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Inmóvil en la luz, pero danzante, tu movimiento a la quietud que cría en la cima del vértigo se alía deteniendo, no al vuelo, sí al instante.
Luz que no se derrama, ya diamante, fija en la rotación del mediodía, sol que no se consume ni se enfría de cenizas y llama equidistante.
Tu salto es un segundo congelado que ni apresura el tiempo ni lo mata: preso en su movimiento ensimismado
tu cuerpo de sí mismo se desata y cae y se dispersa tu blancura y vuelves a ser agua y tierra obscura.
Del verdecido júbilo del cielo luces recobras que la luna pierde porque la luz de sí misma recuerde relámpagos y otoños en tu pelo.
El viento bebe viento en su revuelo, mueve las hojas y su lluvia verde moja tus hombros, tus espaldas muerde y te denuda y quema y vuelve yelo.
Dos barcos de velamen desplegado tus dos pechos. Tu espalda es un torrente. Tu vientre es un jardín petrificado.
Es otoño en tu nuca: sol y bruma. Bajo del verde cielo adolescente tu cuerpo da su enamorada suma.
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Poeta
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Por buscarme, Poesía, en ti me busqué: deshecha estrella de agua, se anegó en mi ser. Por buscarte, Poesía, en mí naufragué.
Después sólo te buscaba por huir de mí: ¡espesura de reflejos en que me perdí!
Mas luego de tanta vuelta otra vez me vi: el mismo rostro anegado en la misma desnudez; las mismas aguas de espejo en las que no he de beber; y en el borde del espejo, el mismo muerto de sed.
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Poeta
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Inmóvil en la luz, pero danzante, tu movimiento a la quietud que cría en la cima del vértigo se alía deteniendo, no al vuelo, sí al instante. Luz que no se derrama, ya diamante, fija en la rotación del mediodía, sol que no se consume ni se enfría de cenizas y llama equidistante. Tu salto es un segundo congelado que ni apresura el tiempo ni lo mata: preso en su movimiento ensimismado tu cuerpo de sí mismo se desata y cae y se dispersa tu blancura y vuelves a ser agua y tierra obscura.
Del verdecido júbilo del cielo luces recobras que la luna pierde porque la luz de sí misma recuerde relámpagos y otoños en tu pelo. El viento bebe viento en su revuelo, mueve las hojas y su lluvia verde moja tus hombros, tus espaldas muerde y te deshuda y quema y vuelve yelo. Dos barcos de velamen desplegado tus dos pechos. Tu espalda es un torrente. Tu vientre es un jardín petrificado. Es otoño en tu nuca: sol y bruma. Bajo del verde cielo adolescente. tu cuerpo da su enamorada suma.
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Poeta
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Entre irse y quedarse duda el día, enamorado de su transparencia.
La tarde circular es ya bahía: en su quieto vaivén se mece el mundo.
Todo es visible y todo es elusivo, todo está cerca y todo es intocable.
Los papeles, el libro, el vaso, el lápiz reposan a la sombra de sus nombres.
Latir del tiempo que en mi sien repite la misma terca sílaba de sangre.
La luz hace del muro indiferente un espectral teatro de reflejos.
En el centro de un ojo me descubro; no me mira, me miro en su mirada.
Se disipa el instante. Sin moverme, yo me quedo y me voy: soy una pausa.
