La noche llegaba suavemente todos los días, acariciando el sillón y el cristal pintado en la ventana, en la paciencia de una flor congelada bajo la puerta; afuera, el viento agitaba el polvo arenoso y hacía ruidos con las ramas, y alambres por los techos esa primavera de vivo verde.
Él bebía su libertad tras una mirada trágica y serena, que parece movida por hilos que alguna divinidad invisible, y tal vez insensible, se entretiene en situar en la más incom- prensible realidad con su acerbo amargor, y melodía baladí. El visitante hace un gesto con el brazo extendido, y la mano péndula, reteniendo la impaciencia de colores, y sonidos del dueño del sueño, de cama y cobija en tanto dice: El final es lento y progresivamente sorprendente, y las imágenes tenues de nítidos recuerdos, emotivos ciertamente, difíciles de entender en el polvo infalible acumulado por los años, donde se desgranan los crepúsculos bajo la frente espaciosa, entre los labios rígidos de las palabras yertas.
Se había cansado, y lo había abandonado, eso era todo. Aparentemente alrededor de cuarenta años, a lo largo de arbustos sintéticos, y en el sigilo del astrobus molecular helicoidal, de alta velocidad, cercana a los diez años luz por hora terrestre.
Deseando a veces jardines cubiertos de plateadas fantasías de rosales dorados entre las brumas brillantes, y vivir en el agua de los proyectos logrados, fabricando acrílicas burbujas de armonía.
Y pensaba en aquéllos años, que no son dueños de sus cuerpos ni siquiera un porcentaje razonable de su mente, mientras que de amplias libertades gozo yo, en el silencio profundo se escuchaba. ¡Sí, claro, y frecuente!. Al dejar atrás las obstrucciones de la razón lógica y donde la meta verdadera es carecer de ella.
Dejar libre la mente creativa en manos de la fantasía, y confiar en que seguirá su propia naturaleza en la vertiente expresiva. Como la cigüeña que toma un campanario, llevando un cirio en el pico, con el mar en sus alas, y las nieves cálidas en las alturas, escribiendo sobre los cielos con las estrellas submarinas.
Así continuaba el monólogo deslizándose por los breves espacios neosinápticos, y se codificaba sin rozarse cualitativamente con el juicio autocrítico, y de no intervenir los procesos en la cercanía, donde sus rasgos propiciarían una asociación distorsionada, o un comentario artificial aleatorio.
En el espejo, él observó su asombro. A veces herramienta indispensable para reducir el estrés mediante una respuesta emocional como la risa de expectativas, relaciones y todo aquéllo que puede hacernos sentir en parte satisfechos y comprometidos. Tal vez con la capacidad de motivarse y guiarse uno mismo. En los ambientes donde la violencia asusta y la tecnología aísla.
En éste episodio toda la realidad estaba a la defensiva, inclinó un poco la imaginación bajo un rostro ligeramente arrugado, y vistió su lenguaje para disipar ese temor con palabras.
Así, con el aliento suspendido, y con un prolongado latido intrigante, encontró el cadáver de su propio ser en la octava dimensión, en la mente sintetizadora que permite elegir piezas desconectadas de información, darle sentido a las nuevas capacidades, como en los cerebros cuánticos en la indeterminación de los fenómenos de propagación de la luz espiritual de la historia digerida, tan demasiado bien que al alma pule.
Nadie lo esperaba. Desde la escotilla impermeable lo vi subir por el agreste camino del anómalo montículo, por el astro, en tanto en su órbita corría la vivísima luz entre un torrente, y él dobló sus rodillas en la región interestelar extraña. Donde la selección natural ha conspirado contra un vínculo instantáneo entre el bioplasma cibernético y los ácidos nucléicos modificados. Como las enredaderas trepan la melancolía metálicas.
A medida que las naves eran sacadas del agua, al pie de las montañas helicoidales del neoformado Saturno que ya veían el sol, se iba atenuando la mala impresión en la quinta pantalla plegable, sin duda debida al campo holográfico interferido. Como la frescura penetrante de un vaho fosforescente. Cuando llegó a su refugio lo único que traía, además de la ropa del plástico magnético de tercera generación que tenía puesta y algunos microchips encapsulados, era un pequeño cofre de antimateria color violeta, de valor incalculable, pues era lo único que conservaba de una edad más dichosa... A través de la transparente secuencia de los siglos se creaban ciudades, rumores, civilizaciones, historias y seguramente burbujas de tiempo escogido.
