Prosas poéticas : Iniciando un inventario imposible… |
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Alguna vez escribí, que en alguna parte de mi vida se me había olvidado aquel inventario inconcluso de estrellas y cometas, que apenas inició en observaciones muy especiales, que hice en ocasiones y espacios muy representativos de mi niñez y juventud, con los seres más entrañables que he tenido.
Por supuesto que no tiene ningún objetivo académico, en este recorrido breve por ese cosmos inconmensurable, que por siglos fue materia de los más diversos nombres y figuras, dependiendo de las culturas y épocas a lo largo de todo el planeta y las civilizaciones que nos antecedieron -no tendremos tampoco la más leve historia cosmográfica-, voy a intentar sí, describir las cargas emocionales y los espacios, los detalles exquisitos que se fueron tejiendo con cada rincón del infinito apenas explorado y cada estrella, con cada nuevo hallazgo que fui, que fuimos realizando, porque no hay aquí, no hubo observaciones individuales, las hicimos juntos… pero mejor empecemos esta tarea imposible, que es, que debe quedar inconclusa, porque el universo es así… Quizás el elemento más sobresaliente que recuerdo se abrió a mis ojos inquietos y me quitó más de un momento y muchos suspiros –hasta ahora-, es la luna, que no va a entrar, ni puede hacerlo en este singular inventario, pero a partir de esa luna, con la mano de mi madre tomando la mía, fui explorando esa bóveda luminosa impresionantemente inmensa, que atesora tantas y tantas estrellas, satélites, planetas, cometas, luceros, soles, constelaciones… Antes incluso de ingresar a mi escuela, había ojeado algunas revistas de historias, aventuras, comics y en algunas de ellas encontré varios dibujos, sobre aquellas fantásticas lucecitas de diferentes tamaños, intensidad y distancia, espectacularmente dibujadas en noches perfectas; así que se me ocurrió hacer una lista de las que me resultaban más cautivadoras, curiosas y representativas para mí; pero no conseguí el apoyo de mi padre en esta tarea, estaba muy ocupado y debía aprovechar las noches para trabajar, así que, ni modo había que buscar otros recursos… Volví más tarde, muchas noches después, cuando ya asistía a mi escuela, con mi madre y mi herma-madre, la de los ojazos negros y profundos como la noche, pero tan tiernos como su sonrisa, fue ella quien nos enseñó a ubicar a las Osas, cada una con siete estrellas formándolas; a la Mayor aprendimos a encontrarla con facilidad por su tamaño y lo muy brillantes de sus estrellas, de la Osa Menor con la estrella polar sobresaliendo, me fascinó mucho y cautivo más mi atención, porque imaginaba que su composición figurativamente jugueteaba delante de su madre osa. Nos tomó algunas noches desarrollar mejor nuestra ubicación en el espacio, para localizar con facilidad nuestras Osas jugando hacia el norte de nuestras cabezas; mis dos hermanos por edad más cercanos (uno mayor y otro menor), se juntaron pronto a este curioso entretenimiento y con ellos fuimos acordando, sobre nuestro segundo hallazgo, después de muchas noches de observación y reprimendas de papá –por quedarnos mucho tiempo fuera de casa- en la ubicación al otro lado de la estrella polar, de Casiopea, esa fantástica silla semejante a una W inmensa, por las cinco estrellas que la forman. A los tres nos agradaba la Osita, pero Tyron fantaseaba mucho con Casiopea, se imaginaba viajes hacia ella, para deslumbrarse con los diamantes que deberían existir en esa magnífica silla; no pasó mucho tiempo que recuerde en que disfrutamos juntos de estas excursiones que en ese período no se detuvieron, no podían detenerlas, era mucha la emoción que despertó en nosotros que contagiábamos a todos, venciendo hasta la aparente apatía de nuestro hermano mayor, pero Tyron enfermó súbitamente y sin tener períodos largos de recuperación. Su ausencia convocó esporádicas veces a Ray y a mí, en una búsqueda esperanzada de alguna estrella verde, que iluminara a nuestro hermano y lo volviera con nosotros a compartir más noches, para seguir derrochando