Poemas : La cabellera |
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¡Oh vellón, que rizándose baja hasta la cintura!
¡Oh bucles! ¡Oh perfume cargado de indolencia! ¡Éxtasis! Porque broten en esta oscura alcoba Los recuerdos dormidos en esa cabellera, La quiero hoy agitar, cual si un pañuelo fuese. Languidecientes asias y áfricas abrasadas, Todo un mundo lejano, ausente, casi muerto, Habita tus abismos, ¡arboleda aromática! Tal como otros espíritus se pierden en la música, El mío, ¡oh mi querida!, navega en tu perfume. Lejos iré, donde árbol y hombre, un día fuertes Fatalmente se agostan bajo climas atroces; Firmes trenzas, sed olas que me arranquen al fin. Tu albergas, mar de ébano, un deslumbrante sueño De velas, de remeros, de navíos, de llamas: Un rumoroso puerto donde mi alma bebiera A torrentes el ruido, el perfume, el color; Donde naos surcando el oro y el moaré, Abren inmensos brazos para estrechar la gloria De un puro cielo, donde vibre eterno calor. Y hundiré mi cabeza sedienta de embriaguez En ese negro océano, donde se encierra el otro, Y mi sutil espíritu que el vaivén acaricia Os hallará otra vez, ¡oh pereza fecunda! ¡Infinitos arrullos del ocio embalsamado! Oh cabellos azules, oscuros pabellones Que me entregáis, inmensa, la bóveda celeste; En las últimas hebras de esas crenchas rizadas, Confundidos, me embargan los ardientes olores Del aceite de coco, del almizcle y la brea. Durante edades, siempre, en tu densa melena Mi mano sembrará perlas, rubíes, zafiros, Para que el deseo mío no puedas rechazar. ¿No eres, acaso, oasis donde mi sueño abreva A sorbos infinitos el vino del recuerdo? 26. Te adoro como adoro la bóveda nocturna ¿Oh vaso de tristeza! ¡Oh mi gran taciturna! Y tanto más te adoro cuanto te escapas más, Y cuando me parece, ¡oh lujo de mis noches! Que con más ironía amontonas las leguas Que separan mis brazos de la inmensidad azul. Me dispongo al ataque y acometo el asalto Como tras un cadáver un coro de gusanos Y me enloquece, ¡oh fiera implacable y cruel! Hasta esa frialdad que te vuelve aún más bella. 27. En tu calleja harías entrar, mujer impura, Al universo entero. El hastío te hace cruel. Para entrenar tus dientes en juego tan insólito, Cada día necesitas morder un corazón. Tus encendidos ojos igual que escaparates O brillantes bengalas en bulliciosas fiestas, Usan con arrogancia de un prestado poder Sin conocer jamás la ley de su belleza. ¡Máquina ciega y sorda, fecunda en crueldades, Saludable instrumento, bebedora de sangre! ¿Cómo no te avergüenzas? ¿Todavía no viste En todos los espejos decrecer tus encantos? La enormidad del mal, en que te crees tan sabia, ¿No te hizo jamás retroceder de espanto Cuando Naturaleza, con ocultos designios, De ti puede servirse, ¡oh reina del pecado! -De ti, vil animal- para engendrar un genio? ¡Oh fangosa grandeza! ¡Oh sublime ignominia! |
Poeta
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