Prosas poéticas : Volver a los 17... |
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Hubo un tiempo en que entre los amigos, solo era ponerse de acuerdo y organizar algo, esa ocasión ese algo fue irnos de caza y pesca, el año de clases había terminado y había una suerte de comezón por hacer algo diferente.
Excursionar hacia La Bonita, era una aventura que se presentaba excitante, la existencia en la montaña entre otros de: osos de anteojos, venados, conejos, dantas y muchas truchas en el río El Carmelo, nos hizo soñar colectivamente, sobre muchas escenas hasta entonces únicamente vividas en la lectura de libros, anécdotas de los viejos y en alguna película ambientada en condiciones similares. No teníamos que salir siquiera, para empezar a quemar adrenalina, así que dimos trámite a la salida sin más ni más; embarcarnos fue cosa de un día para el otro; contactamos al otro Milton, pues su familia trabajaba en armería artesanal y era el candidato perfecto para proveernos de alguna que otra arma de caza. Cuando el otro Milton llegó a encontrarse con nosotros al Terminal de buses, traía en un envoltorio de cueros y trapos, una destartalada escopeta que parecía un trabajo manual; Arturo llevaba el machete pequeño de la abuela, el Lucho llevó su guitarra, ¿cómo iba a faltar semejante compañía?, los demás todo el ánimo para compartir ese paseo -cuasi safari-, con cuotas de víveres que al momento de embarcar no llegaron, ni aparecieron, varios salieron con la ropa puesta y la confianza de que los demás llevarían provisiones. Nuestros padres aprobaron y accedieron a este viaje de dos días, el lugar estaba relativamente cerca y no presentaba potencialmente peligros importantes. Salimos a Julio Andrade un pueblito que estaba a 20 minutos de nuestro Tulcán, allí recogeríamos a Patricio que vivía con su madre y por una vía secundaria avanzaríamos a un refugio en la montaña cerca del pequeño poblado de La Bonita. Estábamos completos, el otro Milton y su tremenda arma, Arturo y el machete de la abuela, Bladi que sabía de artes marciales, el Chito que no sabía de artes marciales, el Lucho y su guitarra, Patricio y yo - el Milton-. Esta travesía que ya iniciaba con cambios en las expectativas iniciales, tendría otros olvidos desafortunados, que más tarde ¡vaya que pesarían!, es que tras comer algo en Julio Andrade en casa de Patricio, caminamos largamente hacia La Bonita; varias horas que no las sentimos por la variada y amena charla, por la ansiedad ¡de llegar ya! a la montaña y verificar por nosotros mismos, todo lo que nos habían contado; cantamos también a capela una y tantas otras canciones, que por variadas y emotivas, animaron intensamente nuestra caminata, el objetivo era llegar al refugio antes que obscurezca. Cuando por fin alcanzamos La Bonita, la tarde moría y el cielo amenazaba con obscurecer pronto, de modo que decidimos pasar de largo internándonos en la montaña, sin saludar en el pueblo ni preguntar nada, ¡típica actitud de novatos! Tomamos el camino o trocha a la montaña y continuamos la tarde estaba nubosa y la oscuridad inundó la serranía más pronto de lo que imaginábamos, además el cielo amenazaba con lluvia y si no encontrábamos el refugio había que armar una carpa para protegernos. Los que se creían cazadores expertos e iban adelante no encontraron el refugio, así que tuvimos que armar la carpa con la lluvia mojándonos y dificultando la tarea, escogimos un claro en la ladera de la montaña y nos apuramos en completar nuestra tienda de acampar; así como en recolectar ramas secas y algunos maderos, para avivar una hoguera que nos proteja del frío y de los insectos. Una vez más la inexperiencia hacía presa de nuestras decisiones, la carpa fue armada con una de sus alas hacia la ladera de la montaña, lo cual sin tener una cuneta alrededor de ella, ocasionaría más tarde que toda el agua que escurría de la montaña se acumule en este lado de la carpa. Como si esto fuera poco, los errores logísticos empezaban a notarse con todas sus secuelas, varios no llevaron víveres, pensando que otros llevarían; en Julio Andrade, Patricio olvidó un costal con una olla, papas y otros alimentos que nos había preparado su madre; hubo un encargado de llevar licor, que