Poemas : LAS REPÚBLICAS |
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I
He admirado el hormiguero cuando henchían su granero las innúmeras hormigas. He observado su tarea bajo el fuego que caldea la estación de las espigas. Esquivando cien alturas y salvando cien honduras, las conduce hasta las eras un sendero largo y hondo que labraron desde el fondo de las lóbregas paneras. Y en hileras numerosas paralelas, tortuosas, van y vienen las hormigas... La vereda es dura y larga, pesadísima la carga y axfisiantes las fatigas; mas la activa muchedumbre sobre el hálito de lumbre que la tierra reverbera, senda arriba y senda abajo, se embriaga en el trabajo que le colma la panera. Son comunes los quehaceres, son iguales los deberes, los derechos son iguales, armoniosa la energía, generosa la porfía, los amores fraternales. Si rendida alguna obrera por avara no subiera con la carga la alta loma, la hermanita más cercana, con amor de buena hermana, la mitad del peso toma. Nadie huelga ni vocea, nadie injuria ni guerrea, nadie manda ni obedece, nadie asalta el gran tesoro, nadie encienta el grano de oro que al tesoro pertenece... He observado el hervidero del innúmero hormiguero en sus horas de fatigas... Si en los ocios invernales sus costumbres son iguales ¡son muy sabias las hormigas! II He observado la colmena al mediar una serena tarde plácida de mayo. La volante, la sonora muchedumbre zumbadora laboraba sin desmayo. ¡Qué magnífica opulencia la de aquella florescencia de los campos amarillos! Madreselvas y rosales, abavanzos y zarzales, mejoranas y tomillos... Todo vivo, todo hermoso, todo ardiente y oloroso, todo abierto y fecundado: los perales del plantío, los cantuesos del baldío, las campánulas del prado... Y en corolas hechiceras, y en pletóricas anteras, y en estilos diminutos, y en finísimos estambres van buscando los enjambres las esencias de los frutos. Y los finos aguijones en robadas libaciones van llevando a los talleres lo mejor de la riqueza que vertió Naturaleza por los términos de Ceres. Zumba el himno rumoroso del trabajo fructuoso con monótona dulzura: las obreras impacientes salen y entran diligentes por la estrecha puerta oscura. Las que dentro descargaron las esencias que libaron, palpitantes aparecen, vuelo toman oscilante y en la atmósfera radiante volando desaparecen. Las que tornan presurosas con sus cargas deliciosas de ambrosías y colores, no parecen volanderas juiciosísimas obreras, sino aladas lindas flores. No se estorban ni detienen las que ricas de oro vienen, las que en busca van de oro... Unas liban y acarrean, otras labran y moldean, ¡todas hinchen el tesoro! Y hacinados en los cienos, expulsados de los senos del alcázar del trabajo, los cadáveres viscosos de los zánganos ociosos se corrompen allá abajo... III Cosas buenas he aprendido contemplando embebecido resbalar por la hondanada la sonora algarabía de la alegre pastoría que despunta la otoñada. ¡Qué bien suenan sobre fondo de quietides dulce y hondo el latir de roncos perros, el vibrar de los silbidos, el clamor de los balidos y el rum rum de los cencerros! Y cayendo sobre el coro como lágrimas de oro de la vida natural, ¡qué amorosas complacencias desparraman las cadencias de la gaita del zagal! Blandamente resbalando las ovejas van pasando; paz y hierba van paciendo; los bocados que una deja son bocados de otra oveja que a la hermana va siguiendo. Los corderos baladores van en grupos triscadores asaltando los repechos, coronando los cerrillos y brincando los helechos. Y el que topa con la ubre o la lo lejos la descubre, bala y corre hacia la oveja, se arrodilla tembloroso, llena el cuajo, trisca airoso y espojándose se aleja. En la honrada pastoría cada amante madre cría su corderuelo querido... ¡No hay cordero destetado porque lo haya abandonado la madre que lo ha parido! Venerable pastor viejo con zamarra de pellejo de los muertos recentales siempre atento vigilando el rebaño va guiando por los buenos pastizales. Como abuelo que a su niño lleva en brazos con cariño, rebosante de placer, el silvestre viejo austero lleva al trémulo cordero que ha acabado de nacer. Los zagales silbadores, los ingenuos tañedores de la gaita cadenciosa, viendo van las avanzadas y alegrando con tonadas la piära rumorosa. Y librándola de robos de raposas y de lobos, van retándolos a muerte dos mastines corpulentos con ojos sanguinolentos, paso grave y pecho fuerte. El pastor es cuidadoso, el otoño es amoroso, son alegres los rapaces, las ovejas obedientes, los mastines muy valientes y los campos muy feraces... Han gozado mis pupilas la visión de las tranquilas ovejitas resbalando... Paz y hierba van paciendo, dulce vida van viviendo, grata huella van dejando... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Esta vida que vivimos los que reyes nos decimos de este mundo engañador, no es la vida sabia y sana... ¡Ay! La república humana me parece la peor!... |
Poeta
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