Prosas poéticas :  Último Pase de Modelos de John Galiano. I y II.
Ultimo Pase de Modelos de John Galiano.

Empezaron a desfilar por la pasarela. Eran delgadas y bellísimas, no excesivamente esqueléticas, pero sin un gramo de grasa. Llevaban trajes fastuosos, con arabescos y alamares taurinos, de una candelería naranja, violeta, cristal, rosa, verde. Se movían suavemente lujuriosas, al compás de una maravillosa música técno. Los rostros estaban pintados de azul y dorado, con antifaces, en los ojos, de purpurina. Los maravillosos trajes brillaban como rabiosos capotes de torero. Pero en las manos, con el brazo derecho alzado, llevaban un corazón palpitante y sanguinolento. La víscera, roja, aún palpitaba en las manos cuando empezaron a desfilar sobre la pasarela. Aquellos moluscos carnosos y sanguinolentos goteaban sangre, que caía sobre la blanca superficie como un reguero. Sujetaban en las manos aquellos coágulos de carne, gordos moluscos extraídos directamente de un pecho, arrancados de cuajo como en un sacrificio azteca. Brillaban las hojas de acanto doradas en los vestidos, las plumas negras o rosas con las que se adornaban, y la purpurina de los antifaces en los ojos. Y chorreaban sangre sobre los brazos, con las manos ensangrentadas, que sostenían en alto, aquellos moluscos de carne maciza, aquellas bombas pulsátiles de músculo. Cuando salió del fondo de la inexistencia la primera y bellísima muchacha, contoneando su cadera, con el corazón en la mano, y una candelería sublime en los vestidos, la gente gritó un OH de admiración y asco. Cuando terminó de desfilar la última muchacha la pasarela estaba teñida de sangre y la gente aplaudía a rabiar. Tuvieron que volver a salir, para saludar al publico, con el brazo derecho empapado en sangre, y un corazón repugnante en la mano, gordo y carnoso como un bicho.

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Francisco Antonio Ruiz Caballero.


Ultimo Pase de Modelos de John Galiano II.

Cien Cabezas de Holofernes de Plástico. Con el mismo rictus de dolor en la boca que la que se muestra en la película “El Silencio de los Corderos”. Cien cabezas humanas de goma para el último desfile de John Galiano. Ellas saldrán con las cabezas agarradas de los cabellos, moviendo sus caderas y sus culos con voluptuosidad. Llevarán los bellísimos trajes del diseñador, candelerías naranjas y violetas, azules y celestes glamurosos, únicos, rosas fúlgidos y guantes blancos. Un pequeño receptáculo de sangre en cada cabeza hará que dichas cabezas goteen el licor sanguinolento sobre la pasarela. Cada Judith se contoneará como una serpiente de rectas formas, dejando la esbeltez sublime de sus cuerpos el regusto a Victoria de la bella judía, las cabezas, con la boca semiabierta y la lengua casi saliendo de la boca, parecerán que están gritando de espanto. Los Focos iluminarán los brillantes dorados de los tejidos, los capotes de torero de las faldas y los alamares rabiosos en los pechos. Alguna que otra muchacha llevará una orquídea en el cabello, alguna que otra llevará zarcillos de rubíes, alguna que otra tendrá un antifaz de purpurina roja en los ojos. Y todas portarán la horrorosa cabeza cortada y goteante, agarrada de los cabellos, recién noqueada por un espantoso golpe, en un rictus de dolor cochambroso y temible, como la testa de un borracho asqueroso. Los hermosos cisnes llevarán capotes azules de torero envolviendo el bombón escultural del cuerpo. Serán diosas macabras deudoras sanguinolentas de Huitxilopxli. Otras, sin embargo, llevarán trajes de charol negro y reluciente, y antifaces negros o azules en los ojos, y, agarrando de los cabellos la sanguinolenta cabeza de plástico, que parecerá verdaderamente humana, se pasearán sobre la blanca pasarela como panteras temibles, como asesinas horripilantes, recién surgidas de una noche de veneno. Las habrá de trajes naranjas voluptuosos, con bucles de fantasía, o de trajes ajustados al cuerpo, tan ceñidos como la propia piel, azulísimos o rosas. Pero todas llevarán la espantosa cabeza del Bautista, arrancada de un torso. Estarán totalmente serias, sin pestañear, magnificas y sensuales, dignísimas, bellísimas y espectrales, como de ultratumba. Oh , Hannibal Lecter, verás a tu amada Clarisse con la terrible cabeza, como un Teodoto femenino y lascivo, que se contonea suavemente, bajo unos focos irascibles, que despeñan la luz sobre el negro del charol con la rabia de un millón de estrellas. Cuánto horror y cuánta belleza en los malévolos y preciosísimos cisnes. En cada pantera habrá un orco decapitado. En cada rosa habrá la cabeza de un orco. Y en el traje de la última doncella, un fastuoso rojo rubí bellísimo, una gota de sangre capitalina saltará de la grotesca y beoda cabeza.

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Francisco Antonio Ruiz Caballero.
Poeta

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