también se olvidó un garrafón de “puntas” (licor artesanal de caña), en algún lado de su casa, así que tuvimos un paseo -0 alcohol-, aunque no teníamos ningún hábito dependiente a ese consumo. Nos salvó unos atunes que había llevado el otro Milton y una buena ración de pan que mi madre insistió en que lleve, así como una funda de caramelos, de modo que tuvimos pan y atún como nuestro alimento principal y caramelos para acompañar de postre; cigarrillos hubo suficiente al menos para ese primer día y noche. La lluvia cayó moderada, pero continua mojándonos a todos y acompañándonos hasta más allá de la medianoche; su caída sobre los árboles, matorrales y demás vegetación hizo imposible escuchar algún ruido extraño; sólo cuando escampó y nos concentramos en tratar de distinguir los ruidos de la montaña, pudimos escuchar los rugidos de algún oso, bastante distante de donde estábamos; sin embargo aumentó nuestra tensión y la quema de más adrenalina, que a esa hora ya tenía una buena dosis provocada por las historias que uno y otro conocíamos de otros cazadores de verdad. A alguna hora de la mañana me tocó el turno de dormir y la lluvia volvía moderada y continua, mojado, cansado y con mucho sueño, apenas encontré uno de los extremos de la carpa libre, me acomodé a descansar, sin percatarme que se trataba del ala de la carpa que daba a la pendiente de la montaña y que seguramente tenía sobre sí, una buena cantidad de agua, que con el paso del tiempo se convertiría en más peso y más frío, esto sobre una de mis rodillas, consiguió que me ocasionara una suerte de calambre con mucho dolor. Después del susto –pues me desperté quejándome del dolor-, todos festejarían la anécdota, hasta una fotografía tomó el Luís, con todos tocando mi rodilla; pero como cada nueva anécdota, tuvo su corta duración hasta la siguiente historia, así que el ¡Ayayay mi rodillita! se perdió al amanecer. Es que con la luz del nuevo día, los exploradores frustrados del día anterior, descubrirían que habíamos mal acampado a apenas unos 200 metros del refugio, que era una casita de montaña amplia con una chimenea y una cocina de leña. Tampoco era momento para lamentarnos, las escasas provisiones se terminaron con el ilusorio desayuno, entonces había que bajar al pueblo a pedir ayuda, pedir qué comer para ser más exacto. Allí en el pueblo nos esperaba la más curiosa de las anécdotas del viaje: unos niños que jugaban fútbol en la plaza del pueblo cuando nosotros pasamos de largo, nos habían observado pasar, primero con extraña apariencia, luego muy apurados y por nuestra edad seguramente parecíamos estudiantes o algo parecido. A alguno de estos niños se le ocurrió decir que parecíamos de la Misión Geodésica y que tal vez habíamos ido a medir el cuadrante del meridiano; esta ocurrencia horas más tarde había corrido como pólvora por cada casa del pueblito, a la mañana siguiente, todos observaban con curiosidad galopante que apareciéramos, pues además esa mañana habían escuchado varios disparos, lo que seguramente aumentó la incertidumbre de los desconcertados parroquianos, que en algún momento hasta pensaron en salir en nuestra búsqueda. Es que como de cualquier manera había que dejar la montaña y no volveríamos (sin provisiones ni pensarlo), entonces al menos había que acabar con las municiones de aquella singular escopeta de fabricación casera, intentamos cazar algún conejo al menos, que si alguien lo vio, se espantaron con el primer disparo y el resto fue disparar al aire o a la maleza pretendiendo haber visto algún animalito del monte. Frustrados por no haber acertado como exploradores, como cazadores, como organizadores de este safari de hambre; mal dormidos, muertos del hambre, finalmente aparecimos regresando de la montaña. Nuestro arribo al pueblito de La Bonita, se da en un ambiente de simpatía, pues la primera impresión, para aquellos que se habían quedado con la duda de la ocurrencia del niño con mucha fantasía en su charla, fue: “… pero si han sido muy jovencitos para ser de la Misión Geodésica…” Nuestro aspecto de hambrientos y mal dormidos, debió ser también muy notorio, que consiguió generar en los adultos del pueblo un sentimiento de solidaridad. Tras las aclaraciones de rigor, las