curiosidad, ilusiones… todas las fantasías. Creímos haberla encontrado -la estrella verde-, en un sector algo septentrional (al norte) a Venus, pero la perdíamos pronto, hasta que sin visualizarla claramente ni una sola vez más, preferimos olvidar la noche y los cielos estrellados, hasta que nos llegó la noticia -como tormenta eléctrica-, de que Tyron había muerto, no pudimos buscar nada en el cielo, afuera, llovía a raudales y en nuestros ojos también… Mi herma-madre se ocupó de tomar mi mano y acompañarme a reintentar encontrar esa estrella verde alrededor de Venus –Ray no quiso regresar-, nuestra aventura no prosperó, aunque en el intento casi tres meses después de perder a mi hermano, era el mes de Julio, pudimos ubicar la Constelación de La Lira, en donde hay la curiosa estrella Vega, que presenta tonalidades azul y blanco; quería creer que predominaba el azul, pues mi alma estaba aun de luto… Tiempo después, cuando la adolescencia asomaba a mi vida y a las multiplicadas inquietudes, encontré en mis amigos de generación: Jorge primero, Germán y Álvaro luego, Silvio más tarde, leales confidentes y compañeros de exploración sideral. Como antecedente importante, para esa época, había devorado muchos escritos y revistas que hacían referencia a estudios cosmográficos de diferentes civilizaciones en la antigüedad y observaciones últimas que daban fe del nuevo espacio austral, sobre el cual no se había profundizado en observaciones del Hemisferio celeste. Para nosotros, vivir dentro del cinturón de la tierra –en la zona ecuatorial-, nos brindó el privilegio geográfico de realizar observaciones a los dos lados del Ecuador celeste. Es que las civilizaciones antiguas referenciadas por la historia tradicional, dan cuenta de las apreciaciones desde su posición geográfica, esto es mayoritariamente considerando la parte septentrional de la bóveda infinita, al norte del Ecuador celeste; a pesar incluso de los valiosos hallazgos en el caso de la Cultura Inca o la Maya, que incorporaban sus hallazgos en el sector austral y que fruto de ese estudio más universal, había desarrollado un Calendario mucho más exacto que cualquiera de los intentados por Occidente, aplicando además esos conocimientos a sus actividades agrícolas, hasta ahora presentes en el agro andino regional… Esta cantidad de información, atrapó la atención e interés de mis amigos y al cabo de las primeras charlas, tuve nuevos compañeros de exploración de ese Universo, que me había dejado con huellas tristes de quererlo colectivamente; aún se me hacía difícil mirar el trono de Casiopea sin esas terribles dificultades de digerir un áspero nudo en la garganta y recordar las expresiones vivaces de nuestro Tyron, hurgando nuevas estrellas… Con mis nuevos aliados y todas nuestras ilusiones de muchachos inquietos, hizo que utilicemos más de una vez, esta capacidad de ubicar algunas estrellas, para intentar cautivar la atención y la compañía de las chicas de la ciudad. Las coronas boreal y austral fueron la primera muestra de nuestras correrías y se las ofrecíamos a las enamoradas; para Jorge, la corona Boreal era su atrapa-bobas, hasta que llegaron las primeras decepciones… Habíamos empezado a encontrar rastros de las constelaciones del Zodiaco y algunas de las nuevas estrellas como Alfa y Beta o Aldebarán, que mis amigos rechazados a veces, muy ilusionados otras, quisieron bautizar como Cecilia o Judith o Narcisa, en homenaje a sus amigas, situación que no supe tolerar, siendo el investigador exigente que lideraba el grupo, que para ese tiempo tenía el retorno de Ray y dos o tres amigos más. Suspendí las visitas por estos desajustes de mis amigos y por otra terrible pérdida para mí, para nosotros, mi herma-madre murió después de parir y perder por tercera vez un hijo suyo; mi iniciadora, mi compañera incondicional, mi consuelo y la más pertinaz animadora de mi crecimiento, me dejaba… –imaginé- como la Osa Menor, pero no jugueteando, quedaba perdido en un espacio, aquel día, aquella noche… más escandalosamente infinita que nunca, esa noche junto a Ray mientras intentamos repasar sus visitas y