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Una casa va naciendo en duna californiana y va saltando del médano en gaviota atolondrada.
El nacimiento lo agitan carreras y bufonadas, chorros silbados de arena, risas que suelta la grava, y ya van las vigas-madres subiendo apelicanadas.
Puerta y puertas van llegando reñidas con las ventanas, unas a guardarlo todo, otras a darlo, fiadas.
Los umbrales y dinteles se casan en cuerpos y almas, y unas piernas de pilares bajan a paso de danza...
Yo no sé si es que la hacen o de sí misma se alza; mas sé que su alumbramiento la costa trae agitada y van llegando mensajes en flechas enarboladas...
El amor acudiría si ya se funde la helada, y por dar fe, luz y aire, hasta tocarla se abajan, aunque se vea tan solo a medio alzar las espaldas...
Llegando están los trabajos menudos, pardos y en banda, cargando en gibados gnomos teatinos, mimbres y lanas que ojean buscando manos todavía no arribadas...
Y baja en un sesgo el Ángel Custodio de las moradas volea la mano diestra, jurándole su alianza y se la entrega a la costa en alta virgen dorada.
En torno al bendecidor hierven cien cosas trocadas; fiestas, bodas, nacimientos, risas, bienaventuranzas, y se echa una Muerte grande, al umbral, atravesada...
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Poeta
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Doña venenos habita a unos pasos de mi casa. Ella quiere disfrutar rutas, jardines y playas, y todo ya se lo dimos, pero no está apaciguada.
¿A qué vino de tan lejos si viaja llevando su alma? a los que nacen o mueren, a los que arriban o zarpan, y aunque son muchos sus días ¡no se cansa, no se cansa!
¿A qué vino de tan lejos si viaja llevando su alma? Pudo dejarla, sí, pudo, en cactus abandonada, y hacerse, cruzando mares, otra de hieles lavada.
¿A qué vino a ser la misma bajo el país de las palmas? Me la dicen, me la traen todos los días contada, pero yo aún no la he visto y me la tengo sin cara Cada día me conozco árbol nuevo, bestia rara y criaturas que llegan a la puerta de mi casa.
¿Pero si no la vi nunca cómo echo a la forastera? Y si me la dejo entrar, ¿qué hace de mi paz ganada? ¿qué de mi bien que es un árbol?
Todos me preguntan si ya vino la malhadada y luego me dicen que... es peor si se retarda.
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Poeta
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Yo la encontré por mi destino, de pie a mitad de la pradera, gobernadora del que pase, del que le hable y que la vea.
Y ella me dijo: "Sube al monte. Yo nunca dejo la pradera, y me cortas las flores blancas como nieves, duras y tiernas."
Me subí a la ácida montaña, busqué las flores donde albean, entre las rocas existiendo medio dormidas y despiertas.
Cuando bajé, con carga mía, la hallé a mitad de la pradera, y fui cubriéndola frenética, con un torrente de azucenas.
Y sin mirarse la blancura, ella me dijo: "Tú acarrea ahora sólo flores rojas. Yo no puedo pasar la pradera."
Trepe las penas con el venado, y busqué flores de demencia, las que rojean y parecen que de rojez vivan y mueran.
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Poeta
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Todas íbamos a ser reinas, de cuatro reinos sobre el mar:
Rosalía con Efigenia y Lucila con Soledad.
En el valle de Elqui, ceñido de cien montañas o de más, que como ofrendas o tributos arden en rojo y azafrán.
Lo decíamos embriagadas, y lo tuvimos por verdad, que seríamos todas reinas y llegaríamos al mar.
Con las trenzas de los siete años, y batas claras de percal, persiguiendo tordos huidos en la sombra del higueral.
De los cuatro reinos, decíamos, indudables como el Corán, que por grandes y por cabales alcanzarían hasta el mar.
Cuatro esposos desposarían, por el tiempo de desposar, y eran reyes y cantadores como David, rey de Judá.
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Poeta
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La mesa, hijo, está tendida, en blancura quieta de nata, y en cuatro muros azulea, dando relumbres, la cerámica.
Esta es la sal, éste el aceite y al centro el Pan que casi habla. Oro más lindo que oro del Pan no está ni en fruta ni en retama, y da su olor de espiga y horno una dicha que nunca sacia.
Lo partimos, hijito, juntos, con dedos duros y palma blanda, y tú lo miras asombrado de tierra negra que da flor blanca.
Baja la mano de comer, que tu madre también la baja.
Los trigos, hijo, son del aire, y son del sol y de la azada; pero este pan "cara de Dios" no llega a mesas de las casas;
y si otros niños no lo tienen, mejor, mi hijo, no lo tocarás, y no tomarlo mejor sería con mano y mano avergonzadas.
