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Las algas marineras y los peces, testigos son de que escribí en la arena tu bienamado nombre muchas veces.
Testigos, las palmeras litorales, porque en sus verdes troncos melodiosos grabó mi amor tus claras iniciales.
Testigos son la luna y los luceros que me enseñaron a esculpír tu nombre sobre la proa azul de los veleros.
Sabe mi amor la página de altura de la gaviota en cuyas grises alas definí con suspiros tu hermosura.
Y los cielos del sur que fueron míos. Y las islas del sur donde a buscarte arribaba mi voz en los navíos.
Y la diestra fatal del vendaval. Y todas las criaturas del océano. Y el paisaje total del litoral.
Tú sola entre la mar, niña a quien llamo: ola para el naufragio de mis besos, puerto de amor, no sabes que te amo.
¡Para que tú lo sepas, yo lo digo y pongo al mar inmenso por testigo!
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Poeta
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Vierte, corazón, tu pena donde no se llegue a ver, por soberbia, y por no ser motivo de pena ajena.
Yo te quiero, verso amigo, porque cuando siento el pecho ya muy cargado y deshecho, parto la carga contigo.
Tú, me sufres, tú aposentas en tu regazo amoroso, todo mi amor doloroso, todas las ansias y afrentas.
Tú porque yo pueda en calma amar y hacer bien, consientes en enturbiar tus corrientes con cuanto me agobia el alma.
Tú, porque yo cruce fiero la tierra, y sin odio, puro, te arrastras, pálido y duro, mi amoroso compañero.
Mi vida así se encamina al cielo limpia y serena, y tú me cargas mi pena con tu paciencia divina.
Y porque mi cruel costumbre de echarme en ti te desvía de tu dichosa armonía y natural mansedumbre; porque mis penas arrojo sobre tu seno, y lo azotan, y tu corriente alborotan, y acá lívido, allá rojo, blanco allá como la muerte, ora arremetes y ruges, ora con el peso crujes de un dolor más que tú fuerte. ¿Habré, como me aconseja un corazón mal nacido, de dejar en el olvido a aquel que nunca me deja? ¡Verso, nos hablan de un Dios a donde van los difuntos. Verso, o nos condenan juntos, o nos salvamos los dos!
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Poeta
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Cómo se aleja el tren, cómo se aleja, y decreciendo va y al fin se pierde, y sólo el humo en espirales deja en la extensión de la llanura verde.
Así se van las dichas de la vida, así se van las horas de ventura, y dejan sólo en su fugaz huida de los recuerdos la espiral oscura.
Los dos en el andén se despidieron largo rato a los ojos se miraron; mientras sus manos trémulas se unieron, en silencio sus almas se besaron.
En la hora fatal de la partida no hablaron de promesas ni de agravios; en los grandes instantes de la vida, hablan mejor los ojos que los labios.
Ella está aún en la estación mirando del humo las confusas espirales; y él, que ya no la ve, sigue agitando el pañuelo a través de los cristales.
Y cual de un mismo pensamiento heridos, con un acento de profunda queja, quedo exclaman los dos entristecidos: "¡Cómo se aleja el tren...Cómo se aleja!"
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Poeta
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¿Quién me presta una escalera, para subir al madero, para quitarle los clavos a Jesús el Nazareno?
¡Oh, la saeta, el cantar al Cristo de los gitanos, siempre con sangre en las manos, siempre por desenclavar! ¡Cantar del pueblo andaluz, que todas las primaveras anda pidiendo escaleras para subir a la cruz! ¡Cantar de la tierra mía, que echa flores al Jesús de la agonía, y es la fe de mis mayores! ¡Oh, no eres tú mi cantar! ¡No puedo cantar, ni quiero a ese Jesús del madero, sino al que anduvo en el mar!
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Poeta
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A tu abandono opongo la elevada torre de mi divino pensamiento; subido a ella, el corazón sangriento verá la mar por él empurpurada.
Fabricaré en mi sombra la alborada, mi lira guardaré del vano viento, buscaré en mis entrañas mi sustento... Mas, ¡ay!¿y si esta paz no fuera nada?
¡Nada, sí; nada, nada!...-O que cayera mi corazón al agua, y de este modo fuese el mundo un castillo hueco y frío...-
Que tú eres tú, la humana primavera, la tierra, el aire, el agua, el fuego,¡todo!... ¡y soy yo sólo el pensamiento mío!
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Poeta
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Cada vez que levante los ojos beberé toda el agua del cielo. Su agua azul, temblorosa de pájaros, se me irá derramando por dentro. Y allá donde las sombras mezquinas me despierten un mal pensamiento, allá donde se agiten las alas nocturnas y vagas de tristes deseos, formará el claro río una charca de profundo y tersísimo espejo, zodiacales los signos en torno, y la estrella del Sur en el centro. Y si un día me siento agobiada de tener tanto cielo en el pecho, me hundiré en una charca clarísima con un rayo de sol en el cuello. Suicida de azules riberas, yaceré sobre un lodo arcangélico. Un reposo de miles de años me estará acariciando los huesos...
