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Por un cabello solo parte sus blancas venas, su dulce pecho bronco, y muestra labios verdes, frenéticos, nupciales, la espuma deslumbrada. Por un cabello solo.
Por esa luz en vuelo que parte en dos al día, el viento suspendido; el mar, dos mares fijos, gemelos enemigos; el universo roto mostrando sus entrañas, las sonámbulas formas que nadan hondas, ciegas, por las espesas olas del agua y de la tierra: las algas submarinas de lentas cabelleras, el pulpo vegetal, raíces, tactos ciegos, carbones inocentes, candores enterrados en la primer ceguera.
Por esa sola hebra, entre mis dedos llama, vibrante, esbelta espada que nace de mis yemas y ya se pierde, sola, relámpago en desvelo, entre la luz y yo.
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Poeta
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Sobre las aguas, sobre el desierto de las horas pobladas sólo por el sol sin nombre y la noche sin rostro, van los maderos tristes, van los hierros, la sal y los carbones, la flor del fuego, los aceites. Con los maderos sollozantes, con los despojos turbios y las verdes espumas, van los hombres.
Los hombres con su tos, sus venenos lentísimos y su sangre en destierro de ese lugar de pinos, agua y rocas desde su nacimiento señalado como sepulcro suyo por la muerte.
Van los hombres partidos por la guerra, empujados de sus tierras a otras, hombres que sólo llevan ya a la muerte su diminuta muerte, vagos semblantes sementeras, deslavadas colinas y descuajados árboles. La guerra los avienta, campesinos de voces de naranja, pechos de piedra, arroyos, torrenteras, viejos hermosos como el silencio de altas torres, torres aún en pie, indefensa ternura hundida en las bodegas.
Al terrón cejijunto lo ablandaron sus manos, sus anchos pies danzantes alzaron los sonidos nupciales del viñedo, la tierra estremecida bajo sus pies cantaba como tambor o vientre delirante, tal la pradera bajo los toros ciegos y violentos, de huracanado luto rodeados.
A la borda acodados, por los pasillos, la cubierta, sacos de huesos o racimos negros. No dicen nada, callan, oyen a sus mujeres (brujas de afiladas miradas alfileres, llenas de secretos ya secos como añosos armarios, historias que se sacan del pecho entre suspiros) contar con voz rugosa las minucias terribles de la guerra.
Los hombres son la espuma de la tierra, la flor del llanto, el fruto de la sangre; hijos de la ternura son de llanto, son de piedra y estrella, son de sol, son planetas que cantan mientras viven. ¿No hay agua, llanto, oh ramo de soles apagados?
Los hombres son la espuma de la tierra. Hijos de la ternura son de llanto y renacen del llanto, diluviales, y se esparcen por siglos como campos.
Bebe del agua de la muerte, bebe del agua sin memoria, deja tu nombre, olvídate de ti, bebe del agua, el agua de los muertos ya sin nombre, el agua de los pobres. En esas aguas sin facciones también está tu rostro. Allí te reconoces y recobras, allí pierdes tu nombre, allí ganas tu nombre y el poder de nombrarlos con su nombre más cierto.
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Poeta
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Los sucesivos soles del verano, la sucesión del sol y sus veranos, todos los soles, el solo, el sol de soles, hechos ya hueso terco y leonado, cerrazón de materia enfriada.
Puño de piedra, piña de lava, osario, no tierra, isla tampoco, peña despeñada, duro durazno, gota de sol petrificada.
Por las noches se oye el respirar de las cisternas, el jadeo del agua dulce turbada por el mar. La hora es alta y rayada de verde. El cuerpo obscuro del vino en las jarras dormido es un sol más negro y fresco.
Aquí la rosa de las profundidades es un candelabro de venas rosadas encendido en el fondo del mar. En tierra, el sol lo apaga, pálido encaje calcáreo como el deseo labrado por la muerte.
Rocas color de azufre, altas piedras adustas. Tú estás a mi costado. Tus pensamientos son negros y dorados Si alargase la mano cortaría un racimo de verdades intactas. Abajo, entre peñas centelleantes, va y viene el mar lleno de brazos. Vértigos. La luz se precipita. Yo te miré a la cara, yo me asomé al abismo: mortalidad es transparencia.
