Poemas : Crónica de mí misma |
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Y querer merecerme; de veras merecerme.
Revisar mis dispersas escrituras, mi palabra, revisarme el sollozo, la garganta, auscultarme el latido, desollarme, revisarme las venas, las arterias. todo el complejo existencial que asumo. Revisar mi conducta, mis proyectos, lo soñado, ensoñado, lo vivido, conformarme de nuevo, aun no inscripta, sin visión, sin recuerdo, sin mentiras, sin verdades ocultas, temerosas, sin impulsos, sin deserción, sin este yo impreciso. Revisarme hasta el fondo, descifrarme, prenderme, saberme, perdonarme, tanto pude y no hice, tanto hice febril a manotazos, en apremio suicida, lograr algo, dejar algo, quedarme allí incrustada, en la trama inicial, impenetrable, indestructible, quedar, estar, ser siempre, y vencer de la muerte, y de la vida. Permanecer y ser, por solo acto de ingerencia en un sino de criatura. Despedacé mi carne, carne mía, fatigada de esfuerzo y sinsabores, me derramé, me di, me hice guiñapo; al costado de holgura, fui miseria. Quise tanto y a tantos, y la tierra, ese soplo de polvo que me aguarda, y mi aventura batalladora hecha de timidez, de inermidad y miedo. Estos árboles rudos que me vencen la mirada, cada vez menos útil, y esta noche que circunda mis noches y me azuza y me manda no dormir, y pensar, y sentir frío, y volver al dolor que hice a un costado. Yo debo revisarme desde el antes, descubrir el motivo, causa, impulso, la razón, el por qué, y el hacia adónde, y el por qué del por qué de la pregunta. Ascender la montaña hacia la cima, y mirarme, un abismo, en el abismo, y elevarme al azul por propio esfuerzo apoyándome en mí, envolviéndome en mí, desde mí misma, tirar de mí hacia arriba; tocar siquiera una sola estrella, una sola, o su fulgor siquiera, o siquiera seguirla desnudando mi vergüenza a su luz. Esta corteza, que resquebraja cada vez que pienso, y estas raíces que me petrifican bajo la inercia de un planeta muerto. Quiero salir maleza a herir caminos, y punzarme de heridas, ser, de pronto, este mundo y un próximo intuido, y recordar, de pronto, un otro antiguo mundo en seres golpeados que lloraron mucho antes de mí, y que derramaron en mi llanto de hoy, su sal y acíbar. Ser el ánfora quieta de una ignota, milenaria mansión sin nada dentro, y esperando. Un océano en peces y vitrales, y en suicidas y barcos milenarios; ser la orilla, el camino sobre el agua, ser la brújula, el sol rojo de noche y el marinero que perdió la novia, la llegada y el puerto, abigarradas multitudes ruidosas, y en mí, nadie. Asomarme a la ardiente boca ígnea de un volcán que despierta en el incendio, y saber que soy fuego y quemadura, que la lava soy yo, descascarando; desnudada, sentirme leña al rojo, derramado mineral, embistiendo la ladera, burbujeante y hervida. Merecerme, de veras merecerme; en cuclillas orar, sin darme cuenta, porque quiera la entraña de mi madre, exhalarme a la luz, y ser pequeña, respirar, prometer, ser la esperanza para alguien, sin nada más que el hilo, que amenaza romper de una esperanza. Merecerme de veras; ya retorno del altar y del lodo, del sollozo, del gemido y del canto, de mi propio funeral, y me escucho como corro anhelante y jadeante a mi bautismo. |
Poeta
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