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Poeta
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Sahumáronte los pétalos de acacia que para adorno de tu frente arranco, y tu nervioso zapatito blanco llenó toda la tarde con su gracia.
Abrióse con erótica eficacia tu enagua de surá, y el viejo banco sintió gemir sobre tu altivo flanco el vigor de mi torva aristocracia.
Una resurrección de primaveras llenó la tarde gris, y en tus ojeras, que avivó la caricia fatigada,
me fantasearon en penumbra fina las alas de una leve golondrina suspensa en la inquietud de tu mirada.
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Poeta
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Desde la ventana de un casucho viejo, abierto en verano, cerrado en invierno por vidrios verdosos y plomos espesos, una salmantina de rubio cabello y ojos que parecen pedazos de cielo, mientras la costura mezcla con el rezo, ve todas las tardes pasar en silencio los seminaristas que van de paseo.
Baja la cabeza, sin erguir el cuerpo, marchan en dos filas pausados y austeros, sin más nota alegre sobre el traje negro que la beca roja que ciñe su cuello y que por la espalda casi roza el suelo.
Un seminarista, entre todos ellos, marcha siempre erguido, con aire resuelto. La negra sotana dibuja su cuerpo gallardo y airoso, flexible y esbelto.
El solo, a hurtadillas y con el recelo de que sus miradas observen los cléricos, desde que en la calle vislumbra a lo lejos a la salmantina de rubio cabello la mira muy fijo, con mirar intenso. Y siempre que pasa le deja el recuerdo de aquella mirada de sus ojos negros.
Monótono y tardo va pasando el tiempo, y muere el estío y el otoño luego, y vienen las tardes plomizas de invierno. Desde la ventana del casucho viejo, siempre sola y triste,rezando y cosiendo, una salmantina de rubio cabello ve todas las tardes pasar en silencio los seminaristas que van de paseo. Pero no ve a todos; ve solo a uno de ellos, su seminarista de los ojos negros.
Cada vez que pasa, gallardo y esbelto, observa la niña que pide aquel cuerpo marciales arreos. Cuando en ella fija sus ojos abiertos Con vivas y audaces miradas de fuego, parece decirle:"¡Te quiero...,te quiero!... ¡Yo no he de ser cura, yo no puedo serlo!... ¡Si yono soy tuyo, me muero, me muero!... A la niña entonces se le oprime el pecho, la labor suspende y olvida los rezos, y ya vive sólo en su pensamiento el seminarista de los ojos negros.
En una lluviosa mañana de invierno la niña que alegre saltaba del lecho oyó tristes cánticos y fúnebres rezos: por la angosta calle pasaba un entierro. Un seminarista, sin duda, era el muerto, pues cuatro llevaban en hombros el féretro con la beca roja encima cubierto, y sobre la beca el bonete negro. Con sus voces roncas cantaban los clérigos; los seminaristas iban en silencio, siempre en dos filas, hacia el cementerio, como por las tardes al ir de paseo. La niña, angustiada miraba el cortejo: los conoce a todos a fuerza de verlos. Sólo, faltaba entre ellos ¡el seminarista de los ojos negros!...
Corrieron los años, pasó mucho tiempo... y allá en la ventana del casucho viejo una pobre anciana de blancos cabellos, con la tez rugosa y encorvado el cuerpo, mientras la costura mezcla con el rezo, recuerda muy triste, las tardes de antaño, ¡al seminarista de los ojos negros!...
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Poeta
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Es muy temprano, aún está oscuro, En el cielo brilla todavía el lucero, La noche se despide, somnolienta y cansada. Duermen los pájaros en sus nidos, Arrullados por el murmullo del silencio, Y yo sueño... Y mi madre duerme su sueño, Y es injusta la muerte, y muy bella la vida, Y yo sueño que que la tengo ... Y no quiero despertar...
No llegó a tener el pelo blanco... Ni las manos arrugadas... Ni los signos de la vejez... Era agil todavía... Yo la lloro, la siento, la extraño, Pero se fue igual, en silencio, Calladita, insignificante para todos... Pero inmensa e irremplazable para mi.
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Poeta
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Cuando lejos, muy lejos, en hondos mares en lo mucho que sufro pienses a solas, si exhalas un suspiro por mis pesares, mándame ese suspiro sobre las olas.
Cuando el sol, con sus rayos desde el oriente, rasgue las blondas gasas de las neblinas, si una oración murmuras por el ausente, deja que me la traigan las golondrinas.
Cuando pierda la tarde sus tristes galas, y en ceniza se tornen las nubes rojas, mándame un beso ardiente sobre las alas de las brisas que juegan entre las hojas.
Que yo, cuando la noche tienda su manto, yo, que llevo en el alma sus mudas huellas, ¡te enviaré con mis quejas un dulce canto en la luz temblorosa de las estrellas!
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Poeta
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