|
Assistindo dois programas estranhos
Marcos adorava tudo que era diferente. Ele simplesmente não conseguia viver sem nada que era considerado totalmente diferente. Suas coleções eram todas consideradas pelos poucos que haviam visto muito inusitadas. Mas ele adorava acima de tudo programas que eram considerados estranhos demais. Certa vez, ele vira um vídeo na internet que era considerado estranho. Um vídeo de uma menina que estava praticamente possuída, mas que não se via quase nada do rosto dela. Era uma predileção tão grande, que ele ainda preservava antigas fitas com vídeos curtos e não tão curtos sobre tudo que hoje chamamos de estranho, ou alguns chamam de fringe. Ele não se sentia nenhum pouco estranho, ou mesmo isolado, pois ele sabia que mais e mais pessoas estavam começando a se interessar por todos esses assuntos. Marcos começara a assistir dois programas em uma rede da dark web. Um deles se chamava Knives in red, que mostrava alguns assassinatos e algumas relações estranhas que as pessoas podiam ter com armas brancas.
|
Poeta
|
|
Era un jardín rebosante de colores y formas, resultado del esmerado y paciente trabajo su dueño, a quien la tierra entregaba en profusión ramilletes de las más bellas flores, Éstas eran como niñas consentidas por él; nada más bello que verlas recibir los primeros rayos, reían con el viento, cantaban con la lluvia, las mariposas, las abejas y los chupaflores continuamente sobrevolaban tan suntuoso jardín; al anochecer besaban la oscuridad intensificando su aroma. Ahí en el brocal de la fuente reinaban las rosas, contemplándose en los ventanales platicaban los geranios, colgadas en los balcones se columpiaban las campánulas, escoltando los senderos inmaculadas azucenas alegraban el camino, todo, todo rincón estaba destinado a una especie y eran así un deleite para los ojos. Sin embargo la tierra no hace distinciones y entre toda esa comunidad floral brotó una hierba espinosa de color azul verdoso con hojas dentadas que creció dando unas pequeñas flores blancas; las demás, al verla comenzaron a cuchichear: -¿Acaso nuestro querido jardinero no se ha percatado de esa planta? ¿Cómo puede permitir una hierba fea y espinoza en su jardín? Rosa es alabada por los enamorados, Lirio es espigado y elegante. Gardenia es apreciada por su aroma, todas tenemos atributos que nos hacen valiosas, pero, ¿y esa? -Chicalote- Dijo silbando el viento a quien ningún cuchicheo se le escapa – ese es su nombre y toda ella es útil, por eso es amada. Pasaban los días, como siempre, el jardinero prodigando sus cuidados a todas las flores, excepto a Chicalote que permanecía en un rincón pedregoso del muro, casi oculta por los rosales y macetas.
-A ti nadie te querrá-le dijo Violeta- no tienes aroma. -Y eres espinosa- agregó Dalia -Pequeña y sin tallo- continuó Hortensia. -Ya basta, hijas- replicó la Tierra- cada quien es como es y a todas amo. Chicalote se entristeció por la actitud de sus hermanas, todas se alzaban orgullosas para recibir los primeros rayos del Sol, mientras ella tenía que batallar entre el follaje y las macetas de las demás. -Mirenla -dijo Camelia- de padre sólo heredó el color, apenas si la mira… -Silencio, hijas -interrumpió él, cortando la risa incipiente que ocasionó su observación- cada quien es lo que es y a todas amo. Chicalote dejó de reír cada vez que el Viento pasaba rozando su rígido tallo mientras sus hermanas bailaban graciosas con su brisa. -Miren - dijo Nardo - Chicalote está tan tiesa como una roca… -Ya basta hijas - replicó él, silbando entre las hojas- cada quien es lo que es y a todas amo. Un día llegó el jardinero con su hijo a a recoger todas sus flores para llevarlas al mercado. -Miren –dijo Orquídea- yo adornaré el cabello de una hermosa joven y todos compararán su belleza con la mía. -Pues a mí un apuesto caballero me pondrá en el ojal de su bolsillo para llamar la atención de las damas- contestó Violeta. -Pero yo formaré el ramo de la novia durante sus nupcias y por mi blancura y su vestido, todos dirán que su alma se halla rodeada por las nubes del cielo- replicó Azucena. -Ah, pero a mí una mujer me pondrá a los pies de una Virgen- continuó Gladiola- como se ofrenda el oro a los reyes terrenales para suplicar algún favor… -¿Y qué? A mí me pondrán en un jarrón chino en medio de la mesa – interrumpió Dalia- y después del almuerzo alguien me admirará tanto que querrá plasmarme en un dibujo. Cuando los hombres se fueron, Chicalote se entristeció al ver que ni siquiera se habían fijado en ella, pero en esos momentos llegó una abejita en busca de polen y al verla se acercó muy contenta. -Éstos hombres, por poco me dejan sin alimento, gracias a Dios todavía estás tú. Al poco rato, una mariposa se posó cuidadosamente en su corola diciendo: -Qué barbaridad, éstos hombres por poco me dejan sin abrigo, gracias a Dios todavía estás tú. No pasó mucho tiempo cuando un chupaflor voló amistoso a su encuentro. -Pero qué hombres tan egoístas, se llevaron a todas mis novias, gracias a Dios te dejaron a ti. Chicalote recuperó nuevamente la alegría, después de todo, ¿qué satisfacción más grande puede existir que la de sentirse tan útil?, el día que sus pétalos cayeron supo que sus semillas también servirían y se imaginó a sus hermanas agonizando en una cabellera, en un ojal de bolsillo, en un ramo de novia, en un altar o en un jarrón chino, sin más mérito que el de haber sido hermosas y, seguramente sin recibir un solo agradecimiento antes de caer marchitas en el suelo o en el bote de basura; en cambio, ella había dado de comer al hambriento, había cobijado al peregrino y había conocido el amor, volvió al regazo de su madre repitiendo: “Soy lo que fui y así me amaron”.
|
Poeta
|
|
Este artículo o categoría puede incluir contenido sensible. ¿Seguro que quieres leer?
Las veladas para paliar mi fobia a la noche comenzaron a perder sentido, ya me había acostumbrado tal vez a la compañía permanente de Darío, Gonzalo y Vanesa y no necesitaba más historias prestadas, pensé que tal vez era un síntoma de mejoría, más aún cuando mis horas de sueño se extendieron de cuatro a ocho y a veces diez, lo único que me incomodaba era el estado de mi finca, porque sin darme cuenta mis criados empezaron efectivamente a faltar y los restantes no estaban dispuestos a trabajar doble aunque les pagara triple ni por mucho aprecio que me tuvieran; no me considero una persona tacaña ni explotadora, realmente traté de suplir a los que se fueron, pero al parecer nadie estaba ya dispuesto a trabajar en mi finca mientras mis tres huéspedes permanecieran ahí y yo me sentía incapaz de correrlos, pues ya eran parte de mí, así que debí resignarme a ver pasearse a los caballos buscando comida y agua por su cuenta, a permitir que la hierba creciera sin control mezclándose con las flores (excepto los rosales, que Gonzalo tomó a su cuidado), a dejar sin resanar las paredes ni reemplazar la vajilla o los muebles deteriorados y a conformarme con una concurrencia cada vez menos numerosa en las veladas, nada de eso me dolió, después de todo la vida consiste ciclos de esplendor y de decadencia y yo, en plena juventud me sentía ya hastiado de vivir con miedo en una jaula de oro en compañía de cotorras y papagayos noctámbulos, conforme mis sueños se prolongaba noté que mi fobia nocturna disminuía así que me gustaba soñar, hoy a Vanesa desnuda, acostada en el lomo de un cisne, dejando caer la mano, contemplándose en el agua al pasar, luego su reflejo le toma la mano y se levanta y entonces las dos Vanesas hacen el amor sobre el cisne, creando formas plateadas, mientras Gonzalo, sentado en el cuerno que forma la luna va entonando una melodía al ritmo suave de un arpa, la hierba crece, los árboles se multiplican, se mezclan con rosas, con lavanda y jazmines tan altos que no me dejan ver, entonces llega Darío con su caballo y corta todas las plantas, hay lluvia de flores, de hierbas y de cigarras asustadas, las dos Vanesas ríen y yo también; mañana Vanesa está en la cocina, comiendo melocotones en almíbar, hasta ahí llega la voz de Gonzalo cantando una melodía para enamorados, un hombre y una mujer excitados entran y ella les invita a subirse a la barra, como en un altar los tres se despojan de sus prendas y Vanesa le introduce a la mujer un melocotón entre los labios vaginales y comienza a comerlo despacito, con mordiscos breves y suaves lengüetazos, el hombre a su vez ya le introdujo a ella otro y acomodado abajo también come, en poco tiempo llegan más y más invitados que se pelean por el frasco de los melocotones, llega Darío en su caballo, se los arrebata y sale derribando la puerta con toda la multitud detrás de él para tratar de alcanzarlo, como si los melocotones fueran el más potente afrodisíaco de la Tierra. Otro día soñaba a mis invitados reclamándome la falta de limpieza del comedor, los arañazos de las paredes, la escasez de licor, se quejaban de los jardines invadidos de malezas e insectos, y conforme más elevaban la voz más se distorsionaba hasta convertirse en relinchos, sí, todos mis invitados se convirtieron en una manada de caballos, entonces llegaba Darío con un látigo, se trepaba en uno y los iba arriando hacia los rosales que se habían expandido y crecido desmesuradamente formando un monte que impedía el paso y les obligaba a comérselos con todo y espinas, cuando algún caballo respingaba, él enseguida sacaba la espada y se la clavaba en el lomo, los ijares, el pecho, el pescuezo o las patas, entonces llegaba Gonzalo llorando y suplicándole que no destruyeran los rosales, pero Darío lo embestía con su montura, entonces aparecía Vanesa y se acercaba a un caballo negro, se le colgaba del pescuezo, acariciando la crin, le mordía las orejas y conforme lo acariciaba, el animal recuperaba su anatomía humana, a excepción de la cabeza, ella lo montaba de frente y comenzaba un excitante forcejeo, Vanesa tan negra como el hombre-caballo, sus manos calvadas en sus hombros, subiendo y bajando de su miembro mientras los relinchos retumbaban por toda la quinta, la lengua de caballo deslizándose por sus pechos, Darío, excitado también azotaba violentamente al resto de la manada hasta que los rosales se cubrieron de sangre, un lago de sangre que atrajo a los cisnes y yo, gozoso de no temerles comenzaba a torcerles el cuello, uno a uno, ese día desperté exultante y no me importó saber que mis últimos criados abandonaban la finca, esa misma noche sólo había licor para los escasos invitados que aún llegaban, más por morbo que por costumbre, enseguida quise comprobar si ya estaba curado de la fobia y por primera vez me di el gusto de ser grosero e