Poemas : Nupcial |
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En el regazo frío
del remanso escondido en la floresta, feliz abandonaba su hermosa desnudez el amor mío en la hora calurosa de la siesta. El agua que temblaba al sentirla en su seno, la ceñía con voluptuoso abrazo y la besaba, y a su contacto de placer gemía con arrullo, tan suave y deleitoso, como el del labio virginal opreso por el pérfido labio del esposo al contacto nupcial del primer beso. La onda ligera esparcía, jugando, la cascada gentil de su cabello, que luego en rizos de ébano flotando bajaba por su cuello; y cual ruedan las gotas de rocío en los tersos botones de las rosas, por el seno desnudo así rodaban las gotas temblorosas. Tesoro del amor el más precioso eran aquellas perlas; ¡cuánto no diera el labio codicioso trémulo de placer por recogerlas! ¡Cuál destacaba su marfil turgente en la onda semi-oscura y transparente, aquel seno bellísimo de diosa! ¡Así del cisne la nevada pluma en el turbio cristal de la corriente, así deslumbradora y esplendente Venus rasgando la marina espuma! Después, en el tranquilo agreste cenador, discreto asilo del íntimo festín, lánguidamente sobre mí descansaba, cariñosa, la desmayada frente, en suave palidez ya convertida la color que antes fuera deliciosa, leve matiz de nacarada rosa que la lluvia mojó... Mudos los labios, de amor estaban al acento blando. ¿Para qué la palabra si las almas estaban en los ojos adorando? Si el férvido latido que el albo seno palpitar hacía decíale al corazón lo que tan sólo, ebrio de dicha, el corazón oía...! Salimos, y la luna vagamente blanqueaba ya el espacio. Perdidas en el éter transparente como pálidas chispas de topacio las estrellas brillaban... las estrellas que yo querido habría para formar con ellas una corona a la adorada mía... En mi hombro su cabeza, y silenciosos porque idioma no tienen los dichosos, nos miraban pasar, estremecidas, las encinas del bosque, en donde apenas lánguidamente suspiraba el viento, como en las horas del amor serenas dulce suspira el corazón contento. Ardiente en mi mejilla de su aliento sentía el soplo suavísimo, y sus ojos muy cerca de mis ojos, y tan cerca mi ávido labio de sus labios rojos, que, rauda y palpitante mariposa de amor, el alma loca, en las alas de un beso fugitivo fue a posarse en el cáliz de su boca... ¿Por qué la luna se ocultó un instante y de los viejos árboles caía una sombra nupcial agonizante? El astro con sus ojos de diamante a través del follaje ¿qué veía...? Todo callaba en derredor, discreto. El bosque fue el santuario de un misterio de amor, y sólo el bosque guardará en el recinto solitario de sus plácidas grutas el secreto de aquella hora nupcial, cuyos instantes tornar en siglos el recuerdo quiso... ¿Quién se puede olvidar de haber robado su única hora de amor al paraíso? |
Poeta
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bello poema