Nadie tenía claro que, al filo del milenio los antropomorfos heterogéneos difícilmente salían sin defectos de la hibernación haciendo todo tipo de rarezas. Alejándose un tanto del entorno ancestral. Él entonces solo tenía veintiseis años reprogramables en espiral, y ahora contaba treinta y dos, cuando ya podía darse cuenta que estaba atrapado en una fisura del espacio-tiempo... Como una pequeña y fugitiva pincelada consoladora a medias. Ninguno, cuando llegó, lo miró como un objeto extraño, y nada se había movido, ni los planetoides habían crecido porque el clima primordial subsistía en el Caos parcial, dando a luz creaciones y destrucciones microscópicas. Como una inocente gracia que se agita... Y donde el tronco creativo anega su primera aurora. Le costó mucho decidirse, pero por fin dejó de interrogarse a solas. Mientras esto sucedía recordaba las cataratas de la tierra abandonada, y miraba las formas confusas del ambiente que le rodeaba destacándose apenas una breve brillantez titilante, como una flama transductora electrostática.
Sus movimientos eran lentos pues los miembros se veían rígidos, y extraños, y el cuerpo flotaba ligeramente en los lugares menos indicados e inesperados. Nadie estaba desconcertado dejando una huella completa de la duda esparcida en el aire, como una eclosión de vida de un instante vacilante y ciega esperanza. Después de analizar el problema de la restauración durante años estáticos, y verdaderamente catastróficos, como el llanto mudo que resbala sobre una faz doliente. ¡Cómo un mundo desintegrado que se esquiva a solas con sus ojos de piedra turbados!. Nadie se desmoronaba después de seleccionar la última propuesta de su inexistencia, que era tanto como perpetuarse en el Caos, por lo que abordaron entonces la nave desintegradora, de pesadillas espaciales, para cambiar los planes hechos en ese espacio-tiempo, en esa fisura, subyugando la voluntad indefensa. __ ¡Imposible llenar una cesta de hambre y colgar el apetito de la historia en una mandarina!. __
Las marionetas en este ciberespacio neoformado no tenemos procedimientos, ni remotamente analógicos, estamos servilmente enredados, atrapados en los más mínimos hilos de los pseudosociales vínculos patogénicos. Tan virtual como fugaz es el torpe sensualismo, la escoria temeraria e incendiaria en los cálidos torrentes, que tiemblan. Bien podría tratarse de un burocrático retroceso, inalcanzable, por la presión, y el espanto.
Y nadie y ninguno se refugiaron en la nada. La nada en su esplendor creador que espera solo.
Se desató en mi mente esa pesadilla loca de amar nuevamente, sintiéndome joven otra vez, me puse la chaqueta y salí en busca del amor y la aventura. Recuerdo que caminaba sin saber a dónde ir, cuando de pronto sentí tu aliento fresco como la menta a la altura de mi cuello, fue tan intenso el olor a ti que casi pierdo el conocimiento, tus bellos ojos color miel, risueños me miraban; atrapando en el recuerdo de tu aroma y de tus ojos, sentí una vez más tu brazo tomándome por la cintura, me detuve allí, a mitad de la calle; y te vi tan sonriente y feliz a mi lado que me olvidé del mundo, de todo cuanto me rodeaba. A que no adivinas lo que pasó!!! Me puse a charlar contigo y me dejé llevar por ese inmenso mar lleno de emociones cuando estuvimos juntos. Sin darme cuenta yo, me había sentado en el asfalto creyendo que estaba contigo en el parque aquel al cual solíamos ir juntos. Todo era una alfombra verde llena de flores y tú, tú riendo como siempre con esa risa loca que me embriagaba de amor y de ternura… tomé tu manos y besé tu boca, como antes; como cuando juntos mirábamos el resplandor de la luna y decíamos que ella estaba condenada a alumbrar nuestro gran amor y a sentir envidia de este sentimiento tan puro que nos unía a los dos. Escuché el ulular de sirenas y pensé que ellas provenían del mar, de la voz de aquellas encantadas criaturas que cantaban para nosotros. Tú me decías que yo era un loco y que mejor me callara para poder escuchar bien, yo no quería callarme y terco como siempre te repetía cada vez más alto que te amaba… pero tú con esos labios tan dulces sellabas mi boca entregándome tu corazón en cada beso. Las luciérnagas se hicieron presentes, y también los grillos. Las luciérnagas eran gigantescas y alumbraban todo el jardín en el cual tú te hallabas sentada, a ratos tu risa desaparecía para luego volver a aparecer y con más fuerza, tanto que ya herían mis oídos; y esos grillos, no guardaban la armonía de otros tiempos, sus gritos eran desafinados y cada vez sonaban con más desorden, también, cada vez más intensos. Entonces a mitad de mi alegría empecé a preocuparme… fue en aquel momento que cuando quise tocar tus manos con las mías, las sentí frías, ásperas… ¿qué había pasado con la suavidad de tus manos? Si hacía apenas unos minutos… y quise besarte, y me fui de bruces sobre el pavimento… -¿Se encuentra bien señor? (alguien me tenía cogido del brazo y me levantaba). Yo estaba como en trance y con la mirada perdida te busqué por todos lados, inclusive, hasta pregunté por ti. Fue entonces cuando me di cuenta que a mi alrededor había gente murmurando, una ambulancia estacionada y los faros de los carros alumbrándome. -¡Si estoy bien, no se preocupe. Gracias! Solté mi brazo y me fui a sentar a una banca del parque, saqué mi licorera de bolsillo, un paquete de cigarrillos y me senté a recordar, sorbo a sorbo y haciendo rosquillas de humo, esa locura de amor.
