|
Recuerdo aquella sombría tarde de abril, Tras haberme bebido el alma, estaba destruido Habiendo gastado la conciencia en una botella sin fin Queriendo a gritos recuperar lo perdido
Lloré entonces frente de ti, en aquel cuarto oscuro Sin miedo, sin espada, sin escudo; Sin esperanzas, sin ni siquiera un ápice de orgullo, Entregando en cada lágrima los restos de un amor, que era solo tuyo.
Al verme a los ojos y mirarme me dijiste, Si estas tan mal, si quieres no me voy, yo me quedo, Sin parecer entender porque estaba yo tan triste Como quien consuela a un mendigo de amor, a un pordiosero.
Esa tarde sin tener fuerzas me recompuse, Supe que ya todo estaba dicho, No se puede tapar con los dedos las luces, Y sólo resta aceptar el fracaso, que has sido vencido
Ese día te dije adiós en una mirada, Que solo reflejo lastima en la tuya, Ese día decidí buscar en otra almohada Lo que tuve y perdí en una duda.
antonio fuenmayor
|
Poeta
|
|
Cómo explicar lo que se siente cuando estás apresado irremediablemente atrapado por su instinto felino por ese responder urgente a la acaricia por ese súbito vibrar al mínimo roce. Qué decir cuando se está en posesión de su sedoso pelaje iluminado capaz de apaciguar los impulsos mas rebeldes. Solo te resta pues dejarte arrastrar, convertirte, ser por fin… para que sea.
Nini, 12 de junio de 2012
|
Poeta
|
|
1
Cuando me paro a contemplar mi estado, y a ver los pasos por donde he venido, me espanto de que un hombre tan perdido a conocer su error haya llegado.
Cuando miro los años que he pasado, la divina razón puesta en olvido, conozco que piedad del cielo ha sido no haberme en tanto mal precipitado.
Entré por laberinto tan extraño, fiando al débil hilo de la vida el tarde conocido desengaño;
mas de tu luz mi escuridad vencida, el monstro muerto de mi ciego engaño, vuelve a la patria, la razón perdida.
2
Pasos de mi primera edad que fuistes por el camino fácil de la muerte, hasta llegarme al tránsito más fuerte que por la senda de mi error pudistes;
¿qué basilisco entre las flores vistes que de su engaño a la razón advierte? Volved atrás, porque el temor concierte las breves horas de mis años tristes.
¡Oh pasos esparcidos vanamente! ¿qué furia os incitó, que habéis seguido la senda vil de la ignorante gente?
Mas ya que es hecho, que volváis os pido, que quien de lo perdido se arrepiente aun no puede decir que lo ha perdido.
3
Entro en mí mismo para verme, y dentro hallo, ¡ay de mí!, con la razón postrada, una loca república alterada, tanto que apenas los umbrales entro.
Al apetito sensitivo encuentro, de quien la voluntad mal respetada se queja al cielo, y de su fuerza armada conduce el alma al verdadero centro.
La virtud, como el arte, hallarse suele cerca de lo difícil, y así pienso que el cuerpo en el castigo se desvele.
Muera el ardor del apetito intenso, porque la voluntad al centro vuele, capaz potencia de su bien inmenso.
4
¿Qué ceguedaz me trujo a tantos daños? ¿Por dónde me llevaron desvaríos, que no traté mis años como míos, y traté como propios sus engaños?
¡Oh puerto de mis blancos desengaños, por donde ya mis juveniles bríos pasaron como el curso de los ríos, que no los vuelve atrás el de los años!
Hicieron fin mis locos pensamientos, acomodóse al tiempo la edad mía, por ventura en ajenos escarmientos.
Que no temer el fin no es valentía, donde acaban los gustos en tormentos, y el curso de los años en un día.
5
Pastor que con tus silbos amorosos me despertaste del profundo sueño, Tú que hiciste cayado de ese leño, en que tiendes los brazos poderosos,
vuelve los ojos a mi fe piadosos, pues te confieso por mi amor y dueño, y la palabra de seguirte empeño, tus dulces silbos y tus pies hermosos.
Oye, pastor, pues por amores mueres, no te espante el rigor de mis pecados, pues tan amigo de rendidos eres.
Espera, pues, y escucha mis cuidados, pero ¿cómo te digo que me esperes, si estás para esperar los pies clavados?
6
¡Cuántas veces, Señor, me habéis llamado, y cuántas con vergüenza he respondido, desnudo como Adán, aunque vestido de las hojas del árbol del pecado!
Seguí mil veces vuestro pie sagrado, fácil de asir, en una cruz asido, y atrás volví otras tantas, atrevido, al mismo precio en que me habéis comprado.
Besos de paz os di para ofenderos, pero si fugitivos de su dueño hierran cuando los hallan los esclavos,
hoy que vuelvo con lágrimas a veros, clavadme vos a vos en vuestro leño, y tendréisme seguro con tres clavos.
7
Muere la vida, y vivo yo sin vida, ofendiendo la vida de mi muerte, sangre divina de las venas vierte, y mi diamante su dureza olvida.
Está la majestad de Dios tendida en una dura cruz, y yo de suerte que soy de sus dolores el más fuerte, y de su cuerpo la mayor herida.
¡Oh duro corazón de mármol frío!, ¿tiene tu Dios abierto el lado izquierdo, y no te vuelves un copioso río?
Morir por él será divino acuerdo, mas eres tú mi vida, Cristo mío, y como no la tengo, no la pierdo.
8
¿Qué tengo yo que mi amistad procuras? ¿Qué interés se te sigue, Jesús mío, que a mi puerta cubierto de rocío pasas las noches del invierno escuras?