Osario, paraíso: nuestras raíces anudadas en el sexo, en la boca deshecha de la Madre enterrada. Jardín de árboles incestuosos sobre la tierra de los muertos.
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Poeta
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Oye la palpitación del espacio son los pasos de la estación en celo sobre las brasas del año
Rumor de alas y de crótalos tambores lejanos del chubasco crepitación y jadeo de la tierra bajo su vestidura de insectos y raíces
La sed despierta y construye sus grandes jaulas de vidrio donde tu desnudez es agua encadenada agua que canta y se desencadena
Armada con las armas del verano entras en mi cuarto entras en mi frente y desatas el río del lenguaje mírate en esas rápidas palabras
El día se quema poco a poco sobre el paisaje abolido tu sombra es un país de pájaros que el sol disipa con un gesto
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Poeta
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1
Ojos médulas sombras blanco día ansias afán lisonjas horas cuerpos memoria todo Dios ardieron todos polvo de los sentidos sin sentido ceniza lo sentido y el sentido
Este cuarto, esta cama, el sol del broche, su caída de fruto, los dos ojos, la llamada al vacío, la fijeza, los dos ojos feroces, los dos ojos atónitos, los dos ojos vacíos, la no vista presencia presentida, la visión sin visiones entrevista, los dos ojos cubriéndose de hormigas, ¿pasan aquí, suceden hoy? Son hoy, pasan allá, su aquí es allá, sin fecha.
Itálica famosa madriguera de ratas y lugares comunes, muladar de motores víboras en Uxmal anacoretas, emporio de centollas o imperio de los pólipos sobre los lomos del acorazado, dédalos, catedrales, bicicletas, dioses descalabrados, invenciones de ayer o del decrépito mañana, basureros: no tiene edad la vida, volvió a ser árbol la columna Dafne.
2
Entre la vida inmortal de la vida y la muerte inmortal de la historia hoy es cualquier día en un cuarto cualquiera Festín de dos cuerpos a solas fiesta de ignorancia saber de presencia Hoy (conjunción señalada y abrazo precario) esculpimos un Dios instantáneo tallamos el vértigo
Fuera de mi cuerpo en tu cuerpo fuera de tu cuerpo en otro cuerpo cuerpo a cuerpo creado por tu cuerpo y mi cuerpo Nos buscamos perdidos dentro de ese cuerpo instantáneo nos perdemos buscando todo un Dios todo cuerpo y sentido Otro cuerpo perdido
Olfato gusto vista oído tacto el sentido anegado en lo sentido los cuerpos abolidos en el cuerpo memorias desmemorias de haber sido antes después ahora nunca siempre
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Poeta
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Las horas, su intangible pesadumbre, su peso que no pesa, su vacío, abigarrado horror, la sed que expío frente al espejo y su glacial vislumbre,
mi ser, que multiplica en muchedumbre y luego niega en un reflejo impío, todo, se arrastra, inexorable río, hacia la nada, sola certidumbre.
Hacia mí mismo voy; hacia las mudas, solitarias fronteras sin salida: duras aguas, opacas y desnudas,
horadan lentamente mi conciencia y van abriendo en mí secreta herida, que mana sólo, estéril, impaciencia.
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Poeta
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Ya por cambiar de piel o por tenerla nos acogemos a lo oscuro, que nos viste de sombra la carne desollada.
En los ojos abiertos cae la sombra y luego son los ojos los que en la sombra caen y es unos ojos líquidos la sombra.
¡En esos ojos anegarse, no ser sino esos ojos que no ven, que acarician como las olas si son alas, como las alas si son labios!
Pero los ojos de la sombra en nuestros ojos se endurecen y arañemos el muro o resbalemos por la roca, la sombra nos rechaza: en esa piedra no hay olvido.
