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El Pianista y el Nazi. Tercera Versión.
Las Mantises devoraban las cabezas de los grillos. Eran grillos de oro y mantises de plata. Devoraban con fruición las cabezas las mantises, los grillos asustados emitían crisoberilos gritos de terror y de espanto que titilaban en la noche profunda como estrellas desesperadas, sobre la partitura naranja los colibríes muertos disecados no volaban, con sus patitas torcidas y sus ojos de cristal de uranio enfurecido y seco. Desde la pocilga ascendía un olor contrario al aroma de las fresas que los niños tenían que respirar, antes de la matanza de aquellos cochinos afilaron bien los cuchillos para que se clavaran en los cuerpos de los puercos con la bondad del amante de setas silvestres. La melodía iba cansada de tanta clepsidra de ámbar y, osca y huraña como una bruja del medievo, con un parche en el ojo, se precipitaba en un jardín de cardos perversos y horribles que arañaban la piel con fiereza de uña de gato. El músico, apartando el parche, se podía sumergir en la cuenca vacía de ese ojo que era una úlcera sangrante llena de larvas de mosca. Las moscas iban a la gran mierda apestosa recién defecada y se posaban en ella, y luego iban a un cuadro de Tiziano con una Venus desnuda que con un racimo de uvas parecía extasiarse de tanta podredumbre, y con sus patitas pordioseras ensuciaban el cuadro justo en la firma del artista o en los labios de la diosa o en los turgentes senos, fantasía infantil de llenar con mierda las paredes de los servicios del colegio. Sonaba la partitura naranja a rodocrositas viles, robadas con asesinato, y a mazapanes podridos llenos de hongos, se deslizaban cobras de la India venenosas bajo la insolente partitura que el músico extraía de su cerebro a fuerza de golpes, pero no ascendía a un cielo de hibiscos rosas sino que reptaba como cucaracha de lodazal, mecánica y nerviosa, con sus largas antenas de bicho asqueroso y horrendo. Las babosas de cementerio se deslizaban sobre las lápidas de los asesinados con un tiro en la nuca y lloraban de alegría ante la comunión de todos los santos y el perdón de los pecados, sus lágrimas eran una baba espumosa que siempre se coagulaba como la brea dejando las letras de oro de las lápidas con incrustaciones de herrumbre amarilla. Las mantises devoraban las cabezas de los grillos y quedaba como una montañita de cuerpos de grillos bajo las fauces horrorosas de las religiosas, cuerpos de grillos de oro inservibles que no poseían más música que la de la muerte, pero aún así la melodía continuaba con aspersores de agua sobre campos de yeso podrido, que formaban regueros y ríos de porquería en la que los niños hacían una colecta de zapatos viejos. En cada zapato, arrimándolo al oído, no se escuchaba el mar. Naufragaban hermosos cocodrilos violentos, no por menos violentos menos hermosos y menos cocodrilos, que buscaban un paraíso que no existía. Y una bailarina caía desmayada del esfuerzo sobre los brazos de un bailarín musculoso, que acto seguido la estrangulaba. Iban matando de uno en uno a los cochinos de la porqueriza y chillaban los condenados como diablos en celo, y cuando en los corazones se clavaban los cuchillos los esfínteres de los puercos se abrían, marranos, soltando ciénaga y lepra, a la vez que chorreando sangre los pechos los corazones estallaban de pavor cuadrangulado. La partitura iba a ser perfecta, tenía ostiones de nácar y caballitos de mar tuertos, y el pianista, ya jorobado, tenía en la joroba la mala leche de los antiguos emperadores romanos. Podía decirse que el nazi estaba plenamente satisfecho de su criatura. Era el pianista ya el engendro perfecto de toda la porquería que el nazi deseara. Por eso, el gran palacio de cristal de su partitura crujía de esperanza psicodélica, y el nazi extasiado tomaba yohimbina para que su erección fuera aún más poderosa. Cuando finalmente el pianista pulsó sobre su piano un maravilloso fa de estiércol que complacería a un millón de imbéciles, el nazi, bajándose la bragueta, le enseñara la polla al músico. ….................................................................... Francisco Antonio Ruiz Caballero. PUERCO PEDERASTA ASQUEROSO GRITÓ UN INDIVIDUO.
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Poeta
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Alguna vez escribí, que en alguna parte de mi vida se me había olvidado aquel inventario inconcluso de estrellas y cometas, que apenas inició en observaciones muy especiales, que hice en ocasiones y espacios muy representativos de mi niñez y juventud, con los seres más entrañables que he tenido. Por supuesto que no tiene ningún objetivo académico, en este recorrido breve por ese cosmos inconmensurable, que por siglos fue materia de los más diversos nombres y figuras, dependiendo de las culturas y épocas a lo largo de todo el planeta y las civilizaciones que nos antecedieron -no tendremos tampoco la más leve historia cosmográfica-, voy a intentar sí, describir las cargas emocionales y los espacios, los detalles exquisitos que se fueron tejiendo con cada rincón del infinito apenas explorado y cada estrella, con cada nuevo hallazgo que fui, que fuimos realizando, porque no hay aquí, no hubo observaciones individuales, las hicimos juntos… pero mejor empecemos esta tarea imposible, que es, que debe quedar inconclusa, porque el universo es así… Quizás el elemento más sobresaliente que recuerdo se abrió a mis ojos inquietos y me quitó más de un momento y muchos suspiros –hasta ahora-, es la luna, que no va a entrar, ni puede hacerlo en este singular inventario, pero a partir de esa luna, con la mano de mi madre tomando la mía, fui explorando esa bóveda luminosa impresionantemente inmensa, que atesora tantas y tantas estrellas, satélites, planetas, cometas, luceros, soles, constelaciones… Antes incluso de ingresar a mi escuela, había ojeado algunas revistas de historias, aventuras, comics y en algunas de ellas encontré varios dibujos, sobre aquellas fantásticas lucecitas de diferentes tamaños, intensidad y distancia, espectacularmente dibujadas en noches perfectas; así que se me ocurrió hacer una lista de las que me resultaban más cautivadoras, curiosas y representativas para mí; pero no conseguí el apoyo de mi padre en esta tarea, estaba muy ocupado y debía aprovechar las noches para trabajar, así que, ni modo había que buscar otros recursos… Volví más tarde, muchas noches después, cuando ya asistía a mi escuela, con mi madre y mi herma-madre, la de los ojazos negros y profundos como la noche, pero tan tiernos como su sonrisa, fue ella quien nos enseñó a ubicar a las Osas, cada