¡Oh cuánto fueron mis entrañas duras, pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío, si de mi ingratitud el hielo frío secó las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas veces el Ángel me decía: "Alma, asómate agora a la ventana, verás con cuánto amor llamar porfía"!
¡Y cuántas, hermosura[s] soberana, "Mañana le abriremos", respondía, para lo mismo responder mañana!
9
Yo me muero de amor, que no sabía, aunque diestro en amar cosas del suelo, que no pensaba yo que amor del cielo con tal rigor las almas encendía.
Si llama la moral filosofía deseo de hermosura a amor, recelo que con mayores ansias me desvelo cuanto es más alta la belleza mía.
Amé en la tierra vil, ¡qué necio amante! ¡Oh luz del alma, habiendo de buscaros, qué tiempo que perdí como ignorante!
Mas yo os prometo agora de pagaros con mil siglos de amor cualquiera instante que por amarme a mí dejé de amaros.
10
¡Con qué artificio tan divino sales de esa camisa de esmeralda fina, oh rosa celestial alejandrina, coronada de granos orientales!
Ya en rubíes te enciendes, ya en corales, ya tu color a púrpura se inclina sentada en esa basa peregrina que forman cinco puntas desiguales.
Bien haya tu divino autor, pues mueves a su contemplación el pensamiento, a aun a pensar en nuestros años breves.
Así la verde edad se esparce al viento, y así las esperanzas son aleves que tienen en la tierra el fundamento...
11
Esta cabeza, cuando viva, tuvo sobre la arquitectura destos huesos carne y cabellos, por quien fueron presos los ojos que mirándola detuvo.
Aquí la rosa de la boca estuvo, marchita ya con tan helados besos, aquí los ojos de esmeralda impresos, color que tantas almas entretuvo.
Aquí la estimativa en que tenía el principio de todo el movimiento, aquí de las potencias la armonía.
¡Oh hermosura mortal, cometa al viento!, ¿dónde tan alta presunción vivía, desprecian los gusanos aposento?
12
Hombre mortal mis padres me engendraron, aire común y luz de los cielos dieron, y mi primera voz lágrimas fueron, que así los reyes en el mundo entraron.
La tierra y la miseria me abrazaron, paños, no piel o pluma, me envolvieron, por huésped de la vida me escribieron, y las horas y pasos me contaron.
Así voy prosiguiendo la jornada a la inmortalidad el alma asida, que el cuerpo es nada, y no pretende nada.
Un principio y un fin tiene la vida, porque de todos es igual la entrada, y conforme a la entrada la salida.
13
¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras? ¿Qué interés se te sigue, Jesús mío, que a mi puerta, cubierto de rocío, pasas las noches del invierno escuras?
¡Oh. cuánto fueron mis entrañas duras, pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío si de mi ingratitud el hielo frío secó las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas veces el ángel me decía: "Alma, asómate agora a la ventana; verás con cuánto amor llamar porfía!"
¡Y cuántas, hermosura soberana, "Mañana le abriremos", respondía, para lo mismo responder mañana!
14
Buscaba Madalena pecadora un hombre, y Dios halló sus pies, y en ellos perdón, que más la fe que los cabellos ata sus pies, sus ojos enamora.
De su muerte a su vida se mejora, efecto en Cristo de sus ojos bellos, sigue su luz, y al occidente dellos canta en los cielos y en peñascos llora.
«Si amabas, dijo Cristo, soy tan blando que con amor a quien amó conquisto, si amabas, Madalena, vive amando».
Discreta amante, que el peligro visto súbitamente trasladó llorando los amores del mundo a los de Cristo.
15
Yo pagaré con lágrimas la risa que tuve en la verdura de mis años, pues con tan declarados desengaños el tiempo, Elisio, de mi error me avisa.
«Hasta la muerte» en la corteza lisa de un olmo, a quien dio el Tajo eternos baños, escribí un tiempo, amando los engaños que mi temor con pies de nieve pisa.
Mas, ¿qué fuera de mí, si me pidiera esta cédula Dios, y la cobrara, y el olmo entonces el testigo fuera?
Pero yo con el llanto de mi cara haré crecer el Tajo de manera que sólo quede mi vergüenza clara.
|
Poeta
|
|
1
Era la alegre víspera del día que la que sin igual nació en la tierra, de la cárcel mortal y humana guerra para la patria celestial salía;
y era la edad en que más viva ardía la nueva sangre que mi pecho encierra, cuando el consejo y la razón destierra la vanidad que el apetito guía,
cuando Amor me enseñó la vez primera de Lucinda en su sol los ojos bellos, y me abrasó como si rayo fuera.
Dulce prisión y dulce arder por ellos; sin duda que su fuego fue mi esfera, que con verme morir descanso en ellos.
2
De hoy más las crespas sienes de olorosa verbena y mirto coronarte puedes, juncoso Manzanares, pues excedes del Tajo la corriente caudalosa.
Lucinda en ti bañó su planta hermosa; bien es que su dorado nombre heredes, y que con perlas por arenas quedes, mereciendo besar su nieve y rosa.
Y yo envidiar pudiera tu fortuna, mas he llorado en ti lágrimas tantas, (tú, buen testigo de mi amargo lloro),
que mezclada en tus aguas pudo alguna de Lucinda tocar las tiernas plantas, y convertirse en tus arenas de oro.
3
Vierte racimos la gloriosa palma, y sin amor se pone estéril luto; Dafnes se queja en su laurel sin fruto, Narciso en blancas hojas se desalma.
Está la tierra sin la lluvia en calma, viles hierbas produce el campo enjuto, porque nunca el Amor pagó tributo, gime en su piedra de Anaxarte el alma.