Hace un par de meses, podría decir que a comienzos del otoño, comencé a participar de las tertulias, por llamar de alguna forma, a las reuniones de borrachos, mal entretenidos y habitués de "El Piringundín", un bar a un par de cuadras de mi casa. Había pasado ciento de veces por esa esquina y nunca lo había registrado. Tal vez el olor a café que me golpeó como un antojo, me invitó a entrar, sumado a la calidez del lugar, de esos que quedan pocos, con sillas y mesas de madera y un mostrador de estaño, separando a una estantería colmada de botellas y telas de araña, quizás porque sus clientes me resultaron familiares, no por conocidos, sino porque me sentí del mismo palo y a gusto, el hecho es que, desde entonces, cada vez con más frecuencia, esta visita se volvió imperativa. La diferencia con aquellos cafés de mi juventud es que ya no participan jóvenes, sino jovatos, y que el disparador de los temas de conversación, es un televisor de treinta pulgadas bajo el control del patrón del boliche. Por lo demás los personajes son los mismos. Aveces, solo aveces, la charla se anarquiza cuando entra a tallar la nostalgia; ahí se pudre todo, en futboll, política y tango, en lo único que coincidimos es que todo tiempo pasado fue mejor. Pero en realidad, todo este prologo, no tiene otra razón ´que contar el tema que surgió ayer, a partir de la cobertura periódistica televísiva del crimen de Angeles. Todos coincidímos en no recordar ningún hecho que haya tenido la permanencia mediatica de este, es como si en nuestro país y en el mundo no hubiera sucedido nada digno de de difusión a una semana de producido. De pronto todos tenemos hipótesis y certezas, culpables e inocentes, móviles y hechos, sin ninguna prueba ni conocimiento del caso, más allá de la existencia del cádaver de la joven asesinada. .- Para mí, la mató la familia, vieron la cara de padrastro y la madre ?...-El portero no tiene nada que ver, al tipo lo apretaron y como es un pobre tipo, se asustó y se declaró culpable...- No, no se declaró culpable, responsable dijo... - A la piba la mató un sicópata, la quiso violar y como no se le paró se puso loco...-Puede ser, pero para mi el portero es cómplice, porque eso no lo hizo un solo tipo...Yo creo que lo primero que hay que tener el perfil del asesino y después compararlo con la personalidad de los sopechosos...Estas opiniones y todas las que vos tenés y escuchaste durante estos días se tiraron a la marchanta, hasta que desde una mesa, una voz cascada y grave dijo. Yo de esto no entiendo nada, pero les voy a contar una historia de un crimen que se cometió hace muchos años cerca de Puente Alsina... Era la voz de Don Anselmo, un viejo, hombre de pocas palabras, pero sentencioso, quien continuó diciendo. - Fue por lo años veinte, cuando el honor de los hombres se defendía con el cuchillo, las historias se volcaban en los tangos y se volvían leyendas, por esos años había dos mozos que tenían fama bien ganada de valientes. De pinta maleva y andar compadrón. Eran de la estirpe del tigre Millán, derechos sin dobleces, fieles a los códigos del viejo arrabal...Siempre juntos como hermanos, donde había una injusticia, ahì estaban los dos pa´remediarla, cuchillo en mano, espalda contra espalda, enfrentando a un malón a poncho y fierro. Juancho y el Moncho, los mentaos, tenían sus altares en Alsina...Y asegún cuentan, un día, el Moncho aparece muerto, sobre un gran charco de sangre en el piso de su rancho, por una herida mortal que le dieron en la espalda. El barrio conmocionado no tenía la respuesta, y ante el asombro de todos, el Juancho que se presenta, tira la daga en la mesa y dice al juez de sentencias.