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El mar, el mar y tú, plural espejo, el mar de torso perezoso y lento nadando por el mar, del mar sediento: el mar que muere y nace en un reflejo.
El mar y tú, su mar, el mar espejo: roca que escala el mar con paso lento, pilar de sal que abate el mar sediento, sed y vaivén y apenas un reflejo.
De la suma de instantes en que creces, del círculo de imágenes del año, retengo un mes de espumas y de peces,
y bajo cielos líquidos de estaño tu cuerpo que en la luz abre bahías al oscuro oleaje de los días.
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Poeta
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La noche nace en espejos de luto. Sombríos ramos húmedos ciñen su pecho y su cintura, su cuerpo azul, infinito y tangible. No la puebla el silencio: rumores silenciosos, peces fantasmas, se deslizan, fosforecen, huyen. La noche es verde, vasta y silenciosa. La noche es morada y azul. Es de fuego y es de agua. La noche es de mármol negro y de humo. En sus hombros nace un río que se curva, una silenciosa cascada de plumas negras.
La noche es un beso infinito de las tinieblas infinitas. Todo se funde en ese beso, todo arde en esos labios sin límites, y el nombre y la memoria son un poco de ceniza y olvido en esa entraña que sueña.
Noche, dulce fiera, boca de sueño, ojos de llama fija y ávida, océano, extensión infinita y limitada como un cuerpo acariciado a oscuras, indefensa y voraz como el amor, detenida al borde del alba como un venado a la orilla del susurro o del miedo, río de terciopelo y ceguera, respiración dormida de un corazón inmenso, que perdona: el desdichado, el hueco, el que lleva por máscara su rostro, cruza tus soledades, a solas con su alma.
Tu silencio lo llama, rozan su piel tus alas negras, donde late el olvido sin fronteras, mas él cierra los poros de su alma al infinito que lo tienta, ensimismado en su árida pelea.
Nadie lo sigue, nadie lo acompaña. En su boca elocuente la mentira se anida, su corazón está poblado de fantasmas y el vacío hace desiertos los latidos de su pecho. Dos perros amarillos, hastío y avidez, disputan en su alma. Su pensamiento recorre siempre las mismas salas deshabitadas, sin encontrar jamás la forma que agote su impaciencia, el muro del perdón o de la muerte. Pero su corazón aún abre las alas como un águila roja en el desierto.
Suenan las flautas de la noche. El mundo duerme y canta. Canta dormido el mar; ojo que tiembla absorto, el cielo es un espejo donde el mundo se contempla, lecho de transparencia para su desnudez.
Él marcha solo, infatigable, encarcelado en su infinito, como un solitario pensamiento, como un fantasma que buscara un cuerpo.
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Poeta
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La mirada interior se despliega y un mundo de vértigo y llama nace bajo la frente del que sueña: soles azules, verdes remolinos, picos de luz que abren astros como granadas, tornasol solitario, ojo de oro girando en el centro de una explanada calcinada, bosques de cristal de sonido, bosques de ecos y respuestas y ondas, diálogo de transparencias, ¡viento, galope de agua entre los muros interminables de una garganta de azabache, caballo, cometa, cohete que se clava justo en el corazón de la noche, plumas, surtidores, plumas, súbito florecer de las antorchas, velas, alas, invasión de lo blanco, pájaros de las islas cantando bajo la frente del que sueña!
Abrí los ojos, los alcé hasta el cielo y vi cómo la noche se cubría de estrellas. ¡Islas vivas, brazaletes de islas llameantes, piedras ardiendo, respirando, racimos de piedras vivas, cuánta fuente, qué claridades, qué cabelleras sobre una espalda oscura, cuánto río allá arriba, y ese sonar remoto de agua junto al fuego, de luz contra la sombra! Harpas, jardines de harpas.
Pero a mi lado no había nadie. Sólo el llano: cactus, huizaches, piedras enormes que estallan bajo el sol. No cantaba el grillo, había un vago olor a cal y semillas quemadas, las calles del poblado eran arroyos secos y el aire se habría roto en mil pedazos si alguien hubiese gritado: ¿quién vive? Cerros pelados, volcán frío, piedra y jadeo bajo tanto esplendor, sequía, sabor de polvo, rumor de pies descalzos sobre el polvo, ¡y el pirú en medio del llano como un surtidor petrificado!