Oro engendra al amor de agua y de arenas, porque las conchas aman el rocío, quedan de perlas orientales llenas.
No desprecies, Lucinda hermosa, el mío, que al trasponer del sol, las azucenas pierden el lustre, y nuestra edad el brío.
4
Si culpa el concebir, nacer tormento, guerra vivir, la muerte fin humano; si después de hombre, tierra y vil gusano, y después de gusano, polvo y viento;
si viento nada, y nada el fundamento, flor la hermosura, la ambición tirano, la fama y gloria, pensamiento vano, y vano en cuanto piensa el pensamiento,
¿quién anda en este mar para anegarse? ¿De qué sirve en quimeras consumirse, ni pensar otra cosa que salvarse?
¿De qué sirve estimarse y preferirse, buscar memoria habiendo de olvidarse, y edificar habiendo de partirse?
5
Céfiro blando que mis quejas tristes tantas veces llevaste, claras fuentes que con mis tiernas lágrimas ardientes vuestro dulce licor ponzoña hicistes;
selvas que mis querellas esparcistes, ásperos montes a mi mal presentes, ríos que de mis ojos siempre ausentes, veneno al mar, como a tirano distes;
pues la aspereza de rigor tan fiero no me permite voz articulada, decid a mi desdén que por él muero.
Que si la viere el mundo transformada en el laurel que por dureza espero, della veréis mi frente coronada.
6
Que otras veces amé negar no puedo, pero entonces amor tomó conmigo la espada negra, como diestro amigo, señalando los golpes en el miedo.
Mas esta vez que batallando quedo, blanca la espada y cierto el enemigo, no os espantéis que llore su castigo, pues al pasado amor amando excedo.
Cuando con armas falsas esgrimía, de las heridas truje en el vestido (sin tocarme en el pecho) las señales;
mas en el alma ya, Lucinda mía, donde mortales en dolor han sido, y en el remedio heridas inmortales.
7
El pastor que en el monte anduvo al hielo, al pie del mismo, derribando un pino, en saliendo el lucero vespertino enciende lumbre y duerme sin recelo.
Dejan las aves con la noche el vuelo, el campo el buey, la senda el peregrino, la hoz el trigo, la guadaña el lino, que al fin descansa cuando cubre el cielo.
Yo solo, aunque la noche con su manto esparza sueño y cuanto vive aduerma, tengo mis ojos de descanso faltos.
Argos los vuelve la ocasión y el llanto, sin vara de Mercurio que los duerma, que los ojos del alma están muy altos.
8
Ir y quedarse, y con quedar partirse, partir sin alma, e ir con alma ajena, oír la dulce voz de una sirena y no poder del árbol desasirse;
arder como la vela y consumirse, haciendo torres sobre tierna arena; caer de un cielo, y ser demonio en pena, y de serlo jamás arrepentirse;
hablar entre las mudas soledades, pedir prestada sobre fe paciencia, y lo que es temporal llamar eterno;
creer sospechas y negar verdades, es lo que llaman en el mundo ausencia, fuego en el alma, y en la vida infierno.
9
Con nuevos lazos, como el mismo Apolo, hallé en cabello a mi Lucinda un día, tan hermosa, que al cielo parecía en la risa del alba, abriendo el polo.
Vino un aire sutil, y desatólo con blando golpe por la frente mía, y dije a amor que para qué tejía mil cuerdas juntas para un arco solo.
Pero él responde: «Fugitivo mío, que burlaste mis brazos, hoy aguardo de nuevo echar prisión a tu albedrío».
Yo triste, que por ella muero y ardo, la red quise romper, ¡qué desvarío!, pues más me enredo mientras más me guardo.
10
Quiero escribir, y el llanto no me deja, pruebo a llorar, y no descanso tanto, vuelvo a tomar la pluma, y vuelve el llanto, todo me impide el bien, todo me aqueja.
Si el llanto dura, el alma se me queja, si el escribir, mis ojos, y si en tanto por muerte o por consuelo me levanto, de entrambos la esperanza se me aleja.
Ve blanco al fin, papel, y a quien penetra el centro deste pecho que enciende le di (si en tanto bien pudieres verte),
que haga de mis lágrimas la letra, pues ya que no lo siente, bien entiende, que cuanto escribo y lloro, todo es muerte.
11
Lucinda, yo me siento arder, y sigo el sol que deste incendio causa el daño, que porque no me encuentre el desengaño tengo al engaño por eterno amigo.
Siento el error, no siento lo que digo, a mí yo propio me parezco extraño; pasan mis años, sin que llegue un año que esté seguro yo de mí conmigo.
¡Oh dura ley de amor, que todos huyen la causa de su mal, y yo la espero siempre en mi margen, como humilde río!
Pero si las estrellas daño influyen, y con las de tus ojos nací y muero, ¿cómo las venceré sin albedrío?
12
Cayó la torre que en el viento hacían mis altos pensamientos castigados, que yacen por el suelo derribados cuando con sus extremos competían.
Atrevidos al sol llegar querían, y morir en sus rayos abrasados, de cuya luz contentos y engañados, como la ciega mariposa ardían.
¡Oh, siempre aborrecido desengaño, amado al procurarte, odioso al verte, que en lugar de sanar abres la herida!
¡Pluguiera a Dios duraras, dulce engaño, que si ha de dar un desengaño muerte, mejor es un engaño que da vida!
13
Desde que viene la rosada Aurora hasta que el viejo Atlante esconde el día, lloran mis ojos con igual porfía su claro sol que otras montañas dora;
y desde que del caos adonde mora sale la noche perezosa y fría, hasta que a Venus otra vez envía, vuelvo a llorar vuestro rigor, señora.
