la arena, el ruiseñor suspenso de un lucero y el hipnótico amor de las mareas.
Es verdad que estoy triste, pero tengo sembrada una sonrisa en el tomillo, otra sonrisa la escondí en Saturno y he perdido la otra no sé dónde. Mejor será que espere a medianoche, al extraviado olor de los jazmines, y a la vigilia del tejado, fría.
No me recuerdes su entregada sangre ni que yo puse espinas y gusanos a morder su amistad de nube y brisa. No soy el ogro que escupió en su agua ni el que un cansado amor paga en monedas. ¡No soy el que frecuenta aquella casa presidida por una sanguijuela!
(Allí se va con un ramo de lirios a que lo estruje un ángel de alas turbias.) No soy el que traiciona a las palomas, a los niños, a las constelaciones... Soy una verde voz desamparada que su inocencia busca y solicita con dulce silbo de pastor herido.
Soy un árbol, la punta de una aguja, un alto gesto ecuestre en equilibrio; la golondrina en cruz, el aceitado vuelo de un búho, el susto de una ardilla. Soy todo, menos eso que dibuja un índice con cieno en las paredes de los burdeles y los cementerios.
Todo, menos aquello que se oculta bajo una seca máscara de esparto. Todo, menos la carne que procura voluptuosos anillos de serpiente ciñendo en espiral viscosa y lenta. Soy lo que me destines, lo que inventes para enterrar mi llanto en la neblina.
Si pregunta por mí, dile que habito en la hoja del acanto y en la acacia. O dile, si prefieres, que me he muerto. Dale el suspiro mío, mi pañuelo; mi fantasma en la nave del espejo. Tal vez me llore en el laurel o busque mi recuerdo en la forma de una estrella.
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Poeta
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¡Cómo me echara a rodar por este mundo sin forma! Cómo me diera a correr driver en auto sin sombra.
Por el paisaje sin forma huidizo... resbalado: en el huir y el huir transfundido... deshelado.
Por montañas sin recuerdo por mares nulos, insomnes, de azufre, plata y azogue... amnesia total, deshielo.
Cómo me diera a rodar -noches, pistas, mares, nombres, prisas, nubes, torres, mundos- sin vuelta -liberación. ¡Qué preso -libre- en la fuga! La prisa atrás, rezagada. Libre -¡qué preso!- en la fuga.
¡Cómo me diera a correr driver en auto sin sombra; ya sin amarras del hoy, libre de ayer y mañana... desatado, blanco, eterno!
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Poeta
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Descalza arena y mar desnudo. Mar desnudo, impaciente, mirándose en el cielo. El cielo continuándose a sí mismo, persiguiendo su azul sin encontrarlo nunca definitivo, destilado.
Yo andaba por la arena demasiado ligero, demasiado dios trémulo para mis soledades, hijo del esperanto de todas las gargantas, pródigo de miradas blancas, sin vuelo fijo.
Se hacían las gaviotas, se deshacían las nubes y tornaban las olas a embestir a la orilla. (Tanta batalla blanca de espumas desatadas era para cuajar en una sola concha, sin imagen de nieve ni sal pulida y dura.)
El viento henchía sus velas de un vigor invisible, danzaba olvidadizo, despedido, encontrado y tú eras tú. Yo aún no te había visto. Hijo de mi presente —fresco niño de olvido— la sangre me traía noticias de las manos. Sabía dividir la vida de mi cuerpo como el canto en estrofas: cabeza libre, hombros, pecho, muslos y piernas estrenadas. Por dentro me iba una tristeza de lejanas, de extraviadas palomas, de perdidas palabras más allá del silencio, hechas de alas en polvo de mariposas y de rosas cenizas ausentes de la noche... Girasol en los sueños: aún no te había visto. Imán. Clavel vivido en detenido gesto. Tú no eras tú.
Yo andaba, andaba, andaba en un andar en andas más frágil que yo mismo, con una ingravidez transparente y dormida suelto de mis recuerdos, con el ombligo al viento... Mi sombra iba a mi lado sin pies para seguirme, mi sombra se caía rota, inútil y magra; como un pez sin espinas mi sombra iba a mi lado, como un perro de sombras tan pobre que ni un perro de sombras le ladraba.
¡Ya es mucho siempre siempre, ya es demasiado siempre, mi lámpara de arcilla! ¡Ya es mucho parecerme a mis pálidas manos y a mi frente clavada por un amor inmenso, frutecido de nombres, sin identificarse con la luz que recortan las cosas agriamente! ¡Ya es mucho unir los labios para que no se escape y huya y se desvanezca mi secreto de carne, mi secreto de lágrimas, mi beso entrecortado!
