Poemas : L’intermezzo |
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Preludio
Es en el antiguo bosque, Es en la selva encantada; Se respira, el grato aroma Que la flor del tilo exhala, Y fulgor maravilloso De la luna solitaria, Mi corazón va llenando De delicias olvidadas. Andando voy, y a mi paso El aire rompe su calma: Es el ruiseñor que amores Y penas de amores canta. Canta el amor y sus penas, Sus delicias y sus lágrimas; Y llora tan tristemente, Gíme con dulzura tanta, Que mil sueños olvidados, En mí mente se levantan. Sigo andando, y en un claro De la selva abandonada, Ante mí miro un castillo Que alza sus viejas murallas. Cerradas miré las rejas, Todo era tristeza y calma; Creí que tras de los muros Sólo la muerte habitaba. Vi una esfinge misteriosa Ante la puerta parada, Cuyo aspecto a un tiempo mismo Atraía y espantaba: De león era su cuerpo, De león eran sus garras, Y de mujer su cabeza, Sus flancos y sus espaldas. ¡Una hermosa prometía Deleites con su mirada; De sus labios arqueados, En la sonrisa, vagaban Promesas halagadoras, Misteriosas esperanzas. ¡El ruiseñor en el bosque Tan dulcemente cantaba! Resistir no me fue dado, Y desde que en hora infausta Sellé con un beso ardiente Aquella boca de lava, Por un encanto invisible Miré sujeta mi alma. Viva tornose de pronto Aquella marmórea estatua: Suspiros, tiernos suspiros De su pecho se escapaban, Y con sed devoradora, Anhelante, apresurada, Bebió de mi ardiente beso La devastadora llama. Vi que hasta el último soplo, De mi vida ella aspiraba, Y que jadeante de goces, Entre sus robustas garras Mi pobre cuerpo cansado Oprimía y desgarraba. ¡Goce y placer infinitos! ¡Dulce angustia! ¡Dicha amarga! Mientras que de aquella boca Los besos me embriagaban, Sus duras unas mi cuerpo Sembraban de rojas llagas. -«¡Oh bella esfinge! ¡oh amor! -El ruiseñor lejos canta. -¿Por qué, di tantos dolores A nuestras dichas enlazas?» Revélame el triste enigma, ¡Amor! ¡esfinge adorada! Que hace muchos, muchos siglos Que en ellos piensa mi alma!»- I En mayo, cuando los gérmenes Revientan de vida llenos, Cuando brotan las semillas, Brotó el amar en mi pecho. En mayo, cuando las aves Entonan sus cantos bellos, Confesé a mi dulce amada Mi pasión y mis deseos. II Mis lágrimas se truecan En perfumadas flores, Se tornan mis suspiros Canoros ruiseñores; Las flores, si me quieres, Te entregarán su cáliz perfumado, Y dejará escuchar ante tus rejas, El ruiseñor su canto enamorado. III Aves y luces y flores Otras veces amé yo; Tú eres hoy mi amor tan solo, Niña de mi dulce amor; Tú, que eres a un mismo tiempo Para mi ardiente pasión La estrella, y el blanco lirio, Y la paloma, y la flor. IV Olvido mis sinsabores Cuando contemplo tus ojos, Y embriagado de amores, Al besar tus labios rojos Cesan todos mis dolores. Si en tu seno me reclino, Me embarga goce divino; Mas ¡ay! si dices «te amo,» La frente en silencio inclino Y amargo llanto derramo. V Ven y apoya tu semblante Sobre mi semblante yerto, Para que en una se fundan Las lágrimas que vertemos. Tu corazón contra el mío Aprieta en abrazo estrecho, Para que abrasarlos pueda La llama de un solo fuego. Y cuando de nuestro llanto Corra el torrente deshecho Sobre la llama que ardiente Va nuestro ser consumiendo; Y cuando ciña mi brazo Tu talle leve y esbelto, En un trasporte de dicha Espiraré satisfecho. VI Quisiera