Poemas : RIMAS SAGRADAS |
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1
Cuando me paro a contemplar mi estado, y a ver los pasos por donde he venido, me espanto de que un hombre tan perdido a conocer su error haya llegado. Cuando miro los años que he pasado, la divina razón puesta en olvido, conozco que piedad del cielo ha sido no haberme en tanto mal precipitado. Entré por laberinto tan extraño, fiando al débil hilo de la vida el tarde conocido desengaño; mas de tu luz mi escuridad vencida, el monstro muerto de mi ciego engaño, vuelve a la patria, la razón perdida. 2 Pasos de mi primera edad que fuistes por el camino fácil de la muerte, hasta llegarme al tránsito más fuerte que por la senda de mi error pudistes; ¿qué basilisco entre las flores vistes que de su engaño a la razón advierte? Volved atrás, porque el temor concierte las breves horas de mis años tristes. ¡Oh pasos esparcidos vanamente! ¿qué furia os incitó, que habéis seguido la senda vil de la ignorante gente? Mas ya que es hecho, que volváis os pido, que quien de lo perdido se arrepiente aun no puede decir que lo ha perdido. 3 Entro en mí mismo para verme, y dentro hallo, ¡ay de mí!, con la razón postrada, una loca república alterada, tanto que apenas los umbrales entro. Al apetito sensitivo encuentro, de quien la voluntad mal respetada se queja al cielo, y de su fuerza armada conduce el alma al verdadero centro. La virtud, como el arte, hallarse suele cerca de lo difícil, y así pienso que el cuerpo en el castigo se desvele. Muera el ardor del apetito intenso, porque la voluntad al centro vuele, capaz potencia de su bien inmenso. 4 ¿Qué ceguedaz me trujo a tantos daños? ¿Por dónde me llevaron desvaríos, que no traté mis años como míos, y traté como propios sus engaños? ¡Oh puerto de mis blancos desengaños, por donde ya mis juveniles bríos pasaron como el curso de los ríos, que no los vuelve atrás el de los años! Hicieron fin mis locos pensamientos, acomodóse al tiempo la edad mía, por ventura en ajenos escarmientos. Que no temer el fin no es valentía, donde acaban los gustos en tormentos, y el curso de los años en un día. 5 Pastor que con tus silbos amorosos me despertaste del profundo sueño, Tú que hiciste cayado de ese leño, en que tiendes los brazos poderosos, vuelve los ojos a mi fe piadosos, pues te confieso por mi amor y dueño, y la palabra de seguirte empeño, tus dulces silbos y tus pies hermosos. Oye, pastor, pues por amores mueres, no te espante el rigor de mis pecados, pues tan amigo de rendidos eres. Espera, pues, y escucha mis cuidados, pero ¿cómo te digo que me esperes, si estás para esperar los pies clavados? 6 ¡Cuántas veces, Señor, me habéis llamado, y cuántas con vergüenza he respondido, desnudo como Adán, aunque vestido de las hojas del árbol del pecado! Seguí mil veces vuestro pie sagrado, fácil de asir, en una cruz asido, y atrás volví otras tantas, atrevido, al mismo precio en que me habéis comprado. Besos de paz os di para ofenderos, pero si fugitivos de su dueño hierran cuando los hallan los esclavos, hoy que vuelvo con lágrimas a veros, clavadme vos a vos en vuestro leño, y tendréisme seguro con tres clavos. 7 Muere la vida, y vivo yo sin vida, ofendiendo la vida de mi muerte, sangre divina de las venas vierte, y mi diamante su dureza olvida. Está la majestad de Dios tendida en una dura cruz, y yo de suerte que soy de sus dolores el más fuerte, y de su cuerpo la mayor herida. ¡Oh duro corazón de mármol frío!, ¿tiene tu Dios abierto el lado izquierdo, y no te vuelves un copioso río? Morir por él será divino acuerdo, mas eres tú mi vida, Cristo mío, y como no la tengo, no la pierdo. 8 ¿Qué tengo yo que mi amistad procuras? ¿Qué interés se te sigue, Jesús mío, que a mi puerta cubierto de rocío pasas las noches del invierno escuras? ¡Oh cuánto fueron mis entrañas duras, pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío, si de mi ingratitud el hielo frío secó las llagas de tus plantas puras! ¡Cuántas veces el Ángel me decía: "Alma, asómate agora a la ventana, verás con cuánto amor llamar porfía"! ¡Y cuántas, hermosura[s] soberana, "Mañana le abriremos", respondía, para lo mismo responder mañana! 