explicaciones, las Osas nos parecieron perfectas, aunque a la Osa Menor la percibí más opaca, quizás algo nerviosa, pues para mí, estaba como yo, estaba extraviada… Recuperar seguridad y acostumbrarnos de cualquier manera a sentirnos una familia más corta, nos llevó un buen tiempo y quizás más… poder mirar al firmamento oscuro y afianzar esperanza en la curiosidad, por sobre las secuelas de la cultura del dolor que tan arraigada está entre nosotros… Pero esa es la magia de la vida, que como el amor, es inagotable y renace a pesar de cualquier adversidad, además hay tanto por explorar y por suspirar, en el ideal consensuado con mis hermanos de que allí en ese universo, encontraríamos señales de la compañía eterna, fiel, cómplice de quienes fallecieron… Un lucero errante muy brillante que esporádicamente pudimos localizar cercano a la constelación Pegaso, fue una señal sencillamente tierna de ese lugar especial de la bóveda, irónicamente llamada “celeste”, desde donde pretenderíamos para siempre, que nuestros hermanos estarían acompañando nuestras vidas… Alguna noche divagando y repasando estrellas con Silvio, un avión navegando hacia el norte, interrumpió con esa espectacularidad que resulta, de ver incansablemente una máquina fabricada por el hombre surcando el infinito, poniéndonos a especular de las más fantásticas maneras: Silvio había leído “Yo visité Ganimedes” y tenía mucho respeto por los Ovnis y todas esas historias de los extraterrestres, yo prefería la tangible y dejé volar mi imaginación en la posibilidad de ser uno de aquellos pilotos, que para mí, tenían el privilegio de suspenderse en medio de tanta magia y fantasía y sobre todo, tener un horizonte realmente infinito, con inmensas oportunidades de ver más estrellas y elementos del Universo, que posiblemente desde nuestro planeta en tierra no se lograría. Encontrar un avión en nuestras noches de exploración, se volvió también uno de nuestros objetivos a localizar y un tema para continuar en nuestros esfuerzos por convencer al otro de nuestros proyectos alrededor de esas máquinas y otras aeronaves de navegación espacial… El nacimiento de mis sobrinos, consiguió nuevas sonrisas y el retorno de la alegría y nuevas ilusiones a la vida de mis padres; fue la ocasión ideal para pasear con mamá una noche oscura pero preñada de todas las estrellas, con Ray desbordando de emoción, nos faltó tiempo para enseñarle nuestros últimos hallazgos… Esa noche no encontramos nuestro lucero azul, pero Pegaso estuvo radiante, muy cerca en el mismo hemisferio austral, pudimos apreciar a Centauro, el Triángulo Austral y la Ballena… Desde esa época adoro visitarlas en septiembre, que con el otoño y los fríos vientos, sugieren observar abrazados muy pegaditos escrutando el universo oscuro, para descifrar en su seno, tantas y tantas espectaculares figuras… las que se imaginaron otros y las que nosotros mismos podemos idealizar, porque la creatividad no tiene patrones ni límites… Cuando el amor llegó con su manto de ilusiones, fantasías sin fin y toda la fortaleza de crecer en pareja, después del primer beso, con mi muñequita-mujer, buscamos emocionados, una estrella que sea nuestra vigía, nuestro referente luminoso… como nunca con mucha facilidad, encontramos a la estrella polar, que refulguraba apacible, mostrando una Osa Menor diáfana, juguetona, alegre, que pasaría a ser nuestro enlace permanente, el punto a través del cual ninguna distancia podría ser lo suficientemente grande, como para evitar, que suspirando bajo su mismo cobijo, sintamos muy cerca nuestra presencia, calidez y todo nuestro amor… Pero no hubo época más fértil en hallazgos de nuevas estrellas, solitarias y en agrupaciones impresionantes, cómo la que vendría con la llegada de mis hijos: María Soledad explosionando de esperanza, ilusiones y muchos sueños, con ella en brazos intentando hacerla dormir encontramos la Constelación de Piscis su regente, en tantas estrellas curiosas, mostrando dos peces que para mí eran dos aviones mirándose… Mi Santi, apenas pude robármelo a su madre en las noches frías de mi Tulcán junto a las