Así que ni la noche me socorre, ni el día me sosiega y entretiene, ni hallo medio en extremos tan extraños.
Mi vida va volando, el tiempo corre, y mientras mi esperanza con vos viene, callando pasan los ligeros años.
14
Rota barquilla mía, que arrojada de tanta envidia y amistad fingida, de mi paciencia por el mar regida con remos de mi pluma y de mi espada,
una sin corte y otra mal cortada, conservaste las fuerzas de la vida, entre los puertos del favor rompida, y entre las esperanzas quebrantada;
sigue tu estrella en tantos desengaños, que quien no los creyó sin duda es loco, ni hay enemigo vil ni amigo cierto.
Pues has pasado los mejores años, ya para lo que queda, pues es poco, ni tema a la mar, ni esperes puerto.
15
Esto de imaginar si está en su casa, si salió, si la hablaron, si fue vista; temer que se componga, adorne y vista, andar siempre mirando lo que pasa;
temblar del otro que de amor se abrasa, y con hacienda y alma la conquista; querer que al oro y al amor resista, morirme si se ausenta o si se casa;
celar todo galán rico y mancebo, pensar que piensa en otro si en mí piensa rondar la noche y contemplar el día,
obliga, Marcio, a enamorar de nuevo; pero saber cómo pasó la ofensa, no sólo desobliga, mas enfría.
16
Daba sustento a un pajarillo un día Lucinda, y por los hierros del portillo fuésele de la jaula el pajarillo al libre viento en que vivir solía.
Con un suspiro a la ocasión tardía tendió la mano, y no pudiendo asillo, dijo (y de las mejillas amarillo volvió el clavel que entre su nieve ardía):
¿Adónde vas por despreciar el nido, al peligro de ligas y de balas, y el dueño huyes que tu pico adora?».
Oyóla el pajarillo enternecido, y a la antigua prisión volvió las alas, que tanto puede una mujer que llora.
17
Es la mujer del hombre lo más bueno, y locura decir que lo más malo, su vida suele ser y su regalo, su muerte suele ser y su veneno.
Cielo a los ojos, cándido y sereno, que muchas veces al infierno igualo, por raro al mundo su valor señalo, por falso al hombre su rigor condeno.
Ella nos da su sangre, ella nos cría, no ha hecho el cielo cosa más ingrata: es un ángel, y a veces una arpía.
Quiere, aborrece, trata bien, maltrata, y es la mujer al fin como sangría, que a veces da salud, y a veces mata.
18
Esparcido el cabello por la espalda que fue del sol desprecio y maravilla, Silvia cogía por la verde orilla del mar de Cádiz conchas en su falda.
El agua entre el hinojo de esmeralda, para que entrase más, su curso humilla; tejió de mimbre una alta canastilla, y púsola en su frente por guirnalda.
Mas cuando ya desamparó la playa, «Mal haya, dijo, el agua, que tan poca con su sal me abrasó pies y vestidos».
Yo estaba cerca y respondí: «Mal haya la sal que tiene tu graciosa boca, que así tiene abrasados mis sentidos».
19
Serrana celestial de esta montaña, por quien el sol, que sus peñascos dora, sale más presto a ver la blanca Aurora que a la noche venció, que el mundo engaña,
a quien aquel Pastor santo acompaña, que en el cayado de su cruz adora cuanto ganado en estas sierras mora y con su marca de su sangre baña.
¿Cómo tenéis, si os llama electro y rosa el Espejo, a quien dais tiernos abrazos, color morena, aunque de gracia llena?
Pero aunque sois morena, sois hermosa, y ¿qué mucho si a Dios tenéis en brazos, que dándoos tanto sol, estéis morena?
20
Desmayarse, atreverse, estar furioso, áspero, tierno, liberal, esquivo, alentado, mortal, difunto, vivo, leal, traidor, cobarde y animoso;
no hallar fuera del bien centro y reposo, mostrarse alegre, triste, humilde, altivo, enojado, valiente, fugitivo, satisfecho, ofendido, receloso;
huir el rostro al claro desengaño, beber veneno por licor suave, olvidar el provecho, amar el daño;
creer que un cielo en un infierno cabe, dar la vida y el alma a un desengaño; esto es amor, quien lo probó lo sabe.
|
Poeta
|
|
Serrana hermosa, que de nieve helada fueras como en color en el efecto, si amor no hallara en tu rigor posada;
del sol y de mi vista claro objeto, centro del alma, que a tu gloria aspira, y de mi verso altísimo sujeto;
alba dichosa, en que mi noche espira, divino basilisco, lince hermoso, nube de amor, por quien sus rayos tira;
salteadora gentil, monstruo amoroso, salamandra de nieve y no de fuego, para que viva con mayor reposo.
Hoy, que a estos montes y a la muerte llego, donde vine sin ti, sin alma y vida, te escribo, de llorar cansado y ciego.
Pero dirás que es pena merecida de quien pudo sufrir mirar tus ojos con lágrimas de amor en la partida.
Advierte que eres alma en los despojos desta parte mortal, que a ser la mía, faltara en tantas lágrimas y enojos;
que no viviera quien de ti partía, ni ausente ahora, a no esforzarle tanto las esperanzas de un alegría día.
Aquella noche en su mayor espanto consideré la pena del perderte, la duda soledad creciendo el llanto,
y llamando mil veces a la muerte, otras tantas miré que me quitaba la dulce gloria de volver a verte.
A la ciudad famosa que dejaba, la cabeza volvía, que desde lejos sus muros con sus fuegos me enseñaba,
y dándome en los ojos los reflejos, gran tiempo hacia la parte en que vivías los tuvo amor suspensos y perplejos.
