Cuentos : Sirena del desierto |
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SIRENA DEL DESIERTO
Por una gota de sueño que ha perdido la paciencia, en un grano de desierto. ¡No es justo desperdiciar arena, arena, arena!. Ni la opulencia de la espuma en su triunfante lozanía. ¡Canta la sirena! Al fondo del comedor transitorio estaba escrito, bajo el tablero fosilizado, un ángulo obscurecido, por la distancia, en el lento oscilar de un muelle, oleaje lanzado con desdén profundo. Y entre fúlgida luz argenta, recuerda fríamente los tres periodos: Triásico, jurásico y cretácico en su biológica belleza. Pero más aún, en la riqueza de especies del mesozoico, con equinoides, gastrópodos, malacostracanus, peces óseos y reptiles marinos. ¡Vaya, que belleza era aquélla!. Dobló un poco el cuerpo semiflotante, después de más de tres años, de vivir lejos de la orilla que penetraba, libremente en otro tiempo, las playas del quinto planeta, agitando las manos debajo de la espuma, sonriente, entrando y saliendo al otro lado del cristal mirador, inexpugnable del reflejo deslizándose angulosa. En ese tiempo se tenía un antiquísimo registro iónico de la historia, de la vida en la tierra, incluso de sus muchas leyendas, que en su primera época la formación fue muy violenta, por la lluvia de meteoritos, impactos que calentaron y volatilizaron los océanos, con bacterias que crecían a temperaturas de setenta grados o superiores a cien, y la vida surgiendo en los mares. ¡Vaya si era una gota!. ¡Qué gota!. Enorme y fuerte, tan húmedamente suspendida, tenía balanceando en el aire. ¡Sí, en el aire!. A tres lagos, una catarata y seis ríos. ¿De qué modo explicaría el origen de ésto?. Donde probablemente, estaban todos preocupados, pero nadie se detenía a prestarle atención. Ella hablaba poco de sí, y sin duda, hubiera callado sobre la piedra desintegrada, y que había dejado a punto de limitarla en su expansión. Pues anteriormente se decía que había existido algo similar, en el antro de una noche estelar, que se adelgazaba a contraluz como el trino de lunas alegres. Y más allá de una simple especie análoga, especulándose bajo el poder reconstructor del oscilómetro general, en el fuego abrasador de la fantasía mítica. ___Aquéllo debía ser cierto__ Sobre todo en las realidades paralelas simultáneas. ¿Porqué entonces nadie la clasificaba como versión de anfibio racional?. Pero ahora, en este ahora sin rumbo, en la opaca quietud del espacio expandiéndose, en los campos energéticos de tiempo comprimido. Donde nadie parece dispuesto a investigar más sobre la enormidad de esa gota. ¡Vaya gota del origen y del destino!. Haciendo girar su aleta, ascendió con lentitud al punto brillante, de la oleada vibratoria sin disimular el desconcierto todavía, con los ojos secos que terminó de frotar con lentos movimientos, como había hecho, y visto hacer sobre una piedra semejante, justo antes de su expansión. En épocas de cosechas nunca olvidaba hacer réplicas entre cánticos estridentes, desde el principio repitiendo lo maravilloso de las leyendas tomadas demasiado a la ligera, y muchas olvidadas, como en esa producción semestral, ancestral, celestial. En la superficie de la esfera una bella joven salía de la luz, al principio de no más de diez centímetros, y al descender por la sombra, se dilataba creciendo a su tamaño regular humano. ¡Bueno, semihumano, hasta la cintura delgada y su cuello azulverdoso, oscilando al ritmo de las olas marinas, descritas en las leyendas de la tierra a tres siglos luz de distancia!. El crepúsculo es corto, y los velos de la noche se precipitan solo en la línea que sus huellas habían dejado, indicando la dirección por donde ella había venido. Como el amor anónimo y calladamente triste en el enorme sosiego de las primeras galaxias, en la primera tarde, donde arde una flor profunda, con el esplendor grabado en los inmortales rasgos del espacio nuevo, con al exposición a las partículas atmosféricas, y al envejecimiento de la luz, con el corrimiento hacia el rojo. Al mirar en torno suyo, todo le pareció solo confusa niebla fosforescente, a veces parpadeante. Ni siquiera la gota estaba ahí para orientarse, el dolor en las piernas aumentaba y tuvo que detenerse y descansar. El suelo era pura arena movediza en la leyenda de la sirena del desierto, en la universalidad del lenguaje mítico, en el mismo licor de la sabiduría naturalista, en el mismo origen de la sismología solar, en la memoria inmaterial de infinitas vías lácteas. Y él... ¡Sí, él, en ese quinto planeta solo dudaba de sí mismo... Sudoroso en el desierto dormido!. Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez |
Poeta
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amigo Joel, maravilloso cuento, fantástica imeginación ,belleza mítica, te felicito, saludos
Lo onírico siempre presente en tus escritos. Y esos paisajes un tanto dalinianos que nos hacen extraviar y nos van adentrando en un universo extraño y paradójico.