una con siete estrellas formándolas; a la Mayor aprendimos a encontrarla con facilidad por su tamaño y lo muy brillantes de sus estrellas, de la Osa Menor con la estrella polar sobresaliendo, me fascinó mucho y cautivo más mi atención, porque imaginaba que su composición figurativamente jugueteaba delante de su madre osa. Nos tomó algunas noches desarrollar mejor nuestra ubicación en el espacio, para localizar con facilidad nuestras Osas jugando hacia el norte de nuestras cabezas; mis dos hermanos por edad más cercanos (uno mayor y otro menor), se juntaron pronto a este curioso entretenimiento y con ellos fuimos acordando, sobre nuestro segundo hallazgo, después de muchas noches de observación y reprimendas de papá –por quedarnos mucho tiempo fuera de casa- en la ubicación al otro lado de la estrella polar, de Casiopea, esa fantástica silla semejante a una W inmensa, por las cinco estrellas que la forman. A los tres nos agradaba la Osita, pero Tyron fantaseaba mucho con Casiopea, se imaginaba viajes hacia ella, para deslumbrarse con los diamantes que deberían existir en esa magnífica silla; no pasó mucho tiempo que recuerde en que disfrutamos juntos de estas excursiones que en ese período no se detuvieron, no podían detenerlas, era mucha la emoción que despertó en nosotros que contagiábamos a todos, venciendo hasta la aparente apatía de nuestro hermano mayor, pero Tyron enfermó súbitamente y sin tener períodos largos de recuperación. Su ausencia convocó esporádicas veces a Ray y a mí, en una búsqueda esperanzada de alguna estrella verde, que iluminara a nuestro hermano y lo volviera con nosotros a compartir más noches, para seguir derrochando curiosidad, ilusiones… todas las fantasías. Creímos haberla encontrado -la estrella verde-, en un sector algo septentrional (al norte) a Venus, pero la perdíamos pronto, hasta que sin visualizarla claramente ni una sola vez más, preferimos olvidar la noche y los cielos estrellados, hasta que nos llegó la noticia -como tormenta eléctrica-, de que Tyron había muerto, no pudimos buscar nada en el cielo, afuera, llovía a raudales y en nuestros ojos también… Mi herma-madre se ocupó de tomar mi mano y acompañarme a reintentar encontrar esa estrella verde alrededor de Venus –Ray no quiso regresar-, nuestra aventura no prosperó, aunque en el intento casi tres meses después de perder a mi hermano, era el mes de Julio, pudimos ubicar la Constelación de La Lira, en donde hay la curiosa estrella Vega, que presenta tonalidades azul y blanco; quería creer que predominaba el azul, pues mi alma estaba aun de luto… Tiempo después, cuando la adolescencia asomaba a mi vida y a las multiplicadas inquietudes, encontré en mis amigos de generación: Jorge primero, Germán y Álvaro luego, Silvio más tarde, leales confidentes y compañeros de exploración sideral. Como antecedente importante, para esa época, había devorado muchos escritos y revistas que hacían referencia a estudios cosmográficos de diferentes civilizaciones en la antigüedad y observaciones últimas que daban fe del nuevo espacio austral, sobre el cual no se había profundizado en observaciones del Hemisferio celeste. Para nosotros, vivir dentro del cinturón de la tierra –en la zona ecuatorial-, nos brindó el privilegio geográfico de realizar observaciones a los dos lados del Ecuador celeste. Es que las civilizaciones antiguas referenciadas por la historia tradicional, dan cuenta de las apreciaciones desde su posición geográfica, esto es mayoritariamente considerando la parte septentrional de la bóveda infinita, al norte del Ecuador celeste; a pesar incluso de los valiosos hallazgos en el caso de la Cultura Inca o la Maya, que incorporaban sus hallazgos en el sector austral y que fruto de ese estudio más universal, había desarrollado un Calendario mucho más exacto que cualquiera de los intentados por Occidente, aplicando además esos conocimientos a sus actividades agrícolas, hasta ahora presentes en el agro andino regional… Esta cantidad de información, atrapó la atención e interés de mis amigos y al cabo de las primeras charlas, tuve nuevos compañeros de exploración de ese Universo, que me había dejado con huellas tristes de quererlo colectivamente; aún se me hacía difícil mirar el trono de Casiopea sin esas terribles dificultades de digerir un áspero nudo en la garganta y recordar las expresiones vivaces de nuestro Tyron, hurgando nuevas estrellas…
Con mis nuevos aliados y todas nuestras ilusiones de muchachos inquietos, hizo que utilicemos más de una vez, esta capacidad de ubicar algunas estrellas, para intentar cautivar la atención y la compañía de las chicas de la ciudad. Las coronas boreal y austral fueron la primera muestra de nuestras correrías y se las ofrecíamos a las enamoradas; para Jorge, la corona Boreal era su atrapa-bobas, hasta que llegaron las primeras decepciones… Habíamos empezado a encontrar rastros de las constelaciones del Zodiaco y algunas de las nuevas estrellas como Alfa y Beta o Aldebarán, que mis amigos rechazados a veces, muy ilusionados otras, quisieron bautizar como Cecilia o Judith o Narcisa, en homenaje a sus amigas, situación que no supe tolerar, siendo el investigador exigente que lideraba el grupo, que para ese tiempo tenía el retorno de Ray y dos o tres amigos más. Suspendí las visitas por estos desajustes de mis amigos y por otra terrible pérdida para mí, para nosotros, mi herma-madre murió después de parir y perder por tercera vez un hijo suyo; mi iniciadora, mi compañera incondicional, mi consuelo y la más pertinaz animadora de mi crecimiento, me dejaba… –imaginé- como la Osa Menor, pero no jugueteando, quedaba perdido en un espacio, aquel día, aquella noche… más escandalosamente infinita que nunca, esa noche junto a Ray mientras intentamos repasar sus visitas y explicaciones, las Osas nos parecieron perfectas, aunque a la Osa Menor la percibí más opaca, quizás algo nerviosa, pues para mí, estaba como yo, estaba extraviada… Recuperar seguridad y acostumbrarnos de cualquier manera a sentirnos una familia más corta, nos llevó un buen tiempo y quizás más… poder mirar al firmamento oscuro y afianzar esperanza en la curiosidad, por sobre las secuelas de la cultura del dolor que tan arraigada está entre nosotros… Pero esa es la magia de la vida, que como el amor, es inagotable y renace a pesar de cualquier adversidad, además hay tanto por explorar y por suspirar, en el ideal consensuado con mis hermanos de que allí en ese universo, encontraríamos señales de la compañía eterna, fiel, cómplice de quienes fallecieron… Un lucero errante muy brillante que esporádicamente pudimos localizar cercano a la constelación Pegaso, fue una