Grises son los días, las nubes nos privan de la luz del sol y aun la oscuridad no se acerca, la lluvia cae ligera, constante, acaricia mi piel enviándome un saludo, y sonrío con agrado, poco a poco el aire dice hola también, no me extrañaban sin embargo llevaba más de 5 años lejos de la ciudad, poco había cambiado, sin embargo era menos lo que recordaba yo de ella, mi viaje suponía ser rápido pero no pude evitar quedar atrapado por la esencia de la ciudad, sus edificios, su gente y su aroma, su tranquilidad y cada otra cualidad, tras terminar con mi encargo ahí fue que me di cuenta de lo difícil que sería partir, dejar esa tranquilidad atrás para regresar al bullicio de la ciudad en que está mi hogar, regresar al ruido de las bocinas de los autos, los gritos de los vendedores, y el silencio del cielo, que, aquí me hablaba, susurraba versos a mi oído, me contaba los porvenires de la ciudad y me contaba las razones que me impulsaban a quedarme, pero no podía hacerlo, no era para mí, mi hogar llamaba y aun así jamás había sentido tan amargo sabor de boca al acercarme a la terminal, es curioso, una ciudad en la que nunca viví, en la que no había estado por más de una semana ni una sola vez me llamaba tan fuerte, y yo tan solo podía alejarme más lentamente, pero no detenerme, no, no me quedaría más que con la imagen del paseo nostálgico al salir mi autobús de la ciudad.
Hermosa prosa