Dime, sequía, dime, tierra quemada, tierra de huesos remolidos, dime, luna agónica, ¿no hay agua, hay sólo sangre, sólo hay polvo, sólo pisadas de pies desnudos sobre la espina, sólo andrajos y comida de insectos y sopor bajo el mediodía impío como un cacique de oro? ¿No hay relinchos de caballos a la orilla del río, entre las grandes piedras redondas y relucientes, en el remanso, bajo la luz verde de las hojas y los gritos de los hombres y las mujeres bahándose al alba? El dios-maíz, el dios-flor, el dios-agua, el dios-sangre, la Virgen, ¿todos se han muerto, se han ido, cántaros rotos al borde de la fuente cegada? ¿Sólo está vivo el sapo, sólo reluce y brilla en la noche de México el sapo verduzco, sólo el cacique gordo de Cempoala es inmortal?
Tendido al pie del divino árbol de jade regado con sangre, mientras dos esclavos jóvenes lo abanican, en los días de las grandes procesiones al frente del pueblo, apoyado en la cruz: arma y bastón, en traje de batalla, el esculpido rostro de silex aspirando como un incienso precioso el humo de los fusilamientos, los fines de semana en su casa blindada junto al mar, al lado de su querida cubierta de joyas de gas neón, ¿sólo el sapo es inmortal?
He aquí a la rabia verde y fría y a su cola de navajas y vidrio cortado, he aqui al perro y a su aullido sarnoso, al maguey taciturno, al nopal y al candelabro erizados, he aquí a la flor que sangra y hace sangrar, la flor de inexorable y tajante geometría como un delicado instrumento de tortura, he aquí a la noche de dientes largos y mirada filosa, la noche que desuella con un pedernal invisible, oye a los dientes chocar uno contra otro, oye a los huesos machacando a los huesos, al tambor de piel humana golpeado por el fémur, al tambor del pecho golpeado por el talón rabioso, al tam-tam de los tímpanos golpeados por el sol delirante, he aqui al polvo que se levanta como un rey amarillo y todo lo descuaja y danza solitario y se derrumba como un árbol al que de pronto se le han secado las raíces, como una torre que cae de un solo tajo, he aquí al hombre que cae y se levanta y come polvo y se arrastra, al insecto humano que perfora la piedra y perfora los siglos y carcome la luz, he aquí a la piedra rota, al hombre roto, a la luz rota.
¿Abrir los ojos o cerrarlos, todo es igual? Castillos interiores que incendia el pensamiento porque otro más puro se levante, sólo fulgor y llama, semilla de la imagen que crece hasta ser árbol y hace estallar el cráneo, palabra que busca unos labios que la digan, sobre la antigua fuente humana cayeron grandes piedras, hay siglos de piedras, años de losas, minutos espesores sobre la fuente humana.
Dime, sequía, piedra pulida por el tiempo sin dientes, por el hambre sin dientes, polvo molido por dientes que son siglos, por siglos que son hambres, dime, cántaro roto caído en el polvo, dime, ¿la luz nace frotando hueso contra hueso, hombre contra hombre, hambre contra hambre, hasta que surja al fin la chispa, el grito, la palabra, hasta que brote al fin el agua y crezca el árbol de anchas hojas de turquesa?