señal sencillamente tierna de ese lugar especial de la bóveda, irónicamente llamada “celeste”, desde donde pretenderíamos para siempre, que nuestros hermanos estarían acompañando nuestras vidas… Alguna noche divagando y repasando estrellas con Silvio, un avión navegando hacia el norte, interrumpió con esa espectacularidad que resulta, de ver incansablemente una máquina fabricada por el hombre surcando el infinito, poniéndonos a especular de las más fantásticas maneras: Silvio había leído “Yo visité Ganimedes” y tenía mucho respeto por los Ovnis y todas esas historias de los extraterrestres, yo prefería la tangible y dejé volar mi imaginación en la posibilidad de ser uno de aquellos pilotos, que para mí, tenían el privilegio de suspenderse en medio de tanta magia y fantasía y sobre todo, tener un horizonte realmente infinito, con inmensas oportunidades de ver más estrellas y elementos del Universo, que posiblemente desde nuestro planeta en tierra no se lograría. Encontrar un avión en nuestras noches de exploración, se volvió también uno de nuestros objetivos a localizar y un tema para continuar en nuestros esfuerzos por convencer al otro de nuestros proyectos alrededor de esas máquinas y otras aeronaves de navegación espacial… El nacimiento de mis sobrinos, consiguió nuevas sonrisas y el retorno de la alegría y nuevas ilusiones a la vida de mis padres; fue la ocasión ideal para pasear con mamá una noche oscura pero preñada de todas las estrellas, con Ray desbordando de emoción, nos faltó tiempo para enseñarle nuestros últimos hallazgos… Esa noche no encontramos nuestro lucero azul, pero Pegaso estuvo radiante, muy cerca en el mismo hemisferio austral, pudimos apreciar a Centauro, el Triángulo Austral y la Ballena… Desde esa época adoro visitarlas en septiembre, que con el otoño y los fríos vientos, sugieren observar abrazados muy pegaditos escrutando el universo oscuro, para descifrar en su seno, tantas y tantas espectaculares figuras… las que se imaginaron otros y las que nosotros mismos podemos idealizar, porque la creatividad no tiene patrones ni límites… Cuando el amor llegó con su manto de ilusiones, fantasías sin fin y toda la fortaleza de crecer en pareja, después del primer beso, con mi muñequita-mujer, buscamos emocionados, una estrella que sea nuestra vigía, nuestro referente luminoso… como nunca con mucha facilidad, encontramos a la estrella polar, que refulguraba apacible, mostrando una Osa Menor diáfana, juguetona, alegre, que pasaría a ser nuestro enlace permanente, el punto a través del cual ninguna distancia podría ser lo suficientemente grande, como para evitar, que suspirando bajo su mismo cobijo, sintamos muy cerca nuestra presencia, calidez y todo nuestro amor… Pero no hubo época más fértil en hallazgos de nuevas estrellas, solitarias y en agrupaciones impresionantes, cómo la que vendría con la llegada de mis hijos: María Soledad explosionando de esperanza, ilusiones y muchos sueños, con ella en brazos intentando hacerla dormir encontramos la Constelación de Piscis su regente, en tantas estrellas curiosas, mostrando dos peces que para mí eran dos aviones mirándose… Mi Santi, apenas pude robármelo a su madre en las noches frías de mi Tulcán junto a las montañas, fue mi copiloto (imaginario entonces y años después real), buscando con ansias alinear las más de veinte estrellas de Escorpión la constelación de su signo Zodiacal… fue indescriptible mirarlo tan contento y con sus ojos desorbitados alzar sus bracitos, intentando atesorar aquellas lucecitas fantásticas… Ruth Amanda nació después de haberme convertido en piloto y cuando no estuve cerca, para sentir como se desbordaba el corazón con el primer llanto de mi hija; me costó mucho trabajo y tiempo ganarme su confianza y su compañía, para explicarle aquellos tesoros que tenía para compartir, antes de ponernos a buscar juntos en una noche oscura aquellas estrellitas que dibujaban su cangrejito “celeste”… Amandita mi Canceriana llena de creatividad, muy sensible pero objetiva, con María Soledad perseverante, luchadora y mi Santi, idealista, hogareño, formamos un equipo para dedicarnos más que documentar las constelaciones que encontraron los griegos y otras culturas, a intentar asociar en ese infinito profundo e impresionante, los eventos y hechos que han marcado pedazos de nuestras vidas, de nuestra historia… Con un cambio profundo en ese empeño, la locuacidad y torrente inmenso de vida y más fantasías de mis hijos, terminaron por convencerme que ni las estrellas innúmeras, ni la música, ni ningún detalle hermoso compartido con quienes murieron, pueden ser parte de esa tortuosa cultura del dolor, restringiendo el deleite de ese universo exuberante, profundo, por un arbitrario tormento personalmente asumido… Así que decidimos cambiar los motivos de esas residencias imaginarias de los hermanos compañeros de exploración sideral, para recoger sus preferencias y recordar en ellas los mejores momentos compartidos, así como los sueños incumplidos para darles continuidad en quienes podemos retomar sus ideales y testimonios de vida… A la ubicación difícil de Constelaciones como la de Acuario -que según los astrólogos, nos regirá en los próximos dos mil años-, o las de Erídano, Argos y la Grulla, en esa paleta impresionante de estrellas, luceros, planetas y tantos otros cuerpos presentes en ese universo inconmensurable, buscamos figurar nuestras propias constelaciones, nuestros propios hallazgos, nuestros sueños… entonces encontramos cerca a nuestras Osas, las huellas de un colibrí juguetón, que fascinaba a mi Amandita y por supuesto el Unicornio Azul, pletórico de luceros con la estrella Vega por cuerno, que satisfizo la imaginación y sueños de mi Santiago… Más emociones y avidez desataron en todos, conseguir finalmente delinear el delfín de mi Solecita, navegando libre desde el ecuador celeste hacia el hemisferio austral, porque sabemos que la esperanza vive en el Sur… Nuestro inventario de estrellas queda inconcluso, debe quedar inconcluso, porque esa tarea imposible no tiene fin, pero igual está allí esperándonos, para brindarse todo, completo a nuestras especulaciones a nuestra imaginación a nuestra capacidad para abstraer y soñar… es posible que aquí quede apenas una inquietud y apenas un pequeño rastro de algo que quiso ser un inventario, pero entre nosotros es un pretexto de acercamiento, una oportunidad para olvidarnos de nuestra terrena existencia y abandonarnos en la oscuridad de la noche para dejar volar nuestros anhelos y sueños…
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Poeta
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El Creador de Quimeras.