* En Chile, el pueblo llama al pan "cara de Dios."
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Poeta
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Velloncito de mi carne, que en mi entraña yo tejí, velloncito friolento, ¡duérmete apegado a mí!
La perdiz duerme en el trébol escuchándole latir: no te turben mis alientos, ¡duérmete apegado a mí!
Hierbecita temblorosa asombrada de vivir, no te sueltes de mi pecho: ¡duérmete apegado a mí!
Yo que todo lo he perdido ahora tiemblo de dormir.
No resbales de mi brazo: ¡duérmete apegado a mí!
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Poeta
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Es verdad, no es un cuento; hay un Ángel Guardián que te toma y te lleva como el viento y con los niños va por donde van.
Tiene cabellos suaves que van en la venteada, ojos dulces y graves que te sosiegan con una mirada y matan miedos dando claridad.
(No es un cuento, es verdad.)
El tiene cuerpo, manos y pies de alas y las seis alas vuelan o resbalan, las seis te llevan de su aire batido y lo mismo te llevan de dormido. Hace más dulce la pulpa madura que entre tus labios golosos estruja; rompe a la nuez su taimada envoltura y es quien te libra de gnomos y brujas.
Es quien te ayuda a que cortes las rosas, que están sentadas en trampas de espinas, el que te pasa las aguas mañosas y el que te sube las cuestas más pinas.
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Poeta
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Piececitos de niño, azulosos de frío, ¡cómo os ven y no os cubren,
¡Dios mío!
¡Piececitos heridos por los guijarros todos, ultrajados de nieves y lodos!
El hombre ciego ignora que por donde pasáis, una flor de luz viva dejáis;
que allí donde ponéis la plantita sangrante, el nardo nace más fragante.
Sed, puesto que marcháis por los caminos rectos, heroicos como sois perfectos.
Piececitos de niño, dos joyitas sufrientes, ¡cómo pasan sin veros las gentes!
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Poeta
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¿Y nunca, nunca más, ni en noches llenas de temblor de astros, ni en las alboradas vírgenes, ni en las tardes inmoladas?
¿Al margen de ningún sendero pálido, que ciñe el campo, al margen de ninguna fontana trémula, blanca de luna?
¿Bajo las trenzaduras de la selva, donde llamándolo me ha anochecido, ni en la gruta que vuelve mi alarido?
¡Oh, no! ¡Volverlo a ver, no importa dónde, en remansos de cielo o en vórtice hervidor, bajo unas lunas plácidas o en un cárdeno horror!
¡Y ser con él todas las primaveras y los inviernos, en un angustiado nudo, en torno a su cuello ensangrentado!
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Poeta
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Del nicho helado en que los hombres te pusieron, te bajaré a la tierra humilde y soleada. Que he de dormirme en ella los hombres no supieron, y que hemos de soñar sobre la misma almohada.
Te acostaré en la tierra soleada con una dulcedumbre de madre para el hijo dormido, y la tierra ha de hacerse suavidades de cuna al recibir tu cuerpo de niño dolorido,
Luego iré espolvoreando tierra y polvo de rosas, y en la azulada y leve polvoreda de luna, los despojos livianos irán quedando presos.
Me alejaré cantando mis venganzas hermosas, ¡porque a ese hondor recóndito la mano de ninguna bajará a disputarme tu puñado de huesos!
II
Este largo cansancio se hará mayor un día, y el alma dirá al cuerpo que no quiere seguir arrastrando su masa por la rosada vía, por donde van los hombres, contentos de vivir...
Sentirás que a tu lado cavan briosamente, que otra dormida llega a la quieta ciudad. Esperaré que me hayan cubierto totalmente... ¡y después hablaremos por una eternidad!
Sólo entonces sabrás el por qué no madura para las hondas huesas tu carne todavía, tuviste que bajar, sin fatiga, a dormir.
Se hará luz en la zona de los sinos, oscura: sabrás que en nuestra alianza signo de astros había y, roto el pacto enorme, tenías que morir...
III
Malas manos tomaron tu vida desde el día en que, a una señal de astros, dejara su plantel nevado de azucenas. En gozo florecía. Malas manos entraron trágicamente en él...
Y yo dije al Señor: - "Por las sendas mortales le llevan ¡Sombra amada que no saben guiar! ¡Arráncalo, Señor, a esas manos fatales o le hundes en el largo sueño que sabes dar!
¡No le puedo gritar, no le puedo seguir! Su barca empuja un negro viento de tempestad. Retórnalo a mis brazos o le siegas en flor".
Se detuvo la barca rosa de su vivir... ¿Que no sé del amor, que no tuve piedad? ¡Tú, que vas a juzgarme, lo comprendes, Señor!
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Poeta
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