La magia de los cisnes contagia;
danzan ellos en la frescura del agua quieta
cual si fuera un cristal plateado inverosímil
labrado en piedras cristalinas,
prendidas en el follaje acuoso.
Nadan en la efervescencia,
formada de una diana burbujeante.
¡Cómo si parecieran mil!

Flotan los cisnes con el arrullo
de la charca bordeada de encajes
aceitunados y del cobrizo pasto
fresco y desgastado,
rociado por el flujo diáfano de una corriente
que el orillar humedece.
Y los cisnes acoplados pico a pico
van cuchichiándose
con su lenguaje indescifrable
en la quietud del paisaje encantador,
colmado de trinos
confundidos con el croar de las ranas
y entre el nítido chapurreo
del agua de la charca.
Nadan los cisnes enamorados
en un solemne coloquio de amor.

Julio Medina
1 de septiembre del 2013