El Creador de Quimeras primero fue cazador. De la primera quimera muerta por sus manos obtuvo el alma de la quimera muerta. Era un alma contrahecha, deforme, tísica, brillaba como una débil luz anaranjada al final del sendero del bosque y olía a magnolias blancas, su sonido era un elemental río de campanillas de bronce, si se la colocaba extendida sobre la arena parecía una pequeña ventana hacia otro mundo, un mundo rojo y azul, lleno de diablos enanos, si se la enrollaba tenía el aspecto de una alfombra, si se la aplastaba y encogía emitía lágrimas verdes y se ponía muy azul, extendida sobre el suelo uno podía caer dentro de ella y ser devorado por los diablos enanos, una lenta crucifixión llena de oro y añil, con sabor a mandarinas agridulces y genuflexión violenta, el escorzo era en este caso un escorzo de cisne retorcido, de templo griego dórico, o de catedral gótica en ruinas, columnas salomónicas inclinadas y ladrillos rotos por la mitad. Enrollada como una alfombra y aplastada lloraba lágrimas verdes y su llanto tenía estrellitas negras, muy negras y muy insolentes, que crujían de manera amenazadora y tierna. Se podían recoger las lágrimas en un lacrimarium, y eran un licor exquisito, muy dulce y a la vez salado, que producía ensoñaciones violetas repletas de crímenes adolescentes. En cada crimen había un vencejo de nieve pura y una rama de olivo verde llena de aceitunas negras. El Creador de Quimera encerró el alma en una habitación oscura, para que no le diera el sol durante el verano, y el alma de la quimera se puso tan bella como un jarrón de ámbar con violetas. Ya tenía el alma de la quimera muerta y ahora tenía que construir su primera quimera. Colocó el jarrón de violetas en un recodo del balcón, y esperó a que el primer gorrión de septiembre se posara cerca. En cuanto se posó el pájaro sonó la primera corchea de un diabólico diapasón de plata y el jarrón se quebró. Sacó entonces el ingeniero quimeroartífice un trozo del cristal de ámbar y lo puso al sol. Mirando a través de el se veía el embrión de la quimera deseada, un embrión de ámbar dorado, muy dulce y empalagoso, como el zumo de sandía con azúcar, tenía unos dientecillos de leche muy pequeñitos que mordían su propia nuca, en una torsión imposible de los conceptos de izquierda derecha abajo y arriba, iba a ser una quimera perfecta. Recogió los cristales de ámbar del jarrón y las violetas y, el artista, mientras escuchaba el aria de los buscadores de perlas, machacó el conjunto en un mortero de oro. Todo se hizo una arenilla brillante. Polvo de quimera, con los conceptos alterados y revolucionados. Luego disolvió la arenilla en una infusión de fantasía celeste, y la calentó a cien grados hasta que hirvió. El creador de quimeras se puso a oler los vapores que destilaba el preparado y tuvo un sueño con cisnes rosas y lagartos de metal iridiscente, los lagartos chillaban enfurecidos como diamantes eclipsados y los cisnes rosas nadaban en la pupila de un payaso. Tenían los lagartos los ojos verdes, y eran de metal brillante, verde y azul, semejaban pavos reales, guardando las distancias, y estaban llenos de ira y relámpagos. El payaso no podía dejar de llorar al mismo tiempo que le sacaba los pétalos a una margarita, si no si no si no si no y en el nó final había un paraíso de caballitos de mar translucidos. Al despertar el Creador de quimeras de la magnifica ensoñación la quimera reciénnacida no sabía hablar pero tenía todos los idiomas del mundo en su cerebro, guardados como en una caja de música, y además la recién nacida sabía dividir esfuerzos y multiplicar laberintos. En uno de los laberintos se introdujo el quimeroartífice, las paredes del laberinto eran de color amarillo y había emboscados ángeles bellísimos de mirada oscura y azul, era soberbio el laberinto, brillaba como el oro de los pesos mejicanos antiguos, como los escudos y doblones de la América vieja. Y había un olor a jarabe de coco espeluznante. En un recodo del laberinto el creador de quimera mató su primer ángel, de una puñalada en el corazón, y el ángel se desangró en un chorro de lilas celestiales, pero no probó su corazón. Más adelante el Creador de quimeras, encerrado para siempre en ese laberinto, comería el corazón de todos los ángeles asesinados por su mano. Una luz al final del túnel nos avisó de la salida. …................................................. Francisco Antonio Ruiz Caballero.
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Poeta
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Las Mariposas Asesinas.
En el Planeta Marte abundan las mariposas asesinas. Columpiándose sobre notas de caramelo de limón, flotando en la chispas de un maravilloso Stradivarius rojo, o meciéndose sobre el perfume de las lilas rojas marcianas, las mariposas asesinas van de aquí para allá igual a bellísimas y siniestras entelequias de una difícil armonía artrópoda. Como gasas de cuchillas, como sedas ligerísimas afiladas cual escalpelos, como hoces agrícolas capaces de desollar un dedo aromadas de un incienso dulce, penetrante como la música de los acordeones, como diminutos ganchos de un maravilloso arcoiris sacrílego, voraces en su maldad irisada, o cortantes como una izquierda tijera de plenilunios, atacan en grupo posesas de una infernal demencia, y capturan a sus presas, a las que descuartizan con sus alas, como espadas, como dagas asesinas, como floreadas sierras mecánicas inmisericordes, como voluptuosos y lujuriosos cuchillos de seda y acero. Diríanse que están hechas de cristal por lo aserrante de sus alas, de un acero tan frío como el hielo, y tan lacerante como la más afilada espina de un cactus. Cuando vuelan, conjunto de diminutas cimitarras, cortan el aire como una música de aristas de topacios, ámbares y verdes, rojas y azules, añiles y rosas, en busca de sus presas, las arañas marcianas, maravillosos lobos infinitesimales en busca de extravagantes corderos arácnidos. Y son sus presas, las arañas-lirio, o las arañas-rosa, las bellísimas arañas-lirio, o las bellísimas arañas-rosa, las que les sirven de alimento. Oh qué combate tan espléndido ocurre entonces, sobre la araña-rosa, fragante y voluptuosa corola, sobre la araña-lirio, exquisita flor de los desiertos, se lanzan las mariposas asesinas, y pareciera una lucha de flores enroscadas sobre flores enroscadas, de corolas zigomorfas sobre corolas actinomorfas, de pétalos sobre pétalos, de lirios sobre lirios, de belleza sobre belleza, un combate sangriento de armonías celestiales, de cielos contra cielos, de paraísos contra paraísos, de clavicordios contra clavicordios, de simetrías contra simetrías, de antisimetrías contra logaritmos, de espejos sobre espejos, de irisaciones contra irisaciones. La batalla es una espeluznante flor de los trópicos submarinos, una odalisca vestida de flamenca, que retorciéndose sobre si misma al compás de las guitarras desgarrara el aire tal una gardenia de azules y naranjas, de verdes y amarillos, de violetas y rojos. Combate sangriento lleno de armonías electrizantes, verdugos de coral contra torturados nudibranquios soberbios. Lucha mortal cargada de dionisíacas simetrías, maldita en su acento criminal, pero tan bella como una rosa abierta, pareciera una guerra de modistos parisinos, prestos a vencerse los unos a los otros sin piedad a base de organizar el más fantástico de los desfiles. Finalmente, las arañas muertas y descuartizadas, las alas heridas, todo, se deshace como un hielo fundido, quedando los cadáveres devorados, como flores marchitas. Entonces las hormigas marcianas, arrastradas por el denso olor de la muerte de la belleza, acuden a cientos para consumir los pétalos descuartizados, y es como si una música de chispas de acrilamida violeta consumiera zigzagueantes notas de diapasón tornasolado. Solo queda el silencio póstumo, y la imagen en nuestro cerebro de haber presenciado una voluptuosidad sin límites. Hay quien evita la pelea, hace sonar el chirrido de un arpa y detiene el combate unos instantes, lo prolonga, pues bajo el sonido del chirrido metálico las mariposas se alejan de las extravagantes flores, flotando sobre ellas, para volver al cabo de unos segundos al ataque, si volvemos a introducir en la celeste música el infernal chirrido, volvemos a detener la dantesca escena, y así una y otra vez acentuamos la orgía de manera espantosa, prolongamos el canibalismo, la lucha, el infierno maravilloso, la espléndida ninfomanía de colores y formas, la elegíaca armonía de los cuerpos que se desollan, que se depredan, que se martirizan, que se destruyen. Podemos prolongar durante horas la apoteósica música a base de chirridos de arpa, podemos hacer que un combate dure un siglo, y crear un caleidoscopio de insectos contra flores, un caleidoscopio naranja, amarillo, rosa, perfecto como un damasquinado, como una taracea de orquídeas ligerísimas. Las mariposas flotan sobre la arañas sin decidirse a descuartizarlas, se alejan horrorizadas ante el chirrido del arpa y luego regresan hambrientas sobre sus exquisitas y bellísimas amantes, posesas de un fervor religioso, demoníaco, exorbitante. Y es como una melodía a la que crecieran centellas de negrura, interferencias de plata y plomo, eclipses sobre astros solares.......
