Cuentos : Babélica hibernación |
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BABÉLICA HIBERNACIÓN
Hacía un calor de nostalgia por el frío en el yerto cristal qué había olvidado olvidar sobre el hielo supersticiosamente remunerado cómo velas de la fortuna con el humo de cera, pero una llovizna invisible disfrutaba alargando la nieve de limón en el salón lleno de gente. Es un hombre extraño inventando el amanecer oyendo a cualquier otra persona, por la prisa de sus dedos. y su imaginación algodonosa caminando en las manchas sonoras de sabores encantados. En aquellos días remotos el color de los automóviles era sobrio, de un color negro intenso, terminado, en tricapa con un juego de franjas laterales rojas, que corren a lo largo de los costados y la defensa trasera con frecuencia cromada, en algunos, en otros los altoparlantes se localizaban sobre las puertas, pero a él nada de eso le importaba. Pues, a veces transcurren siglos, comprimidos en unos simples años, y se le atribuyen poderes de barrer. un tapete lubricado bajo el césped azulado sin sentir miedo al sol fresco. encendido por un camaleón. Aunque he de confesar que a veces siento ligeras dudas al tratar de entenderlo, y desmadejar el misterio de las circunstancias. Sobre todo porqué tiene en la espalda, una etiqueta qué imagino, no sea una medusa real durante. un rato inundado por las campanas qué suenan a lo lejos, en la rueda de los perdones más profundos en las fugaces fiebres, que irisa por ser dueño de tantas cosas en las voces de las sombras pródigas joyas arcanas. Cómo el año pasado, apareció demasiado tarde, y nada ganaba de leer bastante bien situado en la esquina de un parque dibujando un arañazo en el semáforo descompuesto por el veneno de un bache que cortó su parte delantera, incluyendo plataforma, y túnel central donde había colocado el cableado necesario bajo el cofre, que dejó en la llanta de refacción. Puedo decir, sin arrogancia, que con frecuencia fabrica sus ideas al cruzar un arroyo, calculando el precio de un periódico viejo en la basura al dar la vuelta sin comprar, las pastillas y tragarlas. Esa vida le gusta sobre todo, después de reponerse completamente del aparador en la blancura de sus manos con alargadas uñas, bañadas por el sol ardiente, y un balde de agua fría colgado de un balcón en el preciso momento que pasaba sobre él una paloma semidesnuda, y antes de correr las burbujas hacia las coladeras. Un perro corría con la velocidad de una tortuga en la livianidad pervertida, por la desilusión de una poderosa locomotora, y el desenfreno pasajero de los hechizos a medias entre unas nubes ferroviarias. En las cercanías una bicicleta sonreía surcando el cielo tenuemente por sus resecos tirantes, y rechinaban unos niños atrapados en una panatalla. Una vez otro hombre le dio incienso sin descifrar las muecas de su cara reduciendo el círculo al dolor de la calle en el bronce de las almas descuidadas por los vicios de la plata derretida , y la mirada perezosa apasionada por las flores salvajes, y el miedo al naufragio de una gota, modesta y obstinada en secarse. Así vivió el último siglo cambiando de una profesión a otra; Adornaba hojas cada otoño por el amarillento suelo lustroso en opinión de las penas y los sonrojos, y una lágrima asomaba asustada de vez en cuando por alguno de sus ojos, luego cambiaba de oficio pasándose de un extremo a otro de la calle, y temblando de lujuria estrenaba nuevos trajes entre lujosos autos preguntándoles: ¿Cuánto vales?. Siendo muchas veces el héroe de las pistas y el toreo efectivo a media calle. Reconciliado con el polvo decidió un buen día regalar su demencia al ritmo bárbaro del mercado sin dinero ni verdura. Bueno, digamos, con más exactitud, por la vecindad alucinada de las últimas verdades metafísicas, donde todo se compra y se vende, incluso insignificantes idiocias de bolsillo lleno de hambre gloriosa, y el mismo apetito ensordeciendo a la pobreza fabulosa de un rascacielos, harto de la mantequilla con su silencio alambrado. Feliz, sentado en un rincón, abandonando el aliento prestado, y sin sufrir mucho el medio suicidio comprado en cómodos abonos que nunca dejó de pagar durmiendo en cualquier calle, y sin molestar al desprevenido pavimento. En el mayor frío de la historia reconstruyó la mítica torre. Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez
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Poeta
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amigo Joel, me he convertido en un fiel lector de tus cuentos, grato leerte, saludos
Don Julio Medina: Gracias de su valiosa y esencial presencia en el interés mostrado para con estas letras. Es para mi un gusto enorme el saber qué le sean agradables. Le envío saludos.