Y como imaginaba que tendrías de lágrimas los bellos ojos llenos, pensándolas juntar crecí las mías.
Mas como los amigos, desde ajenos, reparasen en ver que me paraba en el mayor dolor, fue el llanto menos.
Ya, pues, que el alma y la ciudad dejaba, y no se oía del famoso río el claro son que con sus muros lava,
«Adiós, dije mil veces, dueño mío, hasta que a verme en tu ribera vuelva, de quien tan tiernamente me desvío».
No suele el ruiseñor en verde selva llorar el nido de uno en otro ramo de florido arrayán y madreselva,
con más doliente voz que yo te llamo, ausente de mis dulces pajarillos, por quien en llanto el corazón derramo,
ni brama, si le quitan sus novillos, con más dolor la vaca, atravesando los campos de agostados amarillos;
ni con arrullo más lloroso y blando la tórtola se queja, prenda mía, que yo me estoy de mi dolor quejando.
Lucinda, sin tu dulce compañía, y sin las prendas de tu hermoso pecho, todo es llorar desde la noche al día,
que con sólo pensar que está deshecho mi nido ausente, me atraviesa el alma, dando mil nudos a mi cuello estrecho;
que con dolor de que le dejo en calma, y el fruto de mi amor goza otro dueño, parece que he sembrado ingrata palma».
Llegué, Lucinda, al fin, sin verme el sueño, en tres veces que el sol me vio tan triste, a la aspereza de un lugar pequeño,
a quien de murtas y peñascos viste Sierra Morena, que se pone en medio del dichoso lugar en que naciste.
Allí me pareció que sin remedio llegaba el fin de mi mortal camino, habiendo apenas caminado el medio,
y cuando ya mi pensamiento vino, dejando atrás la Sierra, a imaginarte, creció con el dolor el desatino;
que con pensar que estás de la otra parte, me pareció que me quitó la Sierra la dulce gloria de poder mirarte.
Bajé a los llanos de esta humilde tierra, adonde me prendiste y cautivaste, y yo fui esclavo de tu dulce guerra.
No estaba el Tajo con el verde engaste de su florida margen cual solía, cuando con esos pies su orilla honraste;
ni el agua clara a su pesar subía por las sonoras ruedas ni bajaba, y en pedazos de plata se rompía;
ni Filomena su dolor cantaba, ni se enlazaba parra con espino, ni yedra por los árboles trepaba;
ni pastor extranjero ni vecino se coronaba del laurel ingrato, que algunos tienen por laurel divino.
Era su valle imagen y retrato del lugar que la corte desampara, del alma de su espléndido aparato.
Yo, como aquel que a contemplar se para rüinas tristes de pasadas glorias, en agua de dolor bañé mi cara.
De tropel acudieron las memorias, los asientos, los gustos, los favores, que a veces los lugares son historias,
y en más de dos que yo te dije amores, parece que escuchaba tus respuestas, y que estaban allí las mismas flores.
Mas como en desventuras manifiestas suele ser tan costoso el desengaño y sus veloces alas son tan prestas,
vencido de la fuerza de mi daño, caí desde mí mismo medio muerto y conmigo también mi dulce engaño.
Teniendo, pues, mi duro fin por cierto, las ninfas de las aguas, los pastores del soto y los vaqueros del desierto,
cubriéndome de yerbas y de flores, me lloraban, diciendo: «Aquí fenece el hombre que mejor trató de amores,
y puesto que Lucinda le merece, que su vida consista en su presencia, él también con su muerte la engrandece».
Entonces yo, que haciendo resistencia estaba con tu luz al dolor mío, abrí los ojos, que cerró tu ausencia.
Luego desamparando el valle frío las ninfas bellas con sus rubias frentes rompieron el cristal del manso río,
y en círculos de vidrio transparentes las divididas aguas resonaron, y en las peñas los ecos diferentes.
Los pastores también desampararon el muerto vivo, y en la tibia arena por sombra de quien era me dejaron.
Yo solo, acompañado de mi pena, volviste al alma, del dolor quejoso, que de pensar en ti la tuvo ajena.
Así ha llegado aquel pastor dichoso, Lucinda, que llamaban dueño tuyo, del Betis rico al Tajo caudaloso:
éste que miras es retraso suyo, que así el esclavo que llorando pierdes a tus divinos ojos restituyo.
O ya me olvides o de mí te acuerdes, si te olvidares mientras tengo vida, marchite amor mis esperanzas verdes.
Cosa que al cielo por mi bien le pida jamás me cumpla, si otra cosa fuere de aquestos ojos, donde estás, querida.
En tanto que mi espíritu rigiere el cuerpo que tus brazos estimaron, nadie los míos ocupar espere;
la memoria que en ellos me dejaron es alcalde de aquella fortaleza que tus hermosos ojos conquistaron.
Tú conoces, Lucinda, mi firmeza, y que es de acero el pensamiento mío con las pastoras de mayor belleza.
Ya sabes el rigor de mi desvío con Flora, que te tuvo tan celosa, a cuyo fuego respondí tan frío;
pues bien conoces tú que es Flora hermosa, y que con serlo, sin remedio vive, envidiosa de ti, de mí quejosa.
Bien sabes que habla bien, que bien escribe y que me solicita y me regala, por más desprecios que de mí recibe.
Mas yo, que de tu pie, donaire y gala estimo más la cinta que desecha que todo el oro con que a Creso iguala,
sólo estimo tenerte sin sospecha, que no ha nacido ahora quien desate de tanto amor lazada tan estrecha.