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Francisco Antonio Ruiz Caballero. ( este relato es más malo que una caída de espaldas pero tiene buenas imágenes y lo he hecho para matar el tiempo un domingo por la mañana).
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Poeta
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¡UNA BROMA, AL LLEGAR A LA LOMA; PEGÓ UNA MAROMA!!
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Poeta
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El Pianista y el Nazi.
Sobre el vuelo de una mariposa se sostenía la canción de un grillo. Cascabeleaban las campanitas azules con miríadas de libélulas de oro. Cada elitro de libélula estaba teñido de rubíes. El sol daba a las cosas matices anaranjados, las trompetas celestiales anunciaban el fín del mundo, y se veía Plutón desencajándose de su órbita lleno de sueños infernales e hidras policéfalas. Ciento veinte ángeles desnudos se lanzaban al mar. Los hibiscos rosas destilaban para las abejas miel verde. Una araña enorme tejía un vestido de novia para un hada de ojos amarillos. Y en las fuentes el agua que brotaba era de plata y oro. Pero al nazi no le gustaba mi música. Quería algo distinto. Por eso empecé a desenterrar muertos de la gran pirámide. Ocultos bajo el laberinto llevaban anillos de oro en los huesos de los dedos, y grandes collares de lapizlazulis en torno de los esternones. Las momias me miraban con rencor de cardo y ortiga, y me señalaban con sus dedos envueltos en sedas sucias, ¡¡¡maldito¡¡¡ decían, mientras yo les robaba las joyas de rubíes rutilantes que llevaban en el cuello, los cisnes de oro que colgaban de las orejas. Llegué a la cámara del tesoro. Un gran diamante rojo coronaba la máscara faraónica, y lo arranqué con mi cuchillo. Sonaban guitarras de ébano y caoba tocadas por flamencos locos, y se destilaba en las copas de incienso el suficiente material para cuatrocientas semanas santas. Pero el nazi no estaba satisfecho. Y seguía apretando su pistola contra mi sién. Se me saltaban las lágrimas del esfuerzo y por eso puse a bailar a una bailarina coja sobre un alambre de espino. En cada diapasón había una centella verde, y en cada centella verde un universo de azúcar rosa. En el fondo de un lacrimarium se formaba una perla de ámbar, pero la bailarina no paraba de bailar sobre un solo pie, abrí un bote de esencias tropicales, y panteras amarillas se apoderaron de un vaso de alabastro lleno de hielo picado. Lo rodeaban feroces y no era el santo grial, las espanté con una corchea de oro derretido, se volvieron verdes y azules y se transformaron en cisnes de nácar macizo, tenían los ojos violetas, y me introduje en la pupila de una de las aves, había un paraíso de nenúfares naranjas y el nazi me ordenó con un gesto que arrancase todos los nenúfares. Así lo hice, y luego tuve que quemarlos en una enorme pira de furor y soberbia. El charco de la pupila violeta del cisne quedó impoluto y la bailarina seguía bailando mareada y a punto de caerse. Eso era precisamente lo que quería el nazi, que la dejase caer, así que dejé que se partiese una uña del pie, y se precipitó sobre unas copas de cristal hiriéndose en los brazos desnudos. Las copas de cristal al romperse sonaron como una multitud de vencejos negros y el nazi enfurecido me dio un golpe en la cabeza con su pistola de acero. Se presentaron ante mi siete estrellas azules y una luna roja como un rubí frenético, pero yo tenía que seguir tocando, así que los pavos reales desplegaron sus colas, ginebra y maracuyá, ron y crema coco, sus azules y dorados cuellos pedían una navaja barbera, les corté el pescuezo y enseñé el machete ensangrentado al nazi, las gotas de la sangre brillaban de una manera endiablada, y de mi piano surgieron crisoberilas notas de pavor elipsoide, perfecto, dijo el nazi mientras apretaba con aún más violencia su pistola en mi sien y me daba de vez en cuando golpecitos en la cabeza con la misma, yo tenía que elevarme por encima de un cielo lleno de cardos de espinas afiladas, y los transformé en cardos de acero, y luego imanté el acero para que atrajeran las llaves de mi bolsillo, y éstas se sintieron posesas de un terror paranoico, las tuve que transformar en grillos metálicos, en mi cabeza brillaban azules laberintos llenos de arcángeles rubios desnudos, pero el nazi me los espantaba con golpes de violetas aracnoides, violetas bellísimas llenas de tigres azules, era magnífico lo que quería el nazi de mi, la perfección absoluta, por eso estrellé un avión lleno de pasajeros en las inmediaciones de un aeropuerto de Níger y el ruído de la chatarra del avión sonó con un arpegio de émbolos y piraguas, murieron doce niños de siete años y el nazi, admirado, me felicitó con otro golpe en la cabeza. Tenía que seguir arpegiando castillos de cristal transparente y jardines con fuentes de las que surgían granates chorros de agua perfumada. Colibríes, mariposas, murcielaguitos pequeñísimos, y libélulas de color azul. De pronto me dí cuenta, a un golpe del nazi, de que mi perfección era absoluta, y rápidamente puse una gran corchea de mierda apestosa en mi insolente partitura. Y el nazi me perdonó la vida extasiado. …........................ Francisco Antonio Ruiz Caballero.
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Poeta
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Divertimento Lunar.