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Poeta
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El corazón y su redoble iracundo el obscuro caballo de la sangre caballo ciego caballo desbocado el carrousel nocturno la noria del terror el grito contra el muro y la centella rota Camino andado camino desandado El cuerpo a cuerpo con un pensamiento afilado la pena que interrogo cada día y no responde la pena que no se aparta y cada noche me despierta la pena sin tamaño y sin nombre el alfiler y el párpado traspasado el párpado del día mal vivido la hora manchada la ternura escupida la risa loca y la puta mentira la soledad y el mundo Camino andado El coso de la sangre y la pica y la rechifla el sol sobre la herida sobre las aguas muertas el astro hirsuto la rabia y su acidez recomida el pensamiento que se oxida y la escritura gangrenada el alba desvivida y el día amordazado la noche cavilada y su hueso roído el horror siempre nuevo y siempre repetido Camino andado camino desandado El vaso de agua la pastilla la lengua de estaño el hormiguero en pleno sueño cascada negra de la sangre cascada pétrea de la noche el peso bruto de la nada zumbido de motores en la ciudad inmensa lejos cerca lejos en el suburbio de mi oreja aparición del ojo y el muro que gesticula aparición del metro cojo el puente roto y el ahogado Camino andado camino desandado El pensamiento circular y el circulo de familia ¿qué hice qué hiciste qué hemos hecho? el laberinto de la culpa sin culpa el espejo que acusa y el silencio que se gangrena el día estéril la noche estéril el dolor estéril la soledad promiscua el mundo despoblado la sala de espera en donde ya no hay nadie Camino andado y desandado la vida se ha ido sin volver el rostro.
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Poeta
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Llegas, silenciosa, secreta, y despiertas los furores, los goces, y esta angustia que enciende lo que toca y engendra en cada cosa una avidez sombría.
El mundo cede y se desploma como metal al fuego. Entre mis ruinas me levanto, solo, desnudo, despojado, sobre la roca inmensa del silencio, como un solitario combatiente
Verdad abrasadora, ¿a qué me empujas? No quiero tu verdad, tu insensata pregunta. ¿A qué esta lucha estéril? No es el hombre criatura capaz de contenerte, avidez que sólo en la sed se sacia, llama que todos los labios consume, espíritu que no vive en ninguna forma mas hace arder todas las formas. contra invisibles huestes.
Subes desde lo más hondo de mí, desde el centro innombrable de mi ser, ejército, marea. Creces, tu sed me ahoga, expulsando, tiránica, aquello que no cede a tu espada frenética.
Ya sólo tú me habitas, tú, sin nombre, furiosa substancia, avidez subterránea, delirante.
Golpean mi pecho tus fantasmas, despiertas a mi tacto, hielas mi frente, abres mis ojos.
Percibo el mundo y te toco, substancia intocable, unidad de mi alma y de mi cuerpo, y contemplo el combate que combato y mis bodas de tierra.
Nublan mis ojos imágenes opuestas, y a las mismas imágenes otras, más profundas, las niegan, ardiente balbuceo, aguas que anega un agua más oculta y densa. En su húmeda tiniebla vida y muerte, quietud y movimiento, son lo mismo.
Insiste, vencedora, porque tan sólo existo porque existes, y mi boca y mi lengua se formaron para decir tan sólo tu existencia y tus secretas sílabas, palabra impalpable y despótica, substancia de mi alma.
Eres tan sólo un sueño, pero en ti sueña el mundo y su mudez habla con tus palabras. Rozo al tocar tu pecho la eléctrica frontera de la vida, la tiniebla de sangre donde pacta la boca cruel y enamorada, ávida aún de destruir lo que ama y revivir lo que destruye, con el mundo, impasible y siempre idéntico a sí mismo, porque no se detiene en ninguna forma ni se demora sobre lo que engendra.
Llévame, solitaria, llévame entre los sueños, llévame, madre mía, despiértame del todo, hazme soñar tu sueño, unta mis ojos con aceite, para que al conocerte me conozca.
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Poeta
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Hoy recuerdo a los muertos de mi casa. Al primer muerto nunca lo olvidamos, aunque muera de rayo, tan aprisa que no alcance la cama ni los óleos. Oigo el bastón que duda en un peldaño, el cuerpo que se afianza en un suspiro, la puerta que se abre, el muerto que entra. De una puerta a morir hay poco espacio y apenas queda tiempo de sentarse, alzar la cara, ver la hora y enterarse: las ocho y cuarto.