- Vengo a pagar una muerte, diga nomás cuanto cuesta... Fue declarado culpable, sin enjuiciarlo siquiera; le dieron cuarenta años y dos meses, de condena. Nadie lo creyó culpable, conocían de sobra la amistad que lo unía, de las veces que se habían jugado la vida el uno por el otro. Y matarlo por la espalda...ni siquiera a un enemigo... Pero era común en esos tiempos, de coraje y lealtad, en que la vida valía menos que la palabra, que un hombre se hiciera cargo. Así se decía," hacerse cargo", de una ofensa, de una deuda o de una muerte. Por eso nadie preguntaba nada, si el hombre lo decía, sus motivos tendría...Y cuando fue a la cárcel, no lloraron, se sacaron el sombrero reverentes y pidieron por él, pero en un rezo. El tiempo fue pasando como el tiempo, hasta que un día, alguien trajo la noticia de su muerte, los hombres se pusieron el pañuelo negro y todo el arrabal guardó silencio. Fue entonces que les hice aquellos versos que quedaron plasmados en un tango. Muchos años después, ya ni recuerdo, recibí unos pasajes y una carta. Era de Borges, decía estar a un paso de la muerte y me pedía que fuera a visitarlo; que quería contarme algunas cosas para irse en paz, no mucho más que eso y no viene al caso, El hecho es que partí para Bruselas. Cuando llegué estaba agonizando, me acerqué a su lecho y el me dijo.- Gracias amigo, me queda poco tiempo, le voy a contar mi ultimo cuento. La historia comienza cuando escuché sus versos, que humildemente, creo que son muy malos. El caso es que ellos me impulsaron a ir al escenario de los hechos y después de un tiempo de hablar con los testigos, estando una noche en La Blanqueda, saboreando un guindado uruguayo, una vieja pordiosera se me acerca y me pide que le invite con un trago. Comenzamos a hablar y yo le cuento, el motivo que me trajo hacia esos pagos. Cuando nombro a los hombres por su nombre, una cruel carcajada sale de su boca y luego las palabras...Que maldigo haber escuchado. .- El Juancho y El Moncho... yo le voy a decir la verdad sobre esos "guapos". Yo fui la única mujer que tuvo el Moncho, nadie supo jamás de mi existencia. Una noche me mandé pa´su rancho sin avisarle y lo encuentro culiando, el Juancho boca abajo y el Moncho arriba. Ninguno de los dos notaron mi presencia, sobre la mesa estaban sus cuchillos, fue uno de ellos que empuñó mi mano, y que la furia le enterró sin asco...Brotó la sangre, le saqué la daga y me fui para siempre de aquel barrio. .- No se bien como fue, se agudizó mi vista, sobre el opaco mostrador de estaño brillaba el frìo convite del acero, que en un segundo de odio y de venganza, envainó su destino en ese cuerpo. Cayó la vieja, resbaló el silencio, pagué las copas y salí a la noche. Un aullido de perros acompañó mis pasos que tomaron el camino del regreso..." La vida de un hombre, debe valer menos que su vergüenza". Cerrè sus ojos y me marchè en silencio.
