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Y las sombras se abrieron otra vez y mostraron tu cuerpo: tu pelo, otoño espeso, caída de agua solar, tu boca y la blanca disciplina de sus dientes caníbales, prisioneros en llamas tu piel de pan apenas dorado y tus ojos de azúcar quemada, sitios en donde el tiempo no transcurre, valles que sólo mis labios conocen, desfiladero de la luna que asciende a tu garganta entre tus senos, cascada petrificada de la nuca, alta meseta de tu vientre, playa sin fin de tu costado.
Tus ojos son los ojos fijos del tigre y un minuto después son los ojos húmedos del perro.
Siempre hay abejas en tu pelo.
Tu espalda fluye tranquila bajo mis ojos como la espalda del río a la luz del incendio.
Aguas dormidas golpean día y noche tu cintura de arcilla y en tus costas, inmensas como los arenales de la luna, el viento sopla por mi boca y su largo quejido cubre con sus dos alas grises la noche de los cuerpos, como la sombra del águila la soledad del páramo.
Las uñas de los dedos de tus pies están hechas del cristal del verano.
Entre tus piernas hay un pozo de agua dormida, bahía donde el mar de noche se aquieta, negro caballo de espuma, cueva al pie de la montaña que esconde un tesoro, boca del horno donde se hacen las hostias, sonrientes labios entreabiertos y atroces, nupcias de la luz y la sombra, de lo visible y lo invisible (allí espera la carne su resurrección y el día de la vida perdurable).
Patria de sangre, única tierra que conozco y me conoce, única patria en la que creo, única puerta al infinito.
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Poeta
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Devora el sol restos ya inciertos; el cielo roto, hendido, es una fosa; la luz se atarda en la pared ruinosa; polvo y salitre soplan sus desiertos.
Se yerguen más los fresnos, más despiertos, y anochecen la plaza silenciosa, tan a ciegas palpada y tan esposa como herida de bordes siempre abiertos.
Calles en que la nada desemboca, calles sin fin andadas, desvarío sin fin del pensamiento desvelado.
Todo lo que me nombra o que me evoca yace, ciudad, en ti, yace vacío, en tu pecho de piedra sepultado.
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Poeta
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En un poema leo: conversar es divino. Pero los diosa no hablan: hacen, deshacen mundos mientras los hombres hablan. Los dioses, sin palabras, juegan juegos terribles.
El espíritu baja y desata las lenguas pero no habla palabras: habla lumbre. El lenguaje, por el dios encendido, es una profecía de llamas y una torre de humo y un desplome de sílabas quemadas: ceniza sin sentido.
La palabra del hombre es hija de la muerte. Hablamos porque somos mortales: las palabras no son signos, son años. Al decir lo que dicen los nombres que decimos dicen tiempo: nos dicen. Somos nombres del tiempo. Conversar es humano.
