Prosas poéticas :  El Creador de Quimeras.
El Creador de Quimeras.

El Creador de Quimeras primero fue cazador. De la primera quimera muerta por sus manos obtuvo el alma de la quimera muerta. Era un alma contrahecha, deforme, tísica, brillaba como una débil luz anaranjada al final del sendero del bosque y olía a magnolias blancas, su sonido era un elemental río de campanillas de bronce, si se la colocaba extendida sobre la arena parecía una pequeña ventana hacia otro mundo, un mundo rojo y azul, lleno de diablos enanos, si se la enrollaba tenía el aspecto de una alfombra, si se la aplastaba y encogía emitía lágrimas verdes y se ponía muy azul, extendida sobre el suelo uno podía caer dentro de ella y ser devorado por los diablos enanos, una lenta crucifixión llena de oro y añil, con sabor a mandarinas agridulces y genuflexión violenta, el escorzo era en este caso un escorzo de cisne retorcido, de templo griego dórico, o de catedral gótica en ruinas, columnas salomónicas inclinadas y ladrillos rotos por la mitad. Enrollada como una alfombra y aplastada lloraba lágrimas verdes y su llanto tenía estrellitas negras, muy negras y muy insolentes, que crujían de manera amenazadora y tierna. Se podían recoger las lágrimas en un lacrimarium, y eran un licor exquisito, muy dulce y a la vez salado, que producía ensoñaciones violetas repletas de crímenes adolescentes. En cada crimen había un vencejo de nieve pura y una rama de olivo verde llena de aceitunas negras. El Creador de Quimera encerró el alma en una habitación oscura, para que no le diera el sol durante el verano, y el alma de la quimera se puso tan bella como un jarrón de ámbar con violetas. Ya tenía el alma de la quimera muerta y ahora tenía que construir su primera quimera. Colocó el jarrón de violetas en un recodo del balcón, y esperó a que el primer gorrión de septiembre se posara cerca. En cuanto se posó el pájaro sonó la primera corchea de un diabólico diapasón de plata y el jarrón se quebró. Sacó entonces el ingeniero quimeroartífice un trozo del cristal de ámbar y lo puso al sol. Mirando a través de el se veía el embrión de la quimera deseada, un embrión de ámbar dorado, muy dulce y empalagoso, como el zumo de sandía con azúcar, tenía unos dientecillos de leche muy pequeñitos que mordían su propia nuca, en una torsión imposible de los conceptos de izquierda derecha abajo y arriba, iba a ser una quimera perfecta. Recogió los cristales de ámbar del jarrón y las violetas y, el artista, mientras escuchaba el aria de los buscadores de perlas, machacó el conjunto en un mortero de oro. Todo se hizo una arenilla brillante. Polvo de quimera, con los conceptos alterados y revolucionados. Luego disolvió la arenilla en una infusión de fantasía celeste, y la calentó a cien grados hasta que hirvió. El creador de quimeras se puso a oler los vapores que destilaba el preparado y tuvo un sueño con cisnes rosas y lagartos de metal iridiscente, los lagartos chillaban enfurecidos como diamantes eclipsados y los cisnes rosas nadaban en la pupila de un payaso. Tenían los lagartos los ojos verdes, y eran de metal brillante, verde y azul, semejaban pavos reales, guardando las distancias, y estaban llenos de ira y relámpagos. El payaso no podía dejar de llorar al mismo tiempo que le sacaba los pétalos a una margarita, si no si no si no si no y en el nó final había un paraíso de caballitos de mar translucidos. Al despertar el Creador de quimeras de la magnifica ensoñación la quimera reciénnacida no sabía hablar pero tenía todos los idiomas del mundo en su cerebro, guardados como en una caja de música, y además la recién nacida sabía dividir esfuerzos y multiplicar laberintos. En uno de los laberintos se introdujo el quimeroartífice, las paredes del laberinto eran de color amarillo y había emboscados ángeles bellísimos de mirada oscura y azul, era soberbio el laberinto, brillaba como el oro de los pesos mejicanos antiguos, como los escudos y doblones de la América vieja. Y había un olor a jarabe de coco espeluznante. En un recodo del laberinto el creador de quimera mató su primer ángel, de una puñalada en el corazón, y el ángel se desangró en un chorro de lilas celestiales, pero no probó su corazón. Más adelante el Creador de quimeras, encerrado para siempre en ese laberinto, comería el corazón de todos los ángeles asesinados por su mano. Una luz al final del túnel nos avisó de la salida.
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Francisco Antonio Ruiz Caballero.
Poeta

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