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Yo pronuncio tu nombre en las noches oscuras, cuando vienen los astros a beber en la luna y duermen los ramajes de las frondas ocultas. Y yo me siento hueco de pasión y de música. Loco reloj que canta muertas horas antiguas.
Yo pronuncio tu nombre, en esta noche oscura, y tu nombre me suena más lejano que nunca. Más lejano que todas las estrellas y más doliente que la mansa lluvia.
¿Te querré como entonces alguna vez? ¿Qué culpa tiene mi corazón? Si la niebla se esfuma, ¿qué otra pasión me espera? ¿Será tranquila y pura? ¡¡Si mis dedos pudieran deshojar a la luna!!
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Poeta
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Princesa enamorada sin ser correspondida. Clavel rojo en un valle profundo y desolado. La tumba que te guarda rezuma tu tristeza a través de los ojos que ha abierto sobre el mármol.
Eras una paloma con alma gigantesca cuyo nido fue sangre del suelo castellano, derramaste tu fuego sobre un cáliz de nieve y al querer alentarlo tus alas se troncharon.
Soñabas que tu amor fuera como el infante que te sigue sumiso recogiendo tu manto. Y en vez de flores, versos y collares de perlas, te dio la Muerte rosas marchitas en un ramo.
Tenías en el pecho la formidable aurora de Isabel de Segura. Melibea. Tu canto, como alondra que mira quebrarse el horizonte, se torna de repente monótono y amargo.
Y tu grito estremece los cimientos de Burgos. Y oprime la salmodia del coro cartujano. Y choca con los ecos de las lentas campanas perdiéndose en la sombra tembloroso y rasgado.
Tenías la pasión que da el cielo de España. La pasión del puñal, de la ojera y el llanto. ¡Oh princesa divina de crepúsculo rojo, con la rueca de hierro y de acero lo hilado!
Nunca tuviste el nido, ni el madrigal doliente, ni el laúd juglaresco que solloza lejano. Tu juglar fue un mancebo con escamas de plata y un eco de trompeta su acento enamorado.
Y, sin embargo, estabas para el amor formada, hecha para el suspiro, el mimo y el desmayo, para llorar tristeza sobre el pecho querido deshojando una rosa de olor entre los labios.
Para mirar la luna bordada sobre el río y sentir la nostalgia que en sí lleva el rebaño y mirar los eternos jardines de la sombra, ¡oh princesa morena que duermes bajo el mármol!
¿Tienes los ojos negros abiertos a la luz? O se enredan serpientes a tus senos exhaustos... ¿Dónde fueron tus besos lanzados a los vientos? ¿Dónde fue la tristeza de tu amor desgraciado?
En el cofre de plomo, dentro de tu esqueleto, tendrás el corazón partido en mil pedazos. Y Granada te guarda como santa reliquia, ¡oh princesa morena que duermes bajo el mármol!
Eloisa y Julieta fueron dos margaritas, pero tú fuiste un rojo clavel ensangrentado que vino de la tierra dorada de Castilla a dormir entre nieve y ciprerales castos.
Granada era tu lecho de muerte, Doña Juana, los cipreses, tus cirios; la sierra, tu retablo. Un retablo de nieve que mitigue tus ansias, ¡con el agua que pasa junto a ti! ¡La del Dauro!
Granada era tu lecho de muerte, Doña Juana, la de las torres viejas y del jardín callado, la de la yedra muerta sobre los muros rojos, la de la niebla azul y el arrayán romántico.
Princesa enamorada y mal correspondida. Clavel rojo en un valle profundo y desolado. La tumba que te guarda rezuma tu tristeza a través de los ojos que ha abierto sobre el mármol.
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Poeta
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Hoy siento en el corazón un vago temblor de estrellas, pero mi senda se pierde en el alma de la niebla. La luz me troncha las alas y el dolor de mi tristeza va mojando los recuerdos en la fuente de la idea.