Cuando de yerbas de Tesalia trate, y discurriendo el monte de la luna los espíritus ínfimos maltrate,
no hay fuerza en yerba ni en palabra alguna contra mi voluntad, que hizo el cielo libre en adversa y próspera fortuna.
Tú sola mereciste mi desvelo, y yo también después de larga historia con mi fuego de amor vencer tu hielo.
Viva con esto alegre tu memoria, que como amar con celos es infierno, amar sin ellos es descanso y gloria,
que yo, sin atender a mi gobierno, no he de apartarme de adorarte ausente, si de ti lo estuviese un siglo eterno.
El sol mil veces discurriendo cuente del cielo los dorados paralelos, y de su blanca hermana el rostro aumente,
que los diamantes de sus puros velos, que viven fijos en su octava esfera, no han de igualarme aunque me maten celos.
No habrá cosa jamás en la ribera en que no te contemplen estos ojos, mientras ausente de los tuyos muera;
en el jazmín tus cándidos despojos; en la rosa encarnada tus mejillas, tu bella boca en los claveles rojos;
tu olor en las retamas amarillas, y en maravillas que mis cabras pacen contemplaré también tus maravillas.
Y cuando aquellos arroyuelos que hacen templados, a mis quejas consonancia desde la sierra, donde juntos nacen,
dejando el sol la furia y arrogancia de dos tan encendidos animales, volviere el año a su primera estancia,
a pesar de sus fuentes naturales, del yelo arrebatadas sus corrientes, cuelguen por estas peñas sus cristales,
contemplaré tus concertados dientes, y a veces en carámbanos mayores los dedos de tus manos transparentes.
Tu voz me acordarán los ruiseñores, y de estas yedras y olmos los abrazos nuestros hermafrodíticos amores.
Aquestos nidos de diversos lazos, donde ahora se besan dos palomas, por ver mis prendas burlarán mis brazos,
Tú, si mejor tus pensamientos domas, en tanto que yo quedo sin sentido, dime el remedio de vivir que tomas,
que aunque todas las aguas del olvido bebiese yo, por imposible tengo que me escapase de tu lazo asido,
donde la vida a más dolor prevengo: ¡triste de aquel que por estrellas ama, si no soy yo, porque a tus manos vengo!
Donde si espero de mis versos fama, a ti lo debo, que tú sola puedes dar a mi frente de laurel la rama, donde muriendo vencedora quedes.
|
Poeta
|
|
1
Nace el alba clara, la noche pisa, del cielo la risa su paz declara; el tiempo se para por sólo vella, desterrando la noche de nuestras penas.
Para ser señora del cielo, levanta esta niña santa su luz aurora; él canta, ella llora divinas perlas, desterrando la noche de nuestras penas.
Aquella luz pura del Sol procede, porque cuanto puede le da hermosura; el alba segura que viene cerca, desterrando la noche de nuestras penas.
2
Las pajas del pesebre, niño de Belén, hoy son flores y rosas, mañana serán hiel.
Lloráis entre las pajas de frío que tenéis, hermoso niño mío, y de calor también.
Dormid, cordero santo, mi vida, no lloréis, que si os escucha el lobo, vendrá por vos, mi bien.
Dormid entre las pajas, que aunque frías las veis, hoy son flores y rosas, mañana serán hiel.
Las que para abrigaros tan blandas hoy se ven serán mañana espinas en corona cruel.
Mas no quiero deciros, aunque vos lo sabéis, palabras de pesar en días de placer.
Que aunque tan grandes deudas en paja cobréis, hoy son flores y rosas, mañana serán hiel.
Dejad el tierno llanto, divino Emanüel, que perlas entre pajas se pierden sin por qué.
No piense vuestra madre que ya Jerusalén previene sus dolores, y llore con Joseph.
Que aunque pajas no sean corona para Rey, hoy son flores y rosas, mañana serán hiel.
3
De una Virgen hermosa celos tiene el sol, porque vio en sus brazos otro sol mayor.
Cuando del Oriente salió el sol dorado, y otro sol helado miró tan ardiente, quitó de la frente la corona bella, y a los pies de la estrella su lumbre adoró, porque vio en sus brazos otro sol mayor.
«Hermosa María, dice el sol vencido, de vos ha nacido el sol que podía dar al mundo el día que ha deseado». Esto dijo humillado a María el sol, porque vio en sus brazos otro sol mayor.
4
Zagalejo de perlas, hijo del Alba, ¿dónde vais que hace frío tan de mañana?
Como sois lucero del alma mía, al traer el día nacéis primero; pastor y cordero sin choza y lana, ¿dónde vais que hace frío tan de mañana?
Perlas en los ojos, risa en la boca, las almas provoca a placer y enojos; cabellitos rojos, boca de grana, ¿dónde vais que hace frío tan de mañana?
Que tenéis que hacer, pastorcito santo, madrugando tanto lo dais a entender; aunque vais a ver disfrazado el alma, ¿dónde vais que hace frío tan de mañana?
5
La Niña a quien dijo el Ángel que estaba de gracia llena, cuando de ser de Dios madre le trujo tan altas nuevas,
ya le mira en un pesebre, llorando lágrimas tiernas, que obligándose a ser hombre, también se obliga a sus penas.
¿Qué tenéis, dulce Jesús?, le dice la Niña bella; ¿tan presto sentís mis ojos el dolor de mi pobreza?
Yo no tengo otros palacios en que recibiros pueda, sino mis brazos y pechos, que os regalan y sustentan.
No puedo más, amor mío, porque si yo más pudiera, vos sabéis que vuestros cielos envidiaran mi riqueza.
El niño recién nacido no mueve la pura lengua, aunque es la sabiduría de su eterno Padre inmensa.
