Prosas poéticas :  El Asesino que vivía en una Mariposa.
El Asesino que vivía en una Mariposa.

En un fondo de luz azul vivía, en una estela dorada, en una nota de piano. Se sostenía en los arabescos de una pompa de jabón amarilla. Vivía en el ala de una mariposa. En una gota de ámbar se paseaba a la caída de la tarde armado con un cuchillo mellado, oxidado y pardo, que cortaba el aire siniestro y lascivo, voraz como una hidra de mil fauces. En ese cuchillo la luna se deslizaba destilando su gota de aguardiente venenoso, para el paladar exclusivo de los malvados, y la cicuta crecía como en el costado de un árbol caído, reseco y con talados muñones. En aquel cuchillo había un vuelo de colibríes negros, que libaban de hibiscos de fuego una miel caliente y amarga, nunca dulce, preparada por los sacerdotes de una iglesia satánica. Preparaban la miel en noches de luna nueva, de luna inexistente, la extraían de una mandrágora arrancada de la tierra, mandrágora regada por el semen de un ahorcado tuerto. El acto preparatorio era un carnaval de máscaras horrendas, emplumadas de avestruces y deformes, narices inmensas y ojos de buey castrado, y capas carmesíes. Danzaban los sacerdotes bajo el incienso quemado y prodigaban oraciones en etrusco y latín, y hacía presencia en la mascarada un chivo de pelaje negro, un macho cabrío, con la boca llena de colmillos. Se asesinaba a un niño recién nacido, ahogándolo en sangre de tigre. Esa miel la destilaban de los hibiscos de fuego los colibríes negros, colibríes que tatuaban, grabados, la daga del asesino. El asesino que vivía en las alas de una mariposa. ¿Qué pescuezo de cisne, toro, o gallo no cortó aquel cuchillo?, describió espantosas oraciones a Satanás con la veracidad del algebra de los números complejos. Polinomios sangrantes ejecutó con la perfección de los compositores de clavicordio, tiñó la nieve de margaritas rojas y se clavó en corazones calientes en los que había colibríes de oro, y robó de vasos de alabastro rosa hielo picado suficiente para todas las coctelerías del mundo. Magnífico cuchillo, mellado pero certero, roto pero afilado, como un diente o uña de tigre en celo. Lo llevaba el asesino en sus paseos orientales, cuando a la caída de la tarde, sobre una gota de ámbar puro, sobre un damasquinado de yeso verde, paseaba. Con él sajó los ojos del cardenal Santorno, emboscado en la alacena de palacio, cuando fue a probar los pastelitos de miel e higos. Le habían pedido los ojos del sacerdote como prueba del arzobispidio. Cuando extrajo los ojos aún vivía el sacerdote, su garganta, cortada como un clavel púrpura aún manaba sangre caliente, sangre que manchaba su uniforme de príncipe, con caléndulas rojas en un rojo vestido estremecido. Aquello lo contempló una libélula azul y verde, silenciosa como una calle de noche, que voló de una orquidea naranja a una margarita rosa. También lo presenció un coleóptero dorado, que se empeñaba en horadar un trozo de madera con sus grandes mandíbulas de hueso. Y un cuadro de Caravaggio, La Muerte de Verónica, también contempló el cardenicidio, y la extracción sanguinolenta de los ojos, que fueron guardados en un vaso de aceite perfumado. Cuatrocientas onzas de oro fuera el pago, lo avalara un judío de Toledo y un moro de Granada. El asesino vivía en el ala de una mariposa, y disfrutaba del oro y del ámbar, de la estela y el perfume de la algalia, de los dorados y el relumbre de las tardes verdes del verano, y de los otoños violetas. De las primaveras iracundas cargadas de vencejos. Vivía en una estela del mar de la China , en una playa remota rodeada de dragones de fuego, en cada dragón veinte panteras y en cada pantera veinte dragones, uña por uña y colmillo por colmillo. La mariposa iba de orquídea en orquídea y de jacinto en jacinto. Era un palacio de oro y crisoberilos, era un palacio de lilas húmedas, regadas con sangre de plata. Y de noche la sangre en el cuchillo era negra como la tinta china. El asesino era un vampiro con los ojos marrones, como de miel de eucalipto, bebía anís a las once y té a las siete y media, y guardaba cuatrocientas doblas de oro en un cofre de mármol, que cerraba con una llave de plata en la que había un cisne. Tenía un cuchillo árabe de filo roto, y una cruz de carey al cuello. Una cruz egipcia regalo de algún muerto, amuleto que le protegía de la justicia sagrada. Y vivía en una mariposa de alas de diamantes, envuelto en un aroma a rosas asesinadas.

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Francisco Antonio Ruiz Caballero.
Poeta

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