que mi alma amante Guardara de un blanco lirio La corola perfumada, Y que la flor anhelante Entonara en su delirio Una canción a mi amada. Temblar la canción debía Y en círculos palpitantes Agitarse misteriosa Como el bezo de ambrosía Que en horas ¡ay! ya distantes Me dio su boca de rosa. VII Siglo tras siglo, en la altura Inmóviles las estrellas, Al llegar la noche oscura Se miran tristes y bellas Con amorosa dulzura. Su lenguaje luminoso Por el espacio se extiende, En el nocturno reposo, Mas ningún sabio comprende Su lenguaje misterioso. Yo entiendo su voz callada Y siempre la entenderé, Que en el rostro de mi amada Y en la luz de su mirada Mi diccionario encontré. VIII Yo te llevaré, bien mío, Sobre el ala de mis cantos, Te llevaré hasta las frescas Márgenes del Ganges sacro; Que allí conozco un retiro Misterioso y solitario. Un jardín allí florece, Un jardín abandonado, De la luna misteriosa Bajo los serenos rayos; Y en él, las flores del loto Su hermana están esperando Ríen allí los jacintos Y contemplan a los astros, Y al oído se refieren Las blancas rosas, en tanto, Murmuraciones gozosas Y sucesos perfumados. Las inocentes gacelas, Por escuchar sus relatos, Se van con ligera planta Hasta el jardín acercando, Y en los azules confines Del horizonte lejano Solemnes ruedan las aguas Del turbio río sagrado. Allí, bajo las palmeras, Detendremos nuestros pasos, Y su sombra misteriosa Llevará hasta nuestros párpados Sueños de calma inefable Y de celestial encanto. IX Soportar no puede el loto Del sol los claros fulgores, Y con la frente inclinada Soñando espera la noche. La luna, que es su adorada Lo despierta con sus rayos, Y él descubre ante sus besos Su semblante perfumado. Y la mira y se enrojece, Y se eleva ante la brisa, Y llora y gime de amores Agonizante de dicha. X Por las ondas retratada Del Rhin, que la ciñe amante, Se alza la torre elevada, De la catedral gigante De Colonia la sagrada. Dentro del templo sagrado Y sobre cuero dorado Hay pintada una figura: Ella mi existencia oscura De fulgores ha llenado. Entre ángeles y entre flores Sonríen sus labios rojos, Y sus ojos seductores Son iguales a los ojos Del ángel de mis amores. XI No me quieres, no me quieres, Y no lloro tu desdén; Mientras yo vea tus ojos Más feliz que un rey seré. Que me aborreces me dicen Tus rojos labios, ¡mi bien! Déjame besar tus labios Y así me consolaré. XII ¡Oh! no jures y abrázame tan sólo; No creo en juramentos de mujeres. Dulce es tu voz, ¡mi bien! pero es más dulce El beso que arrebato a tus desdenes. Yo te poseo, y juzgo las promesas Soplo vano que el viento desvanece. Yo creo en tus palabras de consuelo; ¡Oh! jura, amada mía, jura siempre; Yo me juzgo dichoso al reclinarme Sobre tu seno de animada nieve; Yo creo, luz de la existencia mía, Que me amará tu pecho eternamente, Y todavía aun más, si el pensamiento, Algo más que lo eterno soñar puede. XIII Sobre los ojos de mi bien amada, ¡Cuántos hermosos cantos he escrito! ¡Cuánto terceto dulce Hice a la boca de mi bien querido! ¡Y qué canción tan tierna y tan hermosa, Qué espléndido soneto A su infiel corazón escrito hubiera, Si un corazón guardara allá en su pecho Si un corazón allá en su pecho tuviera Si ella en su pecho guardara mi corazón. XIV Cada día es el mundo más absurdo. ¡Es estúpido el mundo! ¡el mundo es necio! De ti dice, pequeña hermosa mía, Que