Hace un par de meses, podría decir que a comienzos del otoño, comencé a participar de las tertulias, por llamar de alguna forma, a las reuniones de borrachos, mal entretenidos y habitué de "El Piringundín", un bar a un par de cuadras de mi casa. Había pasado ciento de veces por esa esquina y nunca lo había registrado. Tal vez el olor a café que me golpeó como un antojo me invitó a entrar, sumado a la calidez del lugar, de esos que quedan pocos, con sillas y mesas de madera y un mostrador de estaño, separando a una estantería colmada de botellas y telas de araña, quizás porque sus clientes me resultaron familiares, no por conocerlos sino porque me sentí del mismo palo y a gusto, el hecho es que, como te cuento, desde entonces, cada vez con más frecuencia, esta visita se volvió imperativa. La diferencia con aquellos cafés de mi juventud es que ya no participan jóvenes, sino jovatos, y que el disparador de los temas de conversación es un televisor de treinta pulgadas bajo el control del patrón del boliche. Por lo demás los personajes son los mismos. Aveces, solo aveces, la charla se anarquiza cuando entra a tallar la nostalgia; ahí si se pudre todo, de futboll, política y tango, en lo único que estamos de acuerdo, es que todo tiempo pasado fue mejor. Pero en realidad, todo este prologo, no tiene otra motivo, que contar sobre el tema que surgió ayer, a partir de la cobertura periódística televísiva del crimen de Angeles. Todos coincidímos en no recordar ningún hecho que haya tenido la permanencia mediática de este, es como si en nuestro país y en el mundo no hubiera sucedido nada digno de de difusión a una semana de producido. De pronto todos tenemos hipótesis y certezas, culpables e inocentes, móviles y hechos, sin ninguna prueba ni conocimiento del caso, más allá de la existencia del cadáver de la joven asesinada. .- Para mí, la mató la familia, vieron la cara de padrastro y la madre ?...-El portero no tiene nada que ver, al tipo lo apretaron y como es un pobre tipo, se asustó y se declaró culpable.....- No, no se declaró culpable, responsable dijo... - A la piba la mató un sicópata, como la quiso violar y no se le paró se puso loco...-Puede ser, pero para mi el portero es cómplice, porque eso no lo hizo un solo tipo...Yo creo que lo primero que hay que tener el perfil del asesino y después compararlo con la personalidad de los sospechosos...Estas opiniones y todas las que vos tenés y escuchaste durante estos días se tiraron a la marchanta, hasta que desde una mesa, una voz cascada y baja dijo. .-Yo de esto no entiendo nada, pero les voy a contar una historia de un crimen que se cometió hace muchos años cerca de Puente Alsina... Era la voz de Don Anselmo, un viejo, hombre de pocas palabras pero con fama de sabias, quien continuó diciendo. - Fue por lo años veinte, cuando el honor de los hombres se defendía con el cuchillo, las historias se volcaban en los tangos y se volvían leyendas, por esos años había dos mozos que tenían fama, bien ganada, de valientes. De pinta maleva y andar compadrón, de la noble estirpe del tigre Millán, derechos sin dobleces, fieles a los códigos del viejo arrabal...Siempre juntos como hermanos, donde había una injusticia, ahí estaban los dos para pa´remediarla, cuchillo en mano, espalda contra espalda, se jugaban la vida en la parada. Juancho y el Moncho, los mentaos, tenían sus altares en Alsina...Y asegún cuentan, un día, el Moncho aparece muerto, sobre un gran charco de sangre en el piso de su rancho, con una herida mortal que le dieron en la espalda. El barrio conmocionado no tenía la respuesta, y ante el asombro de todos, el Juancho que se presenta, tira la daga en la mesa y le dice al juez de turno.- Vengo a pagar una muerte, diga nomás la sentencia... Fue declarado culpable, sin enjuiciarlo siquiera; le dieron cuarenta años y dos meses, de condena.
El suelo es hondo y húmedo, tendrá que alimentarme y vestirme, aunque por ahora no sé si es de noche o de mañana, ni si soy un sueño de un futuro inexistente, insisto, e insisto en la orilla de la sequía que corta el agua en el cautiverio de la vida, con empeño admirable, y más duro de esta cáscara, abrigo sin tregua, en una metamorfosis continua que recupera mis caras anteriores, ignoradas en la corrupción confusa de los lugares dónde caduca. Es como la voz del paisaje subterráneo donde la vida y la muerte se hermanan, dónde se adelgazan los trinos a contraluz de una fuerza comprimida.
El cosmos aparece como un inmenso árbol, infinito, entre los promontorios de luz y sombras fusionadas, como el... divino ideograma vertical que crece y decrece de la raíz a la hoja inagotable...¡Vida qué se regenera al infinito!.
Siento, de eso estoy seguro, pienso, creo ser el receptáculo de la ignorancia fértil, alguna vez, astro, pájaro, serpiente arcaica, sin tener la pretensión de agotar todo el acto esencial de la renovación del universo en su actualización creativa, yo, ¡Sí, yo!. Un simple germen en el corazón de una semilla.
Me lo han dicho unos acuáticos recuerdos abrigados por el viento. Pues he perdido la memoria de mis muertes dónde ardientes bajaron los otoños en los cómplices inviernos, viajeros agitados por los siglos. Y ahí por dónde el desierto abrasador espera la frescura de la soledad obscura.