Mas revelándole al alma de la Virgen la respuesta, cubrió de sueño en sus brazos blandamente sus estrellas.
Ella entonces desatando la voz regalada y tierna, así tuvo a su armonía la de los cielos suspensa.
Pues andáis en las palmas, Ángeles santos, que se duerme mi niño, tened los ramos.
Palmas de Belén que mueven airados los furiosos vientos que suenan tanto.
No le hagáis ruido, corred más paso, que se duerme mi niño, tened los ramos.
El niño divino, que está cansado de llorar en la tierra por su descanso,
sosegar quiere un poco del tierno llanto, que se duerme mi niño, tened los ramos.
Rigurosos yelos le están cercando, ya veis que no tengo con qué guardarlo.
Ángeles divinos que vais volando, que se duerme mi niño, tened los ramos.
|
Poeta
|
|
¡Oh libertad preciosa, no comparada al oro, ni al bien mayor de la espaciosa tierra, más rica y más gozosa que el precioso tesoro que el mar del sur entre su nácar cierra; con armas, sangre y guerra, con las vidas y famas, conquistado en el mundo; paz dulce, amor profundo que el mar aparta y a tu bien nos llamas; en ti sola se anida oro, tesoro, paz, bien, gloria y vida!
Cuando de las humanas tinieblas vi el cielo la luz, principio de mis dulces días, aquellas tres hermanas que nuestro humano velo tejiendo, llevan por inciertas vías, las duras penas mías trocaron en la gloria que en libertad poseo, con siempre igual deseo, donde verá por mi dichosa historia quien más leyere en ella que es dulce libertad lo menos della.
Yo, pues, señor exento desta montaña y prado, gozo la gloria y libertad que tengo. Soberbio pensamiento jamás ha derribado la vida humilde y pobre que sostengo. Cuando a las manos vengo con el muchacho ciego, haciendo rostro embisto, venzo, triunfo y resisto la flecha, el arco, la ponzoña, el fuego, y con libre albedrío lloro el ajeno mal y canto el mío.
Cuando la aurora baña con el rocío de aljófar celestial el monte y prado, salgo de mi cabaña, riberas de este río, a dar el nuevo pasto a mi ganado, y cuando el sol dorado muestra sus fuerzas graves, al sueño el pecho inclino debajo un sauce o pino, oyendo el son de las parleras aves o ya gozando el aura donde el perdido aliento se restaura.
Cuando la noche oscura con su estrellado manto el claro día en su tiniebla encierra, y suena en la espesura el tenebroso canto de los nocturnos hijos de la tierra, al pie de aquesta sierra con rústicas palabras mi ganadillo cuento y el corazón contento del gobierno de ovejas y de cabras, la temerosa cuenta del cuidadoso rey me representa.
Aquí la verde pera con la manzana fermosa, de gualda y roja sangre matizada, y de color rosa la cermeña olorosa tengo, y la endrina de color morada; aquí de la enramada parra que el olmo enlaza, melosas uvas cojo; y en cantidad recojo, al tiempo que las ramas desenlaza el caluroso estío, membrillos que coronan este río.
No me da descontento el hábito costoso que de lascivo el pecho noble infama; es mi dulce sustento del campo generoso estas silvestres frutas que derrama; mi regalada cama, de blanda pieles y hojas, que algún rey la envidiara, y de ti, fuente clara, que, bullendo, el arena y agua arrojas, estos cristales puros, sustentos pobres, pero bien seguros.
Estése el cortesano procurando a su gusto la blanda cama y el mejor sustento; bese la ingrata mano del poderoso injusto, formando torres de esperanza al viento; viva y muera sediento por el honroso oficio, y goce yo del suelo, al aire, al sol y al hielo, ocupado en mi rústico ejercicio; que más vale pobreza en paz que en guerra mísera riqueza.
Ni temo al poderoso ni al rico lisonjero, ni soy camaleón del que gobierna, ni me tiene envidioso la ambición y el deseo de ajena gloria ni de fama eterna; carne sabrosa y tierna, vino aromatizado, pan blanco de aquel día, en prado, en fuente fría, halla un pastor con hambre fatigado, que el grande y el pequeño somos iguales lo que dura el sueño.
|
Poeta
|
|
¡Pobre barquilla mía, entre peñascos rota, sin velas desvela, y entre las olas sola!
¿Adónde vas perdida? ¿Adónde, di, te engolfas? Que no hay deseos cuerdos con esperanzas locas.
Como las altas naves, te apartas animosa de la vecina tierra, y al fiero mar te arrojas.
Igual en las fortunas, mayor en las congojas, pequeña en la defensas, incitas a las ondas.
Advierte que te llevan a dar entre las rocas de la soberbia envidia, naufragio de las honras.
Cuando por las riberas andabas costa a costa, nunca del mar temiste las ira procelosas.
Segura navegabas, que por la tierra propia nunca el peligro es mucho adonde el agua es poca.
Verdad es que en la patria no es la virtud dichosa, ni se estima la perla hasta dejar la concha.
Dirás que muchas barcas con el favor en popa, saliendo desdichadas, volvieron venturosas.
No mires los ejemplos de las que van y tornan, que a muchas ha perdido la dicha de las otras.
Para los altos mares no llevas, cautelosa, ni velas de mentiras, ni remos de lisonjas.
¿Quién te engañó, barquilla? Vuelve, vuelve la proa: que presumir de nave fortunas ocasiona.
¿Qué jarcias te entretejen? ¿Qué ricas banderolas azote son del viento y de las aguas sombra?
¿ en qué gavia descubres, del árbol alta copa, la tierra en perspectiva, del mar incultas orlas?
¿En qué celajes fundas que es bien echar la sonda, cuando, perdido el rumbo, erraste la derrota?