es irascible y desigual tu genio. Peor a cada instante te conoce; ¡Es estúpido el mundo! ¡el mundo es necio! No sabe cómo enervan tus abrazos Y cómo abrasan tus ardientes besos. XV Preciso es que tú hoy al fin me lo confieses. ¿Eres acaso tú vano delirio, Sueño que del cerebro del poeta Nace en las tardes del ardiente estío? Pero no, que una boca tan riente, Que miradas tan dulces y tan tiernas, Que un sér tan cariñoso, un ser tan bello, Jamás pudo crearlos el poeta. Basílicas, dragones y vampiros, Endriagos y animales fabulosos, Del poeta la ardiente fantasía Deshacer y crear puede a su antojo. Pero tú y tu malicia encantadora, Y tu cara riente y hechicera, Y tus dulces y pérfidas miradas Jamás pudo crearlas el poeta. XVI En todo el esplendor de su hermosura Como Venus saliendo de las ondas, Brilla hoy mi amada en toda su belleza, Celébranse hoy sus bodas. ¡Paciente corazón! ¡corazón mío!... No le guardes rencor por sus traiciones; ¡Sufre y perdona a tu adorada loca, Tus horribles dolores! XVII Rencor yo no te guardo, Aunque mi pecho herido se desgarra. ¡Mi dulce amor perdido para siempre! El tocado nupcial hoy te engalana, Pero ni un solo rayo de tus joyas Ilumina la noche de tu alma. Lo sé hace mucho tiempo; Yo te he visto flotar en mis delirios; El fondo vi de tu alma, vi los áspides. Que allí serpean con ardor sombrío, Y cómo tú en el fondo desdichada Eres también, amada mía, he visto. XVIII Si tú eres desdichada, y te perdono, ¡Ambos debemos ser desventurados! ¡Hasta que al fin la muerte nos sorprenda. Debemos ser desventurados ambos! Veo la mofa, que voltea alegre En torno de tus labios; Veo el brillo insolente de tus ojos; Veo el orgullo hinchando Tu seno, y «miserable, miserable Eres cual yo» me digo sin embargo. Tus labios mueve sufrimiento oculto: Duerme una amarga lágrima en tus párpados Y en quejas tristes de secreta pena Está tu seno altivo rebosando: ¡Amada de mi vida, Los dos debemos ser desventurados! XIX ¿Acaso ya has olvidado Que fue mío en otro tiempo Tu pequeño corazón? Tan bello y falso, que nada Ni más falso ni más bello Nunca en el mundo existió. ¿Acaso ya has olvidado Cuando a la par mi existencia Minaban pena y amor? No sé decir si más grande Era el amor o la pena; Sé que eran grandes los dos. XX Si supieran las flores Cuán triste y lacerado Está mi corazón, derramarían De sus perfumes, en mi herida, el bálsamo. Si supieran las aves Cuán triste y cuán enfermo Estoy, alegres cantos Dieran, por distraer mi pena, al viento. Si las estrellas de oro Conocieran mi pena, El cielo dejarían y a prestarme Consuelos de fulgores descendieran. Pero ¡ay! que nadie puede Conocer mi quebranto; Ella sólo lo sabe, Ella, que el corazón me ha destrozado. XXI ¿Por qué, dí, me dijiste, están las rosas Tan pálidas? ¿Por qué? ¿Por qué en el verde césped las violetas Tan marchitas se ven? ¿Por qué en el aire canta Con voz tan melancólica la alondra? ¿Por qué los bosquecillos de jazmines Dan a las brisas funerario aroma? ¿Por qué con luz tan triste y tan helada El sol el prado alumbra? ¿Por qué la tierra toda Sombría y gris está como una tumba? ¿Por qué estoy yo tan triste y tan enfermo? Amada de mi vida, dímelo. Oh, díme, sí, ¿por qué me abandonaste, Amada de mi ardiente corazón? XXII ¡Cuánto aumentaron mi pesada cuenta Con sus quejas, mi amor! Mas lo que abruma en realidad mi alma No te lo han