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Poeta
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Contra la noche sin cuerpo se desgarra y se abraza la pena sola
Negro pensar y encendida semilla Pena de fuego amargo y agua dulce la pena en guerra
Claridad de latidos secretos planta de talle transparente vela la pena
Calla en el día canta en la noche habla conmigo y habla sola alegre pena
Ojos de sed pechos de sal entra en mi cama y entra en mi sueño amarga pena
Bebe mi sangre la pena pájaro puebla la espera mata la noche la pena viva
Sortija de la ausencia girasol de la espera y amor en vela torre de pena
Contra la noche la sed y la ausencia gran puñado de vida fuente de pena
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Poeta
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Con la lengua cortada y los ojos abiertos el ruiseñor en la muralla
Ojos de pena acumulada y plumaje de sangre el ruiseñor en la muralla
Plumas de sangre y breve llamarada agua recién nacida en la garganta el ruiseñor en la muralla
Agua que corre enamorada agua con alas el ruiseñor en la muralla
Entre las piedras negras la voz blanca del agua enamorada el ruiseñor en la muralla
Con la lengua cortada canta sangre sobre la piedra el ruiseñor en la muralla
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Poeta
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Como el día que madura de hora en hora hasta no ser sino un instante inmenso, Gran vasija de tiempo que zumba como una colmena, gran mazorca compacta de horas vivas, Gran vasija de luz hasta los bordes henchida de su propia y poderosa sustancia, Fruto violento y resonante que se mece entre la tierra y el cielo, suspendido como el trueno, Entre la tierra y el cielo abriéndose como una flor gigantesca de pétalos invisibles, Como el surtidor que al abrirse se derrumba en un blanco clamor de pájaros heridos, Como la ola que avanza y se hincha y se despliega en una ancha sonrisa, Como el perfume que asciende en una columna y se esparce en círculos, Como una campana que tañe en el fondo de un lago, Como el día y el fruto y la ola, como el tiempo que madura un año para dar un instante de belleza y colmarse a sí mismo con esa dicha instantánea, La vi una tarde y una mañana y un mediodía y otra tarde y otra y otra (Porque lo inesperado se repite y los milagros son cotidianos y están a nuestro alcance Como el sol y la espiga y la ola y el fruto: basta abrir bien los ojos) y desde entonces creo en los árboles Y a veces, bajo su sombra, he comido sin miedo los frutos de una amistad parecida a las manzanas Y he conversado con ella y con su marido y su cuñado como hablan entre sí el agua y las hojas y las raíces.
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Poeta
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Cierra los ojos y a oscuras piérdete bajo el follaje rojo de tus párpados.
Húndete en esas espirales del sonido que zumba y cae y suena allá, remoto, hacia el sitio del tímpano, como una catarata ensordecida.
Hunde tu ser a oscuras, anégate en tu piel, y más, en tus entrañas ; que te deslumbre y ciegue el hueso, lívida centella, y entre simas y golfos de tiniebla abra su azul penacho el fuego fatuo.
En esa sombra líquida del sueño moja tu desnudez; abandona tu forma, espuma que no se sabe quién dejó en la orilla; piérdete en ti, infinita, en tu infinito ser, mar que se pierde en otro mar: olvídate y olvídame.
En ese olvido sin edad ni fondo labios, besos, amor, todo, renace: las estrellas son hijas de la noche.
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Poeta
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Cielo que gira y nube no asentada sino en la danza de la luz huidiza, cuerpos que brotan como la sonrisa de la luz en la playa no pisada.
¡Qué fértil sed bajo tu luz gozada!, ¡qué tierna voluntad de nube y brisa en torbellino puro nos realiza y mueve en danza nuestra sangre atada!
Vértigo inmóvil, avidez primera, aire de amor que nos exalta y libra: danzan los cuerpos su quietud ociosa,
danzan su propia muerte venidera, arco de un solo son en el que vibra nuestra anudada desnudez gozosa.
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Poeta
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Bajo un sol inflexible llanos ocres, colinas leonadas. Trepé por un breñal una cuesta de cabras hacia un lugar de escombros: pilastras desgajadas, dioses decapitados. A veces, centelleos subrepticios: una culebra, alguna lagartija. Agazapados en las piedras, color de tinta ponzoñosa, pueblos de bichos quebradizos. Un patio circular, un muro hendido. Agarrada a la tierra —nudo ciego, árbol todo raíces— la higuera religiosa. Lluvia de luz. Un bulto gris: el Buda. Una masa borrosa sus facciones, por las escarpaduras de su cara subían y bajaban las hormigas. Intacta todavía, todavía sonrisa, la sonrisa: golfo de claridad pacífica. Y fui por un instante diáfano viento que se detiene, gira sobre sí mismo y se disipa.
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Poeta
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Bajo las rotas columnas, entre la nada y el sueño, cruzan mis horas insomnes las sílabas de tu nombre.
Tu largo pelo rojizo, relámpago del verano, vibra con dulce violencia en la espalda de la noche.
Corriente oscura del sueño que mana entre las rüinas y te construye de nada: amargas trenzas, olvido, húmeda costa nocturna donde se tiende y golpea un mar sonámbulo, ciego.
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Poeta
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