Iba yo. Tú venías, aunque tu cuerpo bello reposara tendido. Tú avanzabas, amor, te empujaba el destino, como empuja a las velas el titánico viento de hombros estremecidos. Te empujaban la vida, y la tierra, y la muerte y unas manos que pueden más que nosotros mismos: unas manos que pueden unirnos y arrancarnos y frotar nuestros ojos con el zumo de anémonas...
La sal y el yodo eran; eran la sal y el alga; eran, y nada más, yo te digo que eran en el preciso instante de ser. Porque antes de que el sol terminara su escena y la noche moviera su tramoya de sombras, te vi al fin frente a frente, seda y acero cables nos tendió la mirada. (Mis dedos sin moverse repasaban en sueños tus cabellos endrinos.) Así anduvimos luego uno al lado del otro, y pude descubrir que era tu cuerpo alegre una cosa que crece como una llamarada que desafía al viento, mástil, columna, torre, en ritmo de estatura y era la primavera inquieta de tu sangre una música presa en tus quemadas carnes.
Luz de soles remotos, perdidos en la noche morada de los siglos, venía a acrisolarse en tus ojos oblicuos, rasgados levemente, con esa indiferencia que levanta las cejas.
Nadabas, yo quería amarte con un pecho parecido al del agua; que atravesaras ágil, fugaz, sin fatigarte. Tenías y aún las tienes las uñas ovaladas, metal casi cristal en la garganta que da su timbre fresco sin quebrarse. Sé que ya la paz no es mía: te trajeron las olas que venían ¿de dónde? que son inquietas siempre; que te vas ya por ellas o sobre las arenas, que el viento te conduce como a un árbol que crece con musicales hojas.
Sé que vives y alientas con un alma distinta cada vez que respiras. Y yo con mi alma única, invariable y segura, con mi barbilla triste en la flor de las manos, con un libro entreabierto sobre las piernas quietas, te estoy queriendo más, te estoy amando en sombras, en una gran tristeza caída de las nubes, en una gran tristeza de remos mutilados, de carbón y cenizas sobre alas derrotadas...
Te he alimentado tanto de mi luz sin estrías que ya no puedo más con tu belleza dentro, que hiere mis entrañas y me rasga la carne como anzuelo que hiere la mejilla por dentro. Yo te doy a la vida entera del poema: No me avergüenzo de mi gran fracaso, que este limo oscuro de lágrimas sin preces, naces —dalia del aire— más desnuda que el mar más abierta que el cielo; más eterna que ese destino que empujaba tu presencia a la mía, mi dolor a tu gozo.
¿Sabes? Me iré mañana, me perderé bogando en un barco de sombras, entre moradas olas y cantos marineros, bajo un silencio cósmico, grave y fosforescente...
Y entre mis labios tristes se mecerá tu nombre que no me servirá para llamarte y lo pronuncio siempre para endulzar mi sangre, canción inútil siempre, inútil, siempre inútil, inútilmente siempre.
Los pechos de la muerte me alimentan la vida.
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Poeta
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Si en vez de ser así, si las cosas de espaldas (fijas desde los siglos) se volviesen de frente y las cosas de frente (inmutables) volviesen las espaldas, y lo diestro viniese a ser siniestro y lo izquierdo derecho... ¡No sé cómo decirlo!
Suéñalo con un sueño que está detrás del sueño, un sueño no soñado todavía, al que habría que ir, al que hay que ir (¡No sé cómo decirlo!) como arrancando mil velos de niebla y al fin el mismo sueño fuese niebla.
De todos modos, suéñalo en ese mundo, o en éste que nos cerca y nos apaga donde las cosas son como son, o como dicen que son o como dicen que debieran ser... Vendríamos cantando por una misma senda y yo abriría los brazos y tú abrirías los brazos y nos alcanzaríamos. Nuestras voces unidad rodarían hechas un mismo eco.
Para vernos felices se asomarían todas las estrellas. Querría conocernos el arcoiris palpándonos con todos sus colores y se levantarían las rosas para bañarse un poco en nuestra dicha... (¡Si pudiera ser como es, o como no es... En absoluto diferente!)
Pero jamás, jamás ¿Sabes el tamaño de esta palabra: Jamás? ¿Conoces el sordo gris de esta piedra: Jamás? ¿Y el ruido que hace al caer para siempre en el vacío: Jamás?
No la pronuncies, déjamela. (Cuando esté solo yo la diré en voz baja suavizada de llanto, así: Jamás...)
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Poeta
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La comparsa del farol (bamba uenibamba bó) pasa tocando el tambor. ¡Los diablitos de la sangre se encienden en ron y sol!
"Ahora verá como yo no yoro. (Jálame la calimbanyé...) Y'orá verá como yombondombo. (Júlume la cumbumbanyé...)"
El santo se va subiendo cabalgando en el clamor.
"Emaforibia yambó. Uenibamba uenigó." ¡En los labios de caimito, los dientes blancos de anón!
La comparsa del farol ronca que roncando va. ¡Ronca comparsa candonga que ronca en tambor se va!
Y... ¡Sube la loma!... y ¡dale al tambor! Sudando los congos van tras el farol.
(Con cantos yorubas alzan el clamor.) Resbalando en un patín de jabón sus piernas se mueven al vapor del ron.
Con plumas plumero de loro parlero se adorna la parda Fermina Quintero. Con las verdes plumas del loro verdero. ¡Llorando la muerte de Papá Montero!
La comparsa del farol ronca que roncando va. Ronca comparsa candonga bronca de la cañandonga... ¡La conga ronca se va!
Se va la comparsa negra bajo el sol moviendo los hombros, bajando el clamor. Y ¡sube la loma! (y baja el clamor. Pasa la comparsa mientras baja el sol.)
Los diablitos de la sangre se encienden de ron y sol.
Bailan las negras rumberas con candela en las caderas. Abren sus anchas narices ventanas de par en par a un panorama sensual...
La conga ronca se va al compás del atabal...
¡Sube la loma, dale al tambor! Sudando los negros van tras el farol. (Los congos dan vueltas y buscan el sol pero no lo encuentran porque ya bajó.)
La comparsa enciende su rojo farol con carbón de negros mojados en ron. La comparsa negra meneándose va por la oscura Plaza de la Catedral. La comparsa conga va con su clamor por la calle estrecha de San Juan de Dios.
"Apaga la vela que'l muelto se va. Amarra el pañuelo que lo atajo ya.
Y ¡enciende la vela que'l muelto salió! Enciende dos velas, ¡que tengo a Changó!"
La comparsa conga temblando salió de la calle estrecha de San Juan de Dios. ¡Clamor en la noche del ronco tambor!
Rembombiando viene, rembombiando va... La conga rembomba rueda en el tambor.
La conga matonga sube su clamor ronda que rondando ¡ronca en el tambor!
En la oscura plaza del cielo rumbea la luna. Y sus anchas caderas menea. Con su larga cola de blanco almidón va la luna con su bata de olán. Por la oscura plaza de la noche va con una comparsa de estrellas detrás.
Y la mira el congo, negro maraquero: suena una maraca. ¡Y tira el sombrero !
Retumba la rumba, hierve la balumba
y con la calunga arrecia el furor.
Los gatos enarcan al cielo el mayido. Encrespan los perros sombríos ladridos.
Se asoman los muertos del cañaveral. En la noche se oyen cadenas rodar. Rebrilla el relámpago como una navaja que a la noche conga la carne le raja. Cencerros y grillos, güijes y lloronas: cadenas de ancestros... y... ¡Sube la loma! Barracones, tachos, sangre del batey mezclan su clamor en el guararey.
Con luz de cocuyos y helados aullidos anda por los techos el "ánima sola". Detrás de una iglesia se pierde la ola de negros que zumban maruga en la rumba
Y apaga la vela. Y ¡enciende la vela! Sube el farol abaja el farol.
Con su larga cola la culebra va Con su larga cola muriéndose va la negra comparsa del guaricandá.
La comparsa ronca perdiéndose va. ¡Qué lejos!.. lejana... muriéndose va. Se apaga la vela; se hunde el tambor. ¡La comparsa conga desapareció!
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Poeta
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¿Y si llegaras tarde, cuando mi boca tenga sabor seco a cenizas, a tierras amargadas?
¿Y si llegaras cuando la tierra removida y oscura (ciega, muerta) llueva sobre mis ojos, y desterrado de la luz del mundo te busque en la luz mía, en la luz interior que yo creyera tener fluyendo en mí? (Cuando tal vez descubra que nunca tuve luz y marche a tientas dentro de mí mismo, como un ciego que tropieza a cada paso con recuerdos que hieren como cardos.)
¿Y si llagaras cuando ya el hastío ata y venda las manos; cuando no pueda abrir los brazos y cerrarlos después como las valvas de una concha amorosa que defiende su misterio, su carne, su secreto; cuando no pueda oír abrirse la rosa de tu beso ni tocarla (tacto mío marchito entre la tierra yerta) ni sentir que me nace otro perfume que le responda al tuyo, ni enseñar a tus rosas el color de tus rosas?
¿Y si llegaras tarde, y encontraras (tan solo) las cenizas heladas de la espera?
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Poeta
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