Textos : El Ensayo |
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Abrí mis párpados luego de cerrarlos en el mundo real, la noche me obsequió con el mejor de sus silencios, un silencio compacto y vidrioso que en mi vision onírica parecía una criatura tangible y con vida. El reloj del ayuntamiento posicionaba sus herrumbrosas manos en una línea recta, faltaba un minuto para las 12 de la madrugada. Era otro ensayo más de mi partida.
Cada viaje nocturno cuando nuestro cordón de plata es lo único que nos ata al mundo físico, es un poco morir, un ensayo y preparación. La calle Muñoz Rivera estaba tapizada de cadáveres, me detuve dubitativo ante la escena; había niños que jamás vieron la madrugada desnudarse de azul, amas de casa con una absurda sonrisa de felicidad sabiéndose libres, obreros de la construcción que jamás terminaron su propia casa, meretrices sin un cofre donde depositar su amor, profesores que fracasaron en su intento de aleccionar la vida. Tuve la ligera sospecha que había vivido todas esas vidas y que ésta que aún latía con fuerza pronto se apagaría. Al otro extremo del ayuntamiento, un grupo de cristianos, según los dogmas adquiridos en la niñez me llamaban. __ ¡Ven el tiempo se acaba, debes acompañarnos! Me desperecé del estupor por la pesadilla y de mis divagaciones oníricas mientras caminaba hacia el cuarto de mi hijo de apenas un año. Vertí unas cuantas lagrimas amalgamadas con remordimientos y anudadas con la tristeza que hacía días me dificultaba la existencia. No podía expresarle mi amor como acostumbramos en este plano, estaba impedido de abrazarlo, besarlo o tocarlo. Hacía semanas que mi cuerpo exhibía unas rojas ulceraciones que inexorables se extendían por toda mi anatomía. Eran los surcos de mi equivocado norte en el mundo de la heroína. Vivir sólo para el esperando el momento en que el ardoroso fármaco penetrara por virtud de la aguja en mis venas, jugueteando con mi autoestima, subyugando y esclavizando mi carruaje de carne. Sentir el artificioso olvido de las responsabilidades, en lo que sería un ensayo reiterativo de lo que pronto sería mi partida . El médico del Fondo del Seguro había pronunciado la sentencia que en mis oídos tuvo el efecto de la explosión de los vientos huracanados que en julio comienzan a desforestar cruelmente el Yunque. Lepra... fue lo que escuché, una enfermedad bíblica, apocalíptica, anacrónica, que sólo ocurría en los textos del Nuevo y Antiguo Testamento. El más fulgurante tropo para mostrar lo que son los errores, o según nuestros esquemas religiosos, el pecado. La palaba trazó un invisible muro en derredor mío, estaba marginado por siempre del amor de los que me rodeaban, convertido en un paria en el espíritu y la carne. La Parca comenzó a tener más importancia en mis adentros que la vida, después de todo la muerte es otra forma de vida. Es la vida real sin ataduras al sufrimiento en la carne, es libertad ante el dolor, las injusticias, la liberación de los pequeños actos de crueldad, que a diario practicamos con los que nos rodean. Besé a mi pequeño en el alma y decidí reinventarme de nuevo, encaminarme hacia la vida real, salir de ésta, donde todo se ve como por espejos; todo es sombra de lo que está por venir, sentenciaba San Pablo. Me encaminé hacia la casa de mi anciana madre para darle un adiós solapado, sin explicaciones. Iba acompañado en el trayecto con el dictamen medico horadando y mordiendo mi espíritu como fiera hambrienta. El sol de la mañana era aún joven e iluminaba la página del día develando la reteiterativa escena de las famélicas prostitutas de la calle Salsipuedes, los amigos de la jeringuilla pidiendo la peseta para su próxima cura, el olor a frituras y café recién colado en el bar de la dominicana de grandes y verdes ojos. Mi angustia volvió a retrotraer mi infancia, el Viernes Santo en el que Gamaliel el gato vestido de Cristo y con una cruz de bambú a cuestas era golpeado inmisericordemente por media docena de mozalbetes que hacían las de soldados romanos y él murmurando por lo bajo, __¡Deja que se acabe esta procesión y verán la pendejá' que vamos a tener cabrones! También apareció ante mi, la pelea de Matildita con Sylvia la loca por un novio. El recuerdo de sus pechos jóvenes y llenos de estrógeno saltando de sus sostenes, cuando en la violencia de la trifulca quedaran ambas mostrando la vergüenza de su desnudez y de paso alimentado en mi una adolescente y recién estrenada lujuria. Me senté en el único escalón de la entrada a la casa techada de madera y zinc Aún tenía una plancha del techo fuera de lugar por el paso de uno de los incontables huracanes que pasan por nuestra región. Somos así en este bendito pueblo. Cargamos un desenfado por todo, cierta laxitud y resignación ante la adversidad, a la que los párrocos y