Cuentos : De bicicletas y limpiabotas |
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De bicicletas y limpiabotas
El inmisericorde sol caribeño depositaba su candente beso sobre los techados de zinc en la calle Quiñones. En una de los patios traseros, dos jovencitos trabajaban de forma febril con un martillo que denotaba algunas escarchas de óxido, unos herrumbrosos clavos y un serrucho. Un viejo árbol de mangó francés filtraba el viento cálido y salitrado de la mañana hasta convertirlo en una fresca brisa y de paso protegía con su generosa sombra a los adolescentes. El árbol en una que otra ocasión les obsequiaba con unos de sus jugosos y fibrosos frutos. Tan absortos estaban en su faena que no escuchaban la octogenaria y gutural voz de la abuela de miope mirada y gruesos espejuelos tipo lupa urgiéndoles subir a almorzar o al vendedor de pan de mayorca que recién acaba de incursionar al barrio con su pregón muy particular, "Aquí está el canario cantándole y vendiéndole el pan de mayorca". Habían logrado clavar dos tablas de forma pentagonal a cuatro rectángulos de madera con bastante esfuerzo y poca paciencia. Lo más difícil aún les esperaba, dibujar la suela de uno de los zapatos del tío Julián en la madera y luego cortarla y atacharla a la parte superior del cajón de limpiabotas. Lugo de terminado el cajón, procedieron a llenarlo con las herramientas tipicas de trabajo del limpiabotas; dos cepillos grandes, canecas llenas de anilina negra y marrón, una botella de alcohol con una negra carabela en su etiqueta, betún jockey del mismo color que la anilina, tambien introdujeron cepillos dentales ya desechados dentro de las canecas. No ingirieron alimento alguno e hicieron caso omiso a la abuela que seguía suplicando que subieran a almorzar del arroz blanco con tocino, habichuelas coloradas marca Diablo y huevos fritos que había confeccionado en su estufa de gas kerosen… porque el único pedazo de carne que había pertenecía al tío Julián que era el que llevaba el pan y sustento a la casa con su trabajo de aguador en el purgatorio verde del cañaveral. Salieron de la vivienda y se encaminaron hasta la plaza pública lugar donde se reunía la aristocracia del betún y la anilina negra. El día para los limpiabotas parecía no estar muy bueno, los veteranos jugaban a los topos o al póker las exiguas ganancias del día, los más jóvenes, se dedicaban a correr patines o a saborear una dulce piragua del carrito de Marcelo el piraguero, clientes no había ninguno. La ilusión de la bicicleta que comprarían (Schwinn Majestic negra, con rodilla mecánica, brillante foco eléctrico propulsado por un dínamo adherido a la goma trasera) con su trabajo de limpiabotas se esfumó con la aparición de Millo; un hombrecito rechoncho; de pronunciado vientre, camisilla blanca, sombrero de chulo de barra y diente de oro 24 kilates, que recibió a’’ los queremos ser limpiabotas por favor’’ de manera no muy cordial. __ Muchachos, ¿dónde carajos piensan enterrar el muerto ése que traen en el cajón? porque que yo sepa el cementerio queda en la carretera 31, apostilló el grasiento limpiabotas. __ Señor, no llevamos muerto alguno, venimos a ligar pares y a brillar zapatos aquí a la plaza, expresó timidamente uno de los adolescentes. __Por donde tienen el culo, pongan la cara y arranquen pa’carajo, eso que traen cargando entre ambos no es cajón de limpiabotas, más bien parece caja de muerto; en el mejor de los casos tiene pinta de cajón de carpintero y ¿además quién les dio permiso a venir aquí?, expresó el limpiabotas en tono burlón. Los Abadía ni chistaron, se marcharon a toda prisa de la plaza, no había por qué discutir con Millo, el hombre había estado preso, tenía un tatuaje que decía "Pérdóname madre mía" en el brazo izquierdo y otro más en el antebrazo con una cruz que rezaba, "Vive tu vida, no la mía" En los 60’ tener tatuajes era privativo de las mujeres