Todas las rosas son blancas, tan blancas como mi pena, y no son las rosas blancas, que ha nevado sobre ellas. Antes tuvieron el iris. También sobre el alma nieva. La nieve del alma tiene copos de besos y escenas que se hundieron en la sombra o en la luz del que las piensa.
La nieve cae de las rosas, pero la del alma queda, y la garra de los años hace un sudario con ellas.
¿Se deshelará la nieve cuando la muerte nos lleva? ¿O después habrá otra nieve y otras rosas más perfectas? ¿Será la paz con nosotros como Cristo nos enseña? ¿O nunca será posible la solución del problema?
¿Y si el amor nos engaña? ¿Quién la vida nos alienta si el crepúsculo nos hunde en la verdadera ciencia del Bien que quizá no exista, y del Mal que late cerca?
¿Si la esperanza se apaga y la Babel se comienza, qué antorcha iluminará los caminos en la Tierra?
¿Si el azul es un ensueño, qué será de la inocencia? ¿Qué será del corazón si el Amor no tiene flechas?
¿Y si la muerte es la muerte, qué será de los poetas y de las cosas dormidas que ya nadie las recuerda? ¡Oh sol de las esperanzas! ¡Agua clara! ¡Luna nueva! ¡Corazones de los niños! ¡Almas rudas de las piedras! Hoy siento en el corazón un vago temblor de estrellas y todas las rosas son tan blancas como mi pena.
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Poeta
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La lluvia tiene un vago secreto de ternura, algo de soñolencia resignada y amable, una música humilde se despierta con ella que hace vibrar el alma dormida del paisaje.
Es un besar azul que recibe la Tierra, el mito primitivo que vuelve a realizarse. El contacto ya frío de cielo y tierra viejos con una mansedumbre de atardecer constante.
Es la aurora del fruto. La que nos trae las flores y nos unge de espíritu santo de los mares. La que derrama vida sobre las sementeras y en el alma tristeza de lo que no se sabe.
La nostalgia terrible de una vida perdida, el fatal sentimiento de haber nacido tarde, o la ilusión inquieta de un mañana imposible con la inquietud cercana del color de la carne.
El amor se despierta en el gris de su ritmo, nuestro cielo interior tiene un triunfo de sangre, pero nuestro optimismo se convierte en tristeza al contemplar las gotas muertas en los cristales.
Y son las gotas: ojos de infinito que miran al infinito blanco que les sirvió de madre.
Cada gota de lluvia tiembla en el cristal turbio y le dejan divinas heridas de diamante. Son poetas del agua que han visto y que meditan lo que la muchedumbre de los ríos no sabe.
¡Oh lluvia silenciosa, sin tormentas ni vientos, lluvia mansa y serena de esquila y luz suave, lluvia buena y pacifica que eres la verdadera, la que llorosa y triste sobre las cosas caes!
¡Oh lluvia franciscana que llevas a tus gotas almas de fuentes claras y humildes manantiales! Cuando sobre los campos desciendes lentamente las rosas de mi pecho con tus sonidos abres.
El canto primitivo que dices al silencio y la historia sonora que cuentas al ramaje los comenta llorando mi corazón desierto en un negro y profundo pentagrama sin clave.
Mi alma tiene tristeza de la lluvia serena, tristeza resignada de cosa irrealizable, tengo en el horizonte un lucero encendido y el corazón me impide que corra a contemplarte.
¡Oh lluvia silenciosa que los árboles aman y eres sobre el piano dulzura emocionante; das al alma las mismas nieblas y resonancias que pones en el alma dormida del paisaje!
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Poeta
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Granada, calle de Elvira, donde viven las manolas, las que se van a la Alhambra, las tres y las cuatro solas. Una vestida de verde, otra de malva, y la otra, un corselete escocés con cintas hasta la cola.