El hecho que ahora lo cuente (de alguna forma es confesión), me lacera, me deforma la insignificancia en el curso privilegiado de intuir tantas mutaciones y estragos dónde anida la última realidad... Aunque estando ausente haya buscado callado la intimidad de las ilusiones presentes, el pecho virginal del decoro honroso de la humanidad preocupada de sí misma...Pero el suelo aquí es árido, cemento, metal, granito, ambiciones injustas, desmedidas muecas de los huecos abundantes, nada puede germinar ni cultivarse, la misma sangre enramada tiene el corazón de plomo y mete toda consciencia en un molino que taladra el cielo.
Es el misterio que evidencia mi más absoluta ignorancia, el insigne fracaso ignoto. Es... Es... La misma síntesis del misterio agrario y funerario de Odín. Es... El espacio-tiempo dónde nos reunimos vivos y difuntos. Extremos dónde la hierogamia se verifica, en el gesto primordial. ¡En el acto genésico ilimitado!. El suelo aún ahora, conserva el color de un sol forastero dónde fluyen bifurcándose corredores más angostos, y sin duda escribe al margen más páginas que fueron rotas, acribilladas, acuchilladas, y ocultadas en la red de las serpientes horrorizadas en los extravagantes edificios del engaño, en todo ese vacuo majo con la fruslería de los micrófonos, por encamisar pasmadas a las calles, desvaído el colapso atribulado. Las campanas lo confirman, los féretros los resguardan, y el olvido está en las cosechas del desconsuelo desnudo, en el claro testimonio del fracaso. ¿Qué hacer, cómo, cuándo?.
Lo confiesa el aire, el fuego, el agua, y ahora este suelo no aligera el paso, ni en el camino más peregrino de las pupilas perdidas, ni en los fúlgidos reflejos sin atavío en la pulpa hechida de las pesadillas de dulces venenos que beben la brisa de sombras como un licor suave. ¿Qué hacer, cómo, cuándo?. Repiten los cristales fugitivos, la túnica sin fe ni flores despiadadas, plásticos vasallajes vehementes con la frescura inmóvil dirigiendo el vuelo del nido en ruinas, y repiten y repiten. Las mismas preguntas hasta el cansancio. Siento, pienso, creo hacerlo, aunque lo dude... Y me digo... Imposible saberlo a partir de un sólo grano, y mucho menos si andamos perdidos por el mundo, más qué anónimos, y mucho menos ignorando los altos designios qué deben ser cumplidos por alguien, y haciendo mofa de los árboles abundando en analogías inservibles, y en escrúpulos versátiles intactos.
Mi propósito no ha sido contarles todo lo qué después será ignorado, olvidado, cercado en una fracción del campo, cómo el árbol qué a destiempo debió considerarse feliz. ¡Porqué no es cierto!. Aunque hay cuentos que no son prisiones obscuras al entendimiento, que tienen su verdad de porcelana que invade la ilusión más verosímil. ¡Vaya si no!. En todas partes se sabe qué ninguna semilla fructifica sin el suelo idóneo. Mucho menos, yo. ¡Yo qué aún no he sido!.
PLANTANDO RECOVECOS Caminé, me dices, como el rechazo que acepta el desórden establecido con los bolsillos en las manos de pié al cielo viendo las nubes duras, despacio cayendo entre las hojas del otoño gris gota a gota, camine y camine como cascarria. Porqué camino vamos, no lo sé, dices qué dije, caminando de manos, de menos, manando, porqué suelo a veces decirlo, y tienes razón al pensarlo callado entre las palabras inútiles de una mirada de miles. Es verdad, las casas salen de noche por las ventanas girando bruscamente al mar asombrado cabalgando las íntimas cobardías del espejo en las olas saludando a la puerta por dónde regresan las paredes, y los techos entrando de día a los hogares hechos islas, elegía de pañuelos, epopeya de lágrimas y estatuas en el aposento inundado de ausencias con el veneno del engaño furioso que sepulta la eternidad en una chispa de espeso insomnio. Planta de platos dolientes, éxtasis de horrores plagados, son las mesas vacías pasando años fragmentados por las lúgubres campanadas y las trémulas acacias... Camine le dices al camino paralítico sin orillas ni diminutos puertos escondidos en los segundos interminables... Tal vez eso sea lo mejor en las cifras impares de los premiados caimanes, gusanos con áureo estilo, camine y camine, del fugaz pasado al rústico futuro del comino y la pimienta violeta cultivados a los lados. ¡Recovecos!. Vaya pues si no, son. Esas cosas marcaron las