Hay que dormir con los ojos abiertos, hay que soñar con las manos, soñemos sueños activos de río buscando su cauce, sueños de sol soñando sus mundos, hay que soñar en voz alta, hay que cantar hasta que el canto eche raíces, tronco, ramas, pájaros, astros, cantar hasta que el sueño engendre y brote del costado del dormido la espiga roja de la resurrección, el agua de la mujer, el manantial para beber y mirarse y reconocerse y recobrarse, el manantial para saberse hombre, el agua que habla a solas en la noche y nos llama con nuestro nombre, el manantial de las palabras para decir yo, tú, él, nosotros, bajo el gran árbol viviente estatua de la lluvia, para decir los pronombres hermosos y reconocernos y ser fieles a nuestros nombres hay que soñar hacia atrás, hacia la fuente, hay que remar siglos arriba, más allá de la infancia, más allá del comienzo, más allá de las aguas del bautismo, echar abajo las paredes entre el hombre y el hombre, juntar de nuevo lo que fue separado, vida y muerte no son mundos contrarios, somos un solo tallo con dos flores gemelas, hay que desenterrar la palabra perdida, soñar hacia dentro y también hacia afuera, descifrar el tatuaje de la noche y mirar cara a cara al mediodía y arrancarle su máscara, bañarse en luz solar y comer los frutos nocturnos, deletrear la escritura del astro y la del río, recordar lo que dicen la sangre y la marea, la tierra y el cuerpo, volver al punto de partida, ni adentro ni afuera, ni arriba ni abajo, al cruce de caminos, adonde empiezan los caminos, porque la luz canta con un rumor de agua, con un rumor de follaje canta el agua y el alba está cargada de frutos, el día y la noche reconciliados fluyen como un río manso, el día y la noche se acarician largamente como un hombre y una mujer enamorados, como un solo río interminable bajo arcos de siglos fluyen las estaciones y los hombres, hacia allá, al centro vivo del origen, más allá de fin y comienzo.
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Poeta
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CIRCUNSTANCIALESCOS
Ahora Enarbola Una hora Prima El hastío Sueños De cristales Derramados Del iglú raíz,un paragüero cabizbajo__Urnayceniza. En las hojas de una aurora, un jardín delartificio. Del acérrimo ramo miriápodo, al sepultartumultuoso. Como lo han dado en ti, me dices, el primor cual canto callas, infinitas almas, en el cielo. inundado. Hoy infinito ausente. Aunque Había Llegado En un Después Cualquiera Al cielo indiferente mudo. ¡Sea del ayer lo qué fuere!. Al suelo cultivar de los altares ¡Y lo qué hiciese vieres!. Al volcán de los faisanes Sé, me dices, sólo circunstancial irremediable. Solo las rígidas sombras alumbran el ahora. Al iglú raíz, paragüero cabizbajo, urna y ceniza Del ahora saldremos tarde! Y... Desmañanados acaso, del sembradío cercano. En las nubes enredado. ¡Recuérdote me dices, viéndome!. Silueta solo circunstancial, intransitable. ¡Más qué presente!... Del gran soplo paralítico. Marearse/Al flechar//Seducido.
Fijo En la hoja Vieja Del Bambú Petrificado. Del ahora lago en sangre, con impávida misiva. Al cielo/Sordo//Mudo del suelo/Más que ayer. La inocencia en la impotencia. La vida inerme cercenada. ¡Acribillada libertad infinita!. Del fanático columpio, afilado candado avinagrado. Circunstancialesco.
Dulcedumbre del encizañar. ¡Al enturbiarse!. Agridulce del engrescar Es La Palabra ¡Qué oculta!. Los hogares despedazados, incendios, callados tumultos, indefensos del parlanchín, artificio repetitivo, la espuma fervorosa ola, vibrante por el hiato, una rendija muere, a diario, su oculta muerte, entre los vientos campanarios, escondidos del número monstruoso, ternura, insalvable del plácido jolgorio del iglú raíz, huérfanos innúmeros. Circunstancialescos.
Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez
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Poeta
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El azul estaba inmovilizado entre el rojo y el negro. El viento iba y venía por la página del llano, encendía pequeñas fogatas, se revolcaba en la ceniza, salía con la cara tiznada gritando por las esquinas, el viento iba y venía abriendo y cerrando puertas y ventanas, iba y venía por los crepusculares corredores del cráneo, el viento con mala letra y las manos manchadas de tinta escribía y borraba lo que había escrito sobre la pared del día. El sol no era sino el presentimiento del color amarillo, una insinuación de plumas, el grito futuro del gallo. La nieve se había extraviado, el mar había perdido el habla, era un rumor errante, unas vocales en busca de una palabra.