impertinente con ellos con el fin de que no volvieran, tan eficiente fui en mi propósito que los invitados se retiraron mucho antes del amanecer y yo, satisfecho me fui a leer a la biblioteca. No bien había avanzado las primeras páginas de un ejemplar de biología cuando me di cuenta de la presencia de un niño de aproximadamente diez años mirándome desde el umbral, por un momento pensé que ahora mi casa se convertiría en guardería, le dije: “ah, ya sé, tú también has hecho un viaje largo y ahora vienes para quedarte”, el niño se acercó muy serio mirándome con compasión, me dijo que ahora estábamos completos y viviríamos como siempre debió ser, le pregunté a qué se refería y entonces me tomó la mano y me pidió que lo siguiera, al bajar vi la sala donde hacía poco había corrido a los invitados, llena otra vez de gente, entre ellos estaban Darío, Gonzalo y Vanesa, todos bailando y bebiendo animadamente, era mi casa, sin duda, pero con gente desconocida y adornada estrafalariamente, una mezcolanza de cuadros y adornos antiguos sin orden, escaleras y recámaras pintadas de colores y tonos diferentes, pero lo que me impresionó realmente fueron los espejos que no reflejaban nada, el niño me dijo que ahora que yo había corrido a mis invitados ahora ellos habían traído a los suyos y adornaron la casa a su gusto, luego me jaló fuera de la casona, me llevó a los rosales, los cuatro estaban cuajados de rosas, como nunca antes los había visto y dijo: “Yo soy Adrián, todos debimos nacer antes que tú, mamá fue una gitana que vivía en una feria ambulante con un grupo de familiares y al casarse con papá fue repudiada por ellos; al principio fue feliz, pero el amor de papá no fue suficiente, añoraba esa vida nómada que tenía, para colmo nos fue perdiendo uno a uno, solo tú conseguiste ver la luz, pero para ella fue demasiado tarde, para recordarnos mamá plantó un rosal por cada uno de nosotros”, yo temblaba, pero no podía desprenderme de su mano y así, pálido y desencajado fui conducido a la laguna y ahí agregó: “mamá siempre creyó que tú no habías nacido, para ella nunca saliste de su vientre, te sentía, pero no te veía, la noche que su corazón estalló sintió tanta sed que quiso beberse toda el agua de la laguna, solo entonces supo que tú no estabas en ella, para que no sufrieras tanto papá te dijo en ese entonces que se había extraviado, pero tú sabías la verdad, luego te envió al internado, ahora recuerdas ¿no?” Sí, recordé que esa noche la vi salir de su cuarto y la seguí, como tantas veces, la miré dirigirse a la laguna, era un maniquí de caoba cubierta con su bata blanca que brillaba bajo la tenue luz de la luna, soplaba una suave brisa que hacía flotar sus cabellos y así se fue introduciendo en el agua, yo estaba hipnotizado y mientras se hundía su camisón flotaba hasta que sólo quedó una mancha blanca, unos espasmos y nada, para mí fue un acto de magia y quise esperar a ver que pasaba, así que me acomodé en unos arbustos, luego de un rato mamá emergía de nuevo, flotando sobre el agua, muda y rígida, dirigiéndose a mí, tuve miedo, eso no era normal, yo era quien siempre la seguía, ella nunca me buscó, nunca me miraba y ahora se acercaba a mí con sus cuencas llenas de agua turbia donde seguramente nadaban gusarapos y sanguijuelas, algo andaba mal, el agua estaba fría, el aire estaba frío, su abrazo seguramente sería frío, sus labios estarían tan fríos y palpitantes como la piel de un sapo, conforme se acercaba podía apreciar la tez azulada de su piel y sus brazos abiertos dirigiéndose a mí, deseosa de sentarme en sus piernas y no dejarme ir hasta cantarme todas las canciones que me negó en vida, la parálisis de mi cuerpo fue roto por algún grito cercano que yo aproveché para escabullirme y correr desesperadamente a la tibieza de mi cama; sí, recordaba el grito que me despertaba siempre años atrás en la escuela y la sensación de miedo al anochecer, porque que ella se acercaría para darme su lúgubre abrazo. Hacía frío y temí como entonces, pero la mano de Adrián ahora me tranquilizaba, me dijo que ella era hija de gitanos, vivían de pueblo en pueblo haciendo diversos trabajos y no aspiraban a más y por lo general eran vistos con desconfianza por la gente. En la finca la vida sedentaria le sentó mal, aún así pensó que sus hijos podrían llenar su vacío pero los fue perdiendo uno por uno; Adrián me llevó de regreso a la casona, un pálido resplandor se alzaba en el horizonte, lo suficiente apreciar el deterioro de mi querida finca: era como si hubiera estado abandonada durante años y yo regresara de un largo viaje: había malezas, fuentes rotas y secas, las caballerizas vacías y derruidas, mis caballos tal vez huyeron o habían muerto, la casona con sus muros agrietados, manchados por la lluvia, cubiertos de enredaderas, con sus ventanales sucios y rotos, Adrián dijo: “No te preocupes, ya no necesitas dormir ni hacer diligencias, vivirás tus propios sueños, como siempre quisiste, nosotros estaremos contigo, como la familia que siempre fuimos, buscaremos a los caballos y saldremos a cabalgar por todo el mundo, mamá espera adentro, por fin verás sus ojos.”
|
Poeta
|
|
Este artículo o categoría puede incluir contenido sensible. ¿Seguro que quieres leer?
Darío se instaló como si nunca se hubiera ido y tuvo la desfachatez de presentarse en las veladas, no me molestaba que conviviera con mis invitados, pero sí que no me tomara en cuenta para presentarlo, él era un joven aventurero y por lo tanto encajó perfectamente con el grupito de don juanes que de presumían sus viajes y sus conquistas, él contaba anécdotas emocionantes de pueblos bárbaros adonde llegaba por mar o aire y de los cuales había escapado milagrosamente, para colmo mostraba con orgullo cicatrices de heridas en diferentes partes de su cuerpo, yo no pertenecía a ningún grupo, yo era una polilla que sobrevolaba y se asentaba un rato aquí y otro allá mientras los cerebros brillaban con ideas profusas y los labios y las manos gesticulaban incansablemente, en realidad a mí no me importaba integrarme a mis invitados, tan solo escuchar y degustar la gran variedad de temas que salían a flote, yo terminaba siendo un caleidoscopio de todos ellos, ellos se divertían y yo me distraía de mis temores, era una simbiosis perfecta, así me entretenía en las noches y en el día descansaba intercalando a veces los sueños de mi madre ahogada con el de cualquiera de mis invitados para vivir sus aventuras y pasiones, incluso las de Darío, de quien supe por las quejas de los criados que le gustaba salir desbocado con alguno de los caballos fuera de la finca, espiaba a las criadas y le gustaba practicar esgrima por toda la casa ocasionando la ruptura de adornos o el rayado de paredes y muebles, yo minimizaba esas quejas, eran desahogos propios de la juventud y un carácter dinámico, Darío me trataba con camaradería, pero manteniendo una respetuosa distancia; en cuanto a mis invitados, ninguno se quejaba de él en nuestras conversaciones, es más ni siquiera lo mencionaban por lo tanto deduje que no tenía nada que reclamarle, pronto me acostumbré a verlo como un habitante más de la casona, algo escandaloso y descuidado, pero tolerable. Gonzalo llegó un tiempo después, se presentó en la biblioteca al igual que Darío; al principio pensé que era una sombra deslizándose por la entrada, pero al levantar la vista vi su figura delgada y pálida dar pasos silenciosos hacia uno de los muebles para tomar un libro de poemas, recuerdo que era un par de años menor que Darío pero su carácter era completamente diferente, Darío era un joven vigoroso y activo, en cambio Gonzalo era pálido y serio, su voz se escurría de sus labios en palabras a veces inaudibles, débiles, monótonas y no se tomaba la molestia de repetirlas, cuando entró (dirigiéndome apenas una mirada triste) le pregunté si andaba de viaje, y me contestó, como si recitara, que le parecía haber perdido la conciencia en algún lugar de la casona, tal vez a causa de una caída, tal vez una decepción y apenas estuviera despertando, sí, Gonzalo era extraño, mucho más retraído que yo, a él le gustaba sentarse en la laguna y jugar en las orillas, hablar con los cisnes, alimentarlos si se acercaban, o tumbarse entre los rosales para aspirar su aroma, a veces lo veía acariciando el de los pétalos pálidos, o los de rosa intenso, con delicadeza casi femenina, tan delicado que parecía fundir sus dedos con los pétalos, esa devoción me enfermaba y me atraía como una droga, Gonzalo no era escandaloso pero su sigilo exasperaba por igual a los criados, su cercanía les producía escalofríos y sus susurros eran como serpientes arrastrándose por pisos, techos y paredes, no pensé que el asunto fuese serio, fuera de sus comentarios no externaban deseos de que tomara medidas al respecto, comprendía que en menos de un mes dos intrusos habían perturbado mi tranquilidad pero yo no era capaz de correrlos, en realidad no tenía motivos sólidos para hacerlo, para mí lo principal era que la noche transcurriera como siempre en mis veladas y me di cuenta que a Gonzalo también le agradaban, como es lógico él se integró al grupo de los bohemios, de los que yo creía que cualquier noche alguno se cortaría las venas entre los rosales o tomaría una balsa para arrojarse con una gran piedra amarrada al cuello en medio de la laguna para luego emerger convertido en cisne, o tal vez en otra luna que mirara (junto a la original) como cuencas brillantes hacia la casona, y entraran alumbrando toda la noche como enormes lámparas y de esa manera no tuviera yo que recurrir más a las veladas, eran ideas macabras que a veces me divertían, pero nunca se materializaron, tan sólo me incitaban a sueños sicodélicos, donde a todos mis invitados les salían plumas y empezaban a graznar como cisnes, era gracioso ver a las mujeres en minifaldas, con los picos en tonos cálidos, antifaces verdes, azules o rosas, los largos pescuezos enredados de collares, sus patas apretujadas en zapatillas y a los hombres con la corbata colgando del pescuezo, cubiertos con camisas de seda o chamarras de cuero, algunos con lentes ridículos y mientras unos aleteaban o barrían con sus picos las mesas llenas de bocadillos otros los hundían en los vasos de licor, pero entonces llegaba Darío con su caballo y arremetía contra todos, tirando mesas, rompiendo lámparas, arrastrando cortinas, esgrimiendo su espada y encabritando al caballo mientras yo en una esquina reía como nunca lo he hecho ni haré jamás viendo a los cisnes correr despavoridos, desplumándose al chocar, cortándose las patas y las alas con los vidrios que estallaban, la ropa desperdigada por todas partes, más