Textos :  El Coleccionista de Cacas de Mosca.
El Coleccionista de Cacas de Mosca.

El coleccionista de cacas de mosca llegó a tener 1500 cagajos de mosca en su habitación. Asqueroso y depravado obtenía su placer observando las deyecciones que las moscas dejaban en pequeños frasquitos de cristal transparente. Las moscas eran moscas vulgares, acostumbradas a la mierda, bien alimentadas de estiércol, inmundicia o basura. Astronautas colonizadoras de planetas miserables, apestosos, creados por el culo de los dioses, en putrefacción salvaje, en fermentación desaprensiva, enormes cagajos humanos, enormes mierdas de señoras grotescamente obesas, Montserrats Caballés de porquería, vómitos de muchachos alcoholizados en su primera quedada universitaria, restos de tripas de los quirófanos, vulgares despropósitos de ciudades humanas, escombreras, ratas podridas, en las que las larvas crecían felices horadando el pellejo muerto como un cáncer, montañas de verduras caducadas, estiércol perfumado e irascible de caballo en Sevilla, largas y abundantes boñigas de vacas espantosas, nidarios de morbilidad iracunda. Crecían las moscas felices y puercas en las pocilgas de los perros, en los ojos de los niños africanos, en las deposiciones de los poetas malditos, en la habitación del coleccionista, en su cuarto de baño, en el inodoro de un retrete en Samarcanda, en un frasco en la estratosfera en un cohete de la NASA, en el Gólgota nazareno de los condenados a muerte, apresadas en los cristales de las mamparas de los autobuses. Felices y puercas, puercas, miserables, y felices. Estaba el gordo moscón de caballo, y el díptero de color verde iridiscente, y la mosca traviesa que no deja dormir la siesta, todas ellas al servicio de su majestad asqueroso, el coleccionista de las cacas. Las apresaba con las manos. Las encerraba en pequeños frasquitos de cristal que las amplificaban. En su interior de vidrio la mosca aturdida empezaba a dar vueltas, contemplaba el horror la mosca de su presidio circular, se quedaba quieta y se atusaba con las patitas, limpiándose de tanta porquería, las adoradoras de los apestosos excrementos, olorosos para un infierno, para una Saló Pasoliniana terrible, paradójicamente limpias. Veía la mosca a través del cristal la terrible cara de su Dios lascivo, una cara gorda, hinchada por todos los vicios, fea, monstruosa, abominable. Y el coleccionista veía a su vez a la mosca, en su frasco de cristal dando vueltas y más vueltas sin parar, hasta que finalmente la mosca defecaba. Resuelto el asunto el coleccionista de cacas abría el frasquito y liberaba a la puta, perfecta como una exhalación de lepra. El Insecto se alejaba ráudo hacia un paraíso de estiércol, salía por la ventana y el coleccionista ya tenía el cagajo transparente, la deyección del díptero en su frasquito. Luego le ponía número, fecha, mientras escuchaba música clásica y Johan Sebastián Bach salía desde el tocadiscos de su habitación para complacer a tan místico asceta de la podredumbre. Una vez una mosca no cagó transparente, sino una gotita densa de rojos cagajones, y el coleccionista tuvo un orgasmo de placer, todo su ser se vio envuelto de llamaradas azules, y el sudor en su frente delató la corrupta apoteosis que acababa de presenciar. Llegó a tener mil quinientas asquerosidades, todas numeradas con pequeños y delicados papelitos de seda marcados y pegados a los tarritos. Su habitación por lo demás era sencillamente un prodigio de repugnancia.
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Francisco Antonio Ruiz Caballero. Que un cerdo escuche a Bach con complacencia es una de las mayores paradojas de la especie humana. Pero lo más usual es que a los cerdos no les guste Bach.
Poeta

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