El azul estaba inmovilizado, nadie lo miraba, nadie lo oía: el rojo era un ciego, el negro un sordomudo. El viento iba y venía preguntando ¿por dónde anda Joan Miró? Estaba ahí desde el principio pero el viento no lo veía: inmovilizado entre el azul y el rojo, el negro y el amarillo, Miró era una mirada transparente, una mirada de siete manos. Siete manos en forma de orjeas para oír a los siete colores, siete manos en forma de pies para subir los siete escalones del arco iris, siete manos en forma de raíces para estar en todas partes y a la vez en Barcelona.
Miró era una mirada de siete manos. Con la primera mano golpeaba el tambor de la luna, con la segunda sembraba pájaros en el jardín del viento, con la tercera agitaba el cubilete de las constelaciones, con la cuarta escribía la leyenda de los siglos de los caracoles, con la quinta plantaba islas en el pecho del verde, con la sexta hacía una mujer mezclando noche y agua, música y electricidad, con la séptima borraba todo lo que había hecho y comenzaba de nuevo.
El rojo abrió los ojos, el negro dijo algo incomprensible y el azul se levantó. Ninguno de los tres podía creer lo que veía: ¿eran ocho gavilanes o eran ocho paraguas? Los ocho abrieron las alas, se echaron a volar y desaparecieron por un vidrio roto.
Miró empezó a quemar sus telas. Ardían los leones y las arañas, las mujeres y las estrellas, el cielo se pobló de triángulos, esferas, discos, hexaedros en llamas, el fuego consumió enteramente a la granjera planetaria plantada en el centro del espacio, del montón de cenizas brotaron mariposas, peces voladores, roncos fonógrafos, pero entre los agujeros de los cuadros chamuscados volvían el espacio azul y la raya de la golondrina, el follaje de nubes y el bastón florido: era la primavera que insistía, insistía con ademanes verdes. Ante tanta obstinación luminosa Miró se rascó la cabeza con su quinta mano, murmurando para sí mismo: Trabajo como un jardinero.
¿Jardín de piedras o de barcas? ¿Jardín de poleas o de bailarinas? El azul, el negro y el rojo corrían por los prados, las estrellas andaban desnudas pero las friolentas colinas se habían metido debajo de las sábanas, había volcanes portátiles y fuegos de artificio a domicilio. Las dos señoritas que guardan la entrada a la puerta de las percepciones, Geometría y Perspectiva, se habían ido a tomar el fresco del brazo de Miró, cantando Une étoile caresse le sein d’une négresse.
El viento dio la vuelta a la página del llano, alzó la cara y dijo, ¿Pero dónde anda Joan Miró? Estaba ahí desde el principio y el viento no lo veía: Miró era una mirada transparente por donde entraban y salían atareados abecedarios.
No eran letras las que entraban y salían por los túneles del ojo: eran cosas vivas que se juntaban y se dividían, se abrazaban y se mordían y se dispersaban, corrían por toda la página en hileras animadas y multicolores, tenían cuernos y rabos, unas estaban cubiertas de escamas, otras de plumas, otras andaban en cueros, y las palabras que formaban eran palpables, audibles y comestibles pero impronunciables: no eran letras sino sensaciones, no eran sensaciones sino Transfiguraciones.
¿Y todo esto para qué? Para trazar una línea en la celda de un solitario, para iluminar con un girasol la cabeza de luna del campesino, para recibir a la noche que viene con personajes azules y pájaros de fiesta, para saludar a la muerte con una salva de geranios, para decirle buenos días al día que llega sin jamás preguntarle de dónde viene y adónde va, para recordar que la cascada es una muchacha que baja las escaleras muerta de risa, para ver al sol y a sus planetas meciéndose en el trapecio del horizontes, para aprender a mirar y para que las cosas nos miren y entren y salgan por nuestras miradas, abecedarios vivientes que echan raíces, suben, florecen, estallan, vuelan, se disipan, caen.
Las miradas son semillas, mirar es sembrar, Miró trabaja como un jardinero y con sus siete manos traza incansable —círculo y rabo, ¡oh! y ¡ah!— la gran exclamación con que todos los días comienza el mundo.