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa. La que murió noche tras noche y era una larga despedida, un tren que nunca parte, su agonía. Codicia de la boca al hilo de un suspiro suspendida, ojos que no se cierran y hacen señas y vagan de la lámpara a mis ojos, fija mirada que se abraza a otra, ajena, que se asfixia en el abrazo y al fin se escapa y ve desde la orilla cómo se hunde y pierde cuerpo el alma y no encuentra unos ojos a que asirse... ¿Y me invitó a morir esa mirada? Quizá morimos sólo porque nadie quiere morirse con nosotros, nadie quiere mirarnos a los ojos.
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa. Al que se fue por unas horas y nadie sabe en qué silencio entró. De sobremesa, cada noche, la pausa sin color que da al vacío o la frase sin fin que cuelga a medias del hilo de la araña del silencio abren un corredor para el que vuelve: suenan sus pasos, sube, se detiene... Y alguien entre nosotros se levanta y cierra bien la puerta. Pero él, allá del otro lado, insiste. Acecha en cada hueco, en los repliegues, vaga entre los bostezos, las afueras. Aunque cerremos puertas, él insiste.
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa. Rostros perdidos en mi frente, rostros sin ojos, ojos fijos, vaciados, ¿busco en ellos acaso mi secreto, el dios de sangre que mi sangre mueve, el dios de yelo, el dios que me devora? Su silencio es espejo de mi vida, en mi vida su muerte se prolonga: soy el error final de sus errores.
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa. El pensamiento disipado, el acto disipado, los nombres esparcidos (lagunas, zonas nulas, hoyos que escarba terca la memoria), la dispersión de los encuentros, el yo, su guiño abstracto, compartido siempre por otro (el mismo) yo, las iras, el deseo y sus máscaras, la víbora enterrada, las lentas erosiones, la espera, el miedo, el acto y su reverso: en mí se obstinan, piden comer el pan, la fruta, el cuerpo, beber el agua que les fue negada.
Pero no hay agua ya, todo está seco, no sabe el pan, la fruta amarga, amor domesticado, masticado, en jaulas de barrotes invisibles mono onanista y perra amaestrada, lo que devoras te devora, tu víctima también es tu verdugo. Montón de días muertos, arrugados periódicos, y noches descorchadas y en el amanecer de párpados hinchados el gesto con que deshacemos el nudo corredizo, la corbata, y ya apagan las luces en la calle ?saluda al sol, araña, no seas rencorosa? y más muertos que vivos entramos en la cama.
Es un desierto circular el mundo, el cielo está cerrado y el infierno vacío.
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Poeta
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Cantan las hojas, bailan las peras en el peral; gira la rosa, rosa del viento, no del rosal. Nubes y nubes flotan dormidas, algas del aire; todo el espacio gira con ellas, fuerza de nadie.
Todo es espacio; vibra la vara de la amapola y una desnuda vuela en el viento lomo de ola.
Nada soy yo, cuerpo que flota, luz, oleaje; todo es del viento y el viento es aire siempre de viaje.
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Poeta
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Canta en la punta del pino un pájaro detenido, trémulo, sobre su trino.
Se yergue, flecha, en la rama, se desvanece entre alas y en música se derrama.
El pájaro es una astilla que canta y se quema viva en una nota amarilla.
Alzo los ojos: no hay nada. Silencio sobre la rama, sobre la rama quebrada
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Poeta
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En el silencio transparente el día reposaba: la transparencia del espacio era la transparencia del silencio. La inmóvil luz del cielo sosegaba el crecimiento de las yerbas. Los bichos de la tierra, entre las piedras, bajo la luz idéntica, eran piedras. El tiempo en el minuto se saciaba. En la quietud absorta se consumaba el mediodía.
Y un pájaro cantó, delgada flecha. Pecho de plata herido vibró el cielo, se movieron las hojas, las yerbas despertaron... Y sentí que la muerte era una flecha que no se sabe quién dispara y en un abrir los ojos nos morimos.
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Poeta
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