Prosas poéticas : Las Mariposas Asesinas. |
|
---|---|
Las Mariposas Asesinas.
En el Planeta Marte abundan las mariposas asesinas. Columpiándose sobre notas de caramelo de limón, flotando en la chispas de un maravilloso Stradivarius rojo, o meciéndose sobre el perfume de las lilas rojas marcianas, las mariposas asesinas van de aquí para allá igual a bellísimas y siniestras entelequias de una difícil armonía artrópoda. Como gasas de cuchillas, como sedas ligerísimas afiladas cual escalpelos, como hoces agrícolas capaces de desollar un dedo aromadas de un incienso dulce, penetrante como la música de los acordeones, como diminutos ganchos de un maravilloso arcoiris sacrílego, voraces en su maldad irisada, o cortantes como una izquierda tijera de plenilunios, atacan en grupo posesas de una infernal demencia, y capturan a sus presas, a las que descuartizan con sus alas, como espadas, como dagas asesinas, como floreadas sierras mecánicas inmisericordes, como voluptuosos y lujuriosos cuchillos de seda y acero. Diríanse que están hechas de cristal por lo aserrante de sus alas, de un acero tan frío como el hielo, y tan lacerante como la más afilada espina de un cactus. Cuando vuelan, conjunto de diminutas cimitarras, cortan el aire como una música de aristas de topacios, ámbares y verdes, rojas y azules, añiles y rosas, en busca de sus presas, las arañas marcianas, maravillosos lobos infinitesimales en busca de extravagantes corderos arácnidos. Y son sus presas, las arañas-lirio, o las arañas-rosa, las bellísimas arañas-lirio, o las bellísimas arañas-rosa, las que les sirven de alimento. Oh qué combate tan espléndido ocurre entonces, sobre la araña-rosa, fragante y voluptuosa corola, sobre la araña-lirio, exquisita flor de los desiertos, se lanzan las mariposas asesinas, y pareciera una lucha de flores enroscadas sobre flores enroscadas, de corolas zigomorfas sobre corolas actinomorfas, de pétalos sobre pétalos, de lirios sobre lirios, de belleza sobre belleza, un combate sangriento de armonías celestiales, de cielos contra cielos, de paraísos contra paraísos, de clavicordios contra clavicordios, de simetrías contra simetrías, de antisimetrías contra logaritmos, de espejos sobre espejos, de irisaciones contra irisaciones. La batalla es una espeluznante flor de los trópicos submarinos, una odalisca vestida de flamenca, que retorciéndose sobre si misma al compás de las guitarras desgarrara el aire tal una gardenia de azules y naranjas, de verdes y amarillos, de violetas y rojos. Combate sangriento lleno de armonías electrizantes, verdugos de coral contra torturados nudibranquios soberbios. Lucha mortal cargada de dionisíacas simetrías, maldita en su acento criminal, pero tan bella como una rosa abierta, pareciera una guerra de modistos parisinos, prestos a vencerse los unos a los otros sin piedad a base de organizar el más fantástico de los desfiles. Finalmente, las arañas muertas y descuartizadas, las alas heridas, todo, se deshace como un hielo fundido, quedando los cadáveres devorados, como flores marchitas. Entonces las hormigas marcianas, arrastradas por el denso olor de la muerte de la belleza, acuden a cientos para consumir los pétalos descuartizados, y es como si una música de chispas de acrilamida violeta consumiera zigzagueantes notas de diapasón tornasolado. Solo queda el silencio póstumo, y la imagen en nuestro cerebro de haber presenciado una voluptuosidad sin límites. Hay quien evita la pelea, hace sonar el chirrido de un arpa y detiene el combate unos instantes, lo prolonga, pues bajo el sonido del chirrido metálico las mariposas se alejan de las extravagantes flores, flotando sobre ellas, para volver al cabo de unos segundos al ataque, si volvemos a introducir en la celeste música el infernal chirrido, volvemos a detener la dantesca escena, y así una y otra vez acentuamos la orgía de manera espantosa, prolongamos el canibalismo, la lucha, el infierno maravilloso, la espléndida ninfomanía de colores y formas, la elegíaca armonía de los cuerpos que se desollan, que se depredan, que se martirizan, que se destruyen. Podemos prolongar durante horas la apoteósica música a base de chirridos de arpa, podemos hacer que un combate dure un siglo, y crear un caleidoscopio de insectos contra flores, un caleidoscopio naranja, amarillo, rosa, perfecto como un damasquinado, como una taracea de orquídeas ligerísimas. Las mariposas flotan sobre la arañas sin decidirse a descuartizarlas, se alejan horrorizadas ante el chirrido del arpa y luego regresan hambrientas sobre sus exquisitas y bellísimas amantes, posesas de un fervor religioso, demoníaco, exorbitante. Y es como una melodía a la que crecieran centellas de negrura, interferencias de plata y plomo, eclipses sobre astros solares....... …............................................ Francisco Antonio Ruiz Caballero. ( este relato es más malo que una caída de espaldas pero tiene buenas imágenes y lo he hecho para matar el tiempo un domingo por la mañana). |
Poeta
|