de la vida, los proxenetas o algún militar loco recién licenciado de Viet- Nam, en el caso de Millo su segundo oficio era el de proxeneta, con la salvedad que la única Maritornes que poseía era su esposa a la cual vendía en las noches. Además exibía con orgullo media docena de cicatrizes de sable en distintos puntos desde la cara hacia el ombligo. Mejor largarse pensaron los adolescentes antes que contrariar más al limpiabotas. Los jovencitos observaron detenidamente el cajón que con tanta dilgencia se habían dado a la tarea de construir y pudieron constatar que era cierto lo que decía Millo; el cajón era demasiado grande. La eventualidad no aminaló a los adolescentes, todo lo contrario encendió su entusiasmo por conseguir algunos dólares con el enorme cajón y de paso vengarse del limpiabotas proxeneta. Se detuvieron en la panadería en la calle Betances, ayudaron a los panaderos a envasar galletas palurdas en bolsas de papel, labor que fue recompensada por Cumaná que les obsequió una libra de pan buchipluma recién horneado. Cumaná además de panadero era músico del bongó, tocaba en la banda de Don Paco Duclerc, era famoso porque durante una presentación en un programa por la emisora WALO de Humacao, al preguntársele al aire que cómo estaba el sabroso ritmo caribeño que interpretaban, su contestación fue…’’ este ritmo es mejor que cagarse’’. Desde ese suceso perdió su trabajo de bongosero y tuvo que dedicarse al sudoroso oficio de panadero. Los preadolescentes se allegan al negocio de Felito Mendoza donde compran una lata de sardinas "tinapas" y dos Kolitas champán y hacen un emparedado con las tinapas y el pan. Finalizado el frugal almuerzo, se les ocurre que si no pueden brillar zapatos en la plaza, lo mejor entonces era llevar el servicio a domicilo como hacían los revendones de pan, frutas y carne de cerdo.Caminan calle Betances hacia arriba y doblan hacia la calle Celis. Su primer cliente son las maestras Ramos, las cuales fungían tambien como directoras de las Niñas Escuchas. Los "queremos ser limpiabotas por favor" hacen su agosto pues las profesoras tenían cuatro pares de zapatos que recitaban con urgencia de anilina negra para esconder los rayazos. Reciben $1.50 por su primer trabajo del dían que era muchísimo más que lo que un buen limpiabotas conseguía ganar en medio día de trabajo. La estrategia es todo un éxito, en bares, billares, barberías consiguen clientes; es entonces que deciden llevar su negocio ambulante hasta la casa Parroquial. El Padre Belló no era un sacerdote latinoamericano común y corriente, no porque se pareciera a Camilo Torres Restrepo o a Arnulfo Romero. Lo más notable en él era que durante las fiestas a Nuestra Patrona La Virgen del Rosario subía a la tarima donde después de apurar una botella de vino y media caja de cerveza con su cara redonda y roja profería con voz de trompeta y R velar ‘’ Puerto Rico, la India está buena, buena, buena( refiriéndose a un comercial de televisión sobre nuestra cerveza nacional). Poseía una mirada un tanto rara que en ocasiones dejaba escapar por algún recodo una mujer ansiosa de cruzarse con una buena descarga de testosterona y caricias masculinas. ___ No puedo daros mis zapatos Sundial para brillar, bien sabeis que Enrique es limpiabotas, comprended que se pondrá furioso si otro limpiabotas hace su trabajo, expreso el párroco con voz afectada y con aquella mirada de mujer coqueta y ansiosa por salir de aquel cuerpo que equivocadamente le había sido asignado. __Además, continuó diciendo, vuestras mercedes últimamente no se les ve en la misa de niños de las 11:00 am los domingos, y cuentan que os habeis robado los panes de hostia para comerlos con Royal Crown junto a los nietos de Doña Benedicta. __ Debeis ocuparos más de confesar, comulgar y dejar de estar cometiendo semejantes sacrilegios. Enrique era el monaguillo de confianza del Padre Belló además de ser