dicho, no. Ante tí la cabeza sacudieron Con aire grave y docto, Y me llamaron «diablo» en tu presencia Y lo creíste todo. Y con todo, ¡mi bien! lo más amargo, Eso no te lo han dicho; Lo peor, lo más necio, lo más triste, Está en mi corazón bien escondido. XXIII Los tilos florecían Cantaba el ruiseñor; Reía en el espacio Alegre el claro sol; Tu brazo contemplaba Ceñido en torno mío, Y alegre me estrechaste contra el pecho, Por el amor y la ventura henchido. Caían ya las hojas; Crecían los arroyos; El sol nos contemplaba Con apagados ojos, Helados nuestros labios Un frío «adiós» dijeron, Y tú me hiciste con gentil finura El más ceremonioso cumplimiento. XXIV Mucho, mí bien, nos hemos adorado, Y con todo, jamás nos ofendimos. Siendo niños, hermosa, cuántas veces A la mujer jugamos y al marido, Y nunca. sin embargo, en nuestros juegos Quedamos disgustados ni aburridos. Más tarde, en los azares de la vida Hemos gozado juntos y reído, Y tiernos besos como en otros días Sellaron a la par nuestro cariño. Por último, el recuerdo despertando De la niñez dichosa, que perdimos Jugando al escondite, las praderas Y la selva y el bosque hemos corrido, Y escondernos supimos de tal modo Que nunca hemos de hallarnos, dueño mío. XXV Fuiste fiel a mi amor; por mucho tiempo Interés inspiráronte mis penas, Y amante, consolaste y asististe Mi dolor y mi angustia y mis miserias. Tú me diste manjares y bebidas; Tú llenaste mi bolsa de dinero, Y ropa y pasaporte para el viaje Me preparaste con celoso anhelo. ¡Amor mío! que Dios por muchos años Te preserve del frío y del calor, «Y que nunca del bien que tú me has hecho Te recompense Dios.» XXVI Mientras yo mi regreso retardaba En tierra extraña delirando loco, Parecióle a mi bien larga la espera, Mandóse preparar nupcial adorno, Y el arco amante de sus lindos brazos Al más necio tendió de los esposos. ¡Es mi amada tan dulce y tan hermosa! Aun su imagen fulgura ante mis ojos; De los suyos, las frescas violetas, Las rosas inmarchitas de su rostro, Y el lirio de su frente inmaculada Florecientes se ven el año todo. Creer que pude alejarme yo del lado De ser tan celestial y tan hermoso; Creer que alejarme pude, fue el más grande Y necio error de mis errores todos. XXVII Angel de mis amores, cuando duermas, En la fosa sombría, Yo bajaré a tu lado, y en tu tumba Me clavaré en silencio de rodillas. Con fuerte abrazo te sujeto, loco; Tú estás muda y helada; Gemidos palpitantes y suspiros En confuso rumor mí pecho exhala. Es media noche: en grupos pavorosos, Los muertos van danzando; Sólo en el fondo de la tumba helada Nosotros quedaremos abrazados. Y cuando llame la eternal trompeta Los muertos al tormento o a la dicha, Nosotros en la tumba quedaremos Para siempre abrazados vida mía. XXVIII Un pino se alza en la cumbre De un monte del Norte helado. Sueña; la nieve y el hielo Lo envuelven con su sudario. Sueña con una palmera Que en el Oriente lejano, Se alza solitaria y triste Sobre un peñón abrasado. XXIX -¡Ay! si yo fuese -la cabeza dice-El escabel tan sólo de tus plantas, Me hollarían tus pies, y de mis labios Ni una queja tan sólo se escapara. -¡Ah! -dice el corazón- si el acerico Fuese yo donde clava sus agujas, Sangre me arrancarían sus punzadas, Y tal dolor juzgara yo ventura. -¡Ah! si el roto papel -la canción dice-Fuera yo con el cual sus trenzas riza, ¡Cuán quedo, en sus