risas y burlas por nuestras peripecias y novatadas, ¡nos invitaron a comer!, algunas de las familias del poblado, habían organizado una comidita para esos jóvenes que ¿qué mismo serán? Seguramente todos recordaremos esa comida por lo sencilla, caliente y abundante; nos brindaron sopa de pan con queso, papas cocinadas, habas tiernas, mellocos y más queso, ¡ah! y limonada, mucha limonada. El almuerzo fue acompañado de canciones a los acordes de la guitarra del Lucho, que finalmente pudo tocarla, pues con la lluvia de la noche anterior ni pensarlo; fue nuestra manera de retribuir tanta gentileza y generosidad, cantando nuestro mejor repertorio. Bladi y el Chito, para completar nuestras demostraciones de inexpertos, osaron ir a sentarse a la rivera del río que cruzaba por el pueblo, ¡a pescar!, ¿pueden imaginarse eso?, pero sí, convencidos de que podían pescar al menos una trucha, pasaron algún buen arto, lanzando y relanzando los anzuelos, sin conseguir izar siquiera un zapato viejo. Con esta nueva anécdota y desencanto, llegó la voz de prepararse, el camino a desandar hasta Julio Andrade estaba entero y la tarde se mostraba corta, así que agradecidos inmensamente de La Bonita, ese pueblito acogedor, generoso, de gentes amabilísimas, salimos con renovadas fuerzas de vuelta a casa. Esta vez las canciones sonaban más claras, los cigarrillos se habían acabado en la larga noche anterior y ya nadie hacía pausas para fumar; los regresos siempre son más rápidos y a pesar de que fue la misma distancia que recorrimos a pie, alcanzamos pronto Julio Andrade, cuando la noche caía ya. Preferimos no molestar más en casa de Patricio y buscamos el primer bus que nos lleve de regreso a Tulcán; Patricio se quedó con su madre y nosotros buscamos urgente un asiento, para descansar de la caminata, del viaje, de tantas peripecias; ya vendrían nuevas incursiones, tal vez las hagamos en minga y soñemos otra vez colectivamente o simplemente las enfrentemos solos como Quijote a sus molinos de viento. En la vera del camino donde nos embarcamos quedaba olvidado el machete pequeño de la abuela de Arturo, especial porque era corto y tenía un mango tallado en bajo relieve, clavado en el suelo, protagonista de la última anécdota de este viaje, que seguramente le trajo un nuevo dueño y hogar y seguramente también nuevas anécdotas… |
Poeta
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La vida misma es una gran aventura, pero que rico sabor dejan esas peripecias de j'ovenes, relatos que quedan para despues contarlos a nuestros hijos, me encantó tu relato, me hizo reir, pensar, recordar. Saludos. Claudia Alheli Castillo
Querida Claudia, algo que de hecho perdemos con el tiempo es la naturalidad y espontaneidad conque vivimos los instantes; quise describir con esa intención este espacio tan particular de mi vida, para despertar en mis lectores un pedacito de memoria que nos traiga otros momentos puros, exquisitos, divertidos en que pasamos muchas cosas similares a las de el Milton y sus amigos; gracias a ti por compartir mi relato... un abrazo
Creo que fué un viaje lindo a pesar de todo lo que pasaron además siempre se olvidan cosas o pasan cosas a mi en lo personal me gusta ir a acampar todos los años y la primera vez olvidé algunas cosas y tuve que manejar hasta el pueblo, hoy hago una lista de todo y me aseguro de que no falte nada esa vez me resbalé de unas rocas grandes al querer salir del río y me raspé tanto mis rodillas que parecía un mar de sangre aparte de los moretes, cosas que pasan.
Gracias por este relato lo disfruté mucho.
Saludos cordiales
Gracias Alondra querida; la intención de "Volver a los 17..." era especialmente conseguir realizar mi invitación a recordar y disfrutar más que con el relato del Milton, con aquellos tesoros guardados en agún lugar de nuestra memoria, qué bueno por compartir este relato, un abrazo.
miltinho: ¡Bravo, bueno e interesante!. Con su escrito de experiencias y divertidas vivencias con sus sencillas letras en un noble arte mantiene la atención y deja un agradable mensaje. Saludos.
Estimado Joel, no me había percatado de su visita y comentario, como siempre me honra su apoyo y criterios edificantes, reciba usted saludos de amistad y respeto...