Prosas poéticas : La Colección de Rubíes del Torero. |
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La Colección de Rubíes del Torero.
Guardaba una pequeña colección de rubíes que había ido acaparando a lo largo de los años. La guardaba en un estuche de oro forrado de terciopelo verde. El estuche de oro estaba grabado en forma de dragón de dragones y tenía además incrustaciones de pequeños y azules zafiros. En cada dragón los ojos eran unos zafiros. El estuche lo guardaba en una caja fuerte excavada en la pared, justo debajo de un cuadro imponente: la Muerte de Sebastian. Un Sebastian sodomita, rubio y pecoso, de quince años, totalmente desnudo, con un falo circuncidado enorme, atado a una columna de madera labrada, recibía diez flechas como la caricia de un cactus rabioso. De la cabeza del niño santo y mártir surgían unas potencias celestiales y doradas sublimes, y de las heridas una sangre púrpura brillantísima, como un vino de Oporto, manaba para escanciarse a los pies del sacrificado sobre los lirios violetas y amarillos, sutilmente barrocos y zigomorfos. Casi se podían lamer las heridas del niño en el cuadro. Con placer, y extasiarse en sus ojos divinamente verdes, profundos, y oscuros, ¡¡¡qué proeza la de aquel pintor en el retrato de la belleza perfecta¡¡¡¡¡¡¡. Todos los maricas amigos de aquel hombre quedaban mudos al entrar en la habitación y contemplar a aquel niño de falo enorme y circunciso que traspasado por las flechas entraba directamente en el cielo como los toreros sevillanos triunfadores por la puerta del Príncipe, felices de tanto martirio. Justo en la Pared de enfrente la cabeza de un toro negro, bestial, con ojos de cristal verde, miraba la habitación con la belleza de un ternerillo. Y debajo de él, debajo de la cabeza de aquel toro que fuera tan difícil de matar, un cartel de una corrida en la Maestranza de Sevilla, con un torero haciendo una Verónica extraterrestre, con los pies muy juntos y el toro rojo, contrahecho, y demente, bebiendo los vientos como el que se bebe vinagre, con una dificultad de logaritmo y quebrado. Letras de oro anunciaban la Corrida, Francisco Ruiz, “niño de la Macarena”, Fernan Banda, “niño de Chile”, y Morenito de Santiago, “el Cisne”. En el otro extremo de la habitación un espejo soberbio, con marco de carey, reflejaba una lámpara de araña ámbar, la puerta granate, las telas de la habitación, violetas, un jarrón de cristal gigantesco, lleno de orquídeas, los sillones de terciopelo verde, las cortinas rojas de la ventana, y una estatua de Alien, el octavo pasajero, brutal y horripilante, rabiosa en su bellísima deformidad. Pero detrás del niño con el pene inmenso, niño que había contemplado todas las orgías de aquel hombre, sobre los sillones de terciopelo, las diez y seis mil fellatios que proporciona la fama, estaba, como un tesoro de coral bajo las aguas del Mar Rojo, la colección de rubíes. ¡¡¡Y qué historia la de aquella colección de rubíes¡¡¡¡¡. El primer rubí, rabioso como un trozo de carbón encendido, lo comprara en una joyería donde hubiera un asesinato, estaba manchado con la sangre del joyero, que sobrevivió al robo con un tiro en la espalda quedándose parapléjico. El segundo rubí, frenético e iridiscente, lo habían arrancado del Santo Grial las manos huesudas y deformes de Judas Iscariote, justo después de la última cena, y había pertenecido a la corona de Francia y a los reyes Borbones decapitados, mucha sangre en su luz y mucha luz en su sangre. El tercer rubí, gordo como la cabeza de un elefante, brillaba con una música violenta, perteneció a un anillo de Calígula, a su mano miserable, que con un cuchillo, curvo y mellado, había desollado vivo a un esclavo insolente, el cual había osado en hacer mal un servicio, y sus facetas, rojas y lascivas, contemplado el martirio habían del pobre ilota entre grandes risotadas del Cesar, un día antes de morir a su vez asesinado. Y el cuarto y el quinto rubí, eran los ojos de un Buda de la India, al que ofrecieran niños recién nacidos en sacrificio. Y brillaban insolentes casi azules en vez de rojos como si fueran el llanto de doce mil recién nacidos. El sexto rubí, perverso y maligno, perteneciera a Vlad Draco, Drácula, y estaba empapado en sangre de turco. Un rubí rumano, transilvano, y maligno, que, según creía el torero, tenía poderes esótericos, y atraía el dinero. Y por fin, el séptimo rubí, icosaédrico, elemental, y turbio, le había sido devuelto con descaro, de su prometida, justo diez minutos antes de la boda, cuando toda la Iglesia llena de gente esperaba el enlace y ya se habían cobrado los dos millones de euros por la exclusiva. …......................................................... Francisco Antonio Ruiz Caballero. |
Poeta
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