fundamentalistas señalan en sus disertaciones de fin de semana, como la causa principal de nuestros males de espíritu. Mis ojos divagaron en el reverberante calor de la calle deteniéndose en la bolsa de papel, que dormía el sueño de los indiferentes en la capota del auto. Es un revólver, me dije, __un calibre 38 de reglamento. Podía oler un arma de fuego mejor que la fragancia de las docenas de rosas que desde un helicóptero eran lanzadas a la multitud congregada para los rituales de Viernes Santo; o que el olor de la mejorana, la ruda , menta y jengibre que mi madre sembraba para calmar sus dolores físicos ¡porque los del alma sólo yo podía aliviarlos dejando la heroína! Crucé la calle, tomé la bolsa con el revólver, estaba en el ensayo final de este poco morir a diario. Tropecé con la mira de mi hermano mayor que sabiendo de la malicia que siempre me acompañaba, me dijo, __Dame ese cañón acá y no te pongas a inventar; debe ser de Ignacio el hijo de José, debe haberlo olvidado cuando estaba lavando el carro”. Llamamos a Ignacio pero nuestra gestión fue infructuosa, ya se había marchado a su trabajo en la escolta del ex gobernador Vilella, jamás lo haría sin su revólver, no era de él. ___Anoche soñé, continuó mi hermano, que el reloj de la alcaldía marcaba un minuto para las 12:00. ¡No sé qué carajos quiere decir pero presiento que es un mal augurio, lo menos que necesitamos es que te lleves ese cañón sin saber de quien es! Habíamos tenido la misma visión, las señales del Universo eran claras, debía y tenía que partir. __Lo voy a vender y a buscarme par de pesos con él, tranquilo, le expresé. Mi escueta explicación tenía sentido para mi hermano. Los adictos todo lo venden y por el arma me darían algunos $100 en el punto de drogas. Me marché sin el valor de escrutarme en los ojos de tristeza de mi madre y con las palabras de mi hermano que decía, __Cuando lo vendas, cabrón, me das la mitad de los chavos y no vayas a cagarla cogiéndote un pinche asaltando con el cañón ese. Mi apartamento quedaba a menos de un cuarto de milla de la casa de mi vieja. El trayecto se hizo eterno, caminaba dentro de un laberinto tan obscuro como el útero por el que vine a la vida. El espiral ilusorio donde creemos nos arrastra el tiempo se había detenido. Los colores habían desaparecido del pueblo. Todo estaba teñido de tonos grisáceos y desteñidos. Era como estar en uno de mis habituales viajes de heroína donde el tiempo lineal no existe y presente, pasado y futuro se diluyen en el alma como uno solo. La voz de mi esposa quebró la burbuja cuántica en la que me encontraba, esparciendo sus cristales por toda la sala. __Tan temprano en la calle y visitando altares ajenos, me increpó, dónde carajos estabas metido. __Voy a matarme muy tranquilo en mi cuarto, riposté, así que aunque sea por una vez, deja de joderme y no discutas. No discutió y en lo que sería su último acto de amor para conmigo se abalanzó sobre el revólver; forcejeamos en medio de un, __No hagas esto carajo por lo más que quieras. No escuché la detonación, sólo el ardiente pedazo de metal alojarse en mi cabeza, un zumbido agudo en mis oídos y: mi graduación de primer grado, mi primer beso bajo los pinos del parque, mi primera noche de sexo, mi primer canasto en un juego de basket, mi primer acto de desamor, mi vida completa en detalles en una milésima de segundo. Viajando hacia el origen de todo lo creado en la luz de las estrellas que se apagan. Abrí unos párpados que no eran los míos. Un helicóptero lanzaba cientos de rosas sobre los devotos que de todos los barrios se congregaban en la plaza pública para las celebraciones de Viernes Santo. El aire era dulce y limpio, olía a rosas y frutas, el cielo, del color de una mirada de amor. Un monaguillo sostenía una pelea con unos chicos disfrazados de soldados romanos; __Se los dije cabrones, conmigo tienen que joderse. Una hermosa mulata de henchido busto y piernas bien torneadas se confesaba después de un pleito por novios y __Padre no fue mi culpa, es que esta Sylvia es una puta y se restregaba con mi novio, haciéndolas cosas que yo no me atrevo porque soy católica… Yo, vestido de blanco, apenas tenía 5 años, el latín que fluía borbotones de los labios del Padre Belló me parecía cómico e incomprensible. Caminaba de la mano de mi tío hacia el carrusel, el corazón inocente, límpido y palpitante de alegría; ajeno a la conversación de Julián y su amigo sobre el suicidio de unos de sus vecinos. __Creo que se mató con el revólver del guardia penal que se estaba mudando frente a su mamá, ella es casi un santa, el hijo otro tecato más. Mientras las doce campanadas en el reloj del ayuntamiento ahogaban el tumulto de voces en la plaza y anunciaban el inicio ... de un nuevo ensayo. |
Poeta
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