montañas, fue mi copiloto (imaginario entonces y años después real), buscando con ansias alinear las más de veinte estrellas de Escorpión la constelación de su signo Zodiacal… fue indescriptible mirarlo tan contento y con sus ojos desorbitados alzar sus bracitos, intentando atesorar aquellas lucecitas fantásticas… Ruth Amanda nació después de haberme convertido en piloto y cuando no estuve cerca, para sentir como se desbordaba el corazón con el primer llanto de mi hija; me costó mucho trabajo y tiempo ganarme su confianza y su compañía, para explicarle aquellos tesoros que tenía para compartir, antes de ponernos a buscar juntos en una noche oscura aquellas estrellitas que dibujaban su cangrejito “celeste”… Amandita mi Canceriana llena de creatividad, muy sensible pero objetiva, con María Soledad perseverante, luchadora y mi Santi, idealista, hogareño, formamos un equipo para dedicarnos más que documentar las constelaciones que encontraron los griegos y otras culturas, a intentar asociar en ese infinito profundo e impresionante, los eventos y hechos que han marcado pedazos de nuestras vidas, de nuestra historia… Con un cambio profundo en ese empeño, la locuacidad y torrente inmenso de vida y más fantasías de mis hijos, terminaron por convencerme que ni las estrellas innúmeras, ni la música, ni ningún detalle hermoso compartido con quienes murieron, pueden ser parte de esa tortuosa cultura del dolor, restringiendo el deleite de ese universo exuberante, profundo, por un arbitrario tormento personalmente asumido… Así que decidimos cambiar los motivos de esas residencias imaginarias de los hermanos compañeros de exploración sideral, para recoger sus preferencias y recordar en ellas los mejores momentos compartidos, así como los sueños incumplidos para darles continuidad en quienes podemos retomar sus ideales y testimonios de vida… A la ubicación difícil de Constelaciones como la de Acuario -que según los astrólogos, nos regirá en los próximos dos mil años-, o las de Erídano, Argos y la Grulla, en esa paleta impresionante de estrellas, luceros, planetas y tantos otros cuerpos presentes en ese universo inconmensurable, buscamos figurar nuestras propias constelaciones, nuestros propios hallazgos, nuestros sueños… entonces encontramos cerca a nuestras Osas, las huellas de un colibrí juguetón, que fascinaba a mi Amandita y por supuesto el Unicornio Azul, pletórico de luceros con la estrella Vega por cuerno, que satisfizo la imaginación y sueños de mi Santiago… Más emociones y avidez desataron en todos, conseguir finalmente delinear el delfín de mi Solecita, navegando libre desde el ecuador celeste hacia el hemisferio austral, porque sabemos que la esperanza vive en el Sur… Nuestro inventario de estrellas queda inconcluso, debe quedar inconcluso, porque esa tarea imposible no tiene fin, pero igual está allí esperándonos, para brindarse todo, completo a nuestras especulaciones a nuestra imaginación a nuestra capacidad para abstraer y soñar… es posible que aquí quede apenas una inquietud y apenas un pequeño rastro de algo que quiso ser un inventario, pero entre nosotros es un pretexto de acercamiento, una oportunidad para olvidarnos de nuestra terrena existencia y abandonarnos en la oscuridad de la noche para dejar volar nuestros anhelos y sueños… |
Poeta
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Que bello e interesante relato, es maravilloso poder observar las estrellas, en lo paricular, a mi me fascina hacerlo, no conozco cual es cada una, pero, cuando mis hijos eran pequeños, nos gustaba acostarnos en el jardin de la casa y observar cada estrella, y cuando mi padre murió, quise ubicarlo, para platicar con él en una estrella muy brillante, de la cual desconozco su nombre. A mi, aun me encanta sentarme a ver las estrellas del firmamento. Gracias por compartir tu escrito. Saludos amigo. Claudia Alhelí Castillo
Más de una vez, con toda seguridad te dejaste atrapar en ese espectacular infinito, alguna noche estrellada o varias de ellas, este relato cuenta de lo que yo encontré allí... Gracias por el comentario Claudia, un abrazo...