oídos murmurara Cuanto vive en mi sér y en mí respira! XXX De mi labio huyó la risa. A la par que ella de mí; A mi lado llueven chistes, Pero no puedo reír. Tampoco el llanto a mi pecho Consuelo le presta ya; Mi corazón se desgarra, Pero no puedo llorar. XXXI De mis penas voy formando Mil canciones, que agitando Su bello plumaje de oro, Al corazón van volando De la que sufriendo adoro. Y después que allí han llegado, Tristes vuelven a mi lado Y se aumenta mi aflicción, Y no dicen qué han hallado Dentro de su corazón. XXXII Olvidar jamás yo puedo Mi amor, mi dulce adorada, Que fueron en otros días Míos tu cuerpo y tu alma. Yo aun quisiera de tu cuerpo La esbeltez encantadora Poseer; pero tu alma, Tu alma, niña, es otra cosa; Que la entierren si les place... ¡Me basta la mía sola! Mi alma, ¡amor de mis amores! Que yo en dos partir deseo, Infiltrar media en tus venas, Y unirme a ti en lazo eterno, Para formar para siempre Un todo de alma y de cuerpo. XXXIII Gentes endomingadas se pasean, Por bosques y por prados, Con gritos de alegría y con cabriolas La natura esplendente saludando. Miran con dulces ojos la romántica Flora que nace, los verdores nuevos; Van del gorrión la lenta melodía En sus largas orejas absorbiendo Yo en tanto, triste, en mi ventana corro Cortinaje sombrío; Me vale en pleno día una visita De mis espectros ¡ay! siempre queridos. Mi muerte amor también al cabo llega; Viene del reino en que la sombra vaga, A mi lado se sienta, y en silencio Mi pecho traspasando van sus lágrimas. XXXIV Imágenes venturosas De los tiempos de mi dicha Salen de la tumba, y veo Cuál fue, junto a ti, mi vida. Soñando yo por las calles Vagaba durante el día; Con lástima y con espanto Los vecinos me veían. ¡Tan demacrado y tan triste Mi semblante aparecía! Era mejor por la noche, Desiertas las calles frías, Errábamos yo y mi sombra En callada compañía. Con paso sonante el puente Midiendo mis plantas iban; Traspasando con sus rayos Las nevadas nebecillas, La luna me saludaba Con seria melancolía. Ante tu ventana inmóviles Mis plantas se detenían, Y tu ventana mirando, Sangre el corazón vertía. Yo sé bien que muchas noches Desde tu ventana, niña, Me has mirado, y que has podido Ver, a la luz indecisa De la alta luna, mi sombra Como una columna flia. XXXV Un joven ama a una niña Que de otro ansía el amor, Pero éste se une con otra En quien cifra su ilusión. Con cualquiera se une entonces La olvidada, en su rencor, Y la pena hiere el pecho Del que primero la amó. Vieja historia que renace Del mundo entre el ronco hervor, Y que a aquel a quien sucede Le destroza el corazón. XXXVI Cuando llega hasta mi oído La canción ¿ay que mi amor Cantaba en tiempo que ha huido, Paréceme que rendido Voy a morir de dolor. Una aspiración oscura, Del bosque triste a la altura Con fuerza extraña me guía, Y allí, en llanto de amargura Se trueca la pena mía. XXXVII Soñé: era una princesa de mejillas Frescas, húmedas, pálidas. Bajo los verdes tilos reclinados, Nuestros amantes brazos se enlazaban. -El trono de tu padre no deseo, Ni su cetro de oro , Ni ansío su corona de diamantes: Yo quiero, flor de amor, tu amor tan sólo. -«No es posible, -me dijo;- de la tumba Yo habito el fondo helado. Sólo de noche a ti venir yo puedo, Y vengo porque te amo.» XXXVIII ¡Eterno amor de mi vida! Era una noche serena; Sentados juntos estábamos En una