de uno era atravesado por la afilada espada de Darío, luego alcanzaba a Gonzalo que declamaba una oda en medio del desastre y lo ensartaba también, formando así una gran brocheta, mientras continuaba su carrera afuera, persiguiendo a los fugitivos. También soñaba que Gonzalo comenzaba a cantar una de sus trágicas canciones y los invitados se ponían tristes y comenzaban a llorar y a gemir como ánimas en pena, se rasgaban la ropa, comenzaban a beber y mientras más bebían más se inflaban hasta convertirse en grandes globos de licor que flotaban por toda la casona, yo me divertía entonces jugando con ellos rebotándolos contra las paredes, pateándolos hasta que llegaba Darío y los pinchaba con su espada, al hacerlo los globos estallaban como petardos mojando toda la sala con los licores y vinos consumidos y luego yo gozaba lamiéndolos, a veces alguno de esos globos humanos no explotaba, entonces Darío lo desollaba como si fuera una naranja y lo exprimía, pedazo por pedazo sobre su boca chupando ruidosamente la piel hasta dejarla seca y delgada como papel. Me sorprendía la sangre fría que demostraba en mis fantasías hacia esa muchedumbre que yo mismo busqué para curar mis temores, analicé detalladamente y no pude encontrar en mis primeros invitados los sentimientos que compartíamos al inicio, sólo pude deducir que los invitados de mis invitados siempre eran más entretenidos que yo, por eso ellos mismos me fueron segregando de sus conversaciones relegándome a la calidad de testigo (con suerte) o mueble, la transición de ese pasado a mi presente fue tan paulatina que solamente con mis dos huéspedes pude apreciar su dimensión, nunca he sido una persona sociable, por más que papá trató de rodearme de niños de mi edad y nunca me prohibió visitar a mis familiares, pero era bien poco lo que podía compartir con ellos a pesar de llevar la misma sangre, mis tíos decían que papá era un amargado y a mí me trataban como a un leproso, debido tal vez al trastorno padecido por mi madre antes de mi nacimiento, yo odiaba esa compasión, para ellos yo estaba estigmatizado, el hijo de la demente, siempre en riesgo de repetir ese patrón, por lo tanto mi círculo social era muy estrecho y muy contadas mis distracciones, limitadas a la biblioteca, las faenas de la finca y mis veladas. Tal vez entonces me di cuenta de que las veladas no eran tan entretenidas como yo pensé, la triste realidad era que a pesar de tener la casa a rebosar cada noche siempre estaba completamente solo, pero al mismo tiempo era demasiado cobarde para enfrentar una noche sin ellos, la llegada de Darío y Gonzalo con sus manías hacían volar mi imaginación creando algo propio por más descabellado que fuera, y cuando apenas me estaba acostumbrando a su compañía llegó Vanesa; no sé por qué no me sorprendió, ella era una jovencita, casi niña, uno o dos años menor que Gonzalo; ella primero se asomó al umbral de la biblioteca, como hacen las criadas para espiar, me miró con su carita traviesa, era muy bonita, con rizos castaños resbalándose por las sienes, sus ojos de un intenso color ámbar y una piel sonrosada que hacía juego con sus mejillas arreboladas, Vanesa esperaba tal vez que la invitara a pasar, pero ante mi pasividad, entró con donaire de princesa y se plantó frente a mí colocando sus brazos en jarra, preguntándome si no le iba yo a preguntar dónde estuvo, entonces le contesté que si Darío y Gonzalo no habían platicado de sus aventuras conmigo tampoco albergaba la esperanza de que ella lo hiciera; Vanesa se rio como si le hubiera contado un buen chiste, me besó la frente y me dijo que tuvo un amante a quien acababa de abandonar porque le había propuesto matrimonio y ella, siendo ave de paso no podría tolerar una relación así, la miré fijamente y me pareció que estaba bromeando, por su físico pensé que no podría tener más de quince años, una edad en la que no es común entablar ese tipo de relaciones, Vanesa se alejó dejando un aroma a lavanda, tomó al azar un libro de química y comenzó a leerlo en voz alta, gesticulando como si ella lo hubiera escrito, le pedí que se callara, que se sentara otra vez conmigo, quería sentir su aroma nuevamente, mas no me hizo caso, dejó el libro y tomó otro de historia leyéndolo también en voz alta, con vehemencia, como protagonizando la historia, entonces me levanté para tratar de arrebatárselo, pero ella, ágil, siempre me esquivaba, riendo y besándome las mejillas con cada fracaso, por último aventó el libro y salió corriendo, salí tras ella, era la primera vez desde que era niño que volvía a correr, la vi perderse entre los arbustos del huerto y de repente reaparecía atravesándose frente a mi, se escondía detrás de un árbol y cuando estaba seguro de encontrarla atrás escuchaba su risa y la veía columpiándose de una rama, yo estaba feliz con su juego, pero quedé paralizado cuando vi que se dirigía al lago, la vi llegar a él, quitarse toda su ropa y meterse al agua, su piel blanca brillaba con los reflejos del sol y sentí un escalofrío, miraba alelado a mi alrededor, podía oír los cascos del caballo desbocado de Darío y una canción triste proveniente de los rosales, los criados miraban para todos lados y en sus miradas podía percibir dudas y temor, yo no acostumbraba hablar con ellos mas que para lo necesario, y ellos nunca hacían preguntas indiscretas, pero cuchicheaban entre sí. En los primeros días a la llegada de Darío habían hecho comentarios al respecto por los daños al mobiliario y las cortinas, por los caballos constantemente encabritados, de Gonzalo no hablaban, tal vez por su pasividad y ahora con la llegada de la promiscua Vanesa percibí cierta incomodidad, era muy desinhibida para su edad y en cierta forma me sentía responsable por su seguridad, sin embargo, en poco tiempo pude darme cuenta que mis temores eran infundados, ella podía exhibirse desnuda o provocativa en plena luz del día por toda la finca, treparse a los árboles, colgarse de las enredaderas, montar a caballo o simplemente revolcarse en la hierba como gata en celo y nadie se le acercaba o respondía a sus provocaciones, ni siquiera cuando acariciara suavemente los pechos o los hombros de los mozos, éstos sólo se sobresaltaban y miraban a su alrededor fingiendo no verla, aunque estoy seguro que podían percibir su aroma, imposible no hacerlo, imposible no deslumbrarse con su cara de virgen barroca, con su piel de alabastro y mejillas de manzanita, sí, no cabía duda de su latente poder de seducción, era juguetona y muy alegre, justo lo que faltaba en mi casona de orates, en cuanto a Darío y Gonzalo, ninguno cambió sus modales, cuando se encontraban con ella Darío la tomaba de la cintura y le daba vueltas simulando un vals mientras ella reía gustosa, espigando su esbelto cuerpo, cuando se encontraba con Gonzalo ella se recostaba en su espalda y le acariciaba los brazos mientras le cantaba algunas canciones de cuna, le revolvía el pelo y se alejaba saltando mientras el otro seguía sumido en sus cavilaciones, a mí me tomaba de la mano y me jalaba a los huertos donde jugaba a esconderse mientras se iba quitando la ropa, prenda por prenda, pero a pesar de que despertaba en mí instintos dormidos no fui capaz de desearla como mujer, cosa rara en alguien a quien a veces las invitadas a se le insinuaban discretamente pero siempre terminaban encontrando a otro más interesante que yo para saciarse, Vanesa era para mí una ardilla traviesa, una niña que no tomaba nada en serio , sobre todo en las veladas, donde siempre la perdía de vista llevándome a imaginar innumerables escenas eróticas, ella me indujo a sueños mucho más placenteros, sueños en los que la seguía a escondidas con el invitado en turno hasta las recámaras, la biblioteca, las fuentes, a los jardines e incluso a las caballerizas, Vanesa se acomodaba en cualquier sitio e incitaba a su pareja que le seguía el juego encantado, la soñaba en mi alcoba, sentada en el ventanal abierto, la luna escurriendo sobre su piel, con sus mejillas encendidas y la eterna sonrisa mientras le mordían los pechos y le apretaban los glúteos, así, con las cortinas flotando parecía tener alas, y conforme el sediento recorría su cuerpo esos pechos se llenaban, su cuerpo espigado se estiraba y sus caderas se ensanchaban hasta adquirir las proporciones propias de una mujer adulta, y no sólo eso sino que la tonalidad de su piel cambiaba de color entre gemido y gemido, pasando por tonos olivo, esmeralda, magenta, celestes, índigo, oro y púrpura, como un camaleón y oh, maravilla, que se encendían con cada embestida del afortunado galán al penetrarla, Vanesa era versátil en ese sentido, su cuerpo podía adaptarse a cualquier posición, en la cocina se embarraba chocolate o miel en los sitios precisos, en los establos se hacía faldas y sostenes de paja que se desbaratan poco a poco al son de un baile lento que ella inventaba, mojada su piel al bañarse en la laguna su aspecto era igualmente tentador, parecía un pescadito de plata reverberando a la luz del sol, sus rizos mojados eran tirabuzones de grenetina cuajados de azúcar, así, noche a noche mis sueños con ella hicieron olvidar los desórdenes de Darío y de Gonzalo, incluso cuando los criados se quejaban de que los caballos se escapában constantemente y porque la presencia de Gonzalo les amedrentaba, eso sumado a las travesuras de Vanesa ocasionaron estragos visibles por toda la casa: en la cocina con los frascos de fruta en conserva, de miel y cremas abiertos, pisos y mesas manchados, los libros de la biblioteca revueltos, en el comedor cristales y loza rotos, una constante corriente de aire frío llena de susurros tristes, guirnaldas de flores olvidados en cualquier parte, paredes rayadas por el filo de las espadas, cortinas desgarradas, puertas azotadas, alcobas en desorden, incluso mencionaron que mi aspecto estaba muy desmejorado y dormía más de lo habitual, me aconsejaron consultar a un médico, me atendían como a un párvulo, me preparaban no sé cuántos menjunjes para despertarme el apetito y me recomendaban que saliera de viaje, pero todo eso me tenía sin cuidado, y poco a poco ese desinterés no pasó desapercibido para los invitados que notaron el deterioro en que había caído la casona, algunos fueron muy sutiles cuando me preguntaron si acaso mi servidumbre estaba incompleta, ahí fue cuando me di cuenta de lo poco que yo les importaba, porque a mi parecer lo que debieron preguntar es por qué me hallaba tan desmejorado como decían los criados en cuyo caso me habría tomado la molestia corregir esos detalles, no siendo así respondía que efectivamente muchos habían renunciado y dejé que las cosas siguieran su curso.