En los desiertos lunares los blancos heliotropos exhalan un perfume increíble, mezcla de aromas balsámicos y mentolados, y cactus de plata ponen una erizada burla de ceniza a la tranquilidad de las blancogrisaceas laderas mortecinas. Alguien se ha fumado un cigarrillo descomunal y el inmenso cenicero del satélite gira en el espacio como una terrible tortuga marina. Hay un clavicordio que pone un cascabeleo de ritmos cristalinos y metálicos a los diminutos arroyos de nieve de los desiertos sepulcrales. Todo es un inmenso tálamo nupcial o un vestido de bodas recién bordado, o acaso guardado con bolas de naftalina en el armario durante años, o cubierto del polvo de una mansión del ochocientos, decimonónica. La Virgen se pone el vestido y brilla a la luz de una farola de plata, y la seda, nívea y brillante, parece estremecerse al ritmo de alfanjes de acero macizo y címbalos azules. La luna es un gigantesco caparazón de carey, su nácar tiene vetas más blancas que la nieve, es una copa de horchata, una preciosa moneda de plata añeja. Las flores de níquel crecen allí exhalando volutas de sándalo a un cielo negro como la antracita. Los desiertos lunares están llenos de ceniza y nieve, sus cráteres se levantan como magníficas fortalezas ciclópeas, y todo brilla de luz de fluorescente de neón. En su cara oculta, la negada a la visión humana, los selenitas, de ojos azules, y delgados como alambres, tienen torres de lapislázuli y ámbar. Se alimentan del sol, son fotosintéticos, y elaboran una miel agridulce con zumo de heliotropo grís, una especie de horchata densa, que tiene grumos de néctar nacarino y huele a madreselvas frescas. En la cara oculta, inmensas selvas de lianas de ceniza, se esconden panteras blancas, cenizosas y lívidas como el peligro, gélidas como el hielo, y feroces como el polvo de los cianuros. Los selenitas las cazan armados de rayos láseres y las llevan ya muertas a sus torres de ámbar y caramelo, donde hacen de alfombras orientales. No lo vemos porque nosotros solo vemos el desierto lunar, la impresionante tortuga que gira en el espacio constelado de estrellas. Los heliotropos de nieve, flores metálicas y de seda fulgente, tapizan a veces las grutas que arañan los cráteres, y hay cactus de plata cuyas espinas, envenenadas, producen una urticaria espléndida y una malaria con sueño de prismas. Y hay caballos blancos en la luna, para cabalgar por sus inmensos desiertos, caballos con un cuerno de cristal en la frente, unicornios, que relinchan notas de zumo de pomelo y aguamarinas azulísimas. Sus ojos son como los topacios de caramelo o grises como de perlas eléctricas, y tienen las cabelleras y las colas canosas y brillantes. Las panteras cazan inmensos bueyes blancos, a los que devoran en grupo como si de una extraña África se tratase, y la sangre es como la leche de horchata, no es roja. Los selenitas además, son unos espléndidos anfitriones y organizan fiestas y fiestas y bailes y bailes, y se disfrazan de marcianos verdes o de venusianos azules, y tienen una religión basada en la belleza y en la música. Un inmenso terrón de ázucar es el astro, como un grano de arroz sin hervir, pero a veces se pone amarillo, de un amarillo pálido o de un dorado sin dorado, y todo cambia de color, y hasta los caballos lunares se vuelven débilmente amarillos, para que el engaño a la visión humana sea perfecto.
........................................................................................ Francisco Antonio Ruiz Caballero.
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Poeta
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Pelea de Escorpiones.
Zigzag de iridio. Polinomio de cuadratura quebrada. Bisectriz de cardo espinoso, madrépora de filos cortantes, espeluznantes uñas de gato, cubo de hielo sobre la espalda, padrastro en el dedo índice, gota de topacio derretido, ámbar verde, espejo esmerilado hecho añicos, jarrón roto y contenido de jarrón venenoso, pelea de víboras, pulsación dañina sobre arpa, toque de diapasón negro, índigo sobre amarillo, amarillo sobre gota de naranja, naranja sobre negro, negro en la punta del granate, esquirla y lirio, granate sobre violeta, violeta sobre blanco, blanco hasta la provocación de la nieve, nieve sobre naranja, naranja sobre amarillo. Azul y rojo.
Las dos armaduras distorsionan el espacio en émbolos y marcapasos, crece la orquídea de azufre en el costado del cisne, y en el cisne tres arañas se apoderan de una pluma, y las campanas de Londres tienen un sonido de agujas de oro. Efebos claudicantes gimen por un vaso de ginebra, crecen ortigas en los ojos de los caballos, las pupilas muestran fondos de ríos de lava, hay un perfume a pachulí envenenado, y se vierte cianuro en el almíbar, punto de nota de violín rojo. Esperma y tigre. Boca de dragón y digitoxina, Hesciano en busca de una ecuación de magnolias, choque inaudito de cristales, pinzas de cangrejo, opérculos y estomas, pavos reales espléndidos, y en cada pluma un arabesco de poeta, y en cada letra una gota de sangre, y en cada gota un cohombro. Equinodermo y jacinto. Malaquita y crimen. Rosa y letra impagada. Cheque sin fondo y tango. Buitre sobre claveles, claveles en el fondo de un piano, piano en el fondo de un piano, luz circular polarizada, delito y sentencia, vago reposar de círculos de fuego, escupitajo, sombra, semen.
Los dos escorpiones se enfrentan, negras cornamentas tienen amputaciones divinas, lagartos de terribles dientes se pegan lascivas dentelladas, los azahares se ponen negros como el paroxismo, cruza la carretera un niño ciego, hay un olor a neumático quebrado, y las hoces oxidadas resbalan sobre las hoces de plata. Martillo y cenefa. Logaritmo sin amplitud suficiente, radiación gamma y neutrino, choque de berilos verdes, pupila astronáutica, lodo y felpudo, diente de víbora, cáñamo dulce.
Un alacrán convence a un tigre, un tigre convence a un grillo, un grillo convence a una tarjeta de visita, una tarjeta de visita convence a un presidente, un presidente convence a un cisne, un cisne se tuerce el cuello. Y un alacrán gime por la arista afiladísima de un hacha y setecientas palomas negras caben en el ojo de un gallo.
Solidaridad entre tortugas, corolas de mazapán y arsénico, carnét de afiliación a un club de balonmano, carta de ajuste, golpe, bronca, cuervo.
Pelea de escorpiones.
............................................................................... Francisco Antonio Ruiz Caballero.
Pelea de Aliens.
Boca contra boca, dentadura contra dentadura, erizo contra erizo, tigre contra pantera. Fuego que da zarpazos al fuego. Rabia que da dentelladas a la rabia. Logaritmo de espinas, nieve ponzoñosa, uña espeluznante, incisivo y colmillo, garra contra la garra, choque de Altlantes, araña contra la araña, veneno que sobrepasa al venenos, a puñetazo limpio cardenal, a puñetazo limpio hueso quebrado, mordedura en el costado del alacrán, alacrán versus alacrán, bisectriz que corta la bisectriz de frente, espasmo de perfil.
Se muerden los tiburones con saña, y se clavan las espinas feroces de sus bocas, sus dobles dentaduras nunca amables, siempre hambrientas y siempre rabiosas, hay un colapso de agujas de oro dañando los párpados, y las hemorragias desprenden el ácido neutrónico que destroza los jarrones de porcelana. Aullan las sirenas y hierve la sangre y se extraen los corazones de los pechos aún pulsantes y agónicos, y con los dientes se muerde la sanguinolenta viscera, llena de cianuros, contenedor de morbo, infernal caja de Pandora pútrida. Los lagartos se mezclan en una espiral de daño, hay un polinomio de uñas de tigre que busca un hesciano de pánico, hay una integral de cuchillos que busca desollar un hueso, una ecuación de efervescente ferocidad, una suma de diapasones infernales, próximos al negro profundo. Caracolean sobre las partituras de los aceros oxidados las tijeras de dientes, y se deslumbra un pentagrama de pavor en las elipses. Hay conchas submarinas que albergan hormigas de iridio quemado. Hay estalagmitas de nausea y rencor, hay centollas de agujas y esquirlas, hay cizalla macabra. El tigre da una dentellada en el tigre, y el tigre responde al tigre con una dentellada, pelea de víboras frenéticas, luxación, corola, crimen. Maxilas perforan el hueso y la carne, se tuerce el fémur, sale de su articulación la rodilla, un esguince de diamante se pone violeta como un poniente, un tiburón ataca a otro y danzan los cocodrilos sonrientes sobre cuerdas de arpas diabólicas, serruchos y golondrinas, limas y arsénico, escalpelo de cirujano y tenazas, puntillas en las orejas, agujas en el ojo, fuego en el glande, bronca, cisma, cáncer.