Las que van delante, garzas la que va detrás, paloma, abren por las alamedas muselinas misteriosas. ¡Ay, qué oscura está la Alhambra! ¿Adónde irán las manolas mientras sufren en la umbría el surtidor y la rosa?
¿Qué galanes las esperan? ¿Bajo qué mirto reposan? ¿Qué manos roban perfumes a sus dos flores redondas?
Nadie va con ellas, nadie; dos garzas y una paloma. Pero en el mundo hay galanes que se tapan con las hojas. La catedral ha dejado bronces que la brisa toma; El Genil duerme a sus bueyes y el Dauro a sus mariposas.
La noche viene cargada con sus colinas de sombra; una enseña los zapatos entre volantes de blonda; la mayor abre sus ojos y la menor los entorna.
¿Quién serán aquellas tres de alto pecho y larga cola? ¿Por qué agitan los pañuelos? ¿Adónde irán a estas horas? Granada, calle de Elvira, donde viven las manolas, las que se van a la Alhambra, las tres y las cuatro solas.
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Poeta
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Ya sobre los hastíos de tus meditaciones, como en fugas radiantes escucharás canciones de músicas heráldicas, de las músicas locas que enardecen las ansias y enrojecen las bocas
en besos fecundantes, cual rocíos de mieles que hasta en el yermo hicieron florecer los laureles. Yo, a tu rostro moreno consagraré violetas, las nerviosas amadas tristes de los poetas,
y allá en las tibias tardes, serenas de optimismos, cuando al disipar todos tus más graves mutismos mis estrofas de hierro torturen tu garganta, has de pensar, acaso, si es un hierro que canta!
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Poeta
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Y pasas, y no sola, presintiendo dorados orientes, los propicios a los enamorados, como una novia enferma que evoca espirituales promesas en las largas noches sentimentales;
o esperas al amado, sonriente, como algunas heroínas que aguardan al amor de las lunas hojeando florilegios alegres de la Galia, con manos de Giocondas poéticas de Italia.
¡Oh, las divinas magas que comulgan misterios en los ratos fugaces de indecibles imperios... cuyos tiernos mandatos y ansiadas tiranías de las claudicaciones saben las agonías!
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Poeta
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Hoy recibí tu carta. La he leído con asombro, pues dices que regresas, y aún de la sorpresa no he salido... ¡Hace tanto que vivo sin sorpresas!
«Que por fin vas a verme..., que tan larga fue la separación...» Te lo aconsejo, no vengas, sufrirías una amarga desilusión: me encontrarías viejo.
Y como un viejo, ahora, me he llamado a quietud, y a excepción -¡siempre e! pasado! de uno que otro recuerdo que en la frente
me pone alguna arruga de tristeza, no me puedo quejar: tranquilamente fumo mi pipa y bebo mi cerveza.
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Poeta
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Me obsedan tus manos exangües y finas, ¡tus manos! puñales de heridas ajenas, cuando en el teclado predicen, en notas, las inapelables deseadas condenas...
Tus manos, amores de nardos y rosas, cuya histeria tiene sangre de pasiones, como aquellas suaves que guardan ocultas en venas azules sombrías traiciones.
Como las nerviosas manos de mi amada, que, en largas teorías de gestos cordiales, devotas del dulce crimen amatorio, ¡degüellan mis mansos corderos pascuales!
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Poeta
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¡De todo te olvidas! Anoche dejaste aquí, sobre el piano que ya jamás tocas, un poco de tu alma de muchacha enferma: un libro, vedado, de tiernas memorias.
Íntimas memorias. Yo lo abrí, al descuido, y supe, sonriendo, tu pena más honda, el dulce secreto que no diré a nadie: a nadie interesa saber que me nombras.
...Ven, llévate el libro, distraída, llena de luz y de ensueño. Romántica loca... ¡Dejar tus amores ahí, sobre el piano!... De todo te olvidas, ¡cabeza de novia!
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Poeta
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