9 Yo me muero de amor, que no sabía, aunque diestro en amar cosas del suelo, que no pensaba yo que amor del cielo con tal rigor las almas encendía. Si llama la moral filosofía deseo de hermosura a amor, recelo que con mayores ansias me desvelo cuanto es más alta la belleza mía. Amé en la tierra vil, ¡qué necio amante! ¡Oh luz del alma, habiendo de buscaros, qué tiempo que perdí como ignorante! Mas yo os prometo agora de pagaros con mil siglos de amor cualquiera instante que por amarme a mí dejé de amaros. 10 ¡Con qué artificio tan divino sales de esa camisa de esmeralda fina, oh rosa celestial alejandrina, coronada de granos orientales! Ya en rubíes te enciendes, ya en corales, ya tu color a púrpura se inclina sentada en esa basa peregrina que forman cinco puntas desiguales. Bien haya tu divino autor, pues mueves a su contemplación el pensamiento, a aun a pensar en nuestros años breves. Así la verde edad se esparce al viento, y así las esperanzas son aleves que tienen en la tierra el fundamento... 11 Esta cabeza, cuando viva, tuvo sobre la arquitectura destos huesos carne y cabellos, por quien fueron presos los ojos que mirándola detuvo. Aquí la rosa de la boca estuvo, marchita ya con tan helados besos, aquí los ojos de esmeralda impresos, color que tantas almas entretuvo. Aquí la estimativa en que tenía el principio de todo el movimiento, aquí de las potencias la armonía. ¡Oh hermosura mortal, cometa al viento!, ¿dónde tan alta presunción vivía, desprecian los gusanos aposento? 12 Hombre mortal mis padres me engendraron, aire común y luz de los cielos dieron, y mi primera voz lágrimas fueron, que así los reyes en el mundo entraron. La tierra y la miseria me abrazaron, paños, no piel o pluma, me envolvieron, por huésped de la vida me escribieron, y las horas y pasos me contaron. Así voy prosiguiendo la jornada a la inmortalidad el alma asida, que el cuerpo es nada, y no pretende nada. Un principio y un fin tiene la vida, porque de todos es igual la entrada, y conforme a la entrada la salida. 13 ¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras? ¿Qué interés se te sigue, Jesús mío, que a mi puerta, cubierto de rocío, pasas las noches del invierno escuras? ¡Oh. cuánto fueron mis entrañas duras, pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío si de mi ingratitud el hielo frío secó las llagas de tus plantas puras! ¡Cuántas veces el ángel me decía: "Alma, asómate agora a la ventana; verás con cuánto amor llamar porfía!" ¡Y cuántas, hermosura soberana, "Mañana le abriremos", respondía, para lo mismo responder mañana! 14 Buscaba Madalena pecadora un hombre, y Dios halló sus pies, y en ellos perdón, que más la fe que los cabellos ata sus pies, sus ojos enamora. De su muerte a su vida se mejora, efecto en Cristo de sus ojos bellos, sigue su luz, y al occidente dellos canta en los cielos y en peñascos llora. «Si amabas, dijo Cristo, soy tan blando que con amor a quien amó conquisto, si amabas, Madalena, vive amando». Discreta amante, que el peligro visto súbitamente trasladó llorando los amores del mundo a los de Cristo. 15 Yo pagaré con lágrimas la risa que tuve en la verdura de mis años, pues con tan declarados desengaños el tiempo, Elisio, de mi error me avisa. «Hasta la muerte» en la corteza lisa de un olmo, a quien dio el Tajo eternos baños, escribí un tiempo, amando los engaños que mi temor con pies de nieve pisa. Mas, ¿qué fuera de mí, si me pidiera esta cédula Dios, y la cobrara, y el olmo entonces el testigo fuera? Pero yo con el llanto de mi cara haré crecer el Tajo de manera que sólo quede mi vergüenza clara. |
Poeta
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