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El sol entre los follajes y el viento por todas partes llama vegetal te esculpen, si verde bajo los oros entre verdores dorada. Construida de reflejos: luz labrada por las sombras, sombra deshecha en la luz.
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Poeta
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La noche de ojos de caballo que tiemblan en la noche, la noche de ojos de agua en el campo dormido, está en tus ojos de caballo que tiembla, está en tus ojos de agua secreta.
Ojos de agua de sombra, ojos de agua de pozo, ojos de agua de sueño.
El silencio y la soledad, como dos pequeños animales a quienes guía la luna, beben en esos ojos, beben en esas aguas.
Si abres los ojos, se abre la noche de puertas de musgo, se abre el reino secreto del agua que mana del centro de la noche.
Y si los cierras, un río, una corriente dulce y silenciosa, te inunda por dentro, avanza, te hace oscura: la noche moja riberas en tu alma.
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Poeta
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Abre simas en todo lo creado, abre el tiempo la entraña de lo vivo, y en la hondura del pulso fugitivo se precipita el hombre desangrado.
¡Vértigo del minuto consumado! En el abismo de mi ser nativo, en mi nada primera, me desvivo: yo mismo frente a mí, ya devorado.
Pierde el alma su sal, su levadura, en concéntricos ecos sumergida, en sus cenizas anegada, oscura.
Mana el tiempo su ejército impasible, nada sostiene ya, ni mi caída, transcurre solo, quieto, inextinguible.
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Poeta
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A través de la noche urbana de piedra y sequía entra el campo a mi cuarto. Alarga brazos verdes con pulseras de pájaros, con pulseras de hojas. Lleva un río de la mano. El cielo del campo también entra, con su cesta de joyas acabadas de cortar. Y el mar se sienta junto a mí, extendiendo su cola blanquísima en el suelo. Del silencio brota un árbol de música. Del árbol cuelgan todas las palabras hermosas que brillan, maduran, caen. En mi frente, cueva que habita un relámpago... Pero todo se ha poblado de alas.
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Poeta
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A la orilla, de mí ya desprendido, toco la destrucción que en mí se atreve, palpo ceniza y nada, lo que llueve el cielo en su caer oscurecido.
Anegado en mi sombra-espejo mido la deserción del soplo que me mueve: huyen, fantasma ejército de nieve, tacto y color, perfume y sed, ruido.
El cielo se desangra en el cobalto de un duro mar de espumas minerales; yazgo a mis pies, me miro en el acero
de la piedra gastada y del asfalto: pisan opacos muertos maquinales, no mi sombra, mi cuerpo verdadero.
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Poeta
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I
A la luz cenicienta del recuerdo que quiere redimir lo ya vivido arde el ayer fantasma. ¿Yo soy ese que baila al pie del árbol y delira con nubes que son cuerpos que son olas, con cuerpos que son nubes que son playas? ¿Soy el que toca el agua y canta el agua, la nube y vuela, el árbol y echa hojas, un cuerpo y se despierta y le contesta? Arde el tiempo fantasma: arde el ayer, el hoy se quema y el mañana. Todo lo que soñé dura un minuto y es un minuto todo lo vivido. Pero no importan siglos o minutos: también el tiempo de la estrella es tiempo, gota de sangre o fuego: parpadeo.
II
Roza mi frente con sus manos frías el río del pasado y sus memorias huyen bajo mis párpados de piedra. No se detiene nunca su carrera y yo, desde mí mismo, lo despido. ¿Huye de mí el pasado? ¿Huyo con él y aquel que lo despide es una sombra que me finge, hueca? Quizá no es él quien huye: yo me alejo y él no me sigue, ajeno, consumado. Aquel que fui se queda en la ribera. No me recuerda nunca ni me busca, no me contempla ni despide: contempla, busca a otro fugitivo. Pero tampoco el otro lo recuerda.
III
No hay antes ni después. ¿Lo que viví lo estoy viviendo todavía? ¡Lo que viví! ¿Fui acaso? Todo fluye: lo que viví lo estoy muriendo todavía. No tiene fin el tiempo: finge labios, minutos, muerte, cielos, finge infiernos, puertas que dan a nada y nadie cruza. No hay fin, ni paraíso, ni domingo. No nos espera Dios al fin de semana. Duerme, no lo despiertan nuestros gritos. Sólo el silencio lo despierta. Cuando se calle todo y ya no canten la sangre, los relojes, las estrellas, Dios abrirá los ojos y al reino de su nada volveremos.
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Poeta
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Un cuerpo, un cuerpo solo, un sólo cuerpo un cuerpo como día derramado y noche devorada; la luz de unos cabellos que no apaciguan nunca la sombra de mi tacto; una garganta, un vientre que amanece como el mar que se enciende cuando toca la frente de la aurora; unos tobillos, puentes del verano; unos muslos nocturnos que se hunden en la música verde de la tarde; un pecho que se alza y arrasa las espumas; un cuello, sólo un cuello, unas manos tan sólo, unas palabras lentas que descienden como arena caída en otra arena....