ahijado del padre, limpiaba zapatos y vendía marihuana en la plaza.Un buen día llegó a su apartamento en Villa Cuernos con más humo en la cabeza que de costumbre y dejó un cigarrillo de cannabis más gordo que su dedo índice en el cenicero. Su abuela, doña Bitó Nieves, nonagenaria, adicta al tabaco y los puros, tomó el cigarrillo de marifinga creyendo que era uno de sus habanos y se lo fumó completo, hubo que quitarle el caldero de arroz con longaniza, pues por poco se le come todo por el efecto de la droga. También mascullaba en medio de una risa incontrolable rumbo al hospital __ ¡Enrique dame otro tabaquito de esos, jamás había estado tan contenta desde que cogí la jienda con caña luego que tu abuelo se marchó con la corteja que tenía en Salsipuedes! El regaño y acusación del cura unido a la negativa de que los jóvenes lustraran sus zapatos, condujo a los ‘’queremos ser limpiabotas’’ nuevamente a la plaza de recreo. Pasan frente al banco donde Millo ejercía su oficio y el mas atrevido de los preadolescentes le estruja a Millo en la cara, que gracias a no querer dejarlos brillar en la plaza ya tenían en el día de trabajo algunos diez dólares. ___¿ Cómo, que han hecho siete dólares, si nadie aquí en la plaza ha hecho más de dos dólares, expresó Millo con cierta incredulidad. ____ No dije siete, dije diez dólares, ofrecimos el servicio casa por casa a los Garzot, los Fernández, en el billar de Pedro, en la barbería de Guiche y así por el estilo, expresó el atrevido. ____ ¡Mira, muchacho hijo e’ puta, toda esa gente que has mencionado son mis clientes de muchos años, si es verdad lo que dices,los voy a joder, les daré una catimba que ni sus madres los reconocerán!, expresó el proxeneta lívido por la ira. Los preadolescentes quedan petrificados por la amenaza y con los ojos más abiertos que caballito de machina. Próximo a convertir en buena su amenaza, la humanidad repleta de colesterol de Millo es atropellada por el Indio de Urania que huía como loco de Gulembo, que blandia amenzante un 6 tiros calibre 32. Gulembo era cantante de salsa y compositor pero precisamente no era muy angelito que digamos, su canción Pronóstico del Tiempo aún se escucha por las ondas radiales, un bolero clásico de la denominada Época Dorada de la Salsa. El Indio de Urania buscó refugio en la pizzería de Joe, con Gulembo halando el gatillo del viejo revólver. Todo el mundo se tiró al piso en el negocio y la plaza quedó desierta, incluyendo dos jovencitos que cargaban un cajón de carpintero y corrían como poseidos dejando caer unas botellas de anilina y alcohol en su atropellada carrera . Un ángel siempre defiende a los más inocentes, el negocio estaba repleto de chicos y adolescentes. El revólver mascó las primeras 5 balas y sólo una pudo abrirse paso a través del metal del cañón, para centésimas de segundo mas tarde anidarse en una de las paredes del negocio. La tarde comenzaba a morir sobre los tejados del pueblo, los "queremos ser limpiabota" más sosegados, caminaban hacia la Quiñones con las manos y caras ensombrecidas por el betún, pero con su aura resplandeciente. En sus bolsillos cargaban una pequeña fortuna de $9.55 y habían tenido una experiencia única. Habían tenido su primer encuentro con el trabajo y de paso habían incursionado en mundo de los hombres, aunque sabían que sería su primer y último día como limpiabotas. No importaba, entendieron que ese mismo día la vida le cambiaba, se sintieron por primera ocasión seguros de sí mismos y satisfechos por virtud del puñado de monedas con caras de presidentes estadounidenses; el sueño de la Schwinn Majestic negra, rodilla mecánica y brillante foco delantero, propulsado por el dínamo en la rueda de atrás comenzó a tornarse en realidad.[img align=left width=300]http://files.luis-edgardo-rivera-abadia.webnode.es/200000073-b8a9db9a85/bibi.jpg[/img] |
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