Cartas : Padrino... |
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Los años en que la fantasía de la temporada navideña, la urgencia por renovar sueños y afianzar el consuelo de que vendrán mejores días y hasta un feliz nuevo año, contrastan muchas veces en nuestros pueblos, con una realidad terrible que, en la supervivencia del día a día, apenas queda un poquito de aliento para avivar la esperanza, aunque esta parezca casi una enfermedad terminal más, de aquellas que tienden mantos de muerte sobre los hogares pobres de nuestra Latinoamérica.
Es que a la lucha por conseguir el pan del día, hay que enfrentar enfermedades, muchas de ellas no graves, pero por la falta de recursos, alimentación adecuada, infraestructura sanitaria básica, descanso, etc., se convierten en males crónicos con consecuencias fatales. En medio de las dificultades de ser el quinto de nueve hijos de una humilde familia luchadora, que tuvo que enfrentar con denuedo, para sobrellevar los anhelos y sueños de un hijo con deficiencia renal, apenas dos años mayor que yo. La vida quiso que un generoso joven de gran corazón, haya aceptado ser mi padrino de bautizo, creo que tenía como 3 años cuando me bautizaron con mis dos hermanos Tayron -el del problema renal- y Raymundo, mi hermano menor. Mi padrino, que no vivía en mi pueblito, estudiaba en la capital, pero en temporada navideña, siempre llegaba…, como estrella, como alegría y llenaba mi cara de una sonrisa inmensa y mi corazón de confianza, de esperanza, de cariño; es que al juguete siempre grato, novedoso, mi padrino añadía alguna ropa y caramelos; ¿qué más podría ambicionar? Este se convertía además en un regalo para mis padres, que ya no tenían que preocuparse en algún regalo para mí y es que varias veces fue tan especial, que mi hermanito menor, era quien se adelantaba a dar encuentro a mi padrino, saludándolo como ¡Padrino!, ¡Padrino! Ese fue el remanso más grato, con el que paliaba las angustias y carencias de esta temporada; pero particularmente de la sombra que remordía la vida de Tayron, las dolencias de su enfermedad y su férrea esperanza en que se pondría bien, -aunque no habían señales de ello-, sus cartas al niño dios, a papá Noel, a diosito pidiéndole únicamente salud, poder correr, volver a la escuela, arrancaban quebrantos y rompía cualquier residuo de fantasía que aún resistía. Cuando falleció Tayron, fue más terrible todavía, sobrevivir estas festividades; sólo cuando la vida volvió a florecer con primaveras nuevas, con otras generaciones, sólo entonces se afirmaron algunas cicatrices en el alma y llegaron nuevos suspiros para buscar luces, para renovar aliento, para ser parte de la algarabía y de la marejada que multiplica alegría e ilusiones. Ahora con el paso de los años siento que así es como la vida, restaña heridas y prepara nuevos amaneceres, porque los niños que vienen, tienen como nosotros, tsunamis de sueños, de confianza en la vida y ansiedad por saberse seguros, respaldados, protegidos. La vida debe seguir y siempre va a ser mucho mejor que siga con nosotros como parte, poniendo pasión y muchos sueños en esto de alimentar la ilusión, de derrochar corazón y todo lo que queramos compartir. Padrino, estas líneas quizás estuvieron represadas mucho tiempo, entre esos sentimientos y vivencias encontrados, pero lo importante es que lleguen a sus manos, que dios lo bendiga por su presencia generosa en mi vida, por los detalles que llenaron de felicidad y alborozo mis navidades; agradezco especialmente, haberme obsequiado un ejemplar referente de ser humano solidario, sensible. Mis respetos para usted, su familia, que la temporada contagie nuestros corazones y que sigamos confiando en un mejor mañana, nuestros hijos seguramente nos quieren a su lado, brindándoles lo que usted me regalo también con sus detalles: seguridad y esperanza. ¡Un abrazo fervoroso, felices fiestas! Milton. |
Poeta
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