|
Poeta
|
|
Mi finca era muy hermosa: una casona de techos altos, grandes ventanales, pisos de mármol, muebles de madera tallada con intrincados diseños sus techos de teja coronados por cúpulas le daban un aire de mezquita, estaba amueblada y decorada sobriamente pero con buen gusto, las balaustradas de sus balcones miraban a huertos bien podados y jardines coloridos, una laguna de aguas turbias demarcaba los límites, éste es el mundo donde inició mi existencia hace treinta años y del cual salí a los seis años con el fin de recibir mis primeras enseñanzas académicas y a donde regresé cuatro años después, cuando me expulsaron del internado por despertar a toda la escuela con mis gritos a medianoche, ocasionados por pesadillas que no era capaz de recordar. No sé si el ambiente escolar incubó esas pesadillas que salieron en profusión dos meses antes de que me expulsaran, los médicos del internado intentaron descubrir la causa de mis sobresaltos sin resultado, averiguaron que en mi finca yo no era el único niño, pero sí el único hijo del patrón y por los antecedentes de mi madre los peones procuraban mantener a los suyos alejados de mí, razón por la cual no me acostumbré a relacionarme con chicos de mi edad ni a ser partícipe de sus juegos, comportamiento que abarcó a mis compañeros de escuela, a los cuales más bien detestaba con elegancia, no sentía hacia ellos deseos de camaradería, que tampoco yo les inspiraba, mi apatía y mis evasivas me libraron también de ser blanco de ataques y burlas despiadadas o al menos eso creí, lo cierto es que al inicio de las pesadillas ellos fueron los atemorizados, seguramente sospechaban que me encontraba poseído por algún mal espíritu y respiraron aliviados cuando los médicos del internado me hicieron todo tipo de exámenes hasta que decidieron entregarme a mi padre sugiriéndole que mejor me tratara un psiquiatra ya que ningún mal físico fueron capaces de encontrarme, él se enojó, pero nada pudo hacer para que mi aprendizaje continuara en ese lugar y tampoco quiso probar en alguna otra institución, seguramente para evitarse otra vergüenza por lo que decidió contratar un profesor particular con quien terminé la educación básica y acondicionó una habitación como aula y biblioteca, la cual con el tiempo se llenó de diversos volúmenes, entre comprados, donados o rescatados, ese era mi lugar favorito, rodeado de historias donde personajes audaces grabaron su nombre en sus páginas, donde ideas ridículas en su tiempo dieron lugar a avances e inventos hoy cotidianos, había toda una gama de temas con los cuales podía distraerme sin necesidad de cercanía humana por horas. En la finca las pesadillas aparentemente dejaron de atormentarme, pero empecé a desarrollar una repulsión al anochecer que con el tiempo se intensificó obligándome a dormir con la luz encendida, era como un presentimiento, un miedo a que algo se introdujera en mi sueño, la incertidumbre de que aquéllo pudiera dañarme de alguna manera aprovechando las sombras, era tanto el temor que en algún momento la luz no fue suficiente, también necesitaba sonidos, sonidos que camuflaran la presencia que yo presentía sólo conseguía dormitar unas cuantas horas, papá siempre pensó que con el tiempo, buenas amistades y el aire puro de la finca podría llevar una vida normal, me alentaba, me enseñaba lo necesario para mantener estables nuestras ganancias, así él se distraía administrando y animándome a viajar, a conocer muchachas y formar una familia, pero en mi mente había lagunas, mi niñez parecía sumergida en una bruma de la que emergía cada día un poco más crecido, con poco más de conocimiento del mundo pero sin pertenecer a él, siempre quise indagar más acerca de mi madre, cómo mi padre la había conocido, el por qué no habían celebraciones en la finca, por qué todos los días con sus respectivas actividades parecían una calca del anterior, pero todas esas interrogantes que le caían en cascada le entristecían, y con voz apagada me contestaba que él la había conocido durante un viaje y la atracción fue recíproca, regresaron a la finca ya casados, cosa que ni su familia ni la familia de ella les perdonaron, pues los de él la consideranan inculta y vulgar y los de ella eran demasiado conservadores para aceptar un matrimonio precipitado con un desconocido ajeno a sus costumbres. Pasó el tiempo y mi madre comenzó a padecer una fuerte depresión porque no lograba engendrar un hijo, desafortunadamente cuando lo logró ya su mente estaba perturbada y una noche aciaga se ahogó en la laguna, entonces bajaba la mirada llegando casi al llanto, eso me hacía sentir culpable y prefería ocuparme en alguna otra actividad hasta que después de un rato él me buscaba con su sonrisa de siempre y volvía a ser el hombre alegre y bondadoso que gozaba cabalgando conmigo todas las tardes, yo crea ser feliz a pesar de su ambigua información acerca de mi madre, lo que me quedaba claro fue que la amó profundamente, en las en las escasas fotografías guardadas con celo pude comprobar que fue una mujer hermosa, de grandes ojos negros, piel ambarina y larga cabellera, lucía bellos vestidos que realzaban su breve talle, redondeadas caderas y bustos, sin embargo su mirada era triste y ausente, una breve sonrisa le daba aire de misterio, en mi imaginación le cambiaba el vestuario; a veces como bailarina de ballet, con un primoroso tutú, otras como andaluza, ocultando su rostro hasta la altura de los ojos con un abanico, también como odalisca, como campesina rusa, como india cheyene, como hawaiana pero ninguno le sentaba tan bien como el de gitana, con su paliacate ceñido a la cabeza y su falda amplia que hipnotizaba con el movimiento de sus caderas, podía escuchar sus pulseras al chocar entre sí y una risa amplia, como la que negaba en las fotos, quizá lo que le hacía falta después de todo, era precisamente eso: era trepar en un carromato para recorrer el mundo en ferias populares. El tiempo corría y creí ser feliz a pesar de mi aislamiento, a pesar de las lagunas de mi mente que comenzaba a borrar los rostros de mis parientes, los recuerdos de sus visitas esporádicas y breves, algunos de los cuales ya habían fallecido o crecido pues desde niño ya no los veía, a veces fantaseaba y confundía a las personas que llegaban a tratar negocios con mi papá o a los vecinos que llegaban a conversar sobre asuntos triviales, reuniones en las que él insistía para que yo estuviera presente y aprendiera a ser hospitalario y cortés. Siempre me consideré una persona muy tranquila, algo desapegada de la realidad pero inofensiva, con posibilidades de llevar una vida recatada y decorosa. Un día el caballo de mi padre se encabritó inesperadamente cuando rodeábamos la laguna, y él, desprevenido fue lanzado contra una roca, lo que ocasionó su muerte instantánea, yo lo vi tendido, con el hilillo de sangre corriendo desde la nuca, estaba paralizado, sentí la bruma que me envolvía, fría y espesa, congelando el instante, instantes rotos después de un tiempo que me pareció eterno, hasta que algunos peones se percataron del suceso y se encargaron de levantar a mi padre, yo dispuse de su entierro, sin una sola lágrima, y con escuetas y breves palabras durante todo el velorio, ni los abrazos ni las palabras de peones o familiares que asistieron, tal vez con el alivio de cortar de una vez todo lazo pudieron sacarme de ese estado, desde entonces dejé de montar, tenía entonces veinte años y mi temor por las sombras empeoró al grado de buscar compañía nocturna por cualquier medio, no podía tolerar la casona con sus habitaciones oscuras y silenciosas por tantas horas así que organicé veladas por las noches para las pocas amistades con que contaba, los seduje con mi bien surtida biblioteca, música variada, una mesa de ricos bocadillos y vinos y licores de calidad, al principio siempre lograba convencer a alguno de pasar la noche en casa y de esa manera su sola presencia y la luz de mi habitación encendida me daban cierto sosiego, para ese entonces comencé a pensar que terminaría envejeciendo en mi finca sin cura para mi fobia ni con más compañía que la de mis sirvientes, después ya no fue necesario convencer a nadie de quedarse, siempre había alguno con motivos para hacerlo, a veces llegaba acompañado expresamente para ello, a mí eso no me molestaba en absoluto, aunque tenía mucho cuidado de ocultar mis verdaderas razones, después los acompañantes de mis invitados se empezaron a multiplicar hasta que las veladas se hicieron más animadas, para todos menos para mí, yo, siendo anfitrión terminé por deambular de un lado para otro entre grupos desconocidos que me ignoraban cortésmente, pero eso tampoco me importaba, mientras más ruido hubiera mejor, ellos me hacían un favor sin saberlo y todos contentos. Mi tranquilidad se alteró una tarde cualquiera, yo estaba sentado tomando el té en la biblioteca cuando entró Darío, nada más de verlo supe que se trataba de alguien familiar a quien no veía desde hacía muchos tiempo (mi memoria era tan volátil que no podía retener por mucho tiempo