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Poeta
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Salta la palabra adelante del pensamiento adelante del sonido la palabra salta como un caballo adelante del viento como un novillo de azufre adelante de la noche se pierde por las calles de mi cráneo en todas partes las huellas de la fiera en la cara del árbol el tatuaje escarlata en la frente del torreón el tatuaje de hielo en el sexo de la iglesia el tatuaje eléctrico sus uñas en tu cuello sus patas en tu vientre la señal violeta el tornasol que gira hasta el blanco hasta el grito hasta el basta el girasol que gira como un ay desollado la firma del sin nombre a lo largo de tu piel en todas partes el grito que ciega la oleada negra que cubre el pensamiento la campana furiosa que tañe en mi frente la campana de sangre en mi pecho la imagen que ríe en lo alto de la torre la palabra que revienta las palabras la imagen que incendia todos los puentes la desaparecida en mitad del abrazo la vagabunda que asesina a los niños la idiota la mentirosa la incestuosa la corza perseguida la mendiga profética la muchacha que en mitad de la vida me despierta y me dice acuérdate
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Poeta
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Del verdecido júbilo del cielo luces recobras que la luna pierde porque la luz de sí misma recuerde relámpagos y otoños en tu pelo.
El viento bebe viento en su revuelo, mueve las hojas y su lluvia verde moja tus hombros, tus espaldas muerde y te desnuda y quema y vuelve yelo.
Dos barcos de velamen desplegado tus dos pechos. Tu espalda es un torrente. Tu vientre es un jardín petrificado.
Es otoño en tu nuca: sol y bruma. Bajo el verde cielo adolescente, tu cuerpo da su enamorada suma.
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Poeta
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Déjame, sí, déjame, dios o ángel, demonio. Déjame a solas, turba angélica, solo conmigo, con mi multitud. Estoy con uno como yo, que no me reconoce y me muestra mis armas; con uno que me abraza y me hiere —y se dice mi hijo—; con uno que huye con mi cuerpo; con uno que me odia porque yo soy él mismo.
Mira, tú que huyes, aborrecible hermano mío, tú que enciendes las hogueras terrestres, tú, el de las islas y el de las llamaradas, mírate y dime: ese que corre, ese que alza lenguas y antorchas para llamar al cielo y lo incendia; ese que es una estrella lenta que desciende; aquel que es como un arma resonante, ¿es el tuyo, tu ser, hecho de horas y voraces minutos?
¿Quién sabe lo que es un cuerpo, un alma, y el sitio en que se juntan y cómo el cuerpo se ilumina y el alma se obscurece, hasta fundirse, carne y alma, en una sola y viva sombra? ¿Y somos esa imagen que soñamos, sueños al tiempo hurtados, sueños del tiempo por burlar al tiempo?
En soledad pregunto, a soledad pregunto. Y rasgo mi boca amante de palabras y me arranco los ojos henchidos de mentiras y apariencias, y arrojo lo que el tiempo deposita en mi alma, miserias deslumbrantes, ola que se retira…
Bajo del cielo puro, metal de tranquilos, absortos resplandores, pregunto, ya desnudo: me voy borrando todo, me voy haciendo un vago signo sobre el agua, espejo en un espejo.
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Poeta
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¿De qué cielo caído, oh insólito, inmóvil solitario en la ola del tiempo? Eres la duración, el tiempo que madura en un instante enorme, diáfano: flecha en el aire, blanco embelesado y espacio sin memoria ya de flecha. Día hecho de tiempo y de vacío: me deshabitas, borras mi nombre y lo que soy, llenándome de ti: luz, nada.
Y floto, ya sin mí, pura existencia.
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Poeta
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Dales la vuelta, cógelas del rabo (chillen, putas), azótalas, dales azúcar en la boca a las rejegas, ínflalas, globos, pínchalas, sórbeles sangre y tuétanos, sécalas, cápalas, písalas, gallo galante, tuérceles el gaznate, cocinero, desplúmalas, destrípalas, toro, buey, arrástralas, hazlas, poeta, haz que se traguen todas sus palabras.
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Poeta
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