Resbalan los repugnantes anfibios salamándricos, y se pegan descomunales bocados, se desliza el ácido molecular desde las clepsidras monstruosas, vomita sangre la boca purulenta, se mueven los arcángeles íncubos con la maldad de los tornasoles víricos. Crepitan los ollas de aceite hirviendo, que se derraman sobre mármoles fríos, helados, gélidos como la luna, y la brea negra cae en la nieve, blanca, amarilla, y topacio. Caen descomunales rocas de sangre congelada, y cortan cuellos de cisnes las navajas barberas, y cortan cuellos de gallos verdes las navajas ruínes, y pavos reales escarlatas pierden su armonía en cisternas.
Es hermosa la belleza del odio, descarrilan trenes, y se cortan tendones gloriosos, y en el cuello la yugular cortada sangra como un rubí fundido. Se devoran las bestias. Carnaval de furia y mordedura, carnaval de espanto y dentellada, azúcar puerca y jazmines, jazmines y ácido neutrónico. Nítrico y bronce. Erizada mandíbula de chancro, golfa penumbra, bestia, acueducto, páramo.
Se enfrentan los pesados lagartos horripilantes, con una ferocidad de espuma de cianuro, incansablemente refractarios, como cuchillas, destructivos, fulgurantes, oscuros, malignos. Dan saltos de delfines sublimes. Delfines que no han visto nunca una rosa. Delfines que no conocen los nenúfares. Delfines que no saben de sonrisas. Delfines que no conocen el llanto del agua. Pavorosos delfines de cicuta. Hechos de daño. Forjados unicamente para la paranoia. Protegen sus huevos y sus larvas. Con un amor de una ternura repugnante. Esquizofrénicos yonquis rabiosos deambulan por cobertizos desollando cadáveres y tocan violines con una soberbia de lirio.
Dan zarpazos las poderosas y lascivas panteras, y se muerden con dentaduras apocalípticas. Y la carne se quema con el soplete oxhídrico. Y bailan las garzas de ácido sobre lagos de absenta cianúrica. Tóxicos y bellísimos los aliens se enfrentan a los aliens, danzan como poseídos de fervor religioso, se estragan, se destruyen, se suicidan, se entorpecen, se castran, se violentan, y se apoyan entre ellos, para que la especie siga procreando. Gusanos crecen los ojos de las estatuas. Mariposas surgen de fondos de plata y de oro, mariposas de fuego que entran en la boca, y queman la lengua y el esófago. Y las ninfas de la leucemia galopan sobre el vaso linfático. Y se extiende la ponzoña como un aceite perfumado de rosas. Rosas de espinas cortan las hermosas yugulares verdes, cuchillas oxidadas luchan contra hoces de oro, se despelleja un dedo y se parte por la mitad una uña, y sonríe el alien enfrentado al alien hasta que lloran las ortigas venenosas.
El Alien se enfrenta al Alien, y una gota de mercurio rojo cae en un vaso de zumo de limones.
Espectro y belleza.
..................................................................... Francisco Antonio Ruiz Caballero.
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Poeta
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Hubo un tiempo en que entre los amigos, solo era ponerse de acuerdo y organizar algo, esa ocasión ese algo fue irnos de caza y pesca, el año de clases había terminado y había una suerte de comezón por hacer algo diferente. Excursionar hacia La Bonita, era una aventura que se presentaba excitante, la existencia en la montaña entre otros de: osos de anteojos, venados, conejos, dantas y muchas truchas en el río El Carmelo, nos hizo soñar colectivamente, sobre muchas escenas hasta entonces únicamente vividas en la lectura de libros, anécdotas de los viejos y en alguna película ambientada en condiciones similares. No teníamos que salir siquiera, para empezar a quemar adrenalina, así que dimos trámite a la salida sin más ni más; embarcarnos fue cosa de un día para el otro; contactamos al otro Milton, pues su familia trabajaba en armería artesanal y era el candidato perfecto para proveernos de alguna que otra arma de caza. Cuando el otro Milton llegó a encontrarse con nosotros al Terminal de buses, traía en un envoltorio de cueros y trapos, una destartalada escopeta que parecía un trabajo manual; Arturo llevaba el machete pequeño de la abuela, el Lucho llevó su guitarra, ¿cómo iba a faltar semejante compañía?, los demás todo el ánimo para compartir ese paseo -cuasi safari-, con cuotas de víveres que al momento de embarcar no llegaron, ni aparecieron, varios salieron con la ropa puesta y la confianza de que los demás llevarían provisiones. Nuestros padres aprobaron y accedieron a este viaje de dos días, el lugar estaba relativamente cerca y no presentaba potencialmente peligros importantes. Salimos a Julio Andrade un pueblito que estaba a 20 minutos de nuestro Tulcán, allí recogeríamos a Patricio que vivía con su madre y por una vía secundaria avanzaríamos a un refugio en la montaña cerca del pequeño poblado de La Bonita. Estábamos completos, el otro Milton y su tremenda arma, Arturo y el machete de la abuela, Bladi que sabía de artes marciales, el Chito que no sabía de artes marciales, el Lucho y su guitarra, Patricio y yo - el Milton-. Esta travesía que ya iniciaba con cambios en las expectativas iniciales, tendría otros olvidos desafortunados, que más tarde ¡vaya que pesarían!, es que tras comer algo en Julio Andrade en casa de Patricio, caminamos largamente hacia La Bonita; varias horas que no las sentimos por la variada y amena charla, por la ansiedad ¡de llegar ya! a la montaña y verificar por nosotros mismos, todo lo que nos habían contado; cantamos también a capela una y tantas otras canciones, que por variadas y emotivas, animaron intensamente nuestra caminata, el objetivo era llegar al refugio antes que obscurezca. Cuando por fin alcanzamos La Bonita, la tarde moría y el cielo amenazaba con obscurecer pronto, de modo que decidimos pasar de largo internándonos en la montaña, sin saludar en el pueblo ni preguntar nada, ¡típica actitud de novatos! Tomamos el camino o trocha a la montaña y continuamos la tarde estaba nubosa y la oscuridad inundó la serranía más pronto de lo que imaginábamos, además el cielo amenazaba con lluvia y si no encontrábamos el refugio había que armar una carpa para protegernos. Los que se creían cazadores expertos e iban adelante no encontraron el refugio, así que tuvimos que armar la carpa con la lluvia mojándonos y dificultando la tarea, escogimos un claro en la ladera de la montaña y nos apuramos en completar nuestra tienda de acampar; así como en recolectar ramas secas y algunos maderos, para avivar una hoguera que nos proteja del frío y de los insectos. Una vez más la inexperiencia hacía presa de nuestras decisiones, la carpa fue armada con una de sus alas hacia la ladera de la montaña, lo cual sin tener una cuneta alrededor de ella, ocasionaría más tarde que toda el agua que escurría de la montaña se acumule en este lado de la carpa. Como si esto fuera poco, los errores logísticos empezaban a notarse con todas sus secuelas, varios