suelas de las sandalias de los suelos desgastadas, como suelen quedar las marcas por el tiempo. Creo, no obstante, oler un dolor más profundo que derrumba cualquier nidal y acrisola del don de nadie al embeleso avieso. ¡Sí, eso es!. Dices que así lo crees, a pesar del dorso incrédulo de sus arenas lloviendo nubes. Muchas cosas se presentaron antes como las que escapan a la memoria, jinete sombrío. Mentor de trápala, con toda su emperifollada vileza que multiplica la ignominia con el grandilocuente polvo del olvido y la impotencia. ¡Vaya afanes ciegos que espían el eco, y más por el esaborío solemne!. Puedo estar equivocado, (a lo cual también tengo derecho), pero... Desgraciadamente me sobran motivos que no sólo he imaginado, y deploro no vestirlos con el secreto prisionero de las plegarias y los perdones. Dices que digo que plantes, con un silencio desplante en el suelo frigorífico al que suelo aludir como espumoso espejismo. Bueno, te diré. Como en este cuento creo que ya lo he dicho, me dices, que así es. Aunque tales metamorfosis con frecuencia agotan el caudal de significados en la mente estrecha de un ladrillo, como un ladrido, como un ladrón que temiendo amurallarse estalla en el tapete destejido, haciendo lo imposible para descubrir el fondo como si se tratara de un tesoro. En este caso no hay tal. Las cosas de este caminar (plantando sin hacer desplantes vanos ), pulen los evidentes recovecos de las cajas hipnóticas por el delirante anhelo de las últimas miradas. Es el caminar de los caminos, de lo cominos, y pimientas cultivados a los lados, de los caimanes que son cuestiones arbitrarias y causalmente planeadas por el absurdo organizado, como se ve en las pesadillas que se recuerdan en el ambiente invariable desplazado por las escaleras. Pobres y desempleadas, sólo huecos esperanzados.
No embargante, llegado a este punto, debo terminar, me dices, con razón qué te dijeron, las espinas prudentes que hablan desde las plantas que están en las sandalias honestas sin la palidez estupefacta ni la traza extraña del encanto con la placidez sonriente de la indolencia, y te doy la razón, me dices, que ya lo he hecho sin darme cuenta, ahora que ya lo he contado. Aunque solo pueda decir que. ¡Nada puedo hacer con las huellas borradas en la desnudez intacta de la indiferencia! y sólo sean incipientes intentos de plantar viejos recovecos en el epílogo agrio solitario.
La infancia recorría las calles vestida en sus asfálticas antorchas con el vientre azul dejando huellas purpúreas sobre la alfombra de granito deslizándose por el lago en sangre, esclavo de los bosques sigilosos, y enredados en las lianas del hombre-mono contando la historia de las ovejas.
A las mismas abejas que lucían sus espadas de miel cazando la cera ascética con el desdén hecho un baluarte de suculentas viandas a nombre de los ausentes, soplos helados de las suaves ironías. ¡No lo creerías!. Sí, sí, de seguro ni lo imaginas. Nadie en todo el cosmos conocido tenía la menor idea de la fantasmagórica importancia de su obra y, sólo cuando el tiempo agrietado en una embriaguez encontró la evidencia que lo impuso, le dedicaron una fabulosa caverna. Sangre en la mirada, tirano y burlón, eco que más nadie desea escuchar, febril amenaza para cualquiera en la nueva edad de la vehemencia.
En síntesis, enfermo indecible después de lo pasado, carne campanosa hermana de las tumbas, ceniza de las canteras mientras calla el pozo su sed fiel al rebaño.
A lo lejos, el calor caduco nacía en las orugas, enredadas en el cielo que sepultaba los espejos en la cara de los pétalos secos del cáñamo de penas dónde sólo vive la tristeza, y el amor divino se compra con tarjetas en el alma, de las águilas altivas, de los días que ya no hablan, del nido que fabrica montañas bajo las rosas petrificadas, y vende las cadenas con el tono de esperanza en el subsuelo...
Nubes, nubes. claras transparencias! Eufemismo sin tapujo, desperdigamiento engrescado, con todo lo cetrino taciturno, y la poltronería premiada en la zafiedad acumulada en el engolillado letargo pomposo y embetunado. Esto pasaba. Cuando escuchó el canto rojo, y blando del elefente, que solo acentuó su certeza, hasta que el canto se trocó en una sinfonía ahogada y gelatinosa que lo convenció de que no era algo fruto de una pesadilla, sino un monstruo más que real.
