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Ya lo sabemos. No nos digas nada. Lo sabemos: ahórrate la pena de contarnos sonriendo lo que sufres desde que estás enferma. ¡Ah!, te vas sin remedio, te vas, y, sin embargo, no te quejas: jamás te hemos oído una palabra que no fuera serena, serena como tú, como el cariño de hermanita mayor que por nosotros Se olvidó de ser novia...
No te quejas, no quieres afligirnos, pero lloras cuando nadie te mira, y tu tristeza silenciosa no tiene una amargura... ¿Por qué serás tan buena?
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Poeta
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Si de estas cuerdas mías, de tonos más que rudos, te resultan en ásperos sus rendidos saludos, y quieres blandos ritmos de credos idealistas, aguarda delicados poetas modernistas
que alabarán en oro tus posibles desdenes, coronando de antorchas tus olímpicas sienes, devotos de la blanca lis de tu aristocracia, con que ilustro los rojos claveles de mi audacia,
o espera, seductora, decadentes orfebres que graben tus blasones en sus creadoras fiebres: trabajo el acero de temples soberanos: los sonantes cristales se rompen en mis manos.
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Poeta
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Una luz familiar; una sencilla bondadosa verdad en el sendero; un estoico fervor de misionero que traía por biblia una cartilla.
Cuando en la hora aciaga, en el oscuro ámbito de la sangre, su mirada de inefable visión fue vislumbrada y levantó su voz, a su conjuro,
en medio de las trágicas derrotas y entre un sordo rumor de lanzas rotas, sobre las pampas, sobre el suelo herido,
se hizo cada vez menos profundo el salvaje ulular, el alarido de las épicas hordas de Facundo.
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Poeta
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Lujosamente bella y exquisita, con aire de gitana tentadora, llegaste, adelantándote a la hora, rodeada de misterios a la cita.
El salón reservado oyó la cuita de una cálida noche pecadora, y al amor de tu carne ofrendadora reventaron las yemas de Afrodita.
Fue en esa breve noche de locuras, propicia al floreal de tus ternuras, que, cual glóbulos de ansias pasionales,
tu sangre delictuosa de bohemia infiltró en el cansancio de mi anemia ¡el ardor de los fuertes ideales!
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Poeta
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Está lloviendo paz. ¡Qué temas viejos reviven en las noches de verano!... Se queja una guitarra allá a lo lejos y mi vecina hace reír al piano.
Escucho, fumo y bebo en tanto el fino teclado da otra vez su sinfonía: el cigarro, la música y el vino familiar, generosa trilogía...
...¡Tengo unas ganas de vivir la riente vida de placidez que me rodea! Y por eso quizás, inútilmente, en el cerebro un cisne me aletea...
¡Qué bien se está cuando el ensueño, en una tranquila plenitud, se ve tan vago!... ¡Oh, quién pudiera diluir la luna y beberla en la copa, trago a trago!
Todo viene apacible del olvido en una caridad de cosas bellas, así como si Dios, arrepentido, se hubiese puesto a regalar estrellas.
¡Qué agradable quietud! ¡Y qué sereno el ambiente, al que empiezo a acostumbrarme, sin un solo recuerdo, malo o bueno, que, importuno, se acerque a conturbarme!
Y me siento feliz, porque hoy tampoco ha soñado imposibles mi cabeza; en el fondo del vaso, poco a poco, se ha dormido, borracha, la tristeza...
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Poeta
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Quiero brindarte versos porque te finjo buena, con no sé que bondades, y porque eres morena como la inspiradora de mis lejanos votos... -perspectivas azules de paisajes remotos- .
Generosa que amparas de los fríos crüeles, como un fruto viviente de tus sanos vergeles, las rosas inviolables que tus labios oprimen. ¡Oh las instigadoras del ensueño y del crimen!
Paloma fugitiva de la ciudad vedada, donde el dolor muriera bajo la enamorada caricia del consuelo: ciudad donde las risas suenan como campanas de las futuras misas!
