Cuentos : Descrismarse evanescente |
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DESCRISMARSE EVANESCENTE
Subió al lomo del viejo libro y rodeó la mesa, de camino hacia el librero. Le acarició suavemente con los dedos temblorosos. No tardó en llegar al rincón por la cadena de penumbras que separaban las sombreadas paredes por la moribunda flama de aquella lámpara agotada. Una cabeza de lagartija pálida salió suavemente como las plumas del gallo declinando cantar de noche a la luna a medias entre las piedras sobre las hojas más qué otra cosa. Había que pensar no solo en el dinero de la renta, sino en la comida escasa al borde del camino, justo para cualquier hambre desesperada de la impaciencia que no se sacaba ni siquiera del bolsillo más roto, por no estar destinado a liberarla como siempre antes de las primeras palabras. Esta carta era de las qué no pedían mentiras qué puntualmente le proporcionaba el más moderno, y avanzado desempleo. En el gozo perdido de la vida humedecida como arena desterrada que abrasa el sol, y refresca las angustiosas noches. Dónde los viejos sueños huyen como ruedan las hojas secas por las brisas perdidas de los otoños cargando las tardes en la sed del alma, niebla tras niebla. No dejaba de correr de puerta en puerta violentamente capturando el miedo de las ventanas en caso de caer un meteorito... Allá, cual mariposa que en los volcanes se acrisola con las amarguras franqueadas por el buen sol de los primeros días contemplando la tristeza clandestina, haciendo contorsiones ávida de inmolar ídolos solemnes de bronce sin rumbo ni veredas. En aquel tiempo se produjo una pausa, y el vacío había puesto su peor cara por algo qué nada tenía qué ver con el asunto. Había sido un día fructífero, encontrando muchos casos igualmente desesperados, urgentes e ineludibles... Bien sabía qué con el paso de los años esto será cada vez más difícil de olvidar, en las escalas, en las nuevas formas de recordar, y con la simulación del equipo adecuado el motor del mismo dejará su lugar a uno distinto más allá de los sistemas de frenos frontales qué con el tiempo no han querido modificarse. Entrando en el futuro totalmente desarmada la consciencia, y en partes múltiples fragmentada la más mínima atención. La noche en miniatura corría por el bosque soberano, buscando un consejero en el difraz de una almohada. Así qué... Recogió las goteras del techo, dobló la tierra del piso, y cubrió el frío con los agujeros de una raída cobija en el punto central dónde el desaliento aprieta la debilidad de las noches anteriores. Pensaba irse al olvido de la región desierta aislado en una lobreguez amarga. No se permitiría consumirse en una lucha insana entre las ramas indiferentes al deshojar sus flores en la cumbre del granito de los pájaros sin trino, ni fundirse en los días por el desconsuelo qué postra al mismo eco ruinoso. Pasaba del olvido reciente a los viejos recuerdos recostado como la espuma magnífica y distante allá en el valle del fondo anochecido... Y se decía, vaya forma de alivio. ¡Mañana será otro día!. Y claro, con el desnudo torrente y la fugaz sombra del sol en retirada en los empedrados, con el desenlace inevitable cubierto de esperanzas en su guarida... Estiró un bostezo sobre las piernas para demostrarse lo qué nunca había soñado por falta de una perfecta toma de consciencia de la decisión. El insomnio sería completo proliferando de día, y agarrándolo de los pelos en la prolongación de las nubes, en la rápida carrera al colchón recorriendo las vagas siluetas de carcomidas esperanzas, y cuándo esa primavera llegaba destrozando al invierno con sus verduras, sin la piedad campesina del tamaño de unas gotas de sobresaltos queriendo saludar la imagen deteriorada del espejo indiferente, cuándo la angustia es tal qué se anticipa a la eternidad más próxima y con más vitalidad. Evanescente y racionalizando el dolor inmediato al morirse plenamente, y adquiriendo las cualidades acumuladas por la inmensidad de una acción hábil qué se capta instantáneamente por el gesto clásico al percibir la importancia de la propia inexistencia. La noche era cada vez más íntima en la profundidad qué estremece y sacude las mismas procesiones de las pesadillas decoradas. ¡Y estaba sumergido en el descrismarse!. Lo qué significa la libertad absoluta, distinta, totalmente transformado fuera del tiempo dónde subyace la tristeza infinita. La tristeza de darse cuenta de qué uno ya no es el florecimiento del ocaso, ni relativo, ni comparativo, ni resultado de la influencia ambiental qué implica el sometimiento al cruel sistema caduco. Así transcurrió largo tiempo durmiendo en el sublime estado en qué se encontraba, y pudo inventarse nuevamente en el peltre despostillado de la vasija que abrigaba su reciente incorporalidad, flotando al retornar al botín de cosas inútiles qué se adueñan aniquilando la esencia de los últimos indicios del orden. Con la luz de una sonrisa perdida. Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez
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Poeta
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