los rostros de las personas); me dio un breve saludo y tomó un libro de geografía, su favorito, no lo esperaba y menos con su descortés actitud, así que le pregunté quién era y donde había estado todo ese tiempo, Darío me contestó sin levantar la vista que su viaje lo había cansado pero ya no se iría más, ello no contestaba mi pregunta así que insistí para que fuera más específico, pues si había tardado tanto en regresar también tendría mucho por contar, pero no me hizo caso y siguió su lectura, en cuanto a mí, que había vivido solo tanto tiempo pensé que me resultaría difícil una invasión a mi intimidad, pues una cosa eran las veladas nocturnas y otra diferente compartir mi espacio durante las horas diurnas sobre todo cuando tengo tan poca; porque fuera de atender la quinta y realizar las diligencias, mis pasatiempos los realizaba en silencio, cosa que mis sirvientes respetaban desde la muerte de mi padre; en cuanto a mis veladas, éstas ya eran muy conocidas y concurridas y mis invitados sincera o hipócritamente las halagan como las más elegantes y amenas del lugar, en lo personal me considero de gustos refinados y procuro tener bocadillos en abundancia, licores y vinos de calidad, en cuanto a la música he logrado combinar sabiamente la alegría, el romance y la nostalgia para conseguir una sensación de pesar a cada invitado que se retira, por lo general cuando ya el sol ha aparecido por completo. Como he dicho, la oscuridad de la noche me provoca un miedo irracional que no he querido compartir con siquiatras, por la sencilla razón de que ellos nada pudieron hacer por mi madre, papá lo repetía incesantemente, considerándolos a todos como inútiles y ladrones, su muerte es un recuerdo confuso, su imagen pálida flotando sobre las aguas en la bruma y a la luz de la luna llena me persigue durante el sueño, papá pensó que yo no lo presencié y yo nunca se lo confesé, por eso siempre creyó que mis pesadillas no tenían nada que ver con ella, después de todo mamá siempre fue como una sombra en la casa: no sonreía, no se oían sus pasos, hablaba sola en murmullos casi inaudibles y se la pasaba mirando las rosas del jardín, papá a veces se sentaba a su lado y acariciaba su mano, sus mejillas, pero ella permanecía callada y ausente, en cuanto a mí no recuerdo ningún beso o abrazo suyo, a veces la seguía, como un perro faldero, en ese entonces yo no conocía el miedo y deseaba sentarme en su regazo para saber cómo era su voz y mirarle los ojos, pero siempre me evadía por eso pensé que no los tenía, que los suyo eran dos preciosas cuencas vacías que podía rellenar en mi imaginación con relojes de pulso, con carbones encendidos, con canicas, con guayabas, o simplemente dejarlas así, huecas, llenas de una insondable oscuridad donde yo podía meter mi mano y sacar pañuelos de colores o golosinas, otras veces me parecían dos cuevas de donde salían bandadas de murciélagos, enjambres de avispas o ejércitos de arañas que cubrían toda la casa mientras los criados gritaban y corrían a esconderse donde pudieran mientras yo reía y brincaba tratando de alcanzar la plaga en el aire agitando un abanico, un plato u otro objeto si volaban o pisoteándola si eran rastreros. Pues bien, mi madre murió sin que pudiera llamarle conscientemente madre y papá se hizo huraño y sobre protector conmigo, mis tíos y primos fueron frecuentando la casa cada vez menos debido a ello y él siempre parecía estar muy ocupado para visitarlos, yo, a pesar de la vastedad y belleza de la finca sentía una melancolía insondable, más aún cuando me acercaba al jardín de donde sobresalían los cuatro hermosos rosales: uno rojo encendido, otro amarillo pálido, otro rosa intenso y el último blanco como la nieve, para mí mirarlos era a la vez hermoso y amargo, a eso se agregaba un incipiente pavor cuando el sol comenzaba a declinar, siempre he tenido deseos de cortar esos rosales, pero le prometí a papá que no lo hacerlo pues eran casi una réplica de mi madre según él, esa parte no la entendía entonces. Como he dicho, las veladas al principio comenzaron con algunas amistades del rumbo, luego ellos fueron trayendo a su vez otras amistades hasta convertirse en una muchedumbre dividida en grupos de acuerdo a sus preferencias, y aunque algunas ocupaban su tiempo en orgías discretas no incomodaban a nadie, los temas eran muy variados y entre música y bocadillos se planeaban y desbaratan conspiraciones, se escribían y satirizaban libros, se palpaban y vibraban cuerpos, se reía a carcajadas o se lloraba a mares, mi quinta se hizo el sitio de reunión preferido de los más extravagantes personajes, lo cual era placentero para mí pues la noche transcurría en un parpadeo y podía recuperarme con unas cuantas horas de sueño durante el día. Irónicamente, para todos los invitados lo más hermoso de la quinta eran la laguna y los rosales, y cada vez que los halagan yo procuraba desviar su atención hacia asuntos menos personales, aunque debo reconocer que independientemente de las sensaciones tan desagradables que tengo de ellos son lugares casi mágicos, las leves ondas de la laguna sólo son interrumpidas por una familia de cisnes llegados quién sabe de dónde y que tampoco me gusta mirar porque me imagino el cadáver de mi madre multiplicado por cuatro flotando inerte como esa noche, sus antifaces negros me recuerdan sus cuencas vacías y si no me atreví a exterminarlos fue para no convertirme en asesino múltiple de difuntos, más de una vez los ofrecí como regalo entre los invitados a quien pudiera atraparlos pero los malditos parecían advertir sus intenciones pues se esfumaban cuando el interesado en turno llegaba equipado con la intención de llevárselos, así pues tuve que tolerarlos como parte de la finca; alguna vez intenté venderla e irme lejos e iniciar otra vida, pero no lo conseguí, los compradores sufrían algún percance antes de iniciar las gestiones y tratándose de mi única posesión me resultaba impensable arreglármelas sin otros recursos que me proporcionaran la vida holgada que siempre había llevado, así pues las veladas fueron mi último recurso para mi problema, y durante un tiempo fue el estilo de vida perfecto para mí.
|
Poeta
|
|
De pequeña solía desear una muñeca grande, suave al tacto, que abriera y cerrara los ojos, con cabello sedoso y largo para poderla peinar, recuerdo que cuando pasaba en las tiendas veía con decepción los anaqueles exhibiendo grandes peluches y muñecas de mejillas sonrosadas, largos rizos y hermosos vestidos porque para entonces ya sabía que nunca recibiría un regalo de esos; mis muñecas siempre fueron de plástico, pequeñas y calvas, con el tiempo crecí y olvidé esa ilusión infantil hasta que ya adulta y con motivo de un intercambio navideño recibí de regalo un gran conejo de peluche, fue una verdadera sorpresa y la disfruté. Era todo blanco, su cabeza redonda, de vivaces ojos cafés y sonrisa ingenua, sus patas delanteras abiertas invitaban al abrazo, hasta el rabito me pareció gracioso por lo cual lo bauticé precisamente como Rabito y fue el primero que compartió mi cama, el sillón para ver el televisor o leer, un asiento propio en el comedor, solía también hablarle y abrazarlo con aquélla nostalgia infantil de cierta forma compensada, todo ello antes de su extraño comportamiento, sé que suena extraño, porque debo confesar que a mí esas historias de muñecos vivientes me parecían temas de películas o recursos maternales para aquietar chamacos. Todo comenzó muy sutilmente; con cambios de postura que bien podían pasar desapercibidos para una persona tan distraída como yo, como por ejemplo encontrarlo acostado cuando yo creía haberlo dejado sentado, boca abajo cuando yo recordaba haberlo visto boca arriba, etc. Aunque no era algo serio ya presentía que algo no era normal y comencé incluso a fotografiar esos cambios de postura para convencerme de que eran reales, lo tomé con extrañeza mas no con alarma, pero empecé a preocuparme cuando no solamente cambiaba de postura sino también de lugar como de la cama al sillón, del sillón al comedor o la cocina y viceversa, eso comenzó a ponerme nerviosa, porque tener la seguridad de dejar un objeto en un lugar y después encontrarlo en otro diferente parecía más propio de personas con lagunas mentales que inofensivos descuidos, recordé sin querer cuentos de entes atrapados en muñecos capaces de causar daño y comencé a mirar a Rabito con desconfianza, traté de recordar alguna sensación extraña al recibirlo, al abrazarlo o cuando solía tener diálogos con él a manera de juego, pero no hubo en esos días temor o escalofríos, por lo cual trataba de minimizar un comportamiento a todas luces anómalo para un objeto supuestamente inanimado, aún así me daba vergüenza recurrir a algún esoterista o ministro eclesiástico, era inaudito que en pleno siglo veinte, en una ciudad moderna y a una persona de lo más común le ocurrieran esas cosas. Así como me acostumbré a sus cambios de postura también me acostumbré a sus desplazamientos, trataba de no darle importancia, pero él avanzaba en su atrevimiento, porque