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Poeta
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Palmera brasileña, que al caminante herido ofrendaras tus dátiles de pasión y de olvido, en el desierto único: tu eres la apoteosis que, nimbando de incendios sus fecundas neurosis,
cruzas por los vaivenes de su hondos desvelos como si fueras luna de sus noches de duelos. Yo traigo a tu floresta la alondra moribunda que, en el violín del bosque, preludió la errabunda
sinfonía terrena de aquel ardor eterno, que ahuyenta suavemente las aves del invierno, y en las horas tranquilas descubre su cabeza como un símbolo vago de amor y de belleza.
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Poeta
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...¿Conque estás decidida? ¿No te detiene nada? ¿Ni siquiera el anuncio de este presentimiento? ¡No puedes negar que eres una desamorada: te vas así, tranquila, sin un remordimiento!
¡Has sido tanto tiempo nuestra hermanita! Mira si no te desearemos buen viaje y mejor suerte, ...tu decisión de anoche la creíamos mentira: ¡que tan acostumbrados estábamos a verte!
Nos quedaremos solos. ¡Y cómo quedaremos...! De más fuera decirte cuánto te extrañaremos; y tú, también, ¿es cierto que nos extrañarás ?
¡Pensar que entre nosotros ya no estarás mañana, Caperucita roja que fuiste nuestra hermana, Caperucita roja, ¿no te veremos más?
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Poeta
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A todas las evoco. Pensativas, cual si tuvieran alma, yo las veo pasar, como teorías que viniesen en las estancias líricas de un verso.
Las buenas, las cordiales, generosas madrecitas de olvidos en los duelos, las buenas, las cordiales, que ya nunca las volvimos a ver, ni en el recuerdo.
Las manos enigmáticas, las manos con vagos exotismos de misterio, que ocultan, como en libros invisibles, las fórmulas vedadas del secreto.
Las manos que coronan los designios, las manos vencedoras del silencio, en las que sueña, a veces, derrotado, un tardío laurel de luz el genio.
Las pálidas, con sangre de azucenas, violadas por los duendes de los besos, que vi una vez, nerviosas, deslizarse sobre la gama azul de un florilegio.
Las manos graves de las novias muertas, rígidas desposadas de los féretros, leves hostias de ritos amatorios que ya nunca jamás comulgaremos;
Esas manos inmóviles y extrañas, que se petrificaron en el pecho como una interrogante dolorosa de la inmensa ansiedad del postrer gesto.
Las crüeles que saben el encanto del fugaz abandono de un momento. Las exangües, las castas como vírgenes, severas domadoras del deseo.
Las santas, inefables, las ungidas con mirras de perdón y de consuelo: amadas melancólicas y breves de los poetas y de los enfermos.
Las románticas manos de las tísicas, que, en la voz moribunda de un arpegio, como conjuro agónico angustiado, llamaron a Chopin, desfalleciendo...
Las manos que derraman por la noche los filtros germinales en el lecho: las que escriben las cláusulas fecundas sobre las carnes que violó el invierno.
Las manos sin amor de las amadas, más frías y más blancas que el pañuelo que se esfuma en las largas despedidas como paloma del adiós supremo.
¡Las únicas, las fieles, las anónimas, las manos que en los ojos de algún muerto pusieron, al cerrarlos, la postrera temblorosa caricia de sus dedos!
Las manos de bellezas irreales, las manos como lirios de recuerdos, de aquellas que se fueron a la luna, en la piedad del éxtasis eterno.
Las místicas, fervientes como exvotos, inmaterializadas en el rezo, las manos que humanizan las imágenes de los blondos y tristes nazarenos.
Y las manos que triunfan del olvido, ¡esas, blancas como el remordimiento de no haberlas besado, ni siquiera con el beso intangible del ensueño!
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Poeta
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Entra sin miedo, hermana: no te diremos nada. ¡Qué cambiado está todo, qué cambiado! ¿No es cierto? ¡Si supieras la vida que llevamos pasada! Mamá ha caído enferma y el pobre viejo ha muerto...
Los menores te extrañan todavía, y los otros verán en ti a la hermana perdida que regresa: puedes quedarte, siempre tendrás entre nosotros, con el cariño de antes, un lugar en la mesa.
Quédate con nosotros. Sufres y vienes pobre. Ni un reproche te haremos: ni una palabra sobre el oculto motivo de tu distanciamiento;
ya demasiado sabes cuánto te hemos querido: aquel día, ¿recuerdas? tuve un presentimiento... ¡Si no te hubieras ido!
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Poeta
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