Si te sepulta arena, ¿qué sirve fama heroica? Que nunca desdichados sus pensamientos logran.
¿Qué importa que te ciñan ramas verde o rojas, que en selvas de corales salados césped brota?
Laureles de la orilla solamente coronan navíos de alto bordo que jarcias de oro adornan.
No quieras que yo sea, por tu soberbia pompa, Faetonte de barqueros que los laureles lloran.
Pasaron ya los tiempos cuando, lamiendo rosas, el céfiro bullía y suspiraba aromas.
Ya fieros huracanes tan arrogantes soplan que, salpicando estrellas, del sol la frente mojan.
Ya los valientes rayos de la vulcana forja, en vez de torres altas, abrasan pobres chozas.
Contenta con tus redes, a la playa arenosa mojado me sacabas; pero vivo,¿qué importa?
Cuando de rojo nácar se afeitaba la aurora, más peces te llenaban que ella lloraba aljófar.
Al bello sol que adoro enjuta ya la ropa, nos daba una cabaña la cama de sus hojas.
Esposo me llamaba, yo la llamaba esposa, parándose de envidia la celestial antorcha.
Sin pleito, sin disgusto, la muerte nos divorcia; ¡ay de la pobre barca que en lágrima se ahoga!
Quedad sobre la arena, inútiles escotas, que no ha menester velas quien a su bien torna.
Si con eternas plantas las fijas luces doras, ¡oh dueño de mi barca!, y en dulce paz reposas.
Merezca que le pidas al bien que eterno gozas que adonde estás me lleve, más pura y más hermosa.
Mi honesto amor te obligue, que no es digna victoria para quejas humanas ser las deidades sordas.
Mas, ¡ay!, que no me escuchas. pero la vida es corta: viviendo, todo falta; muriendo, todo sobra.
|
Poeta
|
|
A mis soledades voy, de mis soledades vengo, porque para andar conmigo me bastan mis pensamientos.
¡No sé qué tiene la aldea donde vivo y donde muero, que con venir de mí mismo no puedo venir más lejos!
Ni estoy bien ni mal conmigo; mas dice mi entendimiento que un hombre que todo es alma está cautivo en su cuerpo.
Entiendo lo que me basta, y solamente no entiendo cómo se sufre a sí mismo un ignorante soberbio.
De cuantas cosas me cansan, fácilmente me defiendo; pero no puedo guardarme de los peligros de un necio.
El dirá que yo lo soy, pero con falso argumento, que humildad y necedad no caben en un sujeto.
La diferencia conozco, porque en él y en mí contemplo, su locura en su arrogancia, mi humildad en su desprecio.
O sabe naturaleza más que supo en otro tiempo, o tantos que nacen sabios es porque lo dicen ellos.
Sólo sé que no sé nada, dijo un filósofo, haciendo la cuenta con su humildad, adonde lo más es menos.
No me precio de entendido, de desdichado me precio, que los que no son dichosos, ¿cómo pueden ser discretos?
No puede durar el mundo, porque dicen, y lo creo, que suena a vidrio quebrado y que ha de romperse presto.
Señales son del jüicio ver que todos le perdemos, unos por carta de más otros por cartas de menos.
Dijeron que antiguamente se fue la verdad al cielo; tal la pusieron los hombres que desde entonces no ha vuelto.
En dos edades vivimos los propios y los ajenos: la de plata los extraños y la de cobre los nuestros.
¿A quién no dará cuidado, si es español verdadero, ver los hombres a lo antiguo y el valor a lo moderno?
Dijo Dios que comería su pan el hombre primero con el sudor de su cara por quebrar su mandamiento,
y algunos inobedientes a la vergüenza y al miedo, con las prendas de su honor han trocado los efectos.
Virtud y filosofía peregrina como ciegos; el uno se lleva al otro, llorando van y pidiendo.
Dos polos tiene la tierra, universal movimiento; la mejor vida el favor, la mejor sangre el dinero.
Oigo tañer las campanas, y no me espanto, aunque puedo, que en lugar de tantas cruces haya tantos hombres muertos.
Mirando estoy los sepulcros cuyos mármoles eternos están diciendo sin lengua que no lo fueron sus dueños.
¡Oh, bien haya quien los hizo, porque solamente en ellos de los poderosos grandes se vengaron los pequeños!
Fea pintan a la envidia, yo confieso que la tengo de unos hombres que no saben quién vive pared en medio.
Sin libros y sin papeles, sin tratos, cuentas ni cuentos, cuando quieren escribir piden prestado el tintero.
Sin ser pobres ni ser ricos, tienen chimenea y huerto; no los despiertan cuidados, ni pretensiones, ni pleitos.
Ni murmuraron del grande, ni ofendieron al pequeño; nunca, como yo, afirmaron parabién, ni pascua dieron.
Con esta envidia que digo y lo que paso en silencio, a mis soledades voy, de mis soledades vengo.
|
Poeta
|
|
Murió sin una lágrima en los ojos; Era joven, muy bella y muy sensible, Y cuando iba á expirar, sus labios rojos Murmuraron: “¡Me mata un imposible!” El llanto que faltó en esa agonía, Quedó tras sus pupilas, sin embargo Y los gusanos de la tumba fría No lo bebieron. ¡Era muy amargo! Más tarde, y al abrir la sepultura Que del ángel guardó el pesar postrero, Del cráneo yerto entre su cuenca oscura, Un diamante encontró el sepulturero. Y desde entonces pienso enternecido, Al contemplar las joyas más preciadas: “¡Cuantos de esos diamantes habrán sido Lágrimas congeladas!”
|
Poeta
|
|