Textos :  Zombis de Oro contra Astronautas Violetas en el Pl
Zombis de Oro contra Astronautas Violetas en el Planeta Marte. (dedicado a Sevilla).

Corrían los zombis de oro por la planicie marciana persiguiendo a los astronautas violetas. Marte era un ascua llameante de carbones encendidos granates que desollaban pies desnudos como cuchillas de acero finísimo. Eran bellos los astronautas como delgadísimas sombras violetas, finísimas figuras de una porcelana maravillosa, suaves formas de goriliana o simiesca cintura y hombro, cadera de un Praxíteles sublime, los trajes estilizaban aún más las figuras, las hacían más bellas si cabe, más fuertes, más poderosas. Eran soberbios guerreros perseguidos por los asquerosos y repugnantes zombis de oro, con sus llagas en la boca y la carne arrancada del hueso, dorados y brillantes bajo un sol de justicia vengativo, criminal en todo su espectro lumínico, sin piedad, que asesinaba las sombras con una voracidad de hidra demente. Tenían camisas de oro los zombis, camisas manchadas de sangre negra y dorada que refulgía cegadóramente asesinando la pupila, irritando un ojo deslumbrado que necesitaría diez mil gotas de colirio para recuperarse. Brillaba Marte, rojo, y carmín, y naranja, y parecía el quirófano de un puesto de combate, lo bermellón marcaba el paso con la audacia de los dientes de lobo. No había ni una sola gota de agua y los zombis de oro se movían epilépticos mostrando sus desgarradas carnes doradas, sus llagas siniestras de relámpago y crímen, persiguiendo de lejos a los astronautas violetas, que huían como enloquecidos de un fantasmagórico perro infernal que los zombis de oro representaban a la perfección. Las hormigas rojas de Marte se peleaban entre sí por un fragmento de dedo mutilado, áureos y rojos espejismos confundían a los astronautas violetas que miraban hacia atrás con miedo de vez en cuando sin poderse secar las gotas de sudor sobre la frente, perseguidos por sus propias sombras alargadas, negras y rojas, tintura de un yodo o una mercromina infernal y lasciva. Corrían, corrían, corrían, tropezaban, se caían, y volvían a levantarse, eléctricos, poseídos de un miedo que tenía la cara con bubas doradas, con granos y verrugas demenciales de oro y pus y oro, asquerosa en toda su deslumbrante deformidad y colorido, relampagueante de enfermedad y lepra. Marte era una madre que no quiere a sus hijos y los estrangula en la cuna, y apretaba el calor hiriente como un escorpión muy rojo y muy venenoso, arsenicado, cianúrico, mujer histérica que grita violador violador violador a un inocente sorprendido en medio de la calle mientras otros viandantes confusos no saben lo que hacer, tigre rojo en celo que acabara de despellejar un viejo buey esquelético. Quemaba el naranja desierto igual que un brasero lleno de carbones encendidos, los astronautas necesitaban descansar para tomar aire, pero los zombis de oro no descansaban, los muertos vivientes no descansaban , sus camisas doradas fulgían como llamas carísimas, deslumbraban la vista, eran bellísimos en toda su gloria de mierda y porquería, y querían morder a los astronautas violetas, que huían sobre las rojas dunas, sudando hasta sangre a veces, en sus trajes de caucho y neopreno lila, con la bandera de la ONU cosida en el antebrazo. Las perfectas botas de los guerreros tropezaban con rubíes sagrados y con escorpiones marcianos, frenéticos de veneno, y los zombis seguían las huellas vomitando sobre ellas con el ferviente deseo de llevarse a la boca la carne y la piel de un hermoso muchacho. No había lugar sino las rocas en donde esconderse, pero los zombis olían de lejos el caucho violeta. A mitad de camino de la muerte estaba la ciudad marciana, último refugio posible donde pelear o esconderse de la implacable deformidad de oro que los perseguía con saña. Y la Ciudad, negra y brillante les decía : VENID, aquí estaréis a salvo, mis héroes, mis niños, mi bien amados. He hecho para vosotros un tálamo de dulzura en el que podréis libar un nepente extraordinario.
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Francisco Antonio Ruiz Caballero.
Poeta

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