nave ligera, Y cruzábamos en calma Por mar tranquila é inmensa. Las islas de los espíritus Dibujaban sus riberas Bajo la luz de la luna, Que el éter cruzaba lenta; Llegaban de allí las brisas De dulces acordes llenas, Y allí nebulosas danzas Cruzaban el cielo aéreas. Los misteriosos sonidos Cada vez más dulces eran; A cada instante la danza Cruzaba más placentera, Y ¡ay! sin embargo, nosotros, Devorados por la pena, Sin esperanza bogábamos Por aquella mar inmensa. XXXIX Te amé, y te amo todavía, Y si el mundo sucumbiera, Entre su ruina ardería Y hasta el cielo subiría De mi amor la eterna hoguera. XL De la aurora a los fulgores Cruzaba el jardín hermoso, Cuchicheaban las flores; Yo pensando en mis dolores Caminaba silencioso. Las flores, que murmuraban, Con compasión me miraban: -«No aborrezcas anhelante A nuestra hermana, -gritaban,-Sombrío y pálido amante.» XLI Mi pasión desesperada Brilla en su lujo sombrío Como una historia arrancada Al Oriente, y relatada En una noche de estío Por un jardín caminaban Dos amantes: no sonaban Ni un rumor ni voz alguna; Los ruiseñores cantaban; Brillaba la casta luna. Ella se paró gozosa; A sus pies el caballero Hundió la frente orgullosa; Mas... vino el gigante fiero Y huyó temblando la hermosa. El doncel ensangrentado Al cabo rueda sin brío; El gigante se ha ocultado; Enterrad mi cuerpo frío, Y está el cuento terminado. XLII ¡Cuánto me han hecho sufrir, Y llorar y padecer, Las unas con su cariño, Las otras con su desdén! Sobre mi pan y mi copa Derramaron el dolor, Las unas con su del precio, Las otras con su pasión. Mas la que con más tormentos Logró mi vida amargar, Ni despreció mis amores, Ni amor me tuvo jamás. XLIII Tu rostro, dueño adorado, Besa el estío brillante Con su fulgor sonrosado, Y en tu pecho, palpitante Está el invierno encerrado. Mas tal vez, pronto, bien mío, Como nada existe eterna, Extenderá el hado impío Sobre tu rostro el invierno, Sobre tu pecho el estío. XLIV Cuando a dos que se idolatran, Separa el destino adverso, Lloran y se dan la mano, Y suspiran sin consuelo. No lloraron nuestros ojos, Ni nuestros labios gimieron; Llanto y suspiros de pena Nos atormentaron luego. XLV. Hablaban del amor, problema eterno, Junto a una mesa, donde el té humeaba, Haciendo de él, estética los hombres, Sentimiento las damas. «Siempre el amor platónico ser debe,» Dijo con calma el flaco consejero; La consejera suspiró al oírlo, Mientras huyó un suspiro de su pecho. Entre bostezos murmuró el canónigo: «El amor sensüal es vil pecado Que el alma pierde y la salud destroza.» «¿Por qué?» pensó la joven entretanto. «¡Ay! -dijo la Condesa- amor fue siempre Pasión que eleva al infinito el alma.» Y después al Barón, tierna y amable, Con cortesía presentó una taza. Aun quedaba un lugar junto a la mesa, Y faltabas, bien mío, Tú, que también tus sabias opiniones, Tal vez, sobre el amor, hubieras dicho. XLVI Están envenenadas mis canciones, ¿Cómo no, vida mía? Tú el veneno has vertido Sobre la flor hermosa de mi vida. Están envenenadas mis canciones, ¿Y cómo no, bien mío? Serpientes mil mi corazón enlazan, Y en él vas tú además, dueño querido. XLVII Volví a soñar bajo los altos tilos; Hermosa noche estábamos, Y de amor y de dicha en el exceso, Fidelidad eterna nos jurábamos. Seguía la promesa a la promesa Entre ósculos ardientes; Porque yo no olvidase un juramento, Señalaste