El timbre anuncia el final de la última clase, la jornada académica ha finalizado y una gritona aglomeración hace presencia en el patio principal del pequeño liceo, una cadena interminable de conversas parecen hacerles más largo el camino, acrecentando el nerviosismo en sus ya temblorosos cuerpos. Julia y Victor van de la mano, asimilando las miradas comprensivas y esquivando en la medida de lo posible aquellas que intentan juzgarles. Logran a trompicones atravesar el alborotado pasillo y logran ver, a cierta distancia, el camino que seguramente estará plasmado de un silencio tan dulce como amargo, antecediendo a la escena. Ella aprieta su mano, en un gesto de impotencia por no lograr emitir palabra y él, toma la iniciativa de la conversación acariciándole uno de los nudillos con un movimiento curvilineo perfecto que le devolvió el color al rostro. - ¿Te sientes bien? - Preguntó con más miedo que en su primer examen de matemáticas. - No cielo, solo estoy un poco nerviosa... pero supongo que es normal. - dijo mientras se liberaba de la mano que la tomaba para admirar sus espasmos. - Yo sé que las palabras surgen con más fluidez que los actos, por eso, y sin ánimos de presionarte te pregunto... ¿Estás segura de dar este paso tan importante conmigo?
Ella volvió a tomarlo de la mano, ésta vez con la solidez entrañable que no notaba desde hacía un par de horas, alzó su rostro hasta converger con la mirada de Víctor, esbozó una sonrisa algo forzada, lo abrazó (escuchando los latidos de su corazón) y devolvió la mirada a los labios de aquel muchacho, proclamando: - ¡Si! Victor Andrés, nunca he estado tan segura como lo estoy ahora. - Sus ojos se notaron brillantes, como un vidrio. Y Víctor notó el amor en aquel gesto.
La caminata siguió su rumbo entre comentarios triviales sobre la locura de ésta profesora o el gesto amanerado de aquel otro, cada paso proporcionaba un suspiro más hondo en ambos cuerpos, con cada palabra ellos sentían mayor la conexión, no pensaban en ¿Por qué's? ¿Cómo's? ¿Para qué's? , solo disfrutaban aquel hermoso momento, casi anticipándose a la entrada al cielo, sintiendo la textura natural de aquellos ojos vidriosos, entre incertidumbre y amor, que nunca terminaron de soltar lágrima alguna.
Víctor frenó su lento paso en seco, advirtiendo que el final de aquella aventura había finalizado con la puerta de caoba lisa que se encontraba frente a ellos. Él separó su mano temblorosa de aquella otra mano y buscó en los bolsillos de su chaqueta las llaves de aquel familiar pero tenebroso lugar... y Abrió. El momento se dejó vencer por un silencio ansioso, se podía escuchar en aquella casita el zumbido de alguna mosca burlona y con afán vouyerista que se disponía a volar sin rumbo fijo en busca de acción, el clima se alivió un poco tras un vaso de refresco, un dulce y unos cuantos chistes típicos sobre alguna broma escenificada en clases, las risas y hasta carcajadas cada vez mostraban mayor nerviosismo y tras una última burla sobre el colectivo, Víctor tomó la iniciativa, encendió los sentidos de Julia con un beso Furtivo que casi provocó un corto circuito en su sistema nervioso, fue un beso largo, profundo e incluso, tosco. Empezó con la rudeza del miedo y poco a poco fue reduciendo su afán de dominio, dejándose ganar la batalla por una Julia que no soltó lengua hasta que su chico redujo las revoluciones de sus labios. El beso continuó, ella - casi con un movimiento automático - lo tomó por el cuello hundiéndolo hacia su cara. Él prácticamente sin hacer nada, terminó cayendo sobre el delgado cuerpo de Julia, que no mostró problemas sobre aquel bruto descenso. Los míticos besos continuaban y casi ni paraban, dejando un intervalo para oxigenarse que iba acompañado de una mirada tierna y llena de complicidad entre los jóvenes amantes, para luego hundirse nuevamente en aquel juego de lenguas. Como por arte de la naturaleza, ella tomó la iniciativa del asunto y procuró con movimientos suaves, casi imperceptibles quitarle la camisa beige a su chico, mientras éste, notando que su hermosa Julia le aventajaba en iniciativa, hizo lo propio con su blusa. No parecía haber tiempo entre cada beso, cada caricia, cada suspiro... mientras la arritmia se apoderaba de aquel pequeño pecho, de aquellos pequeños senos, la música sonaba y el cuarto vacío se prestaba para tal escena de entrega, sin embargo, ellos nunca abrieron los ojos, estaban tan sumidos en lo que sus cuerpos sentían que dificultosamente advertirían que alguien los obserbava; asi fuese únicamente la mosca vouyerista que Liendo nos enseñó un día. Las prendas seguían desapareciendo entre besos, él sentía pena tras notar que una ansiosa erección asomaba en su ropa interior y ella, ya desnuda, intentó hacerlo olvidar ese temor con besos... muchos besos. Él, sin miedo a una desaprobación por parte de Julia se quitó bruscamente el único trapo que los acompañaba y, en un movimiento clásico empujó su cuerpo sobre el entrepierna exhibicionista de aquella chica, forzando un poco la entrada - él no sabía si por el famoso himen o si por falla en su dirección - tuvo un ataque de nervios y parecía padecer la misma arritmia que segundos atrás había sufrido su chica. Se hicieron eternos esos cuatro segundos hasta que la presión se hizo sentir, Julia emitió un chillido de dolor suave, mientras él, no sabía cual era el siguiente paso a dar. Husmeando en su mente las clases de sexualidad que había presenciado hacía un año. En su mente no aparecieron imágenes de ningún tipo, ni charlas, ni láminas, ni retroproyectores... pero por acto naturaleza, continuó el vaivén mientras Julia intentaba alejarlo sutilmente para evitarse a si misma, más dolor. Apenas él, - intentando suprimir el rostro de dolor que mostraba su chica - intentó besarla. Sintió un escalofrío que avanzaba desde su ombligo, provocando un temblor en sus muñecas y, automáticamente, haciéndole cambiar el rostro; había eyaculado. Los escasos 40 segundos que duró aquel precioso momento, fue suficiente para que Julia - a pesar del dolor en su ingle - sintiera el verdadero amor en carne propia; la famosa entrega de amor. Y Víctor, casi tan apenado que el color en sus mejillas se asimilaba al de un tomate, procuró en la medida de lo posible evitar la mirada de Julia, por miedo a ser recriminado. A pesar de la verguenza de un encuentro tan precoz como tosco, él, sintió el verdadero amor en carne propia; la famosa entrega de amor. Ella aun adolorida se sentó sobre sus rodillas, quedando de frente a aquel muchacho avatido por la inexperiencia, lo miró con dulzura, esbozó una aún más melosa sonrisa y le dijo: "Me has echo mujer, nunca olvidaré este hermoso momento... Gracias."
Aquel fue un momento único, lleno de sentimiento y verdadera confianza entre dos jóvenes que dejaron a un lado los prejuicios que impone una sociedad cada vez más hipócrita y, sencillamente, se amaron cuando lo creyeron correcto. No hubo un profiláctico, ni dudas, ni consideraciones religiosas ni de edad, tampoco hubieron detalles ostentosos ni brillantes, fue una escena tan común que fue mágica; al menos para ellos. Fue el amor en las miradas de la juventud. Tan ansiosa como errática, pero tan sincera que, lo crean o no, debe tomarse de ejemplo.
Héctor L. González.
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Poeta
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