No obstante, nadie supo como, aunque hoy que te lo cuento ya son miles de millones que lo sospechan irremediablemente, y pese a que se tomaron todas las medidas de seguridad, voló como un espectral gusano, y se estremeció al sentir que nacía en su interior un sentimiento blindado de infraculpabilidad semiperdonada, sobre todo, considerando el más mínimo ultramomento apenas imaginado en el desenfreno y la desvergüenza, vergelero de la arrogancia con el escarabajear pulcro, inopinado en la inmundicia pavoneándose de inmune... Pues confiaba que no sería cierto el reproche directo al pedir comida con el alboroto respectivo al cuidado finísimo de los barrotes en la manada satisfecha haciendo un ademán triunfal.
Hoy esponja el aire acribillado, los buches de pichones en el pañuelo, y llegan de puntitas los recuerdos hechos lágrimas del polvo, en las palabras al claro desengaño con la aurora de la noche y sus pesatañas. ¡Creo que lo creerás... algún día en las cumbres marmóreas del bullicio de la congoja!. En caso contario... Para que seguir contándolo. En otra ocasión será, en otras calles, en otras infancias que vistan con asfalto las ovejas de improviso sin aliento.
Cuando estuvimos muy cerca, agitados los pájaros marcaban una tibia humedad en el lago con su vuelo inexpresivo en la transparencia de las medusas. Se puede hallar la palabra fervorosa y pura al desbordar el polvo abatido en la funesta tiranía del tiempo, de tal forma que al mismo pensamiento espanta, entre la quietud y la soledad, al cerrar los ojos deslumbrantes.
Pero el tiempo pasa tan de prisa, tan radiante, tan consolador... Como el pasado en el futuro tropezando. Cierto, cierto a veces como una jícara sepia de albear, casi farruco del jironado, por la vida con cañadas y... Desazón por la estrictez de desfiladeros. En este momento no se ve, porque ya obscurece más temprano. En el gran sol es casi de noche.
Créeme. Para subir y luego ocultarse ha perdido la gracia. A todos nos llegará. No debemos, no debemos de ninguna forma impedir las cosas, ésas que al cabo de veinte años no tienen un minuto de sosiego. Como el charco que calumnia del ridículo al engaño, y las naves de quimeras por el viento, marchan los designios fatales del destino donde reposa la brisa entre cumbres lejanas. ¡Sí, cierto!. A veces es como dices que digo, con el pecho que al sueño alcanza, lo que a la sombra imanta en la convalecencia de jazmines entre consciencia y clemencia, un tanto próvido y otro tanto rumbático. Tú lo sabes, así soy, dices, en lo mismo que recíproco expreso, de la mariposa que volar anhela más allá del óbice al obcecarse con mesura anodina. ¿Encharcamiento?. ¡Claro!... Como la restitución vierte el despiste animalado, y una vez más, como un milagro, se repite día con día. Y ante la imposibilidad siempre pide consejo. Tiene la vaga sospecha, de los pies a la cabeza en los plegables suspiros, en la claridad prestada y quieta, lleno de hosquedad el paisaje con su fosfóreo resplandor, redondo verde, largo azul en un instante sólo, dónde la afinidad es posible, como así fue aquella tarde pragmática de flauta y tamboril al acercarse a la laguna.
Bien lo sabes, como dices que digo. A pesar de todo pasan los años, hablando de lo mismo con su microscópica mayoría en la desnudez poco más o menos ridícula, en el ultraje y el exabrupto. Pues bien, como esa vez fue, el raudal espumoso se derrumbó como la encina ruda, y el nido al colocar su tumba, lentamente, en el sonoro ímpetu que estuvo en la trinchera clavando sus pupilas redondas no lejos del fuego.
Aunque sin hacer publicidad, los gusanos han empezado a volar, según ellos sumidos profundamente en las nubes más lejanas del mínimo margen evidente. Así que, como hemos visto, la luz hace correr la pesada cadena, invisible, a dónde la mirada no consigue llegar. ¡Sí, nuevamente lo digo!. Estuvo tan cerca de la máxima prudencia que se puso a toda prisa la inteligencia inconfundible del nadie ve nada, del es. muy fácil, del al cabo a quién le importa, y si acaso sea el infolio inmemorial, qué pena yo no pude hacer nada. Es el desastre perfecto. Y te doy la razón. ¡Si, te doy la razón!. Disimulando quizá la carencia de ella. Tan cierto como en ese charco es, lo que en el mismo lago lejano agitando, huesos y pellejos están, las medusas a diario.