mi mano con tus dientes. ¡Oh! Dulce bien de los azules ojos Y blanca dentadura, El juramento, a mi entender, bastaba; Sobraba, a no dudar, la mordedura. XLVIII A la cumbre subí, y ardi6 en mi pecho Sentimental locura: -Si un pájaro yo fuese,-Exclamé suspirando con ternura, Si fuera yo la golondrina errante, Hacia tí volaría, Y mi pequeño nido De tu ventana en la cornisa haría. Hacia tí volaría niña hermosa, Si fuera ruiseñor, Y en la enramada oyeras De noche las canciones de mi amor. Y si un canario fuese, también, loco, Hacia tu corazón volando fuera, Que sé, mi bien, que los canarios amas, Y que te alegra su canción parlera. XLIX Lloraba porque en sueños Te contemplaba muerta; Despierto al fin me ví, copioso llanto Surcaba ardiente mis mejillas yertas. Lloraba porque en sueños Ví que me abandonabas; Después de despertar, aun mucho tiempo Vertí en silencio lágrimas amargas. Lloraba porque en sueños Miré que aun me querías; Desperté, y el torrente de mis lágrimas Aun corre por mis pálidas mejillas. L Todas las noches, en mis tristes sueños, Sonriendo te miro, Y caigo, amante, suspirando loco Ante tus pies queridos. Me miras con tristeza, sacudiendo Tu cabecita rubia, Y por tus ojos de tu amargo llanto Corren las perlas húmedas. Y me dices muy bajo una palabra, Y de rosas me entregas blanco ramo, Y al despertar el ramo ya no existe Y la palabra aquella he olvidado. LI Revuelve el viento la lluvia De la noche entre las sombras: ¿Qué hará el ángel de mi vida? ¿Qué hará mi amor a estas horas? Yo la veo en su ventana Llenos los ojos de llanto, Sus pupilas celestiales En las tinieblas clavando. LII La selva azota viento penetrante; Muda la noche tiende su sudario; En capa gris envuelto, palpitante Cruzo a caballo el bosque solitario. Mis locos pensamientos bulliciosos A mi corcel le sirven de avanzada, Y ligeros me llevan, y gozosos, Hasta el rico palacio de mi amada. Ladran los perros con inquieto brío; Con antorchas los pajes aparecen; Subo, y sobre el marmóreo graderío Mis espuelas sonando se estremecen. En cámara de luces adornada, Entre un ambiente tibio y perfumado, Mi dulce bien espera mi llegada, Y entre sus brazos caigo enamorado. En tanto, el viento lúgubre murmura Entre las ramas de la vieja encina: «¿Dónde vas, paladín de la locura? ¿Dónde tu loco sueño te encamina?» LIII De su luciente morada Se ha desprendido una estrella; El astro de los amores Que desciende hasta la tierra. De los bosques se desprenden Blancas flores y hojas secas, Que arrastran regocijados Los vientos en su carrera. Canta el cisne en el estanque Y de la arilla se aleja; Calla su voz, y en las aguas Su fosa líquida encuentra. Huyeron hojas y flores; Todo es silencio y tinieblas; El astro se hundió en el polvo; La voz de cisne no suena. LIV Un sueño me ha trasladado A un castillo gigantesco, Donde, entre tibios vapores Y fulgores y destellos, Muchedumbre abigarrada Invadía con estruendo El laberinto confuso De ricos compartimientos. Buscaba la turba pálida La salida, con anhelo, Retorciéndose las manos Y con angustia gimiendo. Se mezclaban con la turba Las damas y caballeros, Y yo mismo me vi pronto En aquel tumulto envuelto. De pronto me encontré solo, Y me pregunté en silencio Cómo pudo aquella turba Desvanecerse tan presto. Corrí; crucé desalado Intrincados aposentos Que a mi vista se extendían En laberinto