no llevaron víveres, pensando que otros llevarían; en Julio Andrade, Patricio olvidó un costal con una olla, papas y otros alimentos que nos había preparado su madre; hubo un encargado de llevar licor, que también se olvidó un garrafón de “puntas” (licor artesanal de caña), en algún lado de su casa, así que tuvimos un paseo -0 alcohol-, aunque no teníamos ningún hábito dependiente a ese consumo. Nos salvó unos atunes que había llevado el otro Milton y una buena ración de pan que mi madre insistió en que lleve, así como una funda de caramelos, de modo que tuvimos pan y atún como nuestro alimento principal y caramelos para acompañar de postre; cigarrillos hubo suficiente al menos para ese primer día y noche. La lluvia cayó moderada, pero continua mojándonos a todos y acompañándonos hasta más allá de la medianoche; su caída sobre los árboles, matorrales y demás vegetación hizo imposible escuchar algún ruido extraño; sólo cuando escampó y nos concentramos en tratar de distinguir los ruidos de la montaña, pudimos escuchar los rugidos de algún oso, bastante distante de donde estábamos; sin embargo aumentó nuestra tensión y la quema de más adrenalina, que a esa hora ya tenía una buena dosis provocada por las historias que uno y otro conocíamos de otros cazadores de verdad. A alguna hora de la mañana me tocó el turno de dormir y la lluvia volvía moderada y continua, mojado, cansado y con mucho sueño, apenas encontré uno de los extremos de la carpa libre, me acomodé a descansar, sin percatarme que se trataba del ala de la carpa que daba a la pendiente de la montaña y que seguramente tenía sobre sí, una buena cantidad de agua, que con el paso del tiempo se convertiría en más peso y más frío, esto sobre una de mis rodillas, consiguió que me ocasionara una suerte de calambre con mucho dolor. Después del susto –pues me desperté quejándome del dolor-, todos festejarían la anécdota, hasta una fotografía tomó el Luís, con todos tocando mi rodilla; pero como cada nueva anécdota, tuvo su corta duración hasta la siguiente historia, así que el ¡Ayayay mi rodillita! se perdió al amanecer. Es que con la luz del nuevo día, los exploradores frustrados del día anterior, descubrirían que habíamos mal acampado a apenas unos 200 metros del refugio, que era una casita de montaña amplia con una chimenea y una cocina de leña. Tampoco era momento para lamentarnos, las escasas provisiones se terminaron con el ilusorio desayuno, entonces había que bajar al pueblo a pedir ayuda, pedir qué comer para ser más exacto. Allí en el pueblo nos esperaba la más curiosa de las anécdotas del viaje: unos niños que jugaban fútbol en la plaza del pueblo cuando nosotros pasamos de largo, nos habían observado pasar, primero con extraña apariencia, luego muy apurados y por nuestra edad seguramente parecíamos estudiantes o algo parecido. A alguno de estos niños se le ocurrió decir que parecíamos de la Misión Geodésica y que tal vez habíamos ido a medir el cuadrante del meridiano; esta ocurrencia horas más tarde había corrido como pólvora por cada casa del pueblito, a la mañana siguiente, todos observaban con curiosidad galopante que apareciéramos, pues además esa mañana habían escuchado varios disparos, lo que seguramente aumentó la incertidumbre de los desconcertados parroquianos, que en algún momento hasta pensaron en salir en nuestra búsqueda. Es que como de cualquier manera había que dejar la montaña y no volveríamos (sin provisiones ni pensarlo), entonces al menos había que acabar con las municiones de aquella singular escopeta de fabricación casera, intentamos cazar algún conejo al menos, que si alguien lo vio, se espantaron con el primer disparo y el resto fue disparar al aire o a la maleza pretendiendo haber visto algún animalito del monte. Frustrados por no haber acertado como exploradores, como cazadores, como organizadores de este safari de hambre; mal dormidos, muertos del hambre, finalmente aparecimos regresando de la montaña. Nuestro arribo al pueblito de La Bonita, se da en un ambiente de simpatía, pues la primera impresión, para aquellos que se habían quedado con la duda de la ocurrencia del niño con mucha fantasía en su charla, fue: “… pero si han sido muy jovencitos para ser de la Misión Geodésica…” Nuestro aspecto de hambrientos y mal dormidos, debió ser también muy notorio, que consiguió generar en los adultos del pueblo un sentimiento de solidaridad. Tras las aclaraciones de rigor, las risas y burlas por nuestras peripecias y novatadas, ¡nos invitaron a comer!, algunas de las familias del poblado, habían organizado una comidita para esos jóvenes que ¿qué mismo serán? Seguramente todos recordaremos esa comida por lo sencilla, caliente y abundante; nos brindaron sopa de pan con queso, papas cocinadas, habas tiernas, mellocos y más queso, ¡ah! y limonada, mucha limonada. El almuerzo fue acompañado de canciones a los acordes de la guitarra del Lucho, que finalmente pudo tocarla, pues con la lluvia de la noche anterior ni pensarlo; fue nuestra manera de retribuir tanta gentileza y generosidad, cantando nuestro mejor repertorio. Bladi y el Chito, para completar nuestras demostraciones de inexpertos, osaron ir a sentarse a la rivera del río que cruzaba por el pueblo, ¡a pescar!, ¿pueden imaginarse eso?, pero sí, convencidos de que podían pescar al menos una trucha, pasaron algún buen arto, lanzando y relanzando los anzuelos, sin conseguir izar siquiera un zapato viejo. Con esta nueva anécdota y desencanto, llegó la voz de prepararse, el camino a desandar hasta Julio Andrade estaba entero y la tarde se mostraba corta, así que agradecidos inmensamente de La Bonita, ese pueblito acogedor, generoso, de gentes amabilísimas, salimos con renovadas fuerzas de vuelta a casa. Esta vez las canciones sonaban más claras, los cigarrillos se habían acabado en la larga noche anterior y ya nadie hacía pausas para fumar; los regresos siempre son más rápidos y a pesar de que fue la misma distancia que recorrimos a pie, alcanzamos pronto Julio Andrade, cuando la noche caía ya. Preferimos no molestar más en casa de Patricio y buscamos el primer bus que nos lleve de regreso a Tulcán; Patricio se quedó con su madre y nosotros buscamos urgente un asiento, para descansar de la caminata, del viaje, de tantas peripecias; ya vendrían nuevas incursiones, tal vez las hagamos en minga y soñemos otra vez colectivamente o simplemente las enfrentemos solos como Quijote a sus molinos de viento. En la vera del camino donde nos embarcamos quedaba olvidado el machete pequeño de la abuela de Arturo, especial porque era corto y tenía un mango tallado en bajo relieve, clavado en el suelo, protagonista de la última anécdota de este viaje, que seguramente le trajo un nuevo dueño y hogar y seguramente también nuevas anécdotas…
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Poeta
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