Nos vamos hacia dentro, túnel negro. “Muros de cal. Zumba la luz abeja entre el verdor caliente y ya caído de las yerbas. Higuera maternal: la cicatriz del tronco, entre las hojas, era una boca hambrienta, femenina, viva en la primavera. Al mediodía era dulce trepar entre las ramas y en el verde vacío suspendido en un higo comer el sol, ya negro.”
Nada fue ayer, nada mañana, todo es presente, todo está presente, y cae y no sabemos en qué pozos, ni si detrás de ese sinfín aguarda Dios, o el Diablo, o simplemente Nadie.
Huimos a la luz que no nos miente y en un papel cualquiera escribimos palabras sin respuesta. Y enrojecen a veces las líneas azules, y nos duelen.
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Poeta
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La plaza es diminuta. Cuatro muros leprosos, una fuente sin agua, dos bancas de cemento y fresnos malheridos. El estruendo, remoto, de ríos ciudadanos. Indecisa y enorme, rueda la noche y borra graves arquitecturas. Ya encendieron las lámparas. En los golfos de sombra, en esquinas y quicios, brotan columnas vivas e inmóviles: parejas. Enlazadas y quietas, entretejen murmullos: pilares de latidos.
En el otro hemisferio la noche es femenina, abundante y acuática. Hay islas que llamean en las aguas del cielo. Las hojas del banano vuelven verde la sombra. En mitad del espacio ya somos, enlazados, un árbol que respira. Nuestros cuerpos se cubren de una yedra de sílabas.
Follajes de rumores, insomnio de los grillos en la yerba dormida, las estrellas se bañan en un charco de ranas, el verano acumula allá arriba sus cántaros, con manos visibles el aire abre una puerta. Tu frente es la terraza que prefiere la luna.
El instante es inmenso, el mundo ya es pequeño. Yo me pierdo en tus ojos y al perderme te miro en mis ojos perdida. Se quemaron los nombres, nuestros cuerpos se han ido. Estamos en el centro imantado de ¿donde?
Inmóviles parejas en un parque de México o en un jardín asiático: bajo estrellas distintas diarias eucaristías. Por la escala del tacto bajamos ascendemos al arriba de abajo, reino de las raíces, república de alas.
Los cuerpos anudados son el libro del alma: con los ojos cerrados, con mi tacto y mi lengua, deletreo en tu cuerpo la escritura del mundo. Un saber ya sin nombres: el sabor de esta tierra.
Breve luz suficiente que ilumina y nos ciega como el súbito brote de la espiga y el semen. Entre el fin y el comienzo un instante sin tiempo frágil arco de sangre, puente sobre el vacío.
Al trabarse los cuerpos un relámpago esculpen.
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Poeta
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La noche borra noches en tu rostro, derrama aceites en tus secos párpados, quema en tu frente el pensamiento y atrás del pensamiento la memoria.
Entre las sombras que te anegan otro rostro amanece. Y siento que a mi lado no eres tú la que duerme, sino la niña aquella que fuiste y que esperaba que durmieras para volver y conocerme.
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Poeta
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La luz sostiene —ingrávidos, reales— el cerro blanco y las encinas negras, el sendero que avanza, el árbol que se queda;
la luz naciente busca su camino, río titubeante que dibuja sus dudas y las vuelve certidumbres, río del alba sobre unos párpados cerrados;
la luz esculpe al viento en la cortina, hace de cada hora un cuerpo vivo, entra en el cuarto y se desliza, descalza, sobre el filo del cuchillo;
la luz nace mujer en un espejo, desnuda bajo diáfanos follajes una mirada la encadena, la desvanece un parpadeo;
la luz palpa los frutos y palpa lo invisible, cántaro donde beben claridades los ojos, llama cortada en flor y vela en vela donde la mariposa de alas negras se quema:
la luz abre los pliegues de la sábana y los repliegues de la pubescencia, arde en la chimenea, sus llamas vueltas sombras trepan los muros, yedra deseosa;
la luz no absuelve ni condena, no es justa ni es injusta, la luz con manos invisibles alza los edificios de la simetría;
la luz se va por un pasaje de reflejos y regresa a sí misma: es una mano que se inventa, un ojo que se mira en sus inventos.
La luz es tiempo que se piensa.
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Poeta
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