siniestro. Eran cada vez mis pasos Más pesados y más lentos; Invadía helada, triste, Fría angustia mi cerebro, Y de hallar una salida Ya dudaba en mi despecho. Veo al fin la última puerta Abrirla anhelante intento; ¿Mas quién ¡oh Dios! me detiene Cuando salvarme deseo? Era mi amada, que estaba Ante la puerta en silencio, Con el suspiro en los labios Y en la frente el desconsuelo: Volví hacia atrás, que me hacía Su mano signo siniestro; Pero ¿era aviso o reproche? No podía comprenderlo. Brillaba en sus claros ojos Tan dulce y amante fuego, Que aceleró sus latidos Mi corazón en el pecho. Y mientras que me miraba Con aquel aire severo, Mas tan lleno de dulzura Y amor, me encontré despierto. LV En noche fría y triste, paseaba Por el bosque sombrío mi tristeza, Y el árbol que a mi paso despertaba, Compasivo inclinaba la cabeza. LVI Yacen bajo la tierra los suicidas, Al final de la negra encrucijada, Y allí crece una humilde florecilla. La flor azul del alma condenada. Era la noche silenciosa y muda; Llegué a la encrucijada suspirando; Ante el fulgor de la amarilla luna Aquella flor azul miré oscilando. LVII Me envuelve la sombra oscura, Desde que tus ojos bellos No alumbran con sus destellos Mi camino de amargura. Del amor y la alegría No veo el astro brillante; Tengo el abismo delante; Trágame, noche sombría. LVIII Plomo en mi boca, en mi pupila sombra, La mente entorpecida, Y el corazón cansado, En el fondo de un féretro gemía. Después de haber dormido mucho tiempo Se despertó mi alma. Me pareció que oía Alguno que a mi tumba se acercaba. -«¿No quieres levantarte, Enrique mío? El día eterno brilla, Los muertos ya se alzaron, Comienza al cabo la perpetua dicha. -No puedo levantarme, amada mía; Mírame bien, soy ciego; Tanto por tí he llorado, Que al fin mis ojos se quedaron secos. -Enrique, con mis besos, de tus ojos Ahuyentaré la noche; Es preciso que veas Los ángeles y el cielo y los fulgores. -No puedo levantarme, amada mía; La herida que tu lengua Abrió en mi pecho amante, Aun mana sangre y permanece abierta. -Sobre tu corazón tan sólo, Enrique, Apoyaré mi mano No manará más sangre; De aquella herida quedarás curado. -No puedo levantarme, amada mía: Tengo herida la frente; Una bala de plomo metí en ella Cuando me enloquecieron tus desdenes. -Enrique, con los bucles de mi pelo Yo cerraré tu herida, Restañaré tu sangre Y volverá a tu pecho la alegría.» No pude resistir; era tan dulce La voz que me llamaba, Que quise levantarme Y correr al encuentro de mi amada. Y se abrieron de pronto mis heridas, Y la sangre mis sienes y mi pecho Anegó en turbulentas oleadas, Y desperté llorando de mi sueño. Epílogo Enterrar quiero mis cantos, Quiero enterrar mis quimeras; Féretro insondable quiero, Fosa necesito inmensa. Ha de guardar muchas cosas El ataúd bajo tierra; Quiero que tenga más fondo Que el tonel de Heidelberga. Buscadme féretro duro, De planchas fuertes y espesas, Aun más largo que el gran puente Que hay sobre el Rhin en Magencia. Y buscad doce gigantes De más vigor y más fuerza Que el enorme San Cristóbal Que hay de Colonia en la iglesia. Que lo arrojen al profundo Seno de la mar inmensa; Que tal ataúd, tal fosa Es necesario que tenga. ¿Sabéis ¡ay! por qué es preciso Que enorme el féretro sea? Porque en él enterrar quiero Mis amores y mis penas. |
Poeta
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