Esto que se me escapa, agua y delicia obscura, mar naciendo o muriendo; estos labios y dientes, estos ojos hambrientos, me desnudan de mí y su furiosa gracia me levanta hasta los quietos cielos donde vibra el instante; la cima de los besos, la plenitud del mundo y de sus formas.
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Poeta
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Inmóvil en la luz, pero danzante, tu movimiento a la quietud que cría en la cima del vértigo se alía deteniendo, no al vuelo, sí al instante.
Luz que no se derrama, ya diamante, fija en la rotación del mediodía, sol que no se consume ni se enfría de cenizas y llama equidistante.
Tu salto es un segundo congelado que ni apresura el tiempo ni lo mata: preso en su movimiento ensimismado
tu cuerpo de sí mismo se desata y cae y se dispersa tu blancura y vuelves a ser agua y tierra obscura.
...
El mar, el mar y tú, plural espejo, el mar de torso perezoso y lento nadando por el mar, del mar sediento: el mar que muere y nace en un reflejo.
El mar y tú, su mar, el mar espejo: roca que escala el mar con paso lento, pilar de sal que abate el mar sediento, sed y vaivén y apenas un reflejo.
De la suma de instantes en que creces, del círculo de imágenes del año, retengo un mes de espumas y de peces,
y bajo cielos líquidos de estaño tu cuerpo que en la luz abre bahías al oscuro oleaje de los días.
...
Del verdecido júbilo del cielo luces recobras que la luna pierde porque la luz de sí misma recuerde relámpagos y otoños en tu pelo.
El viento bebe viento en su revuelo, mueve las hojas y su lluvia verde moja tus hombros, tus espaldas muerde y te desnuda y quema y vuelve hielo.
Dos barcos de velamen desplegado tus dos pechos. Tu espalda es un torrente. Tu vientre es un jardín petrificado.
Es otoño en tu nuca: sol y bruma. Bajo del verde cielo adolescente. tu cuerpo da su enamorada suma.
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Poeta
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¿Palabras? Sí, de aire, y en el aire perdidas.
Déjame que me pierda entre palabras, déjame ser el aire en unos labios, un soplo vagabundo sin contornos que el aire desvanece.
También la luz en sí misma se pierde.
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Poeta
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¿Por qué tocas mi pecho nuevamente? Llegas, silenciosa, secreta, armada, tal los guerreros a una ciudad dormida quemas mi lengua con tus labios, pulpo, y despiertas los furores, los goces, y esta angustia sin fin que enciende lo que toca y engendra en cada cosa una aridez sombría.
El mundo cede y se desploma como metal al fuego. Entre mis ruinas me levanto y quedo frente a ti, solo, desnudo, despojado, sobre la roca inmensa del silencio, como un solitario combatiente contra invisibles huestes.
Verdad abrasadora, ¿a qué me empujas? No quiero tu verdad, tu insensata pregunta. ¿A qué esta lucha estéril? No es el hombre criatura capaz de contenerte, avidez que sólo en la sed se sacia, llama que todos los labios consume, espíritu que no vive en ninguna forma, mas hace arder todas las formas con un secreto fuego indestructible.
Pero insistes, lágrima escarnecida, y alzas en mí tu imperio desolado.
Subes desde lo más hondo de mí, desde el centro innombrable de mi ser, ejército, marea. Creces, tu sed me ahoga, expulsando, tiránica, aquello que no cede a tu espada frenética. Ya sólo tú me habitas, tú, sin nombre, furiosa substancia, avidez subterránea, delirante.
Golpean mi pecho tus fantasmas, despiertas a mi tacto, hielas mi frente y haces proféticos mis ojos. Percibo el mundo y te toco, substancia intocable, unidad de mi alma y de mi cuerpo, y contemplo el combate que combato y mis bodas de tierra.
Nublan mis ojos imágenes opuestas, y a las mismas imágenes otras, más profundas, las niegan, tal un ardiente balbuceo, aguas que anega un agua más oculta y densa.
La oscura ola que nos arranca de la primer ceguera, nace del mismo mar oscuro en que nace, sombría, la ola que nos lleva a la tierra: sus aguas se confunden y en su tiniebla quietud y movimiento son lo mismo.
Insiste, vencedora, porque tan sólo existo porque existes, y mi boca y mi lengua se formaron para decir tan sólo tu existencia y tus secretas sílabas, palabra impalpable y despótica, substancia de mi alma.
Eres tan sólo un sueño, pero en ti sueña el mundo y su mudez habla con tus palabras. Rozo al tocar tu pecho, la eléctrica frontera de la vida, la tiniebla de sangre donde pacta la boca cruel y enamorada, ávida aún de destruir lo que ama y revivir lo que destruye, con el mundo, impasible y siempre idéntico a sí mismo, porque no se detiene en ninguna forma, ni se demora sobre lo que engendra.
Llévame, solitaria, llévame entre los sueños, llévame, madre mía, despiértame del todo, hazme soñar tu sueño, unta mis ojos con tu aceite, para que al conocerte, me conozca.
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Poeta
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