despúes comencé a sentir en esos ojos de plástico algo siniestro, un brillo inquisidor y burlón que me seguía por toda la casa y eso sí me alteraba; entonces intenté encerrarlo con llave en el armario, pero en vano, de alguna manera salía y me lo encontrara cómodamente instalado entre las sábanas de mi cama, esperándome en el sillón frente al televisor o en su silla del comedor. Su desfachatez era evidente y uno de esos días, en un arrebato de desesperación lo agarré de las orejas y lo estrellé con todas mis fuerzas contra la pared, Rabito no rebotó, simplemente cayó boca abajo en el piso, me encerré en mi habitación culpándome de cobarde por no arreglar definitivamente la situación simplemente quemándolo, pero había dejado pasar mucho tiempo y en el fondo temía que al igual que en las películas de terror abriera sin dificultad la puerta de mi cuarto (cerrada con seguro) y saltara sobre mí para apuñalarme o estrangularme, desperté a cada rato, pero esa noche nada pasó y al otro día me levanté y abrí sigilosamente la puerta: Rabito no estaba donde había caído y respiré aliviada, repitiéndome ingenuamente que en realidad no había recibido ningún conejo de peluche como regalo, que todo había sido un mal sueño y muy tranquila, entré al baño y me desvestí para ducharme, pero cuando corrí la cortina de la regadera encontré al pervertido Rabito observándome con ojos burlones; eso ya era demasiado, lo tomé de las orejas para abofetearlo con saña, le grité todo mi repertorio de leperadas y lo tiré por la ventanita, mr fui calmando poco a poco mientras el agua refrescaba mi mente y mis nervios, pero al salir del baño ahí estaba otra vez, acomodado en plena sala, con unas cuantas pajitas de hierba adheridas a su albo cuerpo. Desde entonces su descaro fue abierto: me lo encontraba siempre espiándome a donde fuera con esos ojos burlones desde encima del televisor, sobre el refrigerador, en la mesa de la cocina, desde la ventana del patio, en una silla del comedor, junto a la computadora, en la cómoda, en la cabecera de la cama, etc. De nada me servía aventarlo, el maldito siempre aparecía impecable esperándome a donde me dirigiera; ante ese acoso perdí la tranquilidad de mi hogar, mis rutinas siempre estaban siendo escrutadas por Rabito; no pude repetir la explosión de furia que tuve cuando corrí la cortina para ducharme, había perdido todo temple ante esos ojos morbosos que me seguían todo el tiempo, y aunque reconozco que mi situación era ridícula, más me hubiera avergonzado exponerla ante mis escasas amistades o a algún brujo o psíquico de la ciudad, era increíble que un muñeco tan bonito pudiera contener el espíritu de un acosador y quién sabe si hasta asesino, me tacharían de esquizofrénica y me recetarían calmantes, seguramente me sugerirían sabiamente que me deshiciera de él. Y en teoría era muy fácil hacer una fogata en e patio y quemarlo de una buena vez o aventarlo como basura cuando pasara el camión recolector, pero un absurdo temor me detenía, como si el endemoniado muñeco leyera esos pensamientos y me advirtiera de una implacable venganza, podía jurar que sus ojos chispeaban diabólicamente cuando sentía tales impulsos, quizá me las tuviera que ver con un ejército de Rabitos dispuestos a secuestrarme y quemar mi casa o me convirtieran mediante un satánico rito en una Rabita como ellos, todas esas ideas descabelladas me torturaban, lo reconozco; Rabito se había adueñado de mi casa y ahora de mi voluntad, y yo sin poder desahogarme con nadie, yo que siempre me reí de quienes consultaban hechiceros cuando enfermaban o tenían una mala racha o se sobresaltaban al ver películas de terror, ahora la grotesca era yo pero me sentí imposibilitada para actuar , mi nerviosismo llegó al punto en que bastaba la figura de cualquier conejo en cualquier presentación y de cualquier tamaño para que mis dedos comenzaran a temblar y mi corazón palpitara aprisa, sudaba frío y varias veces estuve a punto de soltarme a llorar. Esta situación duró tal vez unos meses que a mí me parecieron eternos, y fue una hermana que llegó de vacaciones con su hija a casa de mi madre la que propició la oportunidad de librarme de Rabito, cuando mi hermana llegó a mi casa para saludarme, el causante de mi desgracia se encontraba cómodamente descansando en el sofá, a mi sobrina le gustó tanto que se lo regalé de inmediato, a pesar de las advertencias de mi hermana, yo sabía que mi sobrina era de esas niñas caprichosas a las que ningún juguete les dura porque les gusta desbaratar, ensuciar, lanzar, pintar, jalar y demás rudas acciones a sabiendas de que no habrá reprimenda, ella era capaz de bañar a Rabito en lodo haciéndolo pasar por cerdo y luego remojarlo en cloro y tallarlo con cepillo de cerdas duras para que volviera a quedar como conejo blanco, ese solo pensamiento me hizo sonreír y cuando por fin dio por terminada la visita y se retiró balanceando descuidadamente su peluche nuevo por fin pude respirar en paz . Lo lógico era que una vez con Rabito lejos yo volviera a ser la de antes, libre de entes acosadores, pero a la alegría inicial por haber creído recuperar el control de mi vida siguió una inexplicable nostalgia, como si la casa estuviera vacía, al ver la televisión movía la cabeza de un lado a otro, buscando; al acostarme palpaba las sábanas, me sorprendía revisando cajones sin motivo, soñaba a Rabito en manos de mi sobrina, sin una oreja, sin un ojo, sucio y roto, luego despertaba con remordimientos, la dulce venganza se transformaba en pena y angustia, sus ojos antes amenazadores suplicaban piedad, quizá a esas horas ya exhibiera tatuajes hechos con plumón permanente o estuviera lleno de piercins hasta el rabo, tal vez le hubiera costurado un parche en el ojo y colocado una pata de palo, era absurdo pensar todo eso pero no podía evitarlo, mentalmente me acusaba de haber exagerado la actitud de Rabito, de que mi terror anterior nunca hubiera tenido fundamentos, que él siempre me buscaba por fidelidad y yo era una ingrata paranoica que aprovechó la primera oportunidad para deshacerse de un cándido obsequio, recordé el día que me lo regalaron y lloré sinceramente por su suerte, ¿cómo había llegado a eso? ¿Cómo se me había ocurrido considerarlo un ente demoniaco? ahora me imaginaba y desesperaba su sufrimiento (si eso era posible) o de plano me había vuelto masoquista, era inaudito que lo extrañara y sufriera como si se tratara de mi primer novio, ya las imágenes y las figuras de conejos me hacían sentir ruin y me quedaba mirando estúpidamente los aparadores donde se exhibía alguno. Se acercaba el fin de las vacaciones y con él el regreso de mi hermana a su ciudad, cuando me avisó que saldrían en el camión de las diez de la mañana me propuse recuperarlo a como diera lugar, Salí de la casa y en lugar de irme a trabajar me dirigí a la estación, llegando allí diez minutos antes de que partiera el autobús, había mucha gente y seguramente mi hermana y sobrina ya se hallaban en la sala de espera, por lo que irrumpí desesperadamente en el preciso momento en un empleado de limpieza sacaba la bolsa de basura de uno de los botes y siendo ésta transparente pude ver a mi martirizado peluche, no me importó el espectáculo que hice al arrebatarle la bolsa y sacar el muñeco roto y apestoso todavía con restos de spaguetti, lo abracé como a un bebé a pesar de las hormigas que lo invadían y lloré de alegría, ni siquiera me despedí de mi hermana, me alejé de ahí con el corazón alborozado; rellenaría a Rabito, lo costuraría, lo lavaría en el baño mientras me duchara y lo perfumaría con mi propia loción, ahora sí, querido, ya nada nos separará…
|
Poeta
|
|
En una pequeña y hermosa ciudad vivía una niña muy aficionada en las flores.
Flores rojas… Flores moradas…. Flores amarillas…. Flores azules…. Flores abiertas…. Capullos…
Ella amaba toda clase de flores.
Porque estas le traían alegría y pasión al ver todos sus colores y encantos…
Un día mientras esta niña recogía flores en un campo no muy lejos de su casa, una flor se le acerco y le hablo al oído. Y le dijo:
- Ya estamos cansadas de que nos corten, haz la diferencia tú, deja nuestra hojas, deja nuestros colores, por favor déjanos, cuando nos cortan nos marchitan, nos vemos mejor aquí que marchitas en un florero.-
La niña asombrada se restregó los ojos para asegurarse de que no estaba soñando, nunca habíamos visto hablar a una planta, luego de comprobar que no era un sueño se volvió a la planta y le dijo.:
- Las cortamos porque son hermosas. Nos gusta ver sus encantos en nuestros floreros.-
- Pero cuando nos cortan, nos marchitamos muy rápido y ya no podrán apreciarnos mucho tiempo, como lo harían si estuviéramos aquí...- Respondió la planta.
-{Luego de hablar un poco más la niña y las personas que en esa ciudad vivían comprendieron que lo mejor era dejar las plantas en la tierra porque duraran mucho más tiempo, y se verían mas hermosas-}
Desde entonces todos observan las plantas, no las cortan, porque saben que se verán mejor allí y durara su belleza mucho mas tiempo….!
EL FIN.
|
Poeta
|
|
Una de esas noches en las cuales se busca un sitio solitario para no pensar, una de esas llenas de hastío en las cuales la soledad es la compañía más noble mis pasos se dirigieron a un parque de grandes árboles, eran más de las diez de la noche y la mayoría de los vecinos ya se habían retirado con sus niños, yo caminaba descuidadamente cuando mis pasos se dirigieron a un gran árbol, era magnífico: su tronco tendría un diámetro de casi dos metros y era muy frondoso, recordé que en mi infancia solía desear una casita en un árbol, un sueño nunca cumplido, tal vez por ese motivo tuve ganas de treparme, no era difícil, el tronco se ramificaba a poca altura del suelo por lo que sin mucho esfuerzo me vi montada en una de sus gruesas ramas, ahí estuve muy tranquila hasta que sentí un fuerte golpe en la frente, me sacudí y busqué a mi alrededor la posible causa pero estaba oscuro y casi no se podía distinguir nada entre el follaje, entonces, sentí de nuevo otro golpe, esta vez en la nuca, confusa giré de nuevo pero fue inútil, a los pocos minutos el golpe me llegó de costado en una sien, con mi mano abaniqué el aire y fue entonces cuando oí una risa chillona a poca distancia de mí, al concentrarme y fijar mi vista hacia donde se escuchaba la risa observé una figurita oscura con alas colgada en una rama, se trataba indudablemente de un murciélago divirtiéndose con su travesura, lo cual me molestó y le grité : -¿Tú me estuviste golpeando bicho feo?¿Por qué si no te hacía nada? Para mi sorpresa el animal respondió sin dejar de reír: -Estás en mi árbol y me estorbas cuando paso, no tengo la culpa que seas tan torpe y no me veas acercarme cuando vuelo. -¿Te estorbo? Se supone que ustedes pueden detectar los objetos precisamente para no chocar, entonces el torpe eres tú. -Yo no tengo por qué esquivarte, estás en mi árbol, ya te dije. -Los árboles no tienen dueño. -¿No? entonces tú no tienes casa. -Eso es diferente. -Es lo mismo, ¿por qué te subiste? -Porque quería estar sola, relajarme, sin que nadie me vea. -¿No quieres que te vean? Hubo una mujer que se hizo invisible con un manto. -¿En serio? ¿y por casualidad no salía a pasear en alfombra voladora? –inquirí con sorna, pero el murciélago, muy formal continuó sin inmutarse. -Era una mujer hermosa que tenía por esposo a un mago el cual la amaba sin medida, tanto que usaba incluso sus poderes para complacer todos sus caprichos y vaya que era caprichosa, lo que más le gustaban eran las joyas y el mago tenía el poder de materializar cualquier objeto, por lo cual su mujer podía lucir las joyas más costosas, joyas que por otros medios hubieran mermado su fortuna, fortuna que comenzó desde muy joven, cuando descubrió sus cualidades y se unió a un circo ambulante, el cual dejó al cabo de unos años para presentarse por su cuenta, logrando hacerse famoso con el tiempo, luego conoció a su mujer y se enamoró perdidamente, no le fue difícil conquistarla dada su capacidad de materializar cualquier cosa y se casaron al poco tiempo, la mujer no sabía cómo podía regalarle tantas joyas y tampoco le interesaba, como tampoco sabía que al materializarlas disminuían también las capacidades de su esposo, capacidades que ni te imaginas, pero que guardaba en riguroso secreto precisamente para evitar que ella abusara, hasta que un día no le bastó su vida lujosa ni el amor desmedido de su mago… -Nunca oí hablar de tal mago – dije, pero no me hizo caso y prosiguió su narración. -Vivian en una mansión y viajaban constantemente, sus trucos eran impresionantes y atraían gran cantidad de gente, bastaba anunciarse para asegurar un lleno total; luego de las presentaciones a las que ella siempre asistía, él se dedicaba a atenderla y consentirla, cenaban en restaurantes lujosos, la llevaba a teatros y fiestas donde lucía sus valiosas joyas y ella, coqueta, se ponía melosa, contoneándose provocativa, su encanto y sensualidad no pasaban desapercibidos, cualquiera pensaría que eran la pareja perfecta, él por su parte no se cansaba de acariciarla, de halagarla, estaba siempre pendiente de sus deseos, sí, la amaba con delicadeza, con delirio, pues para él era lo más valioso que tenía en la vida… -Seguramente era un mago feo, chaparro y barrigón. -Eran muy pocas las ocasiones en que él salía solo para atender sus asuntos, y entonces ella buscaba otras actividades para entretenerse, un aciago día, durante una exposición de obras de arte le presentaron a un herrero, pero éste herrero era muy especial pues hacía aleaciones increíbles, elaboraba complicados diseños y fabricaba objetos como juguetes, maquinaria, instrumentos musicales, esculturas y toda clase de trabajos para residencias o fábricas, sus cualidades misteriosas lo hacían muy cotizados y ella quedó impresionada con sus creaciones, pero lo que más la impresionó fue cuando le dio la mano para saludarlo, sintió como su temperatura corporal se elevaba, y cuando le miró a los ojos se sobresaltó al creer ver en sus pupilas oscuras chispas doradas, como si en ellas hubiera una pequeña fogata, eso la ruborizó, porque por primera vez alguien le hacía sentir vulnerable, así fue como se encaprichó con él, pues se trataba de un hombre de fuego… -¿Has dicho un hombre de fuego? -Sí, de ésos que pueden crear fuego con las manos, manipular las llamas, conducir el calor, por eso sus trabajos eran tan especiales, no requería instrumentos o moldes especiales para manipular el metal fundido y podía fusionarlos creando nuevos con propiedades desconocidas, era un ser solitario y silencioso como los volcanes, pero a ella descubrió también su temperamento explosivo durante las noches de pasión que siguieron a ese encuentro: imagínate la sensación de hervir por dentro, de que todas tus átomos giren a gran velocidad como si literalmente hirvieran, ser como el metal fundido, así de maleable, así de brillante sí, tocar el fuego sin quemarse, algo intenso, tan diferente al dulce vaivén del mago. -No hay hombres así. -Oh, sí que los hay. hombres y mujeres también, así como los hay de aire, tierra y agua, yo los he visto, nacen aparentemente normales pero no lo son, las llamas les atraen desde pequeños y pueden pasarse horas jugando en el sol sin sentir hambre, yo supe de un caso donde una mujer estaba tan enfadada que literalmente le saltaron chispas de la cabeza e incendió su casa sin querer, siendo una casa de madera y paja ardió rápidamente, pero ella salió ilesa, sí, esos individuos existen. -Dices puros disparates, mejor cuéntame qué pasó con el mago. -Ella se dejó llevar por la pasión del hombre de fuego, traicionando la devoción de su mago, quien había empobrecido sus dones con tal de complacerla, por eso, al ver que ya no era la misma, que ya no le correspondía como antes supo que algo había pasado y no tardó en descubrir su engaño, la decepción y rencor fue tan grande que usó todo su talento para fabricar un manto especial, fabricado con hilos de oro, incrustado de diamantes y piedras preciosas, algo que sabía que su mujer no podría resistir, sin avisarle dio la noche libre a todos los sirvientes y le entregó el manto fingiendo ignorar sus relaciones e inventando un viaje intempestivo mientras ella quedó fascinada mirándose en el espejo con su nuevo regalo, no pudo esperar para estrenarlo y en la noche, cuando su esposo ya había partido para siempre decidió salir a exhibirlo ante su amante. -¿A dónde fue el mago? -No se supo, pero aquél manto representó lo último que podía materializar, tal vez dejó se ser mago y haya muerto, herido de amor y de celos, o tal vez no esté muerto aún y viva en alguna parte, a salvo de las mujeres pérfidas. -¿Y qué pasó con el hombre de fuego? -La mujer llegó deslumbrante y hermosa a su encuentro a su mansión, una mansión con altas rejas de herrería artísticamente trabajada, todas las ventanas y las puertas estaban así mismo profusamente decoradas y exhibían vitrales de colores donde predominaba el rojo, y el amarrillo, la gente del lugar no se acercaba porque decía que eran los colores del infierno y que el herrero había construido su casa de ese modo porque había vendido su alma al diablo, ¡qué tontería!, él la esperaba en el porche metálico de su mansión, que a la luz de la luna relumbraba como si fuera todo hecho de oro, en un sillón plateado muy mono, jugaba con sus dedos, tronándolos para producir chispitas que caían y rebotaban en el suelo, las chispitas se enfriaban quedando duras y negras como balines que usaba como canicas, frente al porche había un huerto con limoneros llenos de azahares que despedían un delicioso aroma, todo propicio para otra candente noche; ella se acercó sigilosa y le rodeó el cuello, pero él sólo sintió una leve brisa, ella se sorprendió, habló con seductor acento, le acarició el rostro, le besó los labios, pero el hombre permanecía inmutable, entonces se alarmó y lo abrazó con fuerza sin lograr asirlo, entonces gritó, trató de sacudirlo pero el hombre seguía sin percatarse de su presencia, concentrado en su juego mientras ella lloraba y gritaba a sus pies, tratando de comprender qué estaba pasando pero de nada sirvió, luego el hombre, aburrido, se levantó y entró a su mansión ignorándola; ella salió a la calle y se dio cuenta que la gente y los carros la atravesaban sin herirla, en su desesperación trató de quitarse el manto pero no pudo, estaba fuertemente adherido como si fuera una extensión de su piel, y entonces comprendió lo que el mago había hecho, pero era tarde, jaló y tiró del manto tan fuerte que éste se rasgó pero lo único que consiguió fue lastimarse, hilos de sangre corrían por sus pliegues dorados tiñéndolo de rojo, entonces arrepentida decidió regresar a su mansión y esperar a su esposo para pedirle perdón, una vez ahí, al verla vacía, silenciosa y oscura tuvo miedo, se dirigió a su habitación temblando y en el gran lecho conyugal descubrió un conejito blanco, ella sintió una desolación enorme al pensar que se trataba de una implícita despedida y desesperada trató de atraparlo, pero éste escapó corriendo, ella lo persiguió, pero el conejo siempre la esquivaba, corrió toda la noche por las calles desesperada, sin importarle ya su aspecto ni el peligro hasta las afueras de la ciudad, adentrándose al bosque hasta que lo perdió de vista, entonces, exhausta se dejó cerca de una gruta, durmiéndose enseguida mientras amanecía. -¿Y entonces llegaron los tres osos y la adoptaron? –pregunté sin importarme la desgracia de la mujer, el murciélago, como si no me hubiera oído prosiguió: -Estaba sola y cansada, con la ropa hecha jirones, casi desnuda, demacrada, pero aún así, ¿sabes? seguía siendo hermosa, no sabía que había llegado a la morada del rey murciélago y cuando éste regresó de sus correrías nocturnas y la encontró, la introdujo a su cueva, estuvo todo el día durmiendo intranquila y al despertar ya entrada la noche se sentía tan desdichada que ya no le importó dónde ni con quién estaba, cuando sus ojos se acostumbraron a la penumbra pudo distinguir las formas de ésta nueva mansión, era grande y todo estaba hecho de piedra tallada y pulida con columnas y cúpulas, habían fuentes esculpidas que se alimentaban del agua que escurría de las paredes, no había luz pero sí destellos, la habían curado y dejado alimentos a su alcance, la mujer estuvo un tiempo deprimida por lo que había sucedido, añoraba al mago por todo el inmenso amor que no supo corresponder pero también recordaba con estremecimientos sus encuentros fogosos con el hombre de fuego, cuando el rey murciélago regresó ella se sobresaltó al verlo transformarse de una criatura pequeña en un ser alto y fornido, claro que no era guapo como los otros hombres, físicamente era mitad humano y mitad bestia, pero sumamente inteligente e intuitivo, tanto que él sí era capaz de verla y sentirla, podía leer sus pensamientos y comunicarse al principio con ademanes, luego le enseñó su lenguaje, no se trataba de un ser agresivo y salvaje, sino gentil y ameno, así ella aprendió a apreciar su compañía, descubrió que vivir aislado no lo hacía ignorante, su morfología era de por sí fantástica y sus vastos conocimientos abarcaban diferentes áreas, poco a poco superó su depresión, hasta perder el interés de regresar a su antigua vida, gozando con él además una nueva forma de amar: en la oscuridad ella podía sentir su cuerpo peludo como un abrigo de piel que la envolvía y la enardecía, sus ojos rojos se le figuraban dos brazas ardientes y eso también la excitaba, su larga lengua llegaba a lugares hasta entonces inalcanzables para otro, en fin, ella descubrió con satisfacción que el rey contenía todo lo necesario para hacerla feliz y aceptó de buena gana su destino; empezó a explorar los túneles y galerías como la nueva reina que ya era y le gustó, pues en ellos había tesoros escondidos y en muchas paredes la roca tenía incrustaciones de oro y piedras preciosas que no se cansaba de tocar, dejó de ser ambiciosa, pero no por eso perdió su atracción hacia las joyas aún cuando no fuesen para exhibir y en su nuevo hogar abundaban; luego, cuando sus heridas cicatrizaron por completo pudo usar el manto como alas, aprendió a moverse en la oscuridad, acompañaba al rey en sus correrías, jugaban bajo el cielo nocturno, era maravilloso ver la ciudad dormida sentir la fresca brisa, no sentirse ya más humana y no estar ligada a los vicios que ello conlleva, había renacido en muchos sentidos y no volvió a poner sus ojos en nadie más ni le importó el mundo al cual había pertenecido hasta entonces, ¿sabes? Ella siguió siendo hermosa y sus descendientes también lo fueron, aunque con la apariencia de su progenitor. -No pude evitar una sonora carcajada y dije: ¡Qué ridículo! ¿quién te contó ese cuento? A pesar de su color negro, el murciélago se oscureció aún más si eso es posible y sus ojos enrojecidos brillaron intensamente como brasas, lo cual me hizo más gracia, enervando más al animal que exclamó: -¡Te estoy hablando de mi familia!, ¡eres una humana muy incrédula y estúpida!, ¡mira que burlarse así de mi ilustre linaje, pero ahora mismo llamo a mis hermanos y entre todos te tiramos de esa rama y te dejamos más calva que un balón! Y diciendo este comenzó a revolotear emitiendo agudos chillidos, nunca se sabe de lo que es capaz un murciélago ofendido, mucho menos si se trata de un príncipe con quizá decenas de hermanos, por eso me bajé rápidamente del árbol y me alejé corriendo sin voltear a ver por si acaso había un ejército real lista para atacarme, más adelante me alegré de ver unos muchachos jugando basket ball en la cancha, eso me tranquilizó y en adelante me abstuve de andar subiéndome a los árboles.
|
Poeta
|
|
La Muerte organizó una reunión en un lujoso hotel céntrico, a su arribo, en una extravagante carroza tirada por seis corceles negros fue recibida por un séquito de miserables carroñeros, enfundados en brillosas sedas negras y de galera.
Entró a una sala de reuniones y esperó arrogante el arribo de los principales directores de su negocio.
La primera en llegar fue la Guerra, dejó sus armas a un costado y desplegó un enorme planisferio, mientras el resto de los concurrentes se acomodaron a la mesa, ésta indicó con un puntero luminoso los distintos lugares y países donde estaba generando conflictos y obteniendo los mejores resultados para la empresa.
Luego le tocó el turno a el Hambre, quien se ufanó de estar presente en todos los continentes y con mayor efectividad en África y Sudamérica, no sin dejar de reconocer, la ayuda de algunos incondicionales amigos como la Avaricia, la Desigualdad, el Caos y la Indiferencia, prometiendo seguir utilizando sus contactos políticos para mantener garantizado el éxito.
La Avaricia expuso su proyecto a largo plazo, con sus amigos los incondicionales, proyectaban nuevos paraísos fiscales y mayores burocracias bancarias, también crear nuevos empleos precarios y producir bienes materiales innecesarios, generando dependencia para que, con Desigualdad, el Caos y la Injusticia hagan su trabajo.
La Indiferencia adujo también estar presente en todo el mundo, adaptándose a la idiosincrasia de cada país para camuflarse, aunque no siempre consigue buenos resultados, infiere el Rencor con anuencia del Caos .
Más tarde la Injusticia demostró su beneficiosa participación en el negocio, porque con ella aumenta el resultado final de la Enfermedad, por ejemplo.
La Enfermedad agradeció la colaboración inestimable, de la Injusticia y el Hambre, explayándose sobre sus leales colaboradores de gestión, como el Cáncer, la Cardiopatía, los Virus, unos primos que van anexando variantes en próspero crecimiento, y muchos más…, justificándose, por si se olvidaba de nombrar a alguno.
Sobre el final de su alocución pidió un aplauso para la pandemia, los virus se sintieron reconocidos.
La Guerra refunfuñó, al principio en voz baja y de a poco levantando el tono, (con la agresividad que la caracteriza) nosotros somos los que más invertimos en esta empresa, y no hacemos tanto espamento, a lo largo de la historia siempre fuimos los más constantes y exitosos.
El Rencor y La Venganza avalan esta posición, andan siempre de la mano, se los oye cuchicheando por distintos lados, muchas veces fueron tapa de diarios, están en todos los estamentos de la sociedad, siendo funcionales al resto y por ende a su jefe, La Muerte.
El Temor es un mercenario, a veces trabaja a favor de La Muerte y otras con Prevención, trabajan para La Vida, por eso no estaba, no fue invitado.
Concluida la reunión, soberbia La Muerte dijo..., solo están haciendo lo que hay que hacer y salió con destino a la carroza.
Pero al salir, en la calle se encontró con su enemiga acérrima, La Vida, que estaba en la recorrida diaria por las maternidades, quien sorprendida, le pregunta qué hacía en la ciudad, en un lugar tan luminoso, tan visible, siendo ella tan sagaz en la penumbra.
La Muerte algo contrariada, pero orgullosa, le contesta que estaba haciendo su trabajo. Vengo a llevarme gente como siempre, y ahora ante tu vista, contesta vanidosamente, en mi negocio no perdemos tiempo, le dijo desafiante.
La Vida tranquila expresa, con fina ironía: tu desagradable trabajo hace que todos luchen contra vos, tu esfuerzo no es valorado, cada vez que llevas algunos, otros más se aferran a mí... y continuó, te detestan, te esquivan, en cambio a mi me respetan, me buscan, me aman y siguió caminando erguida. Eso molestó a La Muerte que se retiró en su carroza masticando su propia hiel.
La Vida algo preocupada, pero a sabiendas que a lo largo de la historia, siempre obtuvo mejores resultados, aun con alto costo, se comunicó con la Alegría para que intensifique su trabajo, entonces desarrolló un proyecto, que incluía festejos varios, viajes, cumpleaños y otros eventos.
La Salud fue intimada a mejorar su infraestructura, aunque la Avaricia y la Indiferencia pongan palos en las ruedas.
La Responsabilidad, fue instruida para contactarse, con los políticos no corruptos, con organizaciones que defienden la ecología, para prevenir catástrofes y quitarles recursos a su enemiga.
Entonces la Vida ordenó a su secretaria, la Felicidad, que envíe una circular a todas y cada una de las sedes en el mundo, por más pequeña o recóndita que sea, incentivando el sexo, para que sea parte fundamental de la Alegría y como el mejor de los medios para incrementar la Vida.
|
Poeta
|
|
Este forzado aislamiento de la pandemia, llevó a José a explorar su propia casa y descubrir, por ejemplo, que el cuarto de ropa de planchar, tenía una ventana que daba al patio posterior, que hace mucho no visitaba y que lindaba con una casa, que alguna vez fue amarilla, su pintura se había deteriorado tanto que más parecía gris. Pero quizás ese mismo abandono, hacía resaltar, una pequeña ventana de madera en mal estado, que tenía también débiles rastros de pintura café oscura, por dentro tras de unos opacos y sucios cristales, se notaba había unas cortinas raídas que tenían un color indescifrable, entre beige y gris; pero lo que llamó alarmantemente su atención, fue que, una tarde lluviosa, a la que acompañaba negros nubarrones y la volvía muy oscura, pudo divisar un hilillo intermitente de humo, que se fugaba, de esa tétrica ventana, había estado a punto de dar la voz de alarma, creyendo que algún fuego estaba provocando ese humo. La tarde se apagaba y por una débil lámpara encendida en el cuarto de la ventana misteriosa, pudo divisar una silueta; alguien con seguridad fumaba de pie allí. José no dejó de mirar ese hilillo de humo, que se repetía todo el tiempo, con el pasar de los días, se percató que esa persona, fumaba mañana, tarde y noche; hasta que un viernes de lluvia, constató que no había más humo, volvió a la noche, a la mañana siguiente y la tarde y la noche siguiente y ya ni siquiera la débil luz de la lámpara se divisó… José decidió compartir sus observaciones con su madre y sin más le comentó que en la casa de alado, alguien fumaba en el cuarto que daba a su patio posterior, que lo hacía todos los días y todo el tiempo, pero que ya eran dos días que no había observado, esa acción y que al parecer o se mudaron o tal vez se fueron de viaje, podría ser que el virus haya contagiado esas personas, que… La mamá, lo interrumpió tomando sus manos, hijo, me sorprende tu curiosidad, pero mucho más tu preocupación, esa casa es de doña Virginia, ¿recuerdas la viejecita que hace meses nos entregaba esa rica conserva de guineo?, pues, ella vive allí, con un nieto, que desde niño lo atrapó el vicio de fumar, es que esa fue su fuga a la depresión, los vecinos dicen, que prácticamente fumó hasta morir, tenía apenas 25 años y falleció con enfisema pulmonar… Todos tememos mucho por la salud de doña Virginia, su esposo murió muy joven, su hija le acompañó, más tarde con su esposo y su hijo que se llamaba Hugo, hasta que hace poco más de 20 años emigró dejando a su hijo para que lo cuidará; nunca le preguntó si podía, nunca le preguntaron si quería, así que solo trato que a Hugo no le hiciera falta su techo, su comida y lo que él quisiera…
|
Poeta
|
|