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Por un tiempo nos fue imposible vernos, y las opciones se reducían cada vez más, limitándonos a pláticas sencillas y de poca duración a través del teléfono, fue difícil, pero jamás deje de esperar con ansia un mensaje suyo, ni deje de alegrarme al recibir alguno. “Te quiero”, me dijo por primera vez a través de un mensaje, y la distancia que nos separaba en ese momento se esfumo, la sentí tan cerca que casi pude saciar mis ganas de abrazarla, me deje caer sobre la cama y volé, volé alto, dejando atrás el miedo que hasta ese día había guardado en mi corazón.
Desperté ilusionado, con la esperanza de que la distancia desapareciera de la misma manera en que aquel “Te quiero” había hecho desaparecer los miedos que me habían cegado tiempo atrás, desperté y vi todo de una manera diferente, mágica, casi perfecta, mostrándome cada amanecer un rayo de luz distinto, donde el tiempo y la distancia me hicieron quererla y extrañarla cada vez más.
Las noches sin su sonrisa al principio fueron imposibles, pero aprendí a admirarla con paciencia en los momentos en que lográbamos estar juntos, tomando con mis manos la fotografía perfecta, grabando en mi mente cada uno de sus lunares, sus ojos eternos, y su perfecta sonrisa, que me entregaba la inspiración y la calma que me hacían ver una luz distinta en cada despertar.
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Poeta
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Este no era un sentir diferente, en el pasado de igual manera mi corazón había estallado al encontrase frente a las mujeres que llegue a considerar perfectas, pero que con el tiempo su luz se volvía opaca y todo se perdía en una rutina sin sabor. Conocía el camino, o creía conocerlo, y me llene de tristeza al imaginar que correríamos con la misma suerte, viéndonos caer, sin poder… sin querer hacer algo para salvarnos.
El tiempo pasaba y contra mis miedos decidí seguir adelante, dándome la oportunidad por primera vez de confiar en mi mismo y en el cariño que hasta el momento tenia hacia ella. La invite a seguir descubriendo pequeños detalles y acepto de inmediato, sin terminar de escuchar lo que tenia que decir, sin enterarse de todo lo que había detrás de mi sonrisa nerviosa; entonces la abrace, y ella mordió mi brazo y comenzó a reír, sanando después con pequeños besos su arrebato de locura robándose cada palabra de mi boca, dejando solo en mi una sonrisa y la sensación de tranquilidad que tanto buscaba desde hacia mucho tiempo.
Ella disfrutaba cada cigarrillo, cada taza de café, sin temor al tiempo cerraba sus ojos un momento y sonreía, me miraba y sus ojos se iluminaban al mismo tiempo que mi corazón se veía encendido por una llama que juraba ser eterna. Me gustaba perderme en los pequeños lunares que tenia en su cuello, me gustaba embriagarme con su voz mientras me contaba sobre el universo, me gustaban tomar su mano y simular el humo del cigarro con suaves movimientos, me gustaba ella y el tiempo que pasábamos juntos disfrutando de los pequeños detalles.
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Poeta
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En verdad había mucho en ella, en su casi eterna sonrisa, en cada uno de sus pasos, en su largo y obscuro cabello que solía ocupar casi toda la cama cuando decidíamos no dormir. Había mucho en ella, en sus besos suaves, siempre al ritmo de su música, un blues distinto, improvisado, que recorría mi cuerpo lentamente, dejando la sola sensación de pertenecerle en ese momento y para siempre. En esos días no había nada que comprender, todo se resumía en abandonarse a la silueta de su cuerpo, dibujada por una tenue luz amarilla de una pequeña lámpara que años atrás había hecho para ella. Había mucho en ella, y en el rítmico latir de su corazón, su piel cálida después de hacer el amor, las incontables y saladas gotas de sudor que la cubrían y su perfecta costumbre de recostarse sobre mi pecho. Por la mañana me contaba historias de su infancia y el tiempo se iba volando mientras la veía recordar esos años, donde había algo de magia, algo de realidad, y sin duda una gratitud a la vida que jamás había conocido en una persona. Después de eso, la guerra comenzaba, era ella y la cama contra mí, volaban las almohadas y las sabanas se volvían redes que nos atrapaban constantemente, entre risas y gritos siempre yo era el primero en solicitar apoyo de los peluches que colocaba en la esquina de la habitación que servían como fieles soldados kamikazes rellenos de algodón. Cuando la batalla terminaba, encendíamos un cigarro, y curábamos nuestras heridas de guerra con besos y risas, de esas que te hacen recordar que al final de cuentas la realidad también puede ser buena de vez en cuando. El desayuno se servía en el patio, rodeados de las variadas plantas que ella cuidaba con tanto esmero, amaba verla sonreírle a los girasoles, y se me llenaba la mirada de ternura, cuando acariciaba los pétalos de los narcisos al extender los brazos, recuerdo la ocasión en que lloro al ver que una orquídea no tolero el clima extremo y se marchito, todo fue luto por unos días, después lleno los espacios vacíos con claveles y todo tomo una vista tan hermosa que no he vuelto a ver algo igual. Había mucho en ella, y en esa serenidad suya en tiempos de crisis que me causaba una sensación que se parecía más al miedo que cualquier otro sentimiento, mas, no perdía la oportunidad de recordarme que estaba ahí y lo seguiría estando, siendo algo que aun hasta estos días le sigo agradeciendo.
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Poeta
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Siempre recuerdo que la mejor manera de hacerte sonreír era con algún postre improvisado, descubrir ese secreto tuyo me salvó de un sin fin de batallas pérdidas y noches solitarias en el sofá, recuerdo bien ese gesto de sospecha acompañado de una sonrisa traviesa que se iba disolviendo entre fresas, chocolates, nieve de vainilla, entre otras cosas que escondía en el refrigerador para casos de emergencia. En alguna ocasión mi estrategia no funcionó y te llevaste la recompensa y el placer de verme derrotado ante tu tan infalible mirada, no había nada que me hiciera dejar de amarte, aún me viera solo en el sofá, sonreía al pensar en ti, hasta acabar vencido por el sueño. Amaba las mañanas a tu lado, y los besos en la frente con los que me despertabas, amaba que anduvieras descalza, moviéndote de aquí para allá en ropa interior, amaba que te detuvieras un momento para regalarme pequeños besos que llegaban de mis labios a mi cuello para después seguir tu camino, amaba tu manera de cocinar, y el desorden que hacías en la cocina, amaba que no probaras tu comida hasta que yo no te diera una opinión de su sabor, en verdad no probé nunca mejor comida. No puedo olvidar tu sonrisa, tu mirada, tus caricias, no puedo olvidar tu ligero cabello, largo y negro, ni tu piel siempre con ese olor que nunca pude identificar pero tanto me gustaba, no olvido tus palabras, ni la tonalidad de tu voz al decirlas, no olvido tu manera de vestir, ni lo radiante que te veías al estar desvestida, no olvido las heridas que me causaste, ni la forma tan tuya de curarlas, no te olvido nunca, ni a todo lo que por ti cobraba vida. Pasaron suficientes días y pensé en aquel anillo que entre bromas me confesaste sería perfecto para usarlo toda la vida, un viejo anillo que vimos en una tienda de antigüedades en el centro de la ciudad, vi como brillaron tus ojos aquel día y sabía que será perfecto para sorprenderte con la pregunta que pensé jamás tendría que hacer. Solías decir que no creías en esas cosas, pero dabas tantas señales de lo contrario, y a mí me llenaba el verte corriendo de aquí a allá viendo todo lo relacionado a ese tema, recuerdo que me gustaba cuestionarte camino a casa, y tu corrías lejos escondiéndote de mí en cada sitio que así lo permitiera.
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Tú me hiciste sentir nuevamente eso que no se sabe explicar, eso que llaman “mariposas en el estómago” que aunque suene tonto, considero yo que es la manera más correcta de llamar a la etapa número uno del amor, la más inocente, la que hace que un beso lo sea todo y una mirada nos destruya totalmente. No sospeche que cada día estando junto a ti fuese a sentir ese fuerte palpitar, esa tan increíble sensación de lo perfecto viajando por mi cuerpo, haciéndome sentir ligero y completo, no sospeche, solo me deje llevar por la suave brisa de tu aliento hasta llegar al lugar correcto. Tú me veías atenta, paciente, como quien admira el atardecer, tú me veías mientras yo trataba de no caer, de no desplomarme ante tan hermosa espectadora, ¿Cómo hubiera sabido yo lo que pensabas, lo que sentías? ¿Cómo hubiera sabido yo?... Yo solo deseaba estar junto a ti sin la preocupación de tener al tiempo como enemigo. Fue entonces cuando el vino se terminó, te levantaste y caminaste hacia mí, recuerdo tus ojos pequeños y brillantes, tu sonrisa tímida, y tus palabras en voz bajita para que solo yo pudiera escucharlas, recuerdo como nuestras manos se encontraron y se quedaron unidas por un largo tiempo, recuerdo el palpitar de tu corazón y como casi pierdo el mío esa noche, recuerdo la sensación de tu piel al recorrerla con las yemas de mis dedos y como me abrazabas fuerte para que no me fuera. No diste un paso seguro, tu sabias que yo te amaría desde el primer momento, tu sabias que me amarías, y que a través de los días, todo se volvería perfecto, paso a paso, desde el primer momento, desde nuestro primer beso.
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Aún en estos días se acelera mi corazón al encontrarme con tu recuerdo paseando por la casa, no tengo pretexto para traer a mi mente esos momentos en que el deseo rompía lo cotidiano y nos veíamos destrozándonos la piel con nuestras manos, destruíamos todo a nuestro paso mientras nos arrancábamos la ropa sin algún cuidado, mis labios iban de tus labios hasta tus pies, recorriendo con mi aliento tu cuerpo desnudo, sujetándome de tus pechos, tu espalda, tu cintura, de tus piernas, sin camino exacto subía y bajaba mientras escuchaba tus suspiros cada vez más evidentes, cada vez más parecidos al rugido de un animal salvaje. Corríamos de aquí allá, y cada habitación era perfecta, una fantasía por cumplir, tu pintura sobre mi cuerpo, y sobre tu piel mi poesía, fresas y chocolates, girasoles y narcisos, una ducha tibia, y buena música, todo cómplice del momento. Las luces se apagaban y quedaba encendida solo una vela en la habitación cubriendo de un rojo claro las superficies, quemando nuestros cuerpos, fundiéndolos en uno solo, envueltos en la esencia de ambos, envueltos en nuestros sentidos, en la magia que existe en el amor, en el amor que existe en nosotros. Solías tomar mis manos y junto a las tuyas simulábamos el humo del cigarro serpenteante y ligero, cada caricia, cada sensación hacía que la sangre fluyera y te deseara con más fuerza, llevándome a perderme entre las pequeñas chispas de dolor que provocaban tus llamas al rasgar mis brazos y mi espalda, tus besos y las palabras que susurrabas a mi oído, todo era perfecto, incluso el terminar sin aliento contigo recostada sobre mi pecho… verte así, siendo una parte de mí, verme así, siendo una parte de ti.
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Prefiero no creerlo así... Esa madrugada, una vez más Rodrigo despertó sudoroso, completamente sobresaltado y con sus ojos desorbitados, tenía miedo, se notaba y tardaba su tiempo en recuperar el control, para luego burlarse de sí mismo y ese sueño repetitivo, que no atinaba a recordar y mucho menos a superar. Entre los pocos detalles que consiguió recordar, podía relatar... ...Que se encontraba en medio de una noche muy cargada de neblina, sentía que caía a un gran abismo, pero sin terminar de caer… allí, en ese período, es que despertaba, creyendo que el sudor, era sangre... Rodrigo, había contraído matrimonio pocas semanas hace y Maritza su joven esposa, se mostraba muy alarmada por este suceso tan fuera de lo normal, conocía de muchos años a Rodrigo, quien era unos diez años mayor y que por su caballerosidad, seriedad y ser muy trabajador, la había conquistado en contra del rechazo de su madre, que como todas las madres, esperaba un mejor partido para su hija. Rodrigo a fuerza de mucho trabajo había conseguido levantar un modesto negocio, tenía un almacén de insumos agropecuarios y avícolas, y parte de sus actividades, las complementaba con visitas a las fincas de las parroquias cercanas, para lo que disponía de una camioneta grande, que la mantenía en buenas condiciones. Maritza, que había confirmado su primer embarazo, en una mezcla de alegría y preocupación, le pidió a Rodrigo que visitaran al párroco para pedir su consejo, o a un médico, a alguien; no podía imaginar siquiera, que pudiera faltarle el padre de su bebé. Rodrigo eufórico de felicidad, no hizo mucho caso al desasosiego de Maritza y salió a visitar una hacienda, pero en su mente se habrían nuevos espacios e inquietudes: venía su hijo y tenía que trabajar más, apuró el paso, porque debía subir a la montaña y no quería hacerse tarde… Ayudó a parir a una yegua y eso le llevó más tiempo de lo que creía, estaba muy cansado, pero se sentía tan feliz; tanto que no reparó en que la noche estaba cayendo y con ella una impresionante espesa neblina, ya inundaba la montaña… mientras conducía muy rápidamente, pensando en nombres para su hijo, las compras, la casa, otro vehículo más cómodo, perdió contacto con la carretera y cayó al vacío… Ese exacto instante, se recriminó por no haber prestado atención a la repetida advertencia... En medio de una reacción muy lenta de su cuerpo y las borrosas imágenes que de a poco fueron tomando forma, buscó auscultar su frente que la sentía anegada de sudor... todo su ser, sintió un infinito terror, es que ahora, era sangre y junto a su cuerpo, Maritza lloraba desconsolada…
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Se não fosse o meu neto, eu nunca teria me aproximado tanto de um gato. Não que eu não goste do felino... Mas justamente por saber da minha preocupação com os animais, eu sempre evitei criá-los. Quando meu neto perguntava porque eu não criava um cachorro, eu dizia que era porque não tinha condição. Dizia que um cachorro precisava de espaço e de muito cuidado. E quando a gente resolve criar um animal, tem que dar muita atenção. Dizia para ele que, criar um cachorro, não era só colocá-lo em casa, e pronto: está criando. Não adiantavam os meus argumentos, pois ele sempre insistia. Às vezes citando um animal que ele viu alguém criando. Quando não era um animal “doméstico”, o meu “discurso” era maior.
Daí o meu neto mudou de estratégia: em vez de pedir, ele já chegou em casa com um gatinho... Disse que, quando ele vinha da escola, uma senhora que criava muitos gatos, deu-lhe. E já chegou providenciando uma caixa para colocá-lo. Imaginem o rebuliço aqui em casa... De um lado minha esposa, dizendo que não queria saber de gatos, que o bicho suja tudo, e que isso, e que aquilo... Do outro lado o meu neto, dizendo que cuidaria do gatinho, que faria isso, faria aquilo... Juro que não me lembro onde eu fiquei nessa hora. Devo ter ficado do lado de fora. Então ficou acertado que no dia seguinte, o gatinho seria devolvido à antiga dona. Aconteceu que no dia seguinte, além de ter obrado no banheiro, o gatinho (feio) amanheceu tremendo e vomitando...
Aí foi aquela agonia: o que será que ele comeu? Dá leite pra ele! Ele vai morrer! Dá um chá! Chá de quê? E lá vai a agonia... Minha mulher brigava de um lado, por causa da sujeira do gatinho, e se apiedava do outro, por causa do estado dele. A minha filha, que estava em casa nessa hora, aumentou o lado da piedade. Esse rebuliço todo ganhou até um poema: “O Gatinho Está Doentinho”. O certo é que, nessa confusão toda, o gatinho (feio) acabou ficando.
Com toda reclamação de minha esposa, por causa da sujeira que o gatinho fazia no banheiro; com toda minha gozação, dizendo que ele era até educado, pois ia satisfazer suas necessidades no lugar apropriado (quem acabava limpando era eu); com toda preocupação de minha filha em comprar vasilhas para o gato comer, vasilha para fazer as necessidades dele; com todo dengo do meu neto; o gatinho (feio) foi crescendo e transformou-se num bonito gatão. Resumindo: o gatão (Pepe) morreu envenenado. No mesmo dia meu neto trouxe outro “gato”. Eu vi logo que era uma gata, mas fiquei calado. Quando minha mulher descobriu, começou a reclamar. Entre fica e não fica, a gata ficou (Lara). Lara engravidou, e teve três gatinhos. Dois nasceram mortos, só um vingou Vivi (Vivi é o diminutivo de Vitória). Lara apareceu grávida outra vez. Minha esposa começou a dizer que botaria ela para fora... Resultado: Lara sumiu... Ninguém sabe o que aconteceu. Minha esposa ficou com remorso, achando que foi por causa das ameaças que ela estava fazendo. Nós percebemos que Vivi ficou sentindo o desaparecimento da mãe por algum tempo, mas depois se acostumou. Agora ela reina absoluta. Minha mulher, que não queria saber de gatos (principalmente de gatas), agora a enche de carinhos. Até ovo de páscoa para Vivi, ela comprou. Quando eu olhei, espantado, ela me disse: O que é? Ela também tem direito! Que mudança...
A.J. Cardiais 07.04.2012 imagem: a.j. cardiais
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Às vezes algumas palavras ficam cutucando a minha mente... Quando elas não se definem claramente, eu procuro esquecê-las. Já quando estou procurando “sarna”, eu me sento e tento decifrar o mistério. Eu chamo isso de “Exercício e Treino” ou “Riscos e Rabiscos”. Fico procurando encaixar as palavras, como se estivesse montando um quebra-cabeça. Tem coisas que eu gosto na hora. Já tem outras que eu não gosto, porém não jogo mais fora, como eu fazia antes. Aprendi a conservar tudo que escrevo. Deixo de lado para ver se aproveito mais tarde. Afinal, estamos na era da reciclagem, não estamos?
A.J. Cardiais 22.07.2011
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Tem palavras que ficam presas no vocabulário do nosso subconsciente. Quando “inventamos” de escrever, começamos a chacoalhar a mente. Então elas se desprendem, e querem ser usadas. É aqui que começa a história: quando digito a palavra, e o dicionário do computador passa o “traço” vermelho. E agora, o que fazer? Tira letra, põe letra, tira acento, põe acento... E nada do traço apagar. Quem tem o luxo de ter um “Aurélio” em casa, se safa numa boa. Mas o meu “socorro” coitado, nessas horas pede perdão. O pior de tudo é que nessas paradinhas, um monte de inspirações invadem (e evadem também). E quando volto a caminhar, já não sigo pelo mesmo caminho. Nessas horas já estou cortando caminho, pegando atalho etc. Tudo para ver se encontro o fio da meada. Mas a questão aqui é a palavra. Tem aquela coisa do regionalismo, do bairrismo... e qualquer “ismo” que vá diminuindo o raio de ação da palavra. Eu mesmo sou “retado” (olhe aí, consulte o Nivaldo Lariú) para usar palavras da minha infância, que só entende quem foi menino (e do mesmo bairro) naquela época. Por exemplo: num poema, eu usei a expressão: “pidir pinico” (é assim mesmo). Quando meu compadre (o poeta Luiz Nazcimentto) leu, ele achou engraçado por eu ter me lembrado daquela expressão. Outra pessoa logo diria: aqui está errado!. O certo é pedir, e não “pidir” e o nome é penico, não pinico. Também esta pessoa não saberia o significado. O pior é que isso não está em nenhum dicionário, nem no de Nivaldo Lariú.
Se eu tivesse terminado o curso de Letras, teria optado pela Linguística. Eu gosto de como se fala, e não como se escreve. Eu canto minha aldeia, tentando tornar-me universal. Que não entendam a letra, mas espero que gostem da música.
Vocabulário: Pidir pinico - Dar-se por vencido, jogar a toalha, entregar os pontos, perder a luta. Nivaldo Lariú – Autor do livro: “Dicionário de Baianês” Aurélio - Aurélio Buarque de Holanda – Autor de Dicionários de Língua Portuguesa
A.J. Cardiais 16.07.2011
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