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Amor de cada instante... duro amor sin delicias: cadena cruz, cilicio, gloria ausente, esperada, gozo y tortura a un tiempo; realidad de los siglos, gracias por ser y estar en el nunca y el siempre.
Pues , mi ejercicio, ahora, es amarte en la ausencia, y aferrarme a esta nada porque también es tuya y beber ese polvo de soledad y vacío que es Tu don del momento y Tu clara promesa.
Y por eso me obstino contra lo más cercano, huyendo de lo fácil -metal a flor de agua-, por Ti también me acojo a lo que nadie sabe.
Y así voy caminando por este desconcierto oscuro y luminoso, por este amor amargo, veteado de gloria...
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Poeta
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Puliré mi belleza con los garfios del viento. Seré tuya sin forma, hecha polvo de aire, diluida en un cielo de planos invisibles.
Para ti quiero, amado, la posesión sin cuerpo, el delirio gozoso de sentir que tu abrazo solo ciñe rosales de pura eternidad.
Nunca podrás tenerme sin abrir tu deseo sobre la desnudez que sella lo inefable, ni encontrarás mis labios mientras algo concreto enraíce tu amor...
¡Que tus manos inútiles acaricien estrellas! No entorpezcan besándome la fuga de mi cuerpo. ¡Seré tuya en la piel hecha fuego de sol.
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Poeta
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¡Quisiera ser viento! Ráfaga tendida que arrastra en su beso el polvo y la nube, la rosa, el lucero... -No brisa apacible que finge despechos y siembra caricias-. Yo quiero ser fuego, volcán de aire rojo que incendie el secreto de todas las ramas y todos los pechos; aquilón desnudo, huracán de acero, fragua donde forjan su actitud los cuerpos. ¡Cuando voy a ti, quisiera ser viento para arrebatarte más allá del cielo!
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Poeta
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BUENOS AIRES es un hombre Que tiene grandes las piernas, Grandes los pies y las manos Y pequeña la cabeza.
(Gigante que está sentado Con un río a su derecha, Los pies monstruosos movibles Y la mirada en pereza.)
En sus dos ojos, mosaicos De colores, se reflejan Las cúpulas y las luces De ciudades europeas.
Bajo sus pies, todavía Están calientes las huellas De los viejos querandíes De boleadoras y flechas.
Por eso cuando los nervios Se le ponen en tormenta Siente que los muertos indios Se le suben por las piernas.
Choca este soplo que sube Por sus pies, desde la tierra, Con el mosaico europeo Que en los grandes ojos lleva.
Entonces sus duras manos Se crispan, vacilan, tiemblan, ¡A igual distancia tendidas De los pies y la cabeza!
Sorda esta lucha por dentro Le está restando sus fuerzas, Por eso sus ojos miran Todavía con pereza.
Pero tras ellos, velados, Rasguña la inteligencia Y ya se le agranda el cráneo Pujando de adentro afuera.
Como de mujer encinta No fíes en la indolencia De este hombre que está sentado Con el Plata a su derecha.
Mira que tiene en la boca Una sonrisa traviesa, Y abarca en dos golpes de ojo Toda la costa de América.
Ponle muy cerca el oído: Golpeando están sus arterias: ¡Ay, si algún día le crece Como los pies, la cabeza!
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Poeta
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Pudiera ser que todo lo que en verso he sentido no fuera más que aquello que nunca pudo ser, no fuera más que algo vedado y reprimido de familia en familia, de mujer en mujer.
Dicen que en los solares de mi gente, medido estaba todo aquello que se debiera hacer... Dicen que silenciosas las mujeres han sido de mi casa materna... Ah, bien pudiera ser...
A veces en mi madre apuntaron antojos de liberarse, pero, se le subió a los ojos una honda amargura, y en la sombra lloró.
Y todo ese mordiente, vencido, mutilado, todo eso que se hallaba en su alma encerrado, pienso que sin quererlo lo he libertado yo.
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Poeta
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Redoble en verde de tambor los sapos y altos los candelabros mortecinos de los cardos me escoltan con el agua que un sol esmerilado carga al hombro.
El sol me dobla en una larga torre que va conmigo por la tarde agreste y el paisaje se cae y se levanta en la falda y el filo de las lomas.
Algo contarme quiere aquel hinojo que me golpea la olvidada pierna, máquina de marchar que el viento empuja.
Y el cielo rompe dique de morados que inundan agua y tierra; y sobrenada la arboladura negra de los pinos.
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Poeta
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Grata flor que te destacas sobre el verde de las hojas, cual la sangre de una herida, roja... roja... Tú parodias esos labios purpurinos, que entreabiertos se dirían de caricias do sedientos han copiado de tus hojas el color de su bandera los campeones avanzados de la idea. Y por eso yo te adoro, bella flor, que de las hojas sobre el verde, te destacas roja... roja...
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Poeta
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Aquí a tus pies lanzada, pecadora, contra tu tierra azul, mi cara oscura, tú, virgen entre ejércitos de palmas que no encanecen como los humanos.
No me atrevo a mirar tus ojos puros ni a tocarte la mano milagrosa; miro hacia atrás y un río de lujurias me ladra contra tí, sin Culpa Alzada.
Una pequeña rama verdecida en tu orla pongo con humilde intento de pecar menos, por tu fina gracia,
ya que vivir cortada de tu sombra posible no me fue, que me cegaste cuando nacida con tus hierros bravos.
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Poeta
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Penetra el viejo sabio al gabinete a recordar su ciencia micrográfica, y sobre el transparente porta-objeto coloca una brillante gota de agua.
La somete al examen microscópico y la escudriña con febril mirada, y torna a ver lo que en antiguos tiempos: monstruos enormes de figuras raras.
Y remira esa hambrienta turbamulta de infusorios de formas tan fantásticas, y ve que unos a otros se devoran como en los mares de la especie humana.
Abandona de pronto el microscopio y murmura, calándose las gafas: ¡ cuántos monstruos se irán también matando ocultos en el fondo de una lágrima!...
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Poeta
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Época fue de grandes redenciones: El mundo de dolor estaba henchido y en Gólgota, en sombras convertido, se hallaban en sus cruces tres ladrones.
A un lado, en espantosas contorsiones, se encontraba un ratero empedernido; en el otro, un ladrón arrepentido, y en medio el robador de corazones.
De luto se cubrió la vasta esfera; Gestas, el malo, se retuerce y gime; Dimas, el bueno, su dolor espera.
Y el otro, el de la luenga